Capítulo 6


Se encontraban en apartamento de Manjirō. Él había sugerido continuar aquella conversación en su hogar, luego de poner a descansar a Midori en su cama. Mirai accedió rápidamente porque comprendía el estado de shock en el que se podía encontrar el Sano. No le importaba llegar un poco tarde al trabajo, no si eso podía ayudar o apoyar a Mikey.

Lo primero que hizo el pelinegro fue tomar a su hija entre sus manos y cargarla hasta la puerta de su departamento, en dónde no tuvo más remedio que pedirle a la castaña que rebuscara en sus bolsillos las llaves. Le sacó una risita verla temblar y palidecer en el lugar cuando hizo semejante solicitud, pero Mirai se había tragado sus miedos y con sus pequeñas manos cumplió el cometido y le permitió la entrada.

Luego se dirigió a su habitación —no sin antes decirle a la fémina que pasara y se sintiera como en casa— y depositó a la pequeña Midori sobre su cama. Volvió a tomarse la libertad de examinarla mientras acomodaba sus cabellos despeinados. Una tormenta de sentimientos se desató en su interior.

Ya por último, con un gran y extraño dolor en el pecho caminó hacia la sala, lugar donde se encontraba la Hoshizora de pie, dando vueltas con sus pies sobre su propio eje, como una niña. Durante dos minutos Manjirō se mantuvo en el lugar, mirándola, hasta se arrecostó a una pared pues la menor no notaba su prescencia y era muy gracioso verla así.

Otra vez se le escaparon par de risas cuando Mirai detuvo sus vueltas para llevar una mano a su cabeza y balancearse en el lugar por el mareo. Sus carcajadas lo descubrieron.

—No te burles de mí, Jiro-kun —farfulló la mujer, haciendo un puchero. Cuando observó al pelinegro acercarse intentó ir en su misma dirección, pero el oportuno mareo provocado por su infantil actitud la llevó a perder el equilibrio, tanto, que se enredó con sus propios pies y casi cae al piso.

Afortunadamente el pecho de Manjirō impidió aquello. El chico la sostuvo de la cintura rápidamente cuando sintió que todo el peso del cuerpo de Mirai chocaba contra sí, siempre había tenido buenos reflejos; él sabía que aquello era producto de las dichosas vueltas que había dado la castaña.

—Sé que lo he dicho antes, pero es que eres muy torpe, MiMi —comentó, entre risas, nuevamente. Mira que llevaba tiempo sin poder soportarla y lo jodidamente divertido que era estar con ella.

La aludida alzó su vista, encontrando aquellos oscuros orbes sobre ella; vislumbrando aquella atractiva sonrisa tan cerca; inhalando ese exquisito aroma. Parecía increíble que alguien como Manjirō viviera en ese basurero. Su rostro se enrojeció por completo, y por puro instinto se impulsó del pecho de Mikey para retroceder bruscamente. No salió bien, volvió a tropezarse con sus propios pies y terminó sentada en el suelo, contra una pared.

—Ay, que dolor —se quejó por lo bajo la fémina, sobándose el tracero. Tenía que aprender a controlar los nervios con Manjirō o algún día moriría por alguna pendejez que ella misma haría.

Las esplendorosas risas de Manjirō volvieron a sonrojarla. Si hacer el ridículo delante de la persona que te gusta tuviera un premio, por favor dénselo a Mirai Hoshizora.

—¿Estás bien? —inquirió el varón, estirando su mano hacia la chica. Sus carcajadas no se habían apasiguado, pero trataba de controlarlas mejor.

—Perfectamente —murmuró ella, empujando su labio inferior hacia afuera. Tomó la mano de Manjirō y dejó que el impulso de él la ayudara a ponerse en pie.

—Si tú lo dices —añadió, sarcástico, sin borrar su sonrisa.

—¡Estoy perfectamente! —exclamó Mirai, moviendo sus manos como un pájaro en pleno vuelo, con los ojos cerrados con fuerza y un sonrojo adornando su cara.

Manjirō sonrió de medio lado y comenzó a caminar con dirección hacia uno de los sillones de la sala, dejó todo su peso caer sobre este. Mientras esperaba que Mirai se colocara cerca, apoyó un codo sobre el posamanos y se llevó la palma de su mano a su frente. Un suspiro se escapó de sus labios.

Mirai transformó su expresión a una completamente seria cuando sintió como había cambiado el ambiente de la nada; sabía que el momento de hablar había llegado. Sus pasos la llevaron hacia el sofá que se encontraba casi que al frente de aquel sillón. Iba tan distraída mirando al pelinegro que no se percató de que sobre los cojines había un pato de hule que chilló cuando se sentó sobre él. Se le abrieron los ojos de par en par y maldijo por lo bajo, por lo menos aquello había servido para sacarle otra risa a Manjirō. Sacó el juguete de debajo de sí y lo colocó a un lado.

—Jiro-kun... —llamó la chica, al ver cómo el mencionado no sacaba sus orbes de ella, tenía una media sonrisa dibujada, pero parecía perdido mirando al vacío.

—No lo entiendo, MiMi —confesó, revolviéndose los cabellos frustrado—. ¿Quién pudo hacerle eso?

—Pudo haber sigo cualquiera. Pero a juzgar por la cantidad y que algunas heridas ya cicatrizaron, lo más lógico es pensar que fue alguien cercano —explicó, revolviéndose en el lugar. A veces sus ojos daban un repaso rápido por todo el departamento, seguía impresionada por lo desordenado que estaba. Pero finalmente sus plateados orbes terminaban chocando con la mirada de su compañero—. No lo sabría con exactitud, soy médico, no detective. Tendrás que preguntarle a ella. Aunque tampoco recomiendo eso. Los niños son muy sensibles, y cuando se sienten forzados u atacados podrían cerrarse y nunca abrirse. Mi consejo es que esperes a que ella te cuente voluntariamente en vez de buscar respuestas.

—¿Podrá contarme algún día? —preguntó, con tono apagado. Forzaba una ligera sonrisa, se obligaba a mostrarla.

—Hay quienes nunca pueden, prefieren enterrar esos recuerdos para poder seguir adelante. Hay otros que nunca lo superan y viven con temor a que la persona que les infligió el daño regrese para hacer cosas peores —sinceró, con sus platinados orbes reluciendo con un atisbo de tristeza. Mirai siempre había sido una mujer muy empática, tanto que podía llegar a sentir las emociones de otras personas como suyas propias, tal vez por eso sabía que la sonrisa que le dedicaba ese hombre no era más que una vil mentira para ocultar lo jodido que se sentía, porque no quería preocuparla, porque no quería aceptar que todo se le salía de las manos. Apretó la tela de su vestido y alzó su vista con una sonrisa, completamente decidida. La abrumó la potente mirada de Manjirō y la intencidad con la que esos ojos negros la vislumbraban, mas no vaciló—. Pero también están esos escasos casos que son capaces de abrirse y superarlo, de volver a confiar en las personas.

Mikey suspiró, obligándose nuevamente a poner una sonrisa. Era una esperanza muy vaga a la que aferrarse, mas no tenía de otra. Era eso o nada. En realidad se moría de ganas por despertar a Midori y saber quién le había hecho aquello, pero sabía que debía controlarse. Tomar decisiones con la cabeza caliente era lo suyo, por eso se había ido de casa con solo diecisiete años únicamente porque su padre lo reprendió por llegar tarde a una cena, pero su hija no tenía la culpa de aquello. Si la forma creía la correcta podría resultar hiriendo a Midori no le quedaba más remedio que cambiarla.

Apoyó sus codos sobre sus muslos, se inclinó hacia adelante y colocó sus puños contra su frente. Su cabello caía a sus lados debido a su posición.

—Jiro-kun... —llamó la castaña, ganándose la atención del aludido. De improviso tomó las manos de Manjirō entre las suyas y las separó del rostro del chico para bajarlas, sin separarlas; fue tan veloz que dejó estupefacto a su acompañante. En algún momento se había puesto en pie, había ido desde el sofá hasta allí, justo al frente, arrodillada sobre el suelo; tan cerca de él. Por alguna razón no se veía torpe ni avergonzada, se mostraba como una completa adulta. Su amplia sonrisa se había convertido en una un poco más estrecha, pero no dejaba de ser sincera—. Ri-chan es muy fuerte, tanto que no puedo creer que haya sufrido de abuso. Se adaptó con facilidad a su nueva vida, tomó confianza con mucha facilidad también. No actua asustada todo el tiempo, sonríe... —La luz del atardecer que se colaba por la ventana los bañaba con cálidos colores, y en aquel instante los orbes de Mirai brillaron más que nunca—. Por eso creo que Ri-chan será capaz de ser de ese escaso por ciento de chicos; no, estoy segura de ello. No te preocupes, todo estará bien, tu hija tiene la convicción, y ahora también tiene una familia.

—MiMi... —articuló estupefacto Manjirō, con los ojos abiertos como platos. No sabía que la combinación de dos colores tan opuestos y distintos como el plateado y el naranja dieran como resultado aquella magnífica peleta que podía apreciar frente a él, en aquellos orbes. Menos sabía que Mirai podría tener una voz tan dulce cuando quería, o que podría mostrar una expresión tan madura, o que su tacto fuera tan tranquilizador. Jamás hubiera podido imaginar que esa revoltosa mujer, esa inocente muchacha, esa torpe jóven, puediera llegar a comprender tan bien sus sentimientos, incluso más que él mismo.

—Ahora solo tienes que apoyarla, que ella sepa que estás ahí incondicionalmente —dijo, ignorando la forma tan suave y dócil que había empleado Manjirō para susurrar aquel gracioso y cariñoso apodo que le había puesto. Simplemente apretó su agarre sobre las manos de Mikey—. Si haces eso, estoy segura de que eventualmente Ri-chan te contará de su pasado.

—Sería lento, MiMi —comentó, apagado, otra vez forzando esa sonrisa.

—Pero seguro —refutó ella, tratando de consolarlo.

Manjirō la miró, aquella novedosa convicción que lo había dejado desconcertado, pero de una forma positiva; aquella hermosa sonrisa que se le ofrecía; aquel cálido tacto de sus manos, sus temperaturas corporales eran tan opuestas, su piel era tan fría, le daba miedo haber enfriado la de Mirai. Después de verla, Manjirō dejó de fingir, y sin preguntar o decir nada al respecto, simplemente colocó su frente contra el hombro de Mirai, aún con sus manos tomadas, sin variar la posición. Ella no se había movido tampoco, dando a entender que estaba bien por su parte.

—Yo... —murmuró, aún contra el hombro de Mirai—. Quiero cambiar.

Lo más sincero que había dicho en años era aquello. La frase logró impactar a Mirai.

Manjirō quería cambiar por el bien de su hija, quería convertirse en alguien capaz de merecerla, en alguien que la hiciera olvidar su tristeza. Había descubierto que el simple hecho de pensar en que alguien le hubiera hecho daño a esa criatura lo torturaba. Él no quería ser solo otra razón de sufrimiento para la pequeña, quería ser la alegría de su vida, el momento en que comenzó a ser feliz.

Se odiaba a sí mismo en ese momento. Odiaba todo lo que ser Sano Manjirō había representado toda su vida, odiaba todas las decisiones que había tomado, odiaba su personalidad. Simplemente su orgullo no le había permitido ver la realidad, simplemente no quería aceptar que había renunciado a más de lo que había salido a buscar, simplemente se negaba a darle la razón a Emma.

Esas cuatro paredes lo destrozaban, regresar a aquel departamento durante siete largos años solo le recordaban que se había equivocado en cada paso que había dado. La soledad era su única acompañante cuando ya no estaba en el lecho de una mujer, el silencio era desgarrador cuando no escuchaba la ferviente música de una fiesta. Se emborrachaba porque así todo daba vueltas y no tenía tiempo de pensar en nada, se acostaba con cualquiera porque así podía olvidar que estaba completamente solo.

Durante siete largos años esas cuatro paredes solo habían sido una casa, pero ni un solo segundo fueron un hogar.

—Entoneces cambia —contestó Mirai, acariciando el cabello negro como el azabache de Manjirō luego de soltar una de sus manos—. No tienes que quedarte como eres si no quieres. Sé quién quieras ser y que nada te detenga. El cambio es parte de la vida, es parte de evolucionar. Jiro-kun, tu definitivamente eres un buen padre, y sé que te convertirás en una mejor persona por ello, por el amor que le tienes a tu hija.

Manjirō sonrió al escuchar aquello, no se movió. Durante los próximos minutos se quedó allí, mientras Mirai seguía peinado sus cabellos con delicadeza, como una madre con su hijo cuando este se sentía triste, como un dueño con su mascota cuando esta se encontraba sola, como una mejor amiga aconsejando a alguien perdido. ¿Cómo podía alguien a quien no consideraba nada en su vida estar presente en el momento más importante de ella?

Si quería cambiar, lo primero que debía hacer Mikey era apreciar más a Mirai y tratarla como se merecía.

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Palabras del autor:

Primero que nada, les debo una disculpa.

Para quienes leyeron mi anuncio ayer diciendo que anularía esta Historia, de verdad lo siento. No estaba bien, pasé por mi mayor crisis desde que tengo Wattpad, inclusive pensé en dejar de escribir, ya hasta había hecho un anuncio de despedida. Fue horrible, de verdad pensé que no servía para esto.

No quiero entrar en detalles para no aburrir, pero ya estoy mejor.

Ayer hice un capítulo asqueroso de Home y me frustré horrible porque se veía súper forzado. Pero si algo no me gusta solo debo rehacerlo, no todo me va a quedar bien a la primera. Así que aquí les traigo, espero que les guste uwu

¿Qué piensan de Manjirō? El nene está dejando de ser tan pendejo poco a poco :D

Recuerden seguirme en mi Twitter: Mio_Uzumaki, donde estaré publicando cositas de mis historias, adelantos, dibujos, etc.

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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