Capítulo 18

Permaneció con los brazos a ambos lados de su cuerpo esperando mi respuesta. Debía ayudarlo a entrar en casa y después continuar con el resto de mi día como si nada de eso hubiera pasado. Sin embargo, aunque lo hubiese intentado con todas mis fuerzas no lo habría logrado, ya que la culpa me carcomía.

—¿Por qué...?—apreté la mandíbula y cerré las manos en dos puños, presionando las uñas contra las palmas y obligándome a no perder la compostura. No quería derrumbarme delante de él. No quería que pensara que era débil—. ¿Por qué te preocupas por mí?

Pasaron varios segundos antes de que me contestara, pero durante ese breve espacio de tiempo se acercó todavía más. Como resultado terminé siendo plenamente consciente de los efectos de la fiebre en su cuerpo y al igual que sucedió cuando corrimos bajo la lluvia, su calor comenzó a atravesar mi ropa. 

—¿Acaso no debería hacerlo?

Su voz fue apenas un susurro, pero el efecto que surtió en mí fue casi devastador. Me mordí el interior de la mejilla y traté de separarme dando un paso hacia atrás. No llegué muy lejos, pues sus manos me rodearon las muñecas y busqué su mirada tratando de encontrar una respuesta en sus ojos. Estaba empeñada en conocer los motivos que lo llevaban a comportarse así porque después de todo, las personas que se acercaban a mí siempre lo hacían con segundas intenciones. 

—No. No deberías. 

Frunció ligeramente el ceño como si no hubiese terminado de entender muy bien lo que acababa de decirle. Había una gran lista de motivos por los cuales no debería tentar a la suerte.

—Lo siento. 

Entonces fui yo la que lo miró cómo si no estuviese entendiendo nada. La expresión que tenía en ese momento era similar a la que le vi el día que se quedó hablando con Hana. ¿Por qué tenía la sensación de que estaba molesto?

—¿Por qué lo sientes?

Dae cerró los ojos un instante y cuando habló de nuevo lo hizo con voz calmada, demostrando la seguridad que tenía en sí mismo para decir esas palabras como si fueran la cosa más banal del mundo

—Porque no voy a hacerte caso, así que deja de tratar de huir cada vez que intento acercarme a ti. 

Quizás con el objetivo de que fuera consciente de que iba completamente en serio, retrocedió lo justo para hacer descender sus manos y cubrir las mías. Como las tenía cerradas, las tomó con cuidado y deslizó sus pulgares por mis nudillos. Capté mi reflejo en la oscuridad de su iris y vi mi dolor a través de él. 

—La única forma de que las cicatrices se curen por completo es no volver a abrirlas. 

Cuando quise darme cuenta, las yemas de sus dedos habían pasado de acariciar mis nudillos a trazar el camino arqueado que mis uñas habían grabado sobre mi piel como un eterno recordatorio de lo que sucedió en el pasado. Lo miré sin decir nada, tratando de no mostrar lo afligida que me sentía por dentro y de las ganas que tenía de volver a la seguridad de mi apartamento para poder llorar a escondidas como llevaba haciendo desde que tenía memoria. Solo unos pocos sabían que todo ese cúmulo que guardaba bajo llave en mi interior llegó a su punto más álgido cuando tenía dieciséis años, pues fue entonces cuando el rumor sobre mí se extendió por todo el instituto. Mi secreto, aquel que había tratado de mantener oculto durante toda mi vida, terminó saliendo a la luz de la peor forma posible. 

—Quédate conmigo, por favor—volvió a inclinarse como lo había hecho minutos atrás y posó de nuevo su frente sobre mi hombro—, al menos hasta que me duerma. Mis pesadillas desaparecen cuando tú estás cerca. 

La fuerza que su cuerpo comenzó a ejercer contra el mío fue lo que me hizo reaccionar. Si hubiese tenido la fuerza de voluntad suficiente para no tocar a su puerta aquella tarde, nada de lo que ocurrió después habría pasado. A veces recordaba algunas de las palabras que mi madre solía decirme y entonces sentía que llevaba razón.  Para ella, mostrar tus debilidades era como jugar a la ruleta rusa. Tú te convertías en el jugador principal y el resto se limitaba a poner su dedo sobre el gatillo. Si tenías suerte, nadie las usaría en tu contra, pero si el arma caía en las manos incorrectas, habrías firmado tu sentencia de muerte desde el principio.

Todo lo que necesité para dejar de actuar como una cobarde fue que sus brazos me rodearan. Volvió a pedirme que me quedara, pero esa vez lo hizo sin palabras. 

—Está bien—dije suavemente mientras colocaba mi mano en la parte baja de su espalda—. Me iré cuando te hayas dormido. 

—Gracias.

Curvó sus dedos sobre mi hombro derecho y se aferró a mí como si la vida le fuese en ello, aunque eso no le salvó de tambalearse un par de veces antes de que cruzásemos la puerta de su casa. Cerré con cuidado y me giré por completo, fijando los ojos en el estrecho pasillo que tenía delante. La suave luz procedente del salón iluminaba la estancia, colmándola de calidez y haciéndola contrastar con las flores que decoraban las paredes. Hana tenía razón, ese detalle era lo único que diferenciaba los apartamentos.

—Hay sol en tu sonrisa. 

Lo miré de nuevo, pero sus ojos estaban cerrados y por un instante llegué a pensar que estaba delirando. 

—Los tulipanes amarillos—dijo arrastrando las palabras como si le costase pronunciarlas—. Los victorianos les dieron ese significado literal a las flores que están pintadas en mis paredes. 

—Son bonitas—apunté.  

—Es la más bonita de todas con diferencia—añadió. 

Aproveché que me cambiaba los zapatos para respirar profundamente un par de veces, aunque no me ayudó que la mano que había permanecido sobre mi hombro terminase envolviéndome la mano que tenía libre. 

—¿Quieres quedarte en tu habitación?

Negó con la cabeza y abrió un poco los ojos. Entonces se colocó mejor la manta que tenía sobre los hombros y comenzó a tirar de mí hacia el salón. Miré nuestras manos unidas como tantas otras veces. Esa vez la situación era diferente y tuve que deshacerme de cualquier tipo de pensamiento que me hiciera creer que habían segundas intenciones tras sus acciones. Dae no era como ellos. Él no quería hacerme daño.

—Aquí estaré bien. 

Un suave olor a bambú me recibió cuando llegamos al salón. Si bien la disposición y el mobiliario eran similares al mío, las paredes estaban repletas de fotografías. Justo encima del sofá había un retrato familiar en el que aparecía él con no más de cinco años sentado sobre las piernas de su abuelo. Detrás estaban sus padres. Dae sonreía mientras miraba a su abuelo, pero  ellos desprendían un aura de seriedad que me hizo pensar de nuevo en mi madre. 

—¿Has ido al médico?

—Fui el martes, pero parece que no me está haciendo efecto la medicina.

Parte de su brazo estaba descubierto porque todavía seguía sujetándome la mano. No le había dicho nada al respecto hasta ese momento, pero si no lo hacía pronto sería incapaz de irme una vez que se hubiera dormido, ya que al moverme lo despertaría.

—Voy a tomarte la fiebre. Estás ardiendo. 

Di un paso hacia atrás y lo único que logré fue moverlo en esa dirección, provocando que la manta se resbalase y dejase su pecho al descubierto.

—Dae—dije con la esperanza de que esa vez reaccionase a mis palabras—, si no me sueltas no podré ir a por el termómetro.

—Me he tomado las pastillas después de comer—dijo tras un largo silencio—, por eso estoy tan agotado.

—Da igual. Tengo que bajarte la fiebre. 

—Mmmh.

Ese sonido podía interpretarse como que estaba de acuerdo con lo que acababa de decir, pero no hizo nada más, así que tuve que colocar mi mano sobre la suya para tratar de soltarme.

—Mmmh.

Una sonrisa tiró de mis labios cuando capté esa queja en forma de murmullo. Me di la vuelta, fui hacia la cocina para coger el termómetro de la encimera y volví en un tiempo récord.

—Abre la boca—dije mientras me inclinaba hacia él. Lo hizo instantáneamente y un par de segundos después el aparato confirmó que tenía 39º de fiebre—. Voy a por unas toallas para humedecerte la frente.

Su respiración acelerada fue lo único que obtuve como respuesta. Cuando un escalofrío sacudió su cuerpo y lo hizo murmurar un par de palabras que no logré entender, me di la vuelta en dirección al armario en el que se guardaban las toallas y cogí un par de ellas. Después fui a la cocina, las empapé con agua fría y volví a su lado.

Como seguía con los ojos cerrados, supuse que se había dormido, pero cuando aparté el pelo de su frente y rocé su piel, rodeó mi brazo con fuerza.

—Tranquilo. Soy yo—comencé a decir al darme cuenta de que sus pupilas estaban dilatadas—. Voy a bajarte la fiebre.

—¿Alma?

Aunque tiró levemente de mí, terminé sentada junto a él en el estrecho sofá antes de que pudiera siquiera reaccionar. Siempre me pasaba lo mismo cuando él estaba cerca.

—Te he dicho que no me iría hasta que te durmieras y siempre cumplo mi palabra.

Procedí a ponerle la toalla sobre la frente y cuando me retiré hacia atrás para poder verle la cara, me di cuenta de que tenía el rostro bañado en lágrimas. 

—¡Dae!—exclamé sin entender lo que estaba pasando—. ¿Qué te pasa?—me sequé las manos en la camiseta que llevaba puesta y las coloqué a ambos lados de sus mejillas—. ¿Te duele algo?

Le limpié las lágrimas con cuidado y me sorprendí al ver que no emitía ningún sonido mientras las mismas seguían rodando sin parecer tener intención de detenerse. Se estaba reprimiendo. 

—Te sentirás mejor si lo dejas salir—susurré a escasos centímetros de él.

¿En qué momento me había acercado tanto?

De nuevo, volvió a sorprenderme cuando se inclinó hacia delante y se apretó contra mí, hundiendo su cara en el hueco de mi cuello. La toalla se cayó al suelo, pero en ese momento no me importó. Acaricié su espalda desnuda y ese gesto bastó para que finalmente se liberase de la carga que sentía sobre él y que lo estaba asfixiando. 

—Estoy aquí contigo. Todo saldrá bien.

Puede que eso no fuera lo que quería escuchar. En realidad no sabía por qué estaba llorando. Sin embargo, lo que hice con él fue lo que siempre quise que hicieran conmigo.

Poco después, su cuerpo se relajó por completo y lo recosté teniendo la tranquilidad de que estaba completamente dormido. Me levanté para ponerle una toalla nueva y cuando lo hice miré el pasillo con la intención de irme. Le había dicho que siempre cumplía mis promesas, pero esa tarde volví a casa más tarde de lo que inicialmente había previsto.

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