05.
LA FIESTA
—Detente —masculló Shep que permanecía en el asiento de acompañante—. Tengo que comer.
Colton le dirigió una rápida mirada de fastidio.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó—. Acabas de comer una pizza y media, Shep.
No había pasado ni siquiera una hora desde que Shep se alimentó en casa de Colton. Tal como habían pactado, se reunieron a la hora de cenar. Pidieron dos pizzas de las cuales Cole comió unas cuatro porciones y Shep, el resto. A causa de su carrera deportiva, tenía una estricta dieta que mantener. De vez en cuando, se permitía darse pequeños gustos, como una porción de pizza, patatas fritas o alguna cerveza. Pero lo hacía de manera sumamente esporádica. Tenía claro que, cualquier equivocación, podía echar sus planes a futuro por la borda. De hecho, apenas salía de fiesta. Entrenaba todas las mañanas, incluso los domingos, así que no contaba con demasiado tiempo como para desperdiciarlo.
—Esa pizza no me llenó ni una muela. Necesito una buena hamburguesa. Una gigante. Doble de carne, pepinillos, lechuga crujiente, cebolla picada y una buena dosis de queso —idealizó mientras Colton apartaba el vehículo a una orilla de la calle—. Uh sí, eres genial. Eres mi mejor amigo, ¿sabías eso, no?
—Lo sé. Y por más increíble que suena, también eres el mío —se apresuró a bajar—. Vamos, Shep. Date prisa.
Los dos amigos se encaminaron hacia la cafetería de Maggie. El sitio, comenzó siendo un café donde ofrecían todo tipo de infusiones y tentempiés que, poco a poco, se fue extendiendo. Y, aunque no se especializaba en comida basura, tenía unas hamburguesas buenísimas. Las favoritas de Shepherd. Sin embargo, a Colton Bradford no le hacía demasiada gracia visitar ese lugar. Pertenecía a Magdalena Evans, madre de Julian Evans, un joven de su edad que se había incorporado al equipo de baloncesto escolar un par de meses atrás. A Colton, esa repentina incorporación, no le había hecho ninguna gracia. De inmediato se sintió amenazado. Es que, a pesar de que aún no estaba a su altura, Julian tenía condiciones para cosechar una carrera deportiva exitosa. Eso lo ubicaba como su principal competencia.
Dentro, se ubicaron en dos taburetes frente a la barra principal. Detrás, los recibió Maggie que les extendió el menú, aunque ninguno tuvo que echarle un vistazo. Shepherd ordenó una hamburguesa doble completa y Colton, una botella de agua mineral.
—¿No comerás nada?
—Ya he comido, Shep.
—¿Solo agua?
—Solo agua.
—Oh, vaya. Eso es triste —se burló. Shep también jugaba en el equipo escolar, pero no estaba en sus planes convertirse en basquetbolista profesional. En realidad, él no tenía planes a futuro. Lo que vendría estaría bien. «Lo que sucede, conviene» decía a menudo.
—Estoy perfectamente bien con agua —contestó seguro.
—Eh, Julian —Shep extendió una mano para saludar al chico que se hallaba limpiando una mesa del fondo. Julian, introvertido, hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo rápido—. Así que trabajando, eh. Nosotros iremos a una fiesta. ¿Quieres venir?
Colton le proporcionó un disimulado codazo bajo el mostrador. Shep arrugó la nariz y se llevó una mano a las costillas.
—Ouch, eso me dolió imbécil.
—¿Qué haces? —pronunció por lo bajo.
—Lo invito a una fiesta. ¿No es obvio?
—Sabes que no me agrada.
—Es nuestro compañero de equipo, Cole. Solo intento ser amable. No te pongas celoso —murmuró con una sonrisa tonta, a lo que Colton resopló agobiado y procedió a beber un largo trago de agua—. ¿Quieres venir, Julian?
—No puedo, Shepherd. Gracias por la invitación pero tengo otros planes —contestó tras acercarse cauteloso a los chicos detrás del recibidor e intercambiar un par de miradas tensas con Colton.
—No pasa nada colega, será en otra ocasión —pronunció.
Entonces, Maggie llegó con la hamburguesa lista.
Shep observó el plato con ojos de enamorado y enseguida la comida acaparó toda su atención. Colton lo agradeció internamente, al menos Shep dejaría de hablar tonterías durante un buen rato. Un rato no tan largo pues se comió la hamburguesa doble en un parpadeo. Luego, bebió el refresco de cola en un par de tragos largos. Sacó la billetera, pagó a Maggie y volteó hacia Colton, que chequeaba los mensajes en su teléfono.
—¿Vamos?
—Andando, Shep. Salgamos de aquí.
De vuelta en el vehículo, Colton encendió la música y emprendió hacia la casa de August, donde se celebraba la fiesta. Shep, a su lado, intercambiaba mensajes con una chica fervientemente. No tenía novia ni compromisos de ninguna clase. Era un chico libre con grandes oportunidades que de ningún modo echaría a perder. La semana pasada había sido Abby, una pelinegra extrovertida que iba a su clase.
—¿Y? ¿Cuál es tu plan? —indagó Colton. Conocía a su mejor amigo y sabía que se traía algo entre manos cada fin de semana—. ¿Abby?
—No.
—¿Meg?
—Tampoco.
—¿Sally?
—Uhm, no. Quizá. Sabes cuál es mi plan principal.
Colton amplió una sonrisa incrédula.
—¿Daisy?
—Sí. Esta noche lo conseguiré —aseguró Shep. Su amigo negó con la cabeza, incapaz de creer que algo sucedería—. No te burles, amigo. Esa rubia me tiene loco.
—Te tiene loco desde los ocho años —se burló de forma inocente—. Mira, Shep. No quiero ser cruel, pero no sucederá nada con Daisy. Al menos no esta noche.
—Lo intentaré de todas formas.
—Quiero ver eso. Si acaba como la última vez que trataste de coquetear con ella... Será divertido —masculló, a lo que siguió una ligera carcajada tras recordar como Daisy había estampado una porción de pastel de chocolate sobre la camiseta blanca de Shep. Eso sí que había sido gracioso—. Al menos esta vez tienes una camiseta oscura.
—Calláte, idiota —Shep arrojó una bola de papel que había hecho con el trozo del ticket de la hamburguesa—. Cuando realmente estés loco por una chica, lo entenderás.
—Nunca me pondré loco por una chica, creéme. Tengo cosas más importantes qué hacer.
—Sí, claro. Como si pudieras decidir esas cosas. Cuando el corazón elige por ti, no hay vuelta atrás amigo —expresó más serio—. Ya verás.
—Eso no me pasará —insistió. Y, como si fuera un mal chiste, en ese momento se dio cuenta que estaban acercándose al hospital. Tenían que atravesar la avenida para llegar a casa de August. Se detuvo en el semáforo, observó de reojo la salida del establecimiento y luego, el espacio de la carretera donde encontró a Becca durante la tarde. «¿Estará bien?», se preguntó. Esa simple duda le carcomía la cabeza. En especial, lo destruía el saber que la chica se encontraba a solas y, evidentemente, en problemas.
—¿Cole? La luz está verde, avanza —Shep lo retrajo de su mundo interior. Divisó por última vez las puertas de salida y pisó el acelerador, tratando de olvidar. Sin embargo, podía recordar cada detalle a la perfección. Los preciosos ojos tristes de Becca. Su dulce voz llamándolo «ángel». La forma en que cabía bajo su chaqueta deportiva, diminuta y tierna—. ¿Qué te pasa, eh? ¿Tienes una conmoción cerebral?
«Tal vez sí, tengo una que ha sido a causa del golpe interno que me proporcionó Becca y sacudió todo. Incluso mi cerebro».
—Solo estaba pensando en algo.
—Oh, suena a que pensabas en alguien. ¿Kaylee?
—Sí, Kaylee —mintió.
Le avergonzaba incluso tener que explicarle a su mejor amigo que no podía dejar de pensar en una chica a la que había visto, como máximo, quince minutos y, además, ni siquiera sabía su nombre completo.
Nada.
Absolutamente nada de ella.
🤍🏀🤍
Envolvió la cintura esbelta de Kaylee, que acababa de colgarse de él tras ofrecer un trago de cerveza. Colton sujetó el botellín con la mano libre, bebió un par de sorbos pero luego lo apartó y besó a la chica, que se encontraba a escasos centímetros de su barbilla. No quería emborracharse. No era recomendable para su salud ni su condición deportiva. Además, aunque lo camuflara a la perfección, Colton estaba preocupado por su problema cardiaco. Su ánimo no era el más festivo, pero estaba allí por dos simples razones: ver a su mejor amigo tirarse a una pileta vacía para golpearse contra el duro cemento y, por otro lado, pasar el rato con Kaylee.
—¿Quieres subir un rato? —ofreció la chica. Él apretó la mandíbula y asintió.
—Me parece una gran idea.
Kaylee sonrió, sujetó su mano y lo guió a través de las escaleras. Tenía en claro que salir con Colton Bradford, el capitán del equipo de baloncesto, la colocaba en un lugar privilegiado. En el instituto, los estudiantes la miraban con respeto y sobre todo, había ganado una gran dosis de popularidad.
Y disfrutaba mucho esa atención, aunque a veces le dejara una profunda sensación de vacío.
Entre besos, hallaron una habitación. Había una cama libre, lo que les indicó el camino. Colton puso el seguro antes de encaminarse hacia el colchón, donde Kaylee lo esperaba recostada sobre sus codos. Él se quitó la camiseta, dejando a la vista un torso atlético y marcado en los lugares correctos; sobre sus hombros había una lluvia de lunares que dibujaban una línea curva a través de su cuello. Kaylee lo envolvió y tiró de él, deseando cualquier tipo de contacto con el muchacho. En seguida, él apartó el pequeño top que llevaba y le quitó el sujetador, dejando sus pechos expuestos. Comenzó a proporcionar besos en su cuello, pasó por la clavícula y, finalmente, se llevó uno a la boca. Lamió. Kaylee emitió un gemido, tiró la cabeza ligeramente hacia atrás y sintió cómo su respiración se entrecortaba por el placer que él causaba.
—Oh, mierda. ¿Qué es este lugar? —pronunció Kaylee rompiendo a reír.
No pudo evitarlo.
Se habían colado en la habitación de los padres de August quien, al parecer, tenían un leve fanatismo por la religión. Había cruces, pinturas de Jesús y cuadros de seres divinos colgando de las paredes. Colton se distrajo de inmediato. Su atención fue captada por un dibujo de ángeles.
«Eres un ángel», recordó.
La voz de Becca resonó en su cabeza como una melodía.
¿Qué le estaba pasando? ¿Qué clase de encantamiento le había hecho esa chica?
Abrumado, se hizo a un lado y se hundió en el colchón con la vista puesta en el techo. Kaylee, todavía desnuda, se inclinó hacia él.
—No puede ser —musitó indignado—. Esto me da escalofríos.
—No es para tanto, eh. Podemos cerrar los ojos y seguir. Vamos, Cole —la rubia se sentó a horcajadas sobre él, buscó sus manos e intentó llevarlas hacia sus senos. Él hizo caso omiso y las apartó, incapaz de continuar—. ¿Qué te pasa?
—Lo siento, Kay. No puedo —dijo mientras recogía el sujetador para cubrirla—. No estoy de ánimo —mintió. Era la tercera vez en el día que mentía sobre aquél tema.
«No puedo dejar de pensar en Becca» admitió para sí mismo.
🤍🏀🤍
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