Capítulo 1
Años atrás
Vivir, para algunas personas se asemeja a estar en una cárcel. La variedad de carceleros es extensa, miedo, celos, odios, fobias, vicios, pobreza y su contraparte, la riqueza. En los dos últimos estaba mi carcelero, Alfred Vass, quien no superado ser hijo de un peón.
Se casó con la heredera del rancho Neville, obtuvo prestigio, poder y dinero, nada es suficiente. El gran Alfred Vass, el hacendado más importante de todo el sur del país, sigue sin poder superar su pasado. Detrás del hombre exitoso y hacendado, se oculta un anciano cargado de complejos.
Con cierta predilección insana para querer destruirme. Es lo que él desea, desconozco los motivos, lo único que tengo claro es que mi resistencia es más grande que la suya.
Los veintidos años de mi vida los he pasado en una cárcel, rodeada de animales y naturaleza. Un sueño para muchas personas, una pesadilla para mí. La vista todas las mañanas sería maravillosa si no existiera Alfred Vass en mi vida.
Si el diablo tuviera cuerpo humano se parecería a Alfred Vass, mi padre.
—Algún día Delilah —susurro acariciando el lomo de mi yegua y contemplando la noche cubierta de estrellas —seremos tan felices, que no sabremos si soñamos o estamos despiertas.
Mi compañera resopla alzando el lomo y moviendo su cabeza, un comportamiento que podría verse como una respuesta de su parte. No es así, nada me gustaría más que lograr una interacción más profunda con mi compañera.
—¿Qué sucede cielo?
Agudizo mis ojos buscando algo a mi alrededor, más allá de la oscura noche y el viento frío. El viento trae pequeños indicios de una discusión. La voz acalorada de mi padre opaca el llanto incontrolable de mi hermano.
—Fue un error, un error...
—¿Quieres dejar de llorar? ¿De qué error me hablas?
Me deslizo con cuidado de su lomo y la ato al árbol más cercano. Me abro campo entre la gran capa de bayas silvestres buscando el sitio exacto. Los encuentros cerca de las caballerizas, el porte erguido de mi padre, contrasta con los hombros caídos y el incontrolable temblor de mi hermano, Ludov.
—Está muerta. —su voz se rompe en mitad de la frase —fue un error.
Pasa ambas manos por su cabeza y tira de su cabello con fuerza. La parte racional me pide dar media vuelta y alejarme de esos dos. Mi lado rebelde, que rara vez me abandona y suele meterme en problemas, me impide hacerlo.
—Fue un error —repite. —me dejé llevar por los celos. Ella... le dije que no fuera más a ese club.
—¿De qué mierdas me estás hablando?
La pregunta de mi padre es en un grito que rompe el silencio e inquieta a los caballos detrás de ellos. Ludov guarda silencio, tiembla con violencia repitiendo el nombre de su prometida una y otra vez.
— Tenías razón... debí alejarme cuando me lo advertiste.
Ana Lucia Edevane, la chica que conoció un club y con la que insistió en comprometerse pese a las reprimendas de mi padre para que no lo hiciera.
—¿Qué hiciste Patrick?
Me sorprende la tranquilidad de Alfred, algo poco común en alguien incapaz de mantener el control de su furia. Vigilo a mi alrededor y todo luce tranquilo, no hay nadie a los alrededores, lo que es poco usual.
Sacudo mis ideas conspirativas y regreso la atención a los dos idiotas que tengo ante mí. Es posible que le creyera a su ídolo la historia estúpida, que Ana le era infiel y le terminara. No sin antes golpearla, como digno hijo de quien era.
¡Imbéciles, todos!
—La asesiné. —responde con violencia sosteniendo la mirada de su interlocutor —¡Esta muerta! —grita perdiendo el control y lanzándose al suelo.
Sus manos se aferran con fuerza al césped, cubre su rostro entre sus brazos y tiembla sin control. En un acto, inusual papá se arrodilla ante él y apoya sus manos en sus hombros.
—Asesiné a Ana Lucia, papá.
Detallo la ropa de mi hermano, una mezcla de verde, barro y sangre cubren su vaquero y camisa. Ludov, tiene las marcas de su atrocidad en su ropa, cuello y manos.
—Ana Lucía está muerta...
Un intenso mareo me obliga a aferrarme a lo primero que encuentro. Poco y nada me importa, las espinas de las ramas de las bayas que se incrustan en la palma de mano.
—¿Dónde fue?
No me sorprende el tono frío en que lanza la pregunta, ni la manera paciente en que escucha los detalles de la bestialidad hecha por mi hermano. En mi cabeza va y viene la imagen de la novia de mi hermano, una chica de hermosa sonrisa, cargada de sueños con quien compartí pocas veces.
—¿Alguien te vio con ella? —mi hermano niega alzando la cabeza —¿Seguro? ¿Qué hay del auto?
—Tomé el que me dijiste. —señala a un costado antes de seguir —Nadie lo conoce. —papá afirma esbozando una sonrisa, mientras yo busco entender lo que estoy viendo.
Sigo el rumbo de la mirada de los dos y me topo con un auto desconocido. En color negro, sin placas y usado. La sonrisa en los labios de mi padre regresa y las sospechas en mi interior aumentan. ¿Lo planeó? ¿Es posible que la necesidad de tener el control lo llevara a estos extremos?
—Llévame al sitio —le pide golpeando sus hombros —hay que llevarla a otro lugar. Era una ramera, es la manera en que suelen morir.
Por varios minutos permanezco en pie contemplando a la nada, entendiendo el peligro que resulta vivir en este lugar. Acabo de descubrir que mi padre no tiene límites y que la próxima en morir podría ser yo.
¿Cuántas veces no me ha llamado ramera? Las mismas veces que señaló a mi madre como una. Solía decir que lo mejor que le sucedió fue quedar viudo, mi madre murió al darme a luz.
El relincho de Delilah, me saca de mi letargo y regreso sobre mis pies. De momento y hasta no saber con exactitud lo que ha sucedido, lo mejor es que se entere de que los he escuchado.
*****
Para alivio de mi atormentada alma, mi padre y hermano no lograron deshacerse del cadáver de Ana Lucia. Que, por cierto, no había muerto, aunque sí estaba bastante malherida. Un foráneo la encontró malherida al borde de la carretera, la llevó al hospital, buscó a su familia y fue a la policía.
Gracias a su intervención y la divina, Ana pudo contar su historia y las autoridades apresar a mi hermano. Ludov no pudo explicar la sangre en su cuerpo ni su presencia en la escena. Ambos (papá y Ludov) aseguraban que fueron a auxiliarla.
Sé que no es así, pero no he tenido la oportunidad de hablar con las autoridades. Mi padre se ha encargado de mantenerme al margen del asunto, alegando. La nana sospecha que es el temor a que yo hable del maltrato o que las autoridades lo descubran.
Ya nada me importa, desde que vi a mi hermano ser destruido por mi padre, supe cuál sería mi destino. Estaba en mí aceptarlo o no. Mi descenso por las escaleras viene acompañado de los alaridos de mi padre.
—Quiero que busques a Patrick Giles Curtis, necesito hablarle. —se escucha decir y detengo mis pasos en mitad de los escalones —no me digas que es incorruptible, Dans, que ese tipo de seres no existen. ¡Todos tienen un precio! Tu deber es encontrar el de ese muerto de hambre.
Patrick Giles, ese era el nombre del héroe que salvo a Ana Lucia ¿Existirá uno para mí? Sonrío de solo imaginarlo y sacudo la cabeza. Desecho mis pensamientos estúpidos y me centro en lo que importa.
Escapar de este lugar y cuanto antes.
*****
—No me interesa hablar con Alfred Vass —digo por enésima vez —lo que tenía que decir, ya lo hablé a las autoridades.
Su nombre era Dans y era según recuerdo el abogado del miserable de Ludov Vass. Su padre había enviado un número indeterminado de mensajes con diversas personas, solicitando una audiencia conmigo. No han sido directos, pero supongo que tiene que ver con mi declaración sobre lo visto esa noche.
Un desvío de camino para llegar a tiempo a una reunión, se ha convertido en una pesadilla. En un juego extraño del destino, acabé auxiliando a una mujer malherida en mitad de la nada. Con la poca ropa que le cubría, hechos jirones, arrodillada y los brazos extendidos en el aire como pidiendo clemencia.
En mis veintisiete años, una imagen no me ha dado tanto miedo y odio a la vez. Miedo por qué ella pudiera morir y odio hacia el desecho humano que fue capaz de un acto tan atroz.
—Un par de minutos, es todo lo que necesita el señor Vass...
—No estoy interesado —le interrumpo rodeándolo e ignorando los ojos de todo el salón del hotel puesto en mí —Alfred Vass es el tipo de individuo al que no se le debería reproducirse, él y toda su descendencia no deberían existir.
El murmullo aumenta con lo expresado y quizás me estoy excediendo. Me basta con recordar el cuerpo cubierto de sangre de la chica para reafirmar que no es así.
Mi viaje hasta el sitio en que se encuentra la vieja camioneta de mi padre es a pasos rápidos y sin mirar en ninguna dirección. En otras circunstancias estaría feliz de visitar el pueblo y sus alrededores. Incluso el rancho Nevill, propiedad de ese infeliz, me resultaría atractivo.
Suelto el aire de mis pulmones, una vez he logrado ingresar al volante y veo por última vez las calles del pueblo. Ana Lucia Edevane, hija de padres creyentes, una hermana amorosa, tía devota y amiga fiel. No había nadie que no hablara de lo virtuosa que era.
Su mayor pecado fue pagarse sus estudios trabajando en uno de los cinco bares de la zona. Sus padres aseguran que no vendía su cuerpo, su labor no era otro que bailar en la pista. Una explicación que estaba de más, pero que fue sustentada por sus compañeras de trabajo.
—Señor Giles —la voz rasposa del abogado me hace lanzar una maldición y dos golpes en la ventanilla, buscar el origen.
El abogado de los Vass, no está solo, lo acompañan dos hombres más, uno de ellos, lo reconozco como el hombre que acompañaba a Ludov aquella noche. Su padre, el que supuestamente acudió al rescate de la chica.
—Es usted un hombre difícil de encontrar, señor Giles —su boca fuerza una sonrisa, pero sus ojos lo traicionan —me encantaría tener una plática con usted. Tenemos cosas en común...
—Lo dudo —le interrumpo ingresando la llave en la camioneta —no tengo por costumbre apoyar un ataque, dañar a mujeres y mucho menos usar mi poder para tergiversar la ley.
La sonrisa en sus labios muere y nace en la mía. He tenido tiempo disponible para averiguar sobre él. Es dueño del mejor rancho ganadero de la zona, sus tierras rodean casi todo el poblado, siendo este la mejor fuente de empleo de la zona. No hay nadie que no desee trabajar en el rancho Nevill y él se ha aprovechado de esto, para restarle importancia al ataque ejecutado por su hijo.
—Tenga cuidado con esas palabras, señor, Giles —advierte y sus ojos adquieren un brillo peligroso —Malcolm Mallory, puede recibir una querella sobre lo poco profesional que es su capataz.
Sin responderle, pero divertido por la poca o nula información que tiene sobre mí, me despido inclinando la cabeza y pisando el acelerador.
¿Quién diría que llevar el apellido del bastardo que me engendró acabaría por serme útil?
Mi padre fue un imbécil, que abandonó a mi madre para irse con una mujer más joven. Cinco meses después de su cobardía, envío a casa un documento solicitando el divorcio y le ordenaba desocupar la casa. Contaba en ese tiempo con diez años, demasiado joven para entender el dolor que producía en mi madre ambos actos.
Alice Curtis, mi madre, veterinaria de profesión y amante de la vida de campo. Encontró trabajo al otro lado del país, gracias a una amiga de juventud. Gracias a ella y a una yegua en labores de parto, conocería a Malcolm Mallory, un hombre viudo, con una niña de dos años bastante intensa.
Me costó adaptarme a la vida de campo, pero lo logré gracias a Malcolm Mallory. Dieciocho meses después de ese encuentro, él se convertiría en el segundo esposo de mi madre y la pequeña Magdalena en mi hermana. Lo que en un comienzo fue una relación de amor y odio, entre ella y yo, se convirtió en un amor infinito, que se mantiene hasta estos días.
Hoy día, doy la vida por mi hermana y mis padres. Si de algo estoy seguro es que Malcolm Mallory es mi padre, un título que se ha ganado con amor. En cuanto al hombre que me dio la vida, se casó y tuvo un hijo. Ha agotado recursos para que vaya a su rancho, visite su hogar y conozca a mí medio hermano.
Por el momento, no estoy interesado y dudo que algún día lo esté. No es que odie a su nueva esposa, su hogar o hijo, simplemente no tengo nada que buscar en mi pasado.
Mi sonrisa se esfuma, al pasar por el sitio en que la encontré. Varios lugareños han puesto arreglos florales en el sitio y sirios encendidos. Lo hicieron al saber que la se debatía entre la vida y la muerte.
Tengo fe en que la justicia sabrá darle una condena ejemplar e ignorará el poder que tienen los Vass en la región. Aunque, una parte de mí me diga que es poco probable.
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