Capítulo 3:

‒         ¿Crees que te pedirá un baile? – me preguntó Silvia interrumpiendo mi lectura por novena vez.
‒         Me ha pedido que sea su pareja en la fiesta. ¿Tú qué crees? – respondí cerrando el libro y dejándolo sobre la mesita blanca que tenía a mi lado.
‒         Tienes razón. ¿Te presentará a todo el mundo? A lo mejor conoces a alguien interesante.
Suspiré, deshaciéndome por completo de la idea de una lectura tranquila en el jardín.
‒         Quedan menos de 24 horas, ya lo averiguaremos.
‒         ¿Y si no me dejan entrar?
‒         Silvia. Conoces a los Grendich.
‒         Ah, es verdad – respondió con una risa tonta.
‒         ¿Estás bien? – pregunté riéndome con ella.
‒         Últimamente no duermo bien y el sueño está empezando a afectarme – dramatizó.
‒         ¿Cuándo lo vais a contar?
‒         Estamos pensando en contárselo a Jocelyn y Patricia y organizar un té para informar a los más cercanos. Martin también quiere que demos una fiesta pero será más adelante.
‒         Aún no me lo creo – canturreé emocionada.
‒         Quién sabe, algún día serás tú la que me dé la noticia.
Estallé en carcajadas.
‒         ¿Qué? – me preguntó con tono molesto.
‒         ¿Yo? ¿Hijos?
‒         Serías una madre increíble. Ya conocerás al chico ideal.
‒         Empiezas a hablar como mi madre – me quejé poniendo los ojos en blanco.
‒         Será porque tiene razón.
‒         Voy a seguir leyendo porque no me gusta el rumbo que está tomando esta conversación.
Abrí de nuevo el libro para centrarme en la lectura. Era una novela romántica bastante predecible que mi madre me había obligado a leer con la intención de que se me pegara algo. Cuando Patricia nos avisó para ir a tomar el té a casa de Clarise, una mujer mayor que conocía desde hace tiempo, agradecí poder deshacerme del libro. El té en casa de Clarise era completamente distinto a todos los demás, en vez de hablar de las vidas ajenas, Clarise nos contaba todo tipo de aventuras que había vivido en su juventud. Me alegraba saber que no era la única mujer que buscaba algo distinto en su vida. En esta ocasión, Silvia tuvo la mala idea de comentar mi encuentro con Charles y la situación se volvió más surrealista que la novela que estaba leyendo. Por un simple intercambio de miradas y diez segundos de conversación ya estaban planificando la boda perfecta: ramilletes de lavanda, tarta de arándanos, vestido color crema con velo y cola... Simplemente con mirar a Silvia, sabía que lo había hecho a traición. Puede que fuera una chica amable y cariñosa pero no inocente. Pasábamos la mayor parte del tiempo juntas desde que se había comprometido con Martin y habíamos llegado a conocernos muy bien.
Como en cada ocasión especial, Silvia y yo nos arreglamos juntas. Primero nos ayudábamos con los corsés, la mayor desgracia para una mujer. Después de cortar nuestras respiraciones casi al completo nos pusimos los elegantes vestidos y algunas joyas. Silvia se decantó por un vestido celeste con adornos plateado en la cintura y lo combinó con un colgante y unos brazaletes. Yo me puse el vestido de mi madre y saqué unos pendientes dorados largos. Rara vez llevaba pulseras porque se enganchaban con todo pero esta ocasión lo exigía. Después de elegir nuestra indumentaria pasábamos al maquillaje: unos polvos para aclarar la piel, un poco de color en labios y mejillas y añadir intensidad a las pestañas con un pequeño cepillo. Una vez listas solo faltaban los zapatos y la capa. La casa de los Grendich no estaba lejos por lo que llegar a pie fue simple. En la entrada uno de los sirvientes nos ayudo a quitarnos las capas y se las llevó. Habían decorado la casa con adornos dorados que colgaban por todas partes. En el salón principal, diez músicos animaban el baile y varias mesas ofrecían todo tipo de delicias.
‒         Como siempre, muy pomposa – le comenté a Silvia.
‒         Yo solo puedo pensar en comer. Por dos – añadió entre risas tras un breve silencio.
‒         Tú siempre piensas en comer por dos, no le eches la culpa a la pobre criatura.
‒         Señoritas – se acercó a saludarnos Charles.
Ambas hicimos una leve reverencia cuyo movimiento de faldas habría hecho que Patricia se sintiera orgullosa.
‒         ¿Me concederías este baile? – preguntó tendiendo su mano e inclinándose levemente.
‒         Será un placer – contesté colocando mi mano sobre la suya.
Antes de incorporarse besó los nudillos y me sonrió. Desde luego era un caballero. Miré una última vez a Silvia cuyos ojos echaban chispas de la emoción. Como era de esperar no tardaría mucho en ir contándolo por ahí. Iba a ser una semana bastante insoportable en cuanto a horas del té se refiere. Seguí a Charles hasta la pista de baile y coloqué la mano libre sobre su hombro. Había tomado lecciones de baile pero realmente no las había puesto en práctica hasta ahora. Iba sola a la mayor parte de las fiestas y si bailaba era con Silvia o Martin, lo cual era más hacer un poco el tonto que bailar.
‒         Me alegra que aceptarais la invitación – me dijo con una sonrisa amable.
Ahora empezaba la parte en la que había que hablar de nada. Como en todo pomposo evento, conocer a gente era un suplicio. Había llegado a mantener conversaciones eternas sobre banalidades como la temperatura perfecta para el té. ¿Temperatura del té? ¿En serio?
‒         Como rechazar tan tentadora propuesta.
‒         Supongo que conocéis a mi prima desde hace tiempo.
‒         Ya hace bastantes años, sí. No venís mucho de visita, ¿no?
‒         La vida en Kashia es algo ajetreada. No siempre puedo sacar tiempo.
‒         ¿Vivís en la ciudad?
En Goshperd hay 7 reinos, aunque en su origen fueron 8. Cada reino está dividido en 5 grandes ciudades de las cuales, una posee el nombre del reino. Esta ciudad es en la que vive la familia real y se conoce como la capital. A pesar de que cada reino cuenta con una familia real, todas están bajo el mando del Rey Lucandor, actual rey de Kashia.
‒         Sí. Tal vez si algún día vais de visita queráis venir a saludarme.
‒         Espero tener la ocasión algún día – mentí.
La orquesta fue enganchando una canción detrás de otra y después de varias en las que Charles se había adueñado de la conversación para contarme lo maravillosa que era la casa en la que vivía y las fiestas que daban, mi dolor de cabeza fue en aumento.
‒         Disculpadme, me gustaría tomar algo.
‒         Permitidme acompañaros.
Cansada sonreí. Parecía que no me iba a librar de él ni muerta. Desde luego era mejor cuando no hablaba. Salimos de la pista de baile y Charles me ofreció un vaso de agua. Si no fuera porque sería maleducado rechazarlo para beber algo más fuerte...
‒         Gracias – le dije dando un par de sorbos.
‒         He hablado mucho sobre mí, así que decidme algo sobre vos.
La pregunta me sorprendió. Después de tanto hablar de él me extrañó que supiera escuchar.
‒         No hay mucho que contar. Nunca he salido de la ciudad.
‒         ¿Siempre habéis vivido en Helmont?
‒         Sí. Una vez fuimos a Helmer, a un día de aquí pero era muy pequeña y a penas lo recuerdo.
‒         Yo he viajado gracias a mi trabajo. Como caballero que soy he ido a algunas ciudades por orden mismísima del rey.
‒         Eso es increíble – dije con fingida emoción.
Puede que al resto de chicas las impresionara con eso pero no a mí, yo sabía que era una mentira como el Lago Siren. Martin era caballera de oro, la categoría más alta de las cinco de caballeros, y sabía que las órdenes las recibía de su superior, un comandante, no el rey. Ni si quiera el comandante recibía la orden del rey.
‒         ¿Sois caballero? ¿De qué categoría? – pregunté fingiendo curiosidad. Solo quería humillarle por gallito.
‒         Acero – dijo hinchando el pecho orgulloso.
Patético. Era la cuarta categoría: oro, plata, bronce, acero y estaño.
‒         ¿La cuarta categoría? ¿Hace cuánto que sois caballero? – pregunté desanimada.
‒         No mucho... solo un par de años – respondió algo avergonzado bajando el tono.
‒         Supongo entonces que os ordenaron caballero con diecisiete años, al igual que a mi hermano. Sin embargo, él es caballero de oro. Tan solo tiene un año más que vos. Le han ido ascendiendo a una categoría por año. Es de esperar que pronto llegue a comandante.
Charles se sonrojó y miró a su alrededor. Él solito se había buscado la ruina. Si se creía que sería otra de esas chicas tontas a las que sus hazañas le interesarían, estaba muy equivocado.
‒         Quiero presentaros a alguien – dijo cambiando de tema.
Me guió hasta la otra punta de la sala para presentarme a su madre. Desde luego era de las señoras cuya conversación no salía del clima. Vi a Silvia devorando unos bizcochos cerca y me disculpé para huir de esa horrible conversación.
‒         ¿Puedes fingir que te pones mala y nos vamos? – supliqué agotada.
‒         ¿Qué pasa? No me digas que tiene un problema de habla.
‒         Ojalá. Sería más soportable. Desde luego es el primo de Casandra. Parece que los Grendich no saben hablar de otra cosa que no sea ellos. Menos la madre de Charles, ella solo sabe hablar del tiempo.
Silvia estalló en una sonora carcajada y yo me lancé a taparle la boca para que no llamara la atención.
‒         Por favor. Se cree que soy tonta y me cuenta su vida como si exagerándola yo fuera a creer que es más emocionante.
‒         Está bieeen – respondió poniendo los ojos en blanco.
Busqué a Charles y lo encontré junto a su madre, Casandra y los señores Grendich. Perfecto, así solo tendríamos que despedirnos una vez.
‒         Muchas gracias por la invitación, debemos irnos ya – les dije.
‒         Un placer conoceros, Vanessa – se despidió la madre de Charles.
‒         Espero que hayáis disfrutado – añadió el señor Grendich.
‒         ¿Debéis marchar tan pronto? – preguntó Charles.
‒         Silvia no se encuentra en buen estado, debo acompañarla a casa – mentí.
Silvia sonrió débilmente. En otra vida podría haber sido actriz.
‒         Espero veros pronto.
Al igual que había hecho al encontrarnos, tomó mi mano y besó mis nudillo. Me incliné levemente y me despedí con una falsa sonrisa. En la entrada, el mismo sirviente nos devolvió nuestras capas y salimos al exterior. La noche había caído y varios soldados vigilaban las calles alumbradas por antorchas. El silencio acompañado por el taconeo y el crepitar de las llamas ayudó a que mi dolor de cabeza disminuyera. Nota mental, al contrario que en los libros los chicos guapos no siempre son la mejor compañía.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top