Sospecha.
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La cabaña era enorme. El amanecer había llegado antes de que alcanzáramos a la estructura construida en madera que Iris había encontrado. Tenía dos pisos y se mezclaba con el bosque de arces que la rodeaba. A un lado, se podía contemplar una suerte de cobertizo con leña apilada.
Los guardas prepararon a los caballos para que descansasen, dándoles comida y agua que tenían guardada. Lume susurró algo a Cerezo y este se adentró en el bosque.
Cade forzó la puerta para que consiguiéramos entrar a una gran sala. Había unos lujosos asientos al lado de una mesa, una chimenea con trofeos de caza sobre ella y una alfombra tupida que cubría casi todo el suelo. El aire olía a cerrado y polvo, así que Hera se apresuró a abrir las ventanas. Había un total de tres puertas en la planta baja y unas escaleras que conectaban con el piso superior. Aquel lugar desprendía a riqueza por todos lados y lo cierto es que era sorprendente que todavía no hubiera caído en manos de los saqueadores de Orquídea.
—El sello mágico avisará de que hemos entrado —comentó Hera pasando uno de sus dedos sobre la mesa cubierta de polvo. Así que esa era la razón por la que los bandidos y demás personas no habían ya asaltado el lugar.
Lume posicionó la mano sobre la puerta y unos intrincados dibujos se extendieron por toda la superficie. Brillaban en un tono azulado, de forma muy tenue. Se me antojó hermoso visualmente.
—La casa Mythral —susurró ella con un toque de angustia—. No pensé que tuvieran una cabaña tan alejada de la capital.
—Tiene sentido, sobre todo después de que cortaran la cabeza a su hija mayor —intervino Cade con una sonrisa sardónica y se acercó hasta posar su brazo en uno de mis hombros. Lo aparté con repulsión, pero él no pareció darse cuenta—. Era una dama de la corte, ¿verdad? ¿Por qué fue? No lo recuerdo.
La espalda de Lume se tensó ante las palabras de Cade, sin embargo, no respondió. Dejó de tocar la puerta y silbó una canción desconocida para mí. El sonido cosquilleó en mis oídos y al poco tiempo vimos aparecer un pequeño pájaro blanco. No conocía el nombre de esa especie, aunque siempre estaban intentando comerse los arándanos que tenía el capataz del campo en el que trabajaba.
—Iris —dijo Lume y el hombre se acercó para entregarle una pluma, tinta y papel. La princesa escribió un mensaje rápido y lo ató con presteza a la pata del pequeño. El pájaro emprendió el vuelo con prontitud en cuanto Lume le dio unas caricias en la cabeza—. Espero que comprendan la situación.
—¿Cómo vamos a repartir las guardias? —Esta vez habló Hera, era la única de la estancia con porte militar en sus acciones. Tenía los brazos a la espalda, con una postura recta preparada para entrar en movimiento en cualquier momento.
Iris miró durante unos instantes a Lume antes de hablar. Comenzó a dar instrucciones, por lo que decidí acercarme a la entrada para ver si había algún pozo.
—Tienes sed. —Lume me tendió su botella de cristal y la tomé para beber con avidez. No me había percatado de lo sediento que estaba hasta que el fresco líquido se deslizó por mi garganta—. Podemos comer un poco y descansar antes de ponernos en marcha de nuevo.
Sin ser capaz de evitarlo, mis ojos fueron hasta los guardas que se afanaban en preparar el hogar para cocinar, entre otras cosas.
—No sé si podré descansar sabiendo que alguien quiere verme muerto —musité con voz apenas audible.
—Terminas acostumbrándote —indicó Lume también murmurando—. De momento, no sabemos quién es. Acabará por revelarse tarde o temprano. Siempre cometen un error. Solo hay que darles un pequeño empujón para que se descubran solos.
Los tres guardas parecían sospechosos por igual. Iris había asesinado al consejero cuando este intentaba decir una supuesta verdad, Cade había sonreído en cuanto supo que Lek iba a morir. Hera estuvo callada todo el rato, con una expresión carente de emoción.
—Hoy dormiré en la misma estancia que Invierno —habló Lume en voz alta. Parpadeé, un tanto sorprendido por el cambio de tema—. No quiero que nadie suba a la segunda planta.
Cade se echó a reír de tal manera que tuvo que llevar los brazos al vientre. Hera sacudió la cabeza con incredulidad, mientras que Iris entrecerró todavía más sus azules ojos.
—Vaya, parece que la princesa quiere aprovecharse del muchacho con la excusa de una posible traición —rio Cade en un mezquino susurro.
—Vigila tus palabras, de momento sigue siendo la princesa —cortó Hera.
—Me temo que eso es muy arriesgado —irrumpió Iris, visiblemente molesto—. Dormir con Invierno no es la solución al problema.
Lume apretó los puños. Cade había dejado de reírse para regodearse en la escena que estaba sucediendo frente a él.
—Tú acabas de matar a un hombre sin miramientos. —Tras decir eso, señaló en dirección a Cade y Hera—. Y vosotros sois los guardaespaldas de mi hermano, espero que se entienda mi desconfianza, dado la relación que tengo con él.
—Pero hemos jurado lealtad, princesa. Si algo os pasa, nos arrancarán el corazón. —Hera tiró el leño que llevaba en la mano al fuego.
Lume sacudió su castaña melena en un gesto negativo. Podía ver como el enfado iba creciendo en su interior.
Me sentía agotado y no tenía ganas de seguir escuchando las intrigas que se traían entre ellos. Me moví hasta la escalera, silenciando la conversación de golpe.
—Voy a dormir —dije al percatarme de que todos me contemplaban.
—Tienes razón, deberíamos descansar —decidió Lume cerrando la puerta principal, la cual seguía todavía abierta—. No quiero ser molestada.
La princesa agarró un morral y pasó por mi lado para acceder al segundo piso, sin esperar la respuesta de los guardas.
—Que tengas una buena noche —Cade me guiñó un ojo antes de que yo también subiera.
Así que Lume tenía un hermano y tanto Hera como Cade eran sus guardaespaldas. ¿Qué estaban haciendo allí entonces? ¿Vigilar a Lume? ¿Protegerla? ¿Intentar matarla? Sacudí la cabeza con la mente hecha un lío.
Alguien me agarró la muñeca derecha y me vi empujado contra la pared que había al lado de las escaleras. Iris se acercó hasta que pude sentir su aliento sobre mí.
—Ni se te ocurra tocar a la princesa.
Podía entender la amenaza, pero estaba tan agotado que no tenía ganas de lidiar con más tonterías.
—¿Para que puedas manosearla tú? —Mis palabras parecieron golpear el semblante de Iris—. No te preocupes, no tengo el menor interés.
Su ceño se frunció y apoyó la otra mano en la pared, al lado de mi cara. Todavía estaba sosteniendo mi muñeca.
—Yo tampoco tengo interés en su cuerpo, solo busco su protección.
—Pues no parece que lo estés haciendo bien, ¿eh?
Alcé el mentón para enfrentarlo y me deshice de su agarre con suavidad.
—Invierno.
—Iris —pronuncié su nombre como si de un reto se tratara.
—Ten cuidado. —Bajó su mirada hasta el pequeño espacio que había entre ambos. Sus palabras atrapadas en la garganta.
—¿Vas a hacerme daño?
Un golpe seco nos hizo girar la cabeza a la vez.
—He dicho que no te quiero en el segundo piso —rugió Lume. Su morral estaba en el suelo y las cosas se habían esparcido.
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