xiii. Solo nosotros

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xiii. solo nosotros

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                         Imperiosa fue la afonía ese día.

La oración pretendía ser lo más precisa posible debido a las circunstancias que acaecían. La característica predominante del Infierno era, esencialmente, el eterno bullicio que sobresalía de cada estación y bucle en ese reino sin fin. Ese día, hace tanto tiempo, fue lo más a cercano a una necrópolis de almas. Una representación de un cementerio humano si era necesario tener una referencia acertada. El mutismo se llevaba tan bien con las lúgubres del lugar que parecían uno y el mismo.

Era en el corazón de Pandemonia que se hallaba el trono del Infierno; un asiento imponente cuyo color negro resplandecía en un elegante brillo que era producto de los destellos del sol que, solía, apagarse con facilidad ante la perpetuidad del cielo nublado sobre sus cabezas. El trono era del mismo material del que fue erigido ese mundo que los demonios llamaban hogar con tanto orgullo, un metal extraño que solo se producía en lo bajo de su suelo. Semejante en apariencia al material que los humanos llamaron obsidiana.

No era el título que daba poder sobre ese mundo, era la apropiación de ese ornamento fundamental. En su mundo, la falta de una presencia en el trono insinuaba debilidad y rendición, un pensamiento inconcebible y que la experiencia de sentirlo conducía a una locura segura. Por suerte, el trono tenía un portador y los demonios, un rey.

Cuando Samael se convirtió en Lucifer, ascendió al trono con una elegancia que lo caracterizó ante la pérdida total de una rebelión fallida. Pese al resultado de su plan, ganó respeto e infundió terror. El Diablo tuvo una primera orden que perduraría hasta el final de los tiempos: «Nunca habrá silencio.» Las almas merecían ser castigadas y sus gritos, aunque no podían ser escuchados en otros mundos, serían el constante recordatorio de su propio castigo. Uno, que él aceptó junto su nuevo ser. De Samael no quedó nada, Lucifer erigió todo y ante la eterna oscuridad, el Portador de la Luz creó el sol moribundo en el cielo oscuro.

Desde ese momento, el Infierno nunca enmudeció.

Hasta que ese día, imperioso fue el silencio.

Lucifer Morningstar, imperativo como él mismo, obligó al reino arrodillarse ante ella. Le ofreció su mano, su vida y su reino con la misma velocidad que poseen los latidos de un corazón. Fue inesperado e inexplicable más la vacilación no existía cuando su rey entonaba la canción a danzar. Hubo aprensión y apatía pero ninguna voz era lo suficientemente valiente para bisbisear al respecto.

El Infierno aguardó silencio cuando Hera de Lilim subió al trono que Lucifer Morningstar compartió.

Cuando Hera nació de la oscuridad, no era nadie que fuese digna de ser recordada. Muchos de sus hermanos y hermanas tenían la certeza de que, ella extraña como ella, jamás podría salir de Lilim y, eventualmente, perecería. Donde podía sobresalir, era lenta y más de una vez, sus manos se tiñeron y sus heridas se abrieron por su propia sangre.

Aunque no había lugar para la confusión, sin embargo.

Contra todo pronóstico, el Diablo la notó y con un secreto que no debía ser contado; juro lealtad con su vida. Una unión inquebrantable de un ser con alma y otro de conjunto de sombras que tenían el deseo de ser una figura corpórea tangible.

Hera era el nombre de una diosa griega, según Lucifer. Su primer conocimiento no ligado a su destino le despertó un hambre voraz por saberlo todo; lo siguiente fue conocer que significaba ese nombre que le fue entregado por su madre a ella: Hera eran cuatro letras cuyo significado era incierto, «héroe», «guerrero», «tiempo» y «para ser elegido». Ninguna definición fue suficiente, un nombre incierto para una mente que se encontraba con preguntas sin respuestas parecía lo correcto. Un castigo adecuado.

Hera no se detuvo a pensar que su nombre fue dado como un castigo y era ironía en su máxima expresión, pues, castigar a la que sería la reina del Infierno era caos para Lilith. No obstante, hubo algo que Lilith no previó, la aceptación que trajo su nombre, dicho hecho le permitió a Hera dar un significado apropiado a su nuevo estatus.

Su homóloga fue reina de dioses y ella sería reina también. Así que Hera se volvió sinónimo de «aquella que reina». Los retazos del ser superior que seguía siendo, ese orgullo impreso, la altivez sin igual, elevaron su propia confianza personal y se convirtió en un milagro.

Había algo en ella que causaba repulsión, tal vez por eso la apatía de sus hermanos y hermanas. En una tierra de sombras, ella fue luz y la ignorancia que traía consigo esa terminación tenía como resultado el repele natural de demonios y seres divinos. Aun así, lealtad a ella debía ser dada porque a su lado, a la izquierda de ella, Lucifer yacía.

Una máscara blanquecina con líneas elegantes sobre el orificio del ojo izquierdo reposaba en la parte izquierda de su rostro, de la misma máscara, sobresalía su corona. Escondía su rostro demoníaco para el deleite de aquellos que no tenían el permiso de observarla. La capa vino tinto oscura hacía juego con el traje negro en el que se fundió y el respeto revestido en sumisión que trajo su atuendo fue contiguo. Utilizaba los colores de Lucifer con una soltura que bien podría ser los de ella.

Blasfemia era creer en milagros en una tierra de tortura, dolor y sufrimiento infinito, aun así, lo que ellos tenían lo fue. Hera cambió las sombras por el tártaro y se hizo reina de cada rincón del mundo que Lucifer puso de rodillas a sus pies. Más que una consorte o una compañera, Hera se prometió adueñarse de cada letra que poseía su título hasta que la palabra tuvo sentido porque ella la portaba.

Reina del Infierno.

El mutismo solo fue quebrantando cuando la voz de Lucifer sonó en cada rincón de ese gélido lugar, en una perfecta pronunciación que solo podía ser descrita con potente e impostada:

— ¡En alza por Hera de Lilim, Reina del Infierno!

Casi de inmediato Hera alzó el mentón, intocable y poderosa. Sus brazos descansaban a cada lado del reposabrazos y sus dedos bailotearon un poco ante el sonido voraz que contenía la orden de Lucifer. Los demonios se alzaron al instante y en una respuesta mayor, el lamento inundó el Infierno una vez más.

La reina buscó a su rey con la mirada. La curvatura visible se elevó en una sonrisa macabra que solo podía ser igualada por el rostro humano de él. La necesidad de un balance había sido apaciguada porque se encontraron y cayeron juntos:

Una pareja forjada en el Infierno.

Dos almas concebidas en el Cielo.

Dios en su trono, flaqueó.




•••




Las llamas quedaban atrás con cada paso secundado.

Era un camino de fuego que le proporcionaba la suficiente entereza en saber que, en segundos, se encontraría a sí misma en un campo minado. Como si se tratará de tambores de una guerra próxima, las puertas metálicas del elevador se abrieron en par y la tenue luz de la estancia la recibió. Hera de Lilim se enderezó, invicta; porque mantener su personaje era una necesidad imperiosa. El silencio era débil porque fue quebrado seis veces por los seis pasos que ella avanzó hacia su encuentro.

La reina alzó el mentón y enfocó su vista en el rey.

Lucifer Morningstar sintió que era ella mucho antes de atestiguar su entrada impoluta. Él, a sabiendas que Maze no fallaría, se preparó para un encuentro cuyo desenlace seguía siendo desconocido para él. Maldijo a Uriel en su mente, porque si él todavía siguiese vivo, estaría disfrutando de la zozobra que el Diablo experimentaba más trataba de ocultar bajo una fachada de seguridad infinita. Así pues, Lucifer se escudó en el papel como si se tratará de una muda de piel; no le pareció conflictivo sopesar que cuando su realidad lo demandó, él se volvió el ser qué era: Lucifer era el Diablo, no el arcángel que Chloe Decker se empeñaba tanto en creer que todavía existía.

Empujó el recuerdo de la detective hasta el fondo de su mente.

Y Hera de Lilim lo agradeció en su fuero interno. Lucifer estaba a un mundo de distancia e igual de cerca, por muy contradictorio que sonará. Sentando en una silla que era una remanencia del trono que dejó atrás, Hera logró atisbar a su compañero. El título que se estaba en sus hombros solo igualó el suyo y, ante la taciturna batalla de poder, pues ambos se elevaban desde su posición: él, sentando; ella, de pie. La temperatura de la habitación se disparó y la tensión que trajo consigo comenzó una danza en cuerda floja.

El antecedente de un desenlace que sería difícil adivinar.

Todo parecía concebido para una reunión que ambos sabían no podía ser aplazada. Lo más hilarante del escenario actual era, tal vez, que ante la premisa de su encuentro, el teatro no debía faltar y como un extraño paralelo a su ascenso como pareja; ambos utilizaban el negro y vino tinto en una sentencia formada sin palabras. Eran sus colores.

Suelas rojas tocaron el porcelanato negro.

Lucifer se acomodó en su asiento y Hera, magna, habló.

—Solicitaste mi presencia y aquí estoy, mi Lord —un reverencia leve fue realizada a su persona de la manera más hipócrita que alguien podría realizarla. Consecuencias de una rebelión que llevaba en la sangre, podríamos decir.

—Supongo que Maze fue amable.

Danzaban en un campo minado y eso había sido establecido con anterioridad; el baile era lento pero con la atención puesta a su alrededor buscando las minas que, en su escenario, eran las palabras dichas y las que no se atrevían a decir. Las miradas que conocían del otro, porque pese a la baja luz que los rodeaba, su visión era perfecta y los detalles estaban grabados en memoria a fuego. Se extendía tanto para decir que, inclusive, su lenguaje corporal, les proporcionaba una idea de las palabras a soltar.

Solo estaban esperando el momento del otro para flaquear y atacar.

— ¿Ahora te preocupa mi bienestar? —ladeó la cabeza y alzó una ceja, curiosa. El brillo de las luces de la ciudad se reflejaba en el vidrio y, en consecuencia, en los ojos claros de Hera.

A Lucifer le pareció fascinante como, pese a la distancia, podía darse cuenta de ello. Arrastró ese pensamiento hasta el fondo de su cabeza, porque no era una acción necesaria en el momento.

—Estaba listo para incendiar el Infierno por ti, por lo que te hicieron —admitió con una seguridad que Hera envidio tener. La reina se preguntó porque su contraparte estaba tan calmado ante su encuentro y por segunda vez en el récord de su existencia, sorpresivamente, no quería conocer la respuesta.

El peor escenario había sido desarrollado en su mente.

Así que solo respondió:

—Y aun así la salvaste a ella.

Apatía y repulsión fueron las dos palabras que se podían pensar ante esa oración compuesta de siete simples palabras. Algo corto y poderoso que encendió algo.

—Tú me mentiste —acusó con una tranquilidad falsa. Si podía leerse entre líneas tan bien, se podía visualizar que Lucifer más allá de un ser de control, era un ser de pretensiones. Pretender que estaba bien suponía para él estarlo. El Diablo se levantó—. Me mentiste y debería estar molesto... Estoy molesto porque confié en ti y la confianza, Hera, es delicada. Lo sabes. La rompiste.

Hera soltó una risa baja y sin gracia. Desvío la mirada y se tiño peligrosa. Dueña de secretos que solo ella conocía. La rubia elevó la mirada y estrechó los ojos. Avanzó dos pasos que Lucifer imitó.

—Yo no fui la primera que rompió algo aquí —acusó, viéndose igual de imponente y alta a su contraparte pese a la diferencia de altura física.

Lucifer alzó el mentón.

Los ojos de Hera brillaron en una gélida victoria. La reina invirtió su cuello y su mirada fue a parar al piano de cola extendida que sabía constituía una posesión apreciada de Lucifer. Entonar las teclas confirmando una melodía se volvió un bálsamo que ella compartió, aplaudió y veneró.

Una sonrisa esbozó mentalmente cuando brindó por esos recuerdos amargos.

Después, volvió su vista al frente.

Algo cambió, sin embargo. La melancolía que le produjo un recuerdo que a concepto era sencillo, le produjo una revolución interior que, si bien no tenía las palabras para describirla a la perfección, aquellos orbes azules hablaban en volúmenes que a su vez revolucionaron a su contraparte. La respiración de Lucifer quedó atorada en sus pulmones, entreabrió los labios. No la interrumpió y sus palabras tenían el mismo filo que las dagas de Maze:

—Dejaste que ella te cambiará. A ti, que eras perfecto. La falacia de que eres todavía un Arcángel se volvió una mentira que con desesperación creíste por mucho tiempo y conocerla solo aseveró ese pensamiento —el rostro de Hera se contorsionó en una tristeza profunda que era transferible porque su rostro era en extremo hablador—. ¿Te preguntas por qué te mentí? Por las mismas razones por las cuáles jamás volviste al Infierno; para olvidar que todo pasó, para, tal vez, luchar con el hecho de que desprecio lo que soy. No necesitaba otro desplante de tu parte. No lo necesito.

Entonces, la palma de la mano izquierda se abrió en el aire. La moneda pentecostal que le aseguraba un retorno a su hogar se movió en un círculo perpetuo en el aire. En la cara se leía: En el Diablo confiamos junto a una cabra de aspecto macabro. En el sello: Estrella de la Mañana, junto a la estrella de seis puntas.

—Si esto es un juicio, entonces mi derecho está en exigir que sea en casa. Contigo, sentando el trono al que perteneces porque no te confundas, Lucifer, no eres Samael —avanzó un paso y como si se tratará de una mascota, la moneda también. La distancia de metros se volvió centímetros—. Eres el Diablo y a su persona no le importan los humanos. Especialmente aquellos llamados milagros. Torturas y castigas. No eres héroe, nunca lo has sido, nunca te ha importado.

Lucifer desvío la mirada la moneda y la tomó en el aire. La apretó en su mano derecha con la suficiente fuerza para no romperla.

— ¿Es eso lo que quieres? ¿Un castigo ahora que tienes un alma para vivirlo? Conoces de muchas cosas, Hera de Lilim, pero una cosa es certera... La piel de una serpiente no se muda con tanta frecuencia —echó su cabeza hacia adelante en un movimiento tortuosamente eterno—. Luché para olvidar y cada día me encontré con la realización de que mi estancia es solo un eco de nosotros. Mis propios pensamientos, el bar y estás paredes... Oh, estás paredes... —cada palabra fue pronunciada sin quebrar el contacto visual, por su altura, Lucifer tenía que bajar la cabeza y la distancia se volvió más corta. No se tocaban, se restringieron de hacerlo pero el deseo caliente estaba ahí.

Era el juego, las confesiones no textuales, los gestos a medio acabar. Eran ellos.

—Talladas a mano develan nuestra historia, solo para mí, quizás para mi propio sufrimiento. Intenté y no olvidé, de la misma manera en la que no te desprecio pero tal vez debería... —elevó la mano para rozar su rostro con sus dedos, un gesto puro entre dos entes que destilaban pecado—... ¿Por qué siquiera fuimos reales?

El incesante pensamiento de que su padre realmente estuvo detrás de todo esto no era algo que pudiese dejar ir tan fácilmente. Le calaba hondo saber que Él podía todavía pensar que ejercía algún control sobre su carácter. En ese momento, cuando su piel tocó la mejilla de Hera, el contacto le proporcionó una calidez que añoró. Ahí, se permitió admitir para sus adentros que este encuentro era una manera de rebelión sin igual; enfrentar lo que él podría temer como una mentira y entregar su sosiego a ella solo para demostrar que él control lo tenía solamente él. No Dios, mucho menos Lilith, solo Lucifer.

El resentimiento, después de todo, era un sentimiento humano al que Lucifer nunca le tomó gusto por completo. Estaba por debajo de él, no podía ser de otra manera, porque encima de él, solo estaba Hera.

La respiración de Lucifer tocó la piel de Hera y se estremeció. En un arrebato sagaz, la reina soltó en una voz susurrante, invitándolo a pecar.

— ¿Si quiera fuimos iguales?

Lucifer bajó la vista a sus labios rojos, cuando los elevó, un nuevo lenguaje se formó. Una que solo ellos lograban entender a la perfección; una petición que ella aceptó y sus manos fueron con una lentitud horrorosa hasta el botón de la capa vino tinto. La prenda le llegaba hasta las caderas y ante la falla de mangas de cualquier tipo de su atuendo enterizo ajustado al cuerpo, sus hombros quedaron al descubierto. La capa tocó el suelo. Hera se volteó de inmediato, Lucifer apartó el cabello suelto y las cicatrices resonantes que eran prueba vivaz que en su espalda hubo un par de alas estaban ahí. Cicatrizantes, medio vistas, medio ocultadas.

En un hilo de voz, íntimo, palabras que eran pronunciadas solo para un receptor, él musitó.

—No tan diferentes a las que tuve.

Lucifer se contuvo de tocarlas.

Hera casi deseó que lo hiciera. Si lo impuro tocaba lo puro, la corrupción sería perfecta para ella.

—Y si mi respuesta resultó afirmativa tanto o más será la tuya. Somos iguales, somos reales —Hera de volteó hacia él. Atisbó algo que la hizo sentir cómo la primera vez que él la observó.

¿Era insensato pensar que esto era un punto de inflexión en su relación? El corazón, dentro de su pecho, latía con fuerza y ella, en el exterior, se veía tan calmada como Lucifer.

Pero había algo más allí.

Algo que ninguno de los dos era valientes para admitir porque honestamente, es algo terrible amar lo que se te puede arrebatar.

Cuando se trataba de ambos, una palabra resonaba a través del ruido y el silencio. Adoración. Ella lo adoraba a él: el suelo por el que caminaba, el ser que era, el título que tomó, su forma humana y eso solo podía ser igualado por él y sus sentimientos hacia ella. Añoraban la forma divina del otro pero adoraban la siniestra, querían lo pecaminoso. Lo ansiaban, tal vez incluso, lo necesitaban.

Olviden a Dios.

No le recen al Diablo.

Adórenlos a ellos; a Hera y Lucifer, a su luz y oscuridad y como danzaban tan bien mediante la promesa de un caos que solo tocaba su puerta. Por un momento, se podía llegar a conclusión de que, este era su mundo, todos los demás vivían en el.

— ¿Qué me puedes dar que pueda hacer una diferencia?* —Lucifer inquirió, bajando la vista a los labios de Hera y subiéndolos a sus ojos.

Hera sabía a qué se refería: a la mentira, a la traición, al pequeño pensamiento que en él surcaba de que ella era parte de un plan de su padre. La verdad sea dicha: Hera no tenía respuesta, pero la misma pregunta surcó en su mente y así respondió:

— ¿Qué me puedes dar tu que pueda hacer una diferencia?

Una vez más, Lucifer sabía a qué se refería: los sentimientos que él profesaba a Chloe, su necesidad de protegerla, el hecho de que la salvó sin titubeos. La verdad era su cruz y Lucifer no tenía una respuesta contundente a una pregunta que lo había dejado en el mutismo por segundos.

Es ahí donde entonces decidió actuar. El espacio que los separaba se volvió estrecho, Hera se vio obligada a alzar la cabeza, y aspiró su aroma. Alguna esencia humana que olía costosa, divina. Lucifer enderezó la espalda y bajó su cabeza solo para que sus narices se rozaran. Fue como si la gasolina conociera al fuego.

Pero no la besó.

Exactamente dos segundos después: Lucifer Morningstar se arrodilló ante Hera de Lilim.

Como si todavía quedará un rastro de inocencia en ojos que lo habían visto todo, la mirada que Hera le otorgó a Lucifer fue la perfecta descripción de ello; relampagueantes por encima de la noche y expectantes ante lo que él pudiese hacer después.

Lucifer tenía un anillo que era un símbolo de su poder. Hera desconocía si fue un objeto que le fue entregado en la Ciudad de Plata o él forjó en el Infierno, lo cierto es que era suyo. Y cuando percibió la intención, habló:

—No lo quiero —la voz le salió ahogada, su pecho subía y bajaba, pero se infló al tiempo que un fuego crecía dentro de ella. Lucifer la miró por encima de sus pestañas, todavía en su posición y Hera nunca se sintió más poderosa que en ese momento. Su mano acarició la mejilla y se sintió áspera por la barba—. Te quiero a ti... ¿Te puedes entregar a mí? Tú, el real. Mi compañero. Mi rey. Mi igual.

En su petición, Hera dejó su corazón.

Y en la respuesta, Lucifer le entregó el suyo.

Sacó el anillo de su dedo medio y tomó una de la mano izquierda de Hera. Allí donde debía reposar su brazalete, solo había piel. Desplazó el anillo hasta su dedo anular y musitó en un hilo de voz audible:

—Este regalo, aunque no es lo que más quieres, seguirá siendo nuestro juramento. Nuestra unión —besó el anillo que ahora reposaba en la mano de ella—, hasta que pueda entregarte nuestro sello y el brazalete vuelva a ti. Tómame y yo te tomaré a ti —terminó en latín.

Lucifer se levantó y acunó el rostro ajeno en sus manos.

— ¿Me quieres?

Siempre.

Mazikeen una vez le preguntó a Lucifer la razón de porque escogió a Hera. Lucifer en su momento calló, no porque no tuviese una respuesta ante la interrogativa de su demonio, porque era lo contrario, sin embargo, aunque sabía que la respuesta estaba ahí, fue incapaz de admitirla en voz alta. Se sintió como un llamado, como el único camino correcto a tomar. Entregarse a Hera no suponía una debilidad ni nada semejante, fue una opción que él quería tomar por un sentimiento que ellos solo conocían por su lado pasional. La forma más pura de la devoción y anhelo.

Fue simple, al final, Lucifer quería esto. A ella.

Que ella lo escogiera.

Y lo que el Diablo quería, el Diablo lo tenía.

Maze terminó por comprenderlo.

Y Hera también lo hacía.

Ella lo quería a él.

Al Infierno.

A su trono.

Los años separados estaban lúcidos en su mente y suponían un castigo propio. Para Hera, no verlo, no tocarlo constituyó algo con lo que tuvo que lidiar porque su papel lo demandó. Ella lo quería pero quería a todo de él y no lo obtuvo hasta que ese momento. Y lo deseó, deseó tanto sentirlo que dolió.

Y esa combinación de deseo y dolor eran sentimientos peculiares. Llegó a su punto de ebullición y ambos colisionaron en el otro. Fue veloz la manera en cómo cada célula se volvió un paralelo de la otra. Por un segundo fueron ellos dos y al otro, se volvieron uno. Terminaciones nerviosas, un sentimiento primitivo y carnal. El beso no fue lento, la manera en cómo tomaron tampoco lo fue.

No era romántico, ni tampoco suave. La ropa cayó. La recreación de cada pecado capital se fundió en ellos, se volvió imposible delinear donde terminaba uno y empezaba el otro. Era lujuria porque el deseo era desordenado e incontrolable. Era gula, porque el excesivo apetito por el otro los volvió salvaje. Se transformó en pereza porque el pensamiento físico de descuidar su mundo, para entregarse al otro era lo que querían. Sus voces se combinaron en gemidos y respiraciones unísonas. La gula se volvió avaricia, el deseo vehemente de tenerse en cuerpo y alma lo que provocaba envidia; el deseo pervertido de privarse el uno al otro para otros. Delicado y fortuito, se colisionó con el único sentimiento que podían identificar con claridad: ira, una emoción no ordenada ni controlada que expresaban a través del sonido de besos, roces y pieles que sonaban en el silencio que los rodeaba. Eso los elevó, hasta que se volvieron soberbios... El primer pecado que les dio calma a almas turbulentas como la de ellos. Cuando se volvieron uno, pudieron jurar por todo lo sagrado que no había nada superior.

Ellos eran superiores a todos.

Pero no había que olvidar que mientras más arriba se vuela, más duele la caída.











"What can you give me that will make a difference? Not to see you, not to touch again."

"When I walk away from here, everything else will fall from me like sloughed skin. You... I'll have to work to forget. This gift... although it may not what you most wanted, will still be our marriage. Our union."

Cómics de Lucifer; Mazikeen y Lucifer.












•••

este capítulo va dedicado a , porque tu último mensaje me ayudó cuando no estaba pasando por el mejor momento. gracias por tanto, de verdad, espero que este capítulo te saque por lo menos una sonrisa porque sé que tu tampoco las ha estado pasando bien. de todo corazón, espero que todo para ti y tu familia mejore. el sol siempre sale al final 💖

n/a: voy a abrir esta nota dándoles las gracias por seguir aquí, leyendo la historia. sé que no soy la persona más constante en actualizaciones, así que el hecho de que ustedes esperen casi un mes (o más en otras historias mías) por un capítulo & aún así me den el apoyo que me dan, me alegra el día, les juro 🙏🏼💖

ahora, LET'S TALK ABOUT THE CHAPTER PEOPLE 😈🔥 honestamente es uno de mis favoritos. mi travesía con este capítulo fue dura porque pasé por mental breakdown que yo juré no afectaba mi manera de escribir y pues sí. ya estoy mucho mejor 🧚‍♀️✨ pero la frustración fue grande porque mi visión con este capítulo era bastante clara y las palabras no salían más debo admitir que cuando lo hicieron... hasta yo quedé sorprendida 😳😂. algo que fue vital fue el golpe de inspiración que me dio la relación de maze/lucifer de los cómics, yo no los he leído pero folks los poquitos pasajes que hay en internet que ví... nos robaron en la serie al no juntarlos como tenía que hacer, solo les digo eso 🤬

eso por un lado, por el otro... estoy enamorada de hecifer gente, help 💘😭. les cuento que este capítulo no se suponía que iba a terminar así y que el diálogo iba a ser más largo pero está gente se manejó sola porque hasta el flashback que se suponía que iba a ir, lo terminé quitando por el de la coronación de hera 😂 (que terminé amando más, hera pisame y te doy las gracias 🙏🏼)

para aclarar: hera & lucifer al final si están teniendo relaciones sexuales, lo narré así porque soy asco escribiendo smut pero les doy un dato; la estamina de ellos es alta y será largo y tendido 🔥 (esto pasa fuera de narración porque again, soy un asco escribiendo smut). es poco pero es trabajo honesto 🤙🏼😂

bueno ya me voy pero las preguntitas que no pueden faltar: ¿escena favorita del capítulo? ¿que creen que vaya a pasar ahora con hecifer? y por pura curiosidad, ¿capítulo favorito de lo que va de la historia? 😈 es un placer leer sus comentarios y otra vez, gracias por el apoyo, valen mil 💖

bonus; las dos canciones que me ayudaron para el capítulo fueron burn de nathan wagner y only us de annaca (esta se las dejo en multimedia), ambas canciones describen perfecto el mindset de hera & lucifer durante la segunda escena, dumb fact que nadie pidió pero que a mí me encanta dar ✨

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