10.
LA MOJIGATA
Había dejado el campo de baloncesto echando fuego. Estaba enfurecido con él mismo por no haber dado lo suficiente para ganar ese estúpido partido que realizaban poco antes de finalizar el entrenamiento. También estaba furioso con sus compañeros de juego por la falta de concentración, se portaron como novatos que no habían tocado un balón en su vida. La mayoría no se tomaba con seriedad esos partidos improvisados, Colton sí. No quería bromear, tampoco le interesaban los chismes escolares o líos amorosos, solo pretendía que todos cumplieran su función y obtener los mejores resultados.
Siempre había estado completamente seguro de sí mismo como persona y jugador, confiado en el talento que le corría por las venas, sin embargo, la llegada de Julian dio un suave golpe en sus duros cimientos, suave, pero un golpe en fin. Julian había ingresado al instituto privado de Lakeville gracias al entrenador Kampbell que lo reclutó por sus habilidades para el baloncesto, por lo que se le otorgó una beca deportiva.
Sabía que el entrenador los estaba probando. Y, en algún punto, temía que Julian pudiera quitarle el lugar que tanto se esforzó en conseguir. Él era el capitán. Había nacido para ser un líder. La pizca de inseguridad que despertaba su miedo de perder lo que tenía, hacía que quisiera trabajar aún más duro. Tanto que nadie pudiera hacerlo flaquear.
—Estuviste distraído, Row. Tienes que concentrarte cuando jugamos si quieres ganar las semifinales el próximo mes —reclamó Colton a su compañero de equipo. El chico cometió un grave error: perdió la oportunidad de lanzar el balón a Colton y, por ende, este no pudo embocar en la canasta y marcar tres puntos.
Tres puntos que hicieron la diferencia pues los posicionaron como perdedores frente al equipo de Julian.
—El capitán tiene razón. Te equivocaste y todos pagamos el precio —agregó Shep—. Solo tienes que pensar en la pelota cuando estamos en la cancha. ¿Entiendes?
—Se la estás poniendo difícil —intervino Hudson con una sonrisa de socarrón—. Diles sobre los sueños húmedos —codeó a Rowley.
—Ugh —Colton arrugó el entrecejo—. No quiero discutir esto.
—Vaya, esto empezó a sonar interesante. Asqueroso —bromeó Shep—. Así que estabas pensando en chicas desnudas.
—Mejor dicho, en una chica —detalló. Row volteó a verlo enfadado.
—Cierra la boca, Hudsy —recriminó.
—Tranquilo, no eres el primero que piensa en sexo.
—¿Quién es la chica especial? —indagó Shepherd, fanático del cotilleo.
Un resignado Colton se quedó en silencio, sin poder creer cómo había cambiado radicalmente el tema de conversación. Se suponía que hablarían de estrategias deportivas. De hecho, su mente continuaba en el partido, repasando aquellas jugadas que debían mejorar o tácticas que podrían aplicar en el próximo entrenamiento.
—La mojigata —reveló Hudson—. Tiene fantasías con ella desde que la vio —se burló, por lo que recibió un fuerte codazo de Row y se dobló al medio—. ¡Idiota!
Shepherd, que comprendía a la perfección el tema de conversación, negó. Era consciente de que una conversación inofensiva podría causar un desastre.
—¿No creen que deberían ser más discretos, imbéciles? Si los escucha Julian va a correr sangre —advirtió Shep.
Dado que se hallaban en los vestuarios, un espacio en común para todos los miembros del equipo, Julian podría oírlos por casualidad. Sin embargo, el muchacho optaba por retirarse tan pronto como era posible para ayudar a su madre en la cafetería.
—¿De qué están hablando? —preguntó Colton; una chispa de curiosidad se despertó en él. Los chicos voltearon a verlo, sorprendidos. Lo normal era que no estuviera interesado en oír esa clase de novedades. Pasaba la mayor parte de su tiempo concentrado en el deporte. Se perdía de esa clase de momentos, los que trataban de ser un adolescente común. Se lo perdía todo.
—El otro día fuimos a la cafetería de Julian. La camarera era una chica bastante... rara, digamos. Tenía pinta de puritana —comentó Shep—. Ya conoces a estos dos. Hicieron chistes, estúpidos y seamos realistas, bastante crueles. Julian apareció y casi les rompe la cara.
—Bueno, tendría que haberlo hecho. Quizá les acomodaba las ideas —expresó Cole indignado por el comportamiento de sus compañeros—. Esas cosas no se hacen. Es lo primero que aprendes en jardín de infantes.
—Tú lo dices porque no estabas ahí —justificó Row—. Tendrías que haberla visto. Era tan mojigata que daba miedo. Llevaba un vestido que la cubría de pies a cabeza. Me hizo imaginar el par de tetas que tenía escondidas y se me puso dura.
—Eres un pervertido de mierda, Row. No necesitaba esa información —Cole arrugó la nariz mientras cerraba la puerta de su casillero. Shepherd, a su lado, reía por el atrevimiento del chico.
—Ugh, sí que lo es —coincidió Shep mientras reprimía una sonrisa—. Siendo honesto, no estaba mal.
—Shep —lo regañó Colton—. La próxima vez te das una ducha de agua fría antes de venir a entrenar, ¿escuchaste? —se dirigió a Row—. Tenemos que ganar las semis como sea, chicos. Y después, la final. Lakeville lleva quince años sin ganar las estatales, es hora de cambiar eso —expresó decidido—. ¿Entendido?
Además, era Colton Bradford. Todo el mundo amante del baloncesto estaba esperando que un jugador destacado como él ganara las estatales. Era lo mínimo que podía hacer por el equipo escolar.
—Entendido, capitán —respondieron al unísono.
Luego de tomar una ducha rápida y vestirse para regresar a casa, Colton se subió a su vehículo. Escaso de paciencia, encendió la música y subió el volúmen al máximo. Quería callar los pensamientos constantes que lo torturaban. Shep, que estaba a su lado, extendió la mano y bajó el volúmen sin crepitar.
—A mí no me mientas. Tú también estabas distraído. No quise decírtelo frente a todos porque no me parece justo cuestionar tu autoridad —largó—. Pero estabas pensando en algo más. O en alguien.
—En lo único que pienso es en ganar las estatales.
—¿Qué hay de la chica? Esa tal...
—¿Becca?
—Sí, ella. ¿No supiste nada más?
—No. Nada, Shep. Ya dejé ese tema, no puedo distraerme buscando a una completa desconocida —mintió.
De hecho, pensaba mucho en ella. Lo hacía a menudo. Recordaba su mirada inocente, la forma natural con la que le sonrió y siempre, siempre resonaba su voz llamándolo «ángel». Se había llevado una inmensa desilusión al no saber más de ella, fue un sentimiento tan fuerte como inesperado que deseaba liquidar. Simplemente no le encontraba sentido lógico. ¿Cómo podía sentirse así por alguien que no conocía hasta el punto de interferir en sus actividades diarias? Era una completa locura.
—Sí. Por supuesto. Siempre con la mente en el juego, eh —bromeó—. ¿Qué hay de los estudios que te indicó el médico? —trajo el tema—. ¿Tienes los resultados?
—No. Aún no —se limitó a responder sin ánimos de entrar en detalles.
Lo cierto era qué había aplazado los turnos. Tenía una razón simple y sólida: era un chico de dieciocho años completamente aterrado por los posibles resultados. No quería saber si su corazón fallaba, tampoco abandonar su pasión, que era el baloncesto. Moriría en el campo de juego de ser necesario, pero no lo dejaría.
Nunca.
—Daisy me escribió anoche —comentó para romper la tensión.
—¿En serio?
—Sí, lo hizo —respondió entusiasmado—. Me dijo lo mucho que la avergoncé en la fiesta y que no le vuelva a escribir jamás.
Colton no pudo evitar reír. Miró de soslayo a su mejor amigo y notó que, a pesar de todo, se veía contento. Estaba embobado. Incluso tenía una sonrisa.
—Increíble. Estás cada vez más cerca de conquistarla —dijo sarcástico—. ¿De verdad estás feliz por eso?
—Obvio. Es la primera vez que me envía un mensaje por voluntad propia. Tuvo que tomarse el tiempo de iniciar la conversación, ¿no? Algo le moví.
El muchacho volvió a sonreír a causa de su mejor amigo. Aunque se conocían desde pequeños, jamás dejaría de asombrarse por su capacidad para ver el lado bueno de las cosas. Ese optimismo infinito que mantenía a través de los años sin importar la cantidad de situaciones malas que tuviera que afrontar. Aquél día que Colton se descompensó por falta de aire, Shepherd lo acompañó al exterior sin despegarse de él. Lo obligó a sentarse. Después, pronunció con toda la seguridad del mundo: «No es nada. Esto sirve para que tomes un descanso y luego vuelvas al ruedo como el increíble jugador que eres pero potenciado». Shep podía ser pesado, charlatán y vivir demasiado a la ligera, pero sus locuras siempre le sacaban una sonrisa. No sería el mismo sin el constante optimismo y esa habilidad para extraer las cosas positivas que tenía su mejor amigo.
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