12.
LA CHAQUETA ANGELADA
«Sé dulce. Sé dócil. Sé obediente» repitió mientras sus pies se movían hacia la entrada del Instituto Lakeville. Los pasillos se encontraban calmos. Vacíos. Reinaba la quietud. Le pareció extraño; lo primero que imaginó cuando supo que ingresaría al instituto era que estaría rodeada de personas de su edad. Sin embargo, echó un vistazo a un reloj del pasillo y notó que llevaba media hora de retraso. No se sorprendió. Después de que Isabella —en un extraño acto de amabilidad— la acompañó hasta la parada de colectivos y le indicó que debía subirse al número sesenta y ocho, Becca descendió en la parada indicada —gracias al atento chofer que se lo recordó—. Tras bajarse, tenía que caminar unos trescientos metros hasta llegar al instituto. Parecía que la tenía fácil. Sin embargo, tomó un rumbo equivocado y los trescientos metros se hicieron setecientos. Trató de ubicarse pero, a medida que caminaba, el camino se volvía aún más confuso.
Y entró en pánico.
Su respiración se volvió superficial, el ritmo cardiaco se aceleró y tuvo la sensación de que algo muy malo ocurriría. Fue en un efímero momento cuando se iluminó, su coraje interior la impulsó y le preguntó a una mujer si podía indicarle cómo llegar al instituto. Recibió indicaciones claras y concisas, por lo que finalmente lo consiguió.
Todo su cuerpo se llenó de alivio cuando divisó el letrero. Tras internarse en el recinto, caminó a través de dos largas filas de casilleros verde inglés. A simple vista, le agradó el ambiente. El blanco brillaba en las paredes, los pisos estaban relucientes y olía a limpio. Aquella organización le recordó —ligeramente— a Sion Creek. Se tranquilizó, aunque no por demasiado tiempo.
No sabía hacia dónde ir.
Llegó a un pasillo repleto de salas contiguas; desde el exterior pudo observar a través del cristal en las puertas las filas de pupitres ocupados por estudiantes y profesores que dictaban sus clases. Todo el mundo concentrado en sus tareas.
¿Debía interrumpir?
No sabía cómo hacerlo.
Indecisa, recorrió el pasillo de vuelta a la salida —pensó en marcharse— pero se arrepintió en cuánto reconoció que prefería estar allí que en el hogar de acogida. Definitivamente no podía regresar. El señor Oscar pondría el grito en el cielo y le daría un castigo.
—¿Señorita? ¿Está perdida?
—Oh, yo... L-lo siento —masculló intimidada por la presencia del hombre adulto—. Sí, creo. Soy... Soy nueva.
—¿Usted es Rebecca Larsen?
—Sí —sonrió aliviada—. Becca.
—Muy bien, señorita Larsen. Soy el director Walsh. La estábamos esperando —se presentó cortés—. ¿Pasó por la oficina del conserje?
—No. No... No sé a dónde está —admitió. Ni siquiera sabía que debía ir allí primero.
—Sin problemas. La acompañaré. El conserje le indicará clases, número de salón, horarios y demás formalidades. Sígame.
🤍🏀🤍
Después de una extensa reunión con el conserje, Becca salió de nuevo al pasillo sintiéndose una verdadera estudiante. Le habían entregado un número de casillero, la combinación para abrirlo, libros para sus asignaturas e incluso un par de libretas y un bolígrafo con el logo de Lakeville. También un calendario con fechas importantes y una tabla de horarios con sus respectivas asignaturas. Estaba un poco mareada pero emocionada al mismo tiempo. Aunque era demasiado por ser su primera vez en un instituto, Becca quería tomar todo lo que podía y adaptarse lo antes posible. De lo contrario, ¿qué haría? Era su nueva vida. Extrañaba la anterior, lo hacía con todo su corazón, pero sabía que no estaba en condiciones de recuperarla. En ese instante, lo único que tenía era el instituto, un empleo de medio tiempo y el hogar de acogida.
Nada más.
Esta vez, la chica se movió entre la multitud de estudiantes que se encontraban en un pequeño receso. Iban y venían, buscando material en sus taquillas o guardando libros que ya no utilizarían. La mayoría pasó de ella, algunos voltearon a mirarla por ser la novedad pero nadie le dio demasiada importancia. Insegura, Becca se detuvo frente a dos estudiantes que reconoció de aquella tarde en el bar, preguntándose si estaría bien saludarlos con la intención de hacer amigos.
«Hazlo. Sé amable. Todo irá bien» se animó internamente.
—H-Hola, chicos —saludó con la mano—. ¿También estudian aquí? —preguntó inocente. Trataba de encontrar un tema de conversación.
El muchacho más alto puso una sonrisa burlesca.
—Vaya, pero si es la puritana —murmuró Row—. No. Solo estamos aquí dando un paseo —respondió con sarcasmo. Su amigo, Hudson, se rió.
—Ey, ¿Becca? —Julian intercedió a paso rápido. Había visto la escena de casualidad tras cerrar su taquilla.
—¡Hola, Julian! —sonrió animada. Al fin un rostro familiar.
Julian se colocó a su lado y la rodeó con un brazo.
—¿Todo bien? —ella asintió frente a la mirada confusa de los otros dos—. Ven conmigo, tenemos que conversar —expresó para liberarla de aquella situación y la guió lejos, sin antes enviar una mirada amenazante a sus dos compañeros. No descargó su furia por un simple motivo: su beca se iría a la basura si cometía un acto de violencia—. Así que estudias aquí, eh. ¿Desde cuándo?
—Desde hoy —contestó la chica mientras caminaban hacia el exterior—. La trabajadora social estuvo el fin de semana por el hogar y me dio la noticia. Ha dicho que tengo una beca por mi situación de... por mi situación vulnerable —contó sin filtros—. ¿Y tú?
—Empecé a inicio de clases. También tengo una beca pero deportiva —comentó—. Sentémonos aquí —señaló un banco que se encontraba bajo un árbol—. Quiero hablarte de esos chicos.
—¿Los de la cafetería?
—Sí —afirmó—. No deberías acercarte a ellos, Becca. No son buenos.
—¿No? Pero si tenían la misma chaqueta que usaba el ángel que me rescató.
Julian arrugó el entrecejo totalmente confuso. Becca era la chica más extraña que había conocido en toda su vida. Era evidente que tenía un buen corazón, desbordaba inocencia y, al mismo tiempo, había un sesgo frágil en su mirada que delataba lo mucho que había sufrido.
—¿Los ángeles usan chaquetas?
—¡Sí! Tú también la tienes —insistió convencida—. La tenía Colton cuando me rescató.
—¿Colton? ¿Conocés a Colton Bradford?
Becca asintió.
—Me salvó en la carretera frente al hospital. Y me regaló su chaqueta.
—No hablas en serio.
—Sí, Julian. Eso fue lo que pasó.
Sin embargo, el chico no consiguió creer esa versión. Nada tenía sentido. Supuso que Becca, durante su estancia en el hospital, había visto a Colton en el períodico o en un canal de televisión local y que luego, lo soñó. Eso era lo más sensato.
—Bueno, como sea. No te acerques a ninguno de ellos, ¿está bien?
Ella suspiró agobiada por las palabras.
—Está bien —se encogió de hombros dándose cuenta que Julian hablaba con seriedad. Él quería protegerla como lo haría un hermano mayor—. Entonces... ¿Cole también estudia aquí?
—Sí, pero... A ver, ellos son diferentes. ¿Sabes? Son privilegiados. Nosotros no nos relacionamos con gente como ellos. Si eso ocurre, lo más probable es que salgas lastimada. En cambio, ellos no. Ellos siempre salen ilícitos. Te lo digo por tu bien, Becca. Mantente lejos de ese grupo.
—¿Incluso lejos de Colton?
—Sí. Incluso lejos de Colton —cercioró.
🤍🏀🤍
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