fin

Sin ninguna caer en cuenta, el mes acabó. Treinta días donde Danielle se la pasaba enamorándose cada vez más de Haerin. Se habían conocido realmente, y ya no era una atracción superficial.

Nunca se habían dado más que picos en el día a día. Solo en las fiestas, dejaban evidencia el deseo que sentían. Y Danielle, aunque agradecía aquello, necesitaba más. Mucho más.

Quería besarla en la escuela, cuando iban al cine, frente a sus amigas, frente al mundo completo.

En especial, frente Jiung, ese maldito tarado que no dejaba a su chica rosita en paz.

Quería besarla y pedirle ser novias. Las chicas le advirtieron que sería demasiado pronto, y ella lo creyó en su momento, pero cuando, en una noche de mucho alcohol, Haerin le confesó algo que nunca había escuchado, sintió que estaría bien.

Porque a Haerin se le había contagiado la lésbica intensidad de Danielle.

—Dijiste... dijiste que me conquistarías —había dicho sobre sus labios—. Pero ya lo lograste, Danielle. Realmente me gustas.

Le gustaba. Le g-u-s-t-a-b-a. ¡Por todos los cielos, había cumplido su objetivo y ni siquiera ella entendía cómo!

Esa noche la besó, pero muy distinto a sus besos de fiesta. La besó con cariño, se acurrucaron mientras Hanni les gritaba que dejaran la cursilería y movieran el culo para ir a bailar. Se tomaron de las manos y actuaron como la pareja que Danielle soñaba que fuesen.

Y, cuando Haerin estuvo en un estado de sobriedad, le había vuelto a repetir sus sentimientos, para que no tuviese dudas ni inseguridad.

Kang Haerin se volvió loca como Danielle lo estaba por ella.

Luego de eso, en la actualidad, Danielle ya tenía todo planeado para pedirle matrimonio.

Está bien, no matrimonio -aunque era lo que quería-, pero sí noviazgo. Le compró dulces rosados, evitando el chocolate y los helados; le compró un sin fin de cosas hasta quedar con un redondo cero en la tarjeta.

Daba igual. Por esa chica haría lo que fuera.

Y llegó el día.

—¿Quieres ser mi novia, chica rosita? —había dicho, sus manos sudando bajo el ramo de flores.

—No —Danielle puso cara de horror, sin saber qué hacer. Pero Haerin, pronto, estalló en carcajadas, lanzándose a sus brazos—. ¡Es broma! ¡Me encantaría, chica sexo!

Por supuesto. Haerin trabajaba de payasa cada maldito día.

Se habían besado entre emociones fuertes y lindas. Danielle acabó llorando y Haerin reía de ella, fascinada de su tonta sensibilidad.

—Algún día llevarás mi apellido, Haerin —prometió horas después.

Haerin descansaba en su regazo, la mayor rodeando su cintura y perdiéndose en el maravilloso perfume de la coreana.

—Espero que así sea, rulitos —respondió mientras trenzaba su cabello, recibiendo gustosa los suaves besos que esta dejaba en la curva de su cuello.

Cuando se conocieron, sí, Danielle fue tal vez... demasiado ella. Pero así debía de ser, ¿no? Pues al fin y al cabo, el amor duradero se nutre de mostrarse tal cual uno es.

Y sí -otra vez-, hay gente loca, como Kang Haerin, que puede enamorarse de una lunática, como Danielle Marsh, que grita "¡Hola! ¡SEXOOOO!" y se cae por las escaleras en el primer encuentro.

¿Quién es uno para juzgar, después de todo?

Fin

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