Capítulo 1
La mirada de Keily no se desvió de la ranura que había en el techo de la habitación. Parpadeó varias veces para no derramar más lágrimas. Sabía que necesitaba una ducha, pero le daba miedo lo que pudiese ver reflejado en el espejo.
Lágrimas traicioneras escaparon de sus ojos. Estos les ardían, la garganta le dolía y la cabeza le iba a explotar en cualquier momento. Escuchó varios toques en la puerta, pero los ignoró porque no quería salir de la autocompasión en la que se había sumergido.
—¡Necesito hablar contigo, Keily! —gritó su amiga del otro lado de la puerta, quien trataba de sacarla de la habitación.
—Primero tomaré una ducha. —Intentó vociferar, pero la voz le salió como un pitido.
Marian resopló con cansancio, después respondió:
—Te hice algo para cenar.
—Estaré ahí en unos minutos.
Keily se dirigió al baño tambaleante, ya que no tenía fuerzas por la falta de alimentos. Su reflejo en el espejo se burlaba de ella, no reconocía a esa chica de orbes opacos y el pelo hecho un lío. Hacía una minuciosa observación a la persona que la observaba con tristeza: bolsas debajo de los ojos, extrema delgadez. Demacrada era la palabra que la definía.
Desvió la mirada cuando tuvo que aceptar que todo había cambiado a raíz de la repentina muerte de su madre. Su ancla, lo único que la sostenía a tierra. Un suspiro largo escapó de sus labios y decidió ducharse de una buena vez. El agua le caía por todo el cuerpo mientras su mente repetía «¿por qué?».
Su madre nunca dio indicios de esa enfermedad hasta que en un día se sintió débil y ya era demasiado tarde. Una punzada de dolor caló sus huesos, haciéndola jadear. Nuevas lágrimas se confundían con el agua que seguía cayendo sobre ella.
Salió del baño y se vistió con ropa ligera, estaba decidida a hacer frente a la realidad y a su amiga Marian.
Keily se dirigió a la sala y la vio sentada en una de las sillas de la mesa del comedor. Sonrió tímida cuando se acercó despacio. El olor a huevos con tocino inundó su olfato y el estómago le reaccionó a los segundos. Pese a eso, agarró un pedazo de pan y empezó a comer con lentitud.
—Estuve hablando con tu tía —empezó a hablar Marian y Keily posó la vista sobre ella—. Al parecer te irás a vivir con tu papá.
Dejó de comer, el asombro sobrepasó el hambre que sentía. El hombre que la engendró estaba casado, tenía tres hijos, una posición económica favorable y vivía en un pequeño pueblo lejos de ahí. Casi no lo recordaba, no había socializado mucho con él y creía que aún era una niña la última vez que lo vio. Lo que sí tenía claro era que su madre siempre trataba de cubrir, con excusas baratas, el porqué de la ausencia en su vida.
—¿Me estás escuchando? —preguntó Marian, quien movía las manos en su cara para llamar la atención.
—Eso no pasará, no le intereso a ese señor...
—Keily —su amiga la interrumpió—. Eres menor de edad aún y, ya que Escarlett no está, él tendrá tu custodia.
—Mi tía Liz... —susurró, aunque sabía que ella no querría hacerse cargo.
—Ella fue quien lo contactó, Kei. Me dijo que te llevará al aeropuerto y él te recogerá.
Marian vio dolor en su mirada. Pudo entender lo que Keily estaba sintiendo, pues eran muy unidas. Se acercó a ella para fundirla en un abrazo.
—Lo siento, Kei, te voy a extrañar mucho —dijo entre sollozos. Ella le correspondió el abrazo y ambas lamentaron la inminente separación que se aproximaba.
—Veo que saliste de esa cama. Ya era hora.
Keily giró el rostro para encarar a su tía Liz que la miraba con lástima.
—No quiero quedarme con ese señor, tía. Por favor, no permitas que me lleve —le rogó al tiempo que agarró su blusa y hacía puños en ella con desespero.
—Es tu padre, cariño —alegó mientras le acariciaba el pelo con dulzura.
—No lo es, ni siquiera lo recuerdo —afirmó Keily y se alejó de ella.
—Sé cómo te sientes, cielo, pero hablé con Jack y él en realidad quiere verte. Está dispuesto a enmendar su error y busca tener una buena relación contigo.
La tía reflejaba una tristeza profunda, sus ojos estaban opacos y no lograba sonreír como antes. Keily entendió que ella se hacía la fuerte. Sabía cómo le había afectado la muerte de su hermana y quería alejarse de todo lo que se la recordaba. Incluyéndola.
—Marian, ayuda a Keily a empacar sus cosas. Mañana temprano iremos al aeropuerto —sentenció antes de marcharse.
Keily respiró profundo, pues no tenía caso que protestara. «Tengo diecisiete años, pronto será mayor de edad y haré mi vida después de eso», pensó.
Las dos chicas decidieron limpiar la pequeña habitación y organizaron la maleta en un silencio solemne, justo como lo ameritaba el momento.
Lejos de allí, el señor Jack Brown miraba a su esposa pasearse por la habitación que compartían. Ella estaba roja por la rabia contenida y la impotencia que le provocaba la situación que él le había planteado minutos antes. Su pelo, lacio y negro hasta los hombros, era llevado hacia atrás una y otra vez. Un gesto que denotaba la molestia que sentía.
—¡No la quiero aquí, Jack! Tu bastarda no cabe en mi casa —escupió sin ningún remordimiento por sus palabras.
—Es mi hija, no hables así de ella.
—Es la prueba de tu infidelidad —refutó con ironía.
—¿Infidelidad? —Jack inquirió, acto seguido se acercó a su esposa deprisa—. Te recuerdo que me estabas pidiendo el divorcio cuando estuve con Escarlett.
—Pero rápido que fuiste a revolcarte con ella, ¿no?
Jack suspiró para calmarse y trató de buscar las palabras correctas para que su esposa entrara en razón.
—Es mi hija, perdió a su madre y debo velar por ella. Aprovecharé este momento para compensar todo el tiempo perdido.
Fueron sus últimas palabras y luego se retiró, dejando de lado a su esposa que maldecía por lo bajo.
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