1. Jammers Minde

Unos tambores se oyeron a lo lejos junto con un irritable olor a caucho quemado, a ello se unió un coro de voces enfurecidas que agitaban el ambiente dentro del penal. Los guardias en repetidas ocasiones golpearon sus porras contra las rejas de un color verde esmaltado. Otra manifestación pidiendo el traslado de aquella institución correctiva.

Pero él, por su parte, ignoraba todo el barullo a las afueras de su celda. Leía en calma ese libro que tanto le había solicitado a unos cuantos trabajadores de la correccional, pero que todos habían respondido casi con las mismas palabras: "¿Vos sos joda? ¿Cómo mierda conseguimos un libro de literatura danesa en danés? ¿Nos viste cara de biblioteca nacional? Y encima vos ni sos danés, sos lituano". Pero cuando casi perdía las esperanzas, el nuevo profesor de Literatura Europea Comparada, de la carrera de Letras Modernas, le trajo el libro envuelto en un colorido papel de celofán rojo que llamó poderosamente su atención. Ese color rojo intenso le traía a la memoria maravillosos recuerdos.

—Un guardiacárcel de esta área me dijo que andabas preguntando por un libro de nombre raro —le dijo con voz suave y una paz admirable en su rostro. Sus ojos azules casi penetraban en la oscuridad de su alma.

—Jammers Minde —enunció con una leve sonrisa sobre sus labios que hizo resaltar las arrugas alrededor de sus ojos—. ¿Lo ha leído? —inquirió acariciando el lomo del libro cosido a mano. No era un simple libro de biblioteca o pedido por internet.

—Me apena decir que no, no sé danés. Luego del inglés, me he dedicado a las lenguas de origen latino —respondió estudiando cada facción y gesto del recluso enfrente suyo. Un guardia los observaba atentamente desde una distancia prudente, una distancia que permitía cierta intimidad entre alumno y maestro.

—Yo podría traducirlo en algún momento —sugirió siguiendo con sus dedos las letras doradas en un delicado estilo cursiva sobre la tapa dura de un color negro petróleo.

—Esa es una idea maravillosa —verbalizó entusiasmado—. Y veo que te gusta el libro artesanal. No lo encontré para compra directa, pero si un archivo descargable que hice imprimir en un taller de Güemes —agregó señalando la pequeña firma de artesano en el interior de la tapa trasera. El hombre de frondosa cabellera blanca asintió complacido.

—Fue una maravillosa idea —repitió casi a modo de broma, el estadounidense no pudo evitar reír brevemente y acomodar sus lentes para tal vez ocultar los que sus ojos demostraban con tan pocas intenciones de ocultar.

¡Todos los de humanidades a clases! Exclamó un guardia abriendo las puertas de las celdas que correspondían a aquel turno vespertino. Guardó su preciado presente entre sus ropas de cama, y luego tomó su cuaderno y lapicera azul. Los únicos útiles que el grupo de guardias armados le permitían llevar consigo para tomar notas de las seis horas de cátedras que venían por delante. Aunque ese día era especialmente liviano para Hannibal Lecter, ya que Will Graham daría una de sus increíbles exposiciones sobre Literatura Europea Comparada, usando la configuración de la locura en el siglo XIX como eje comparativo.


Will se dejó acariciar por el viento a las afueras del penal, un olor a tierra seca invadió su fosas nasales. El único asfalto que podían hallar sus ojos era el de la ruta principal, aunque más de un bache podría señalarse sobre ella. El guardia con el que siempre conversaba justo antes de buscar su auto, le ofreció un cigarrillo, pero le recordó que no fumaba hacía muchos años. Luego preguntó por su día laboral, pero sabía que buscaba saber sobre un único tema en especial, así que le ahorró la introducción inicial y confesó que había visto cierto avance. Aunque seguía recibiendo ciertas miradas juiciosas de los demás guardias del lugar.

—Y bueno, se comió a su viejo en un guiso de lentejas, lo mínimo que van a hacer es preguntarse cómo carajo te tomas el tiempo para hablar con él y encima tirarle los perros —justificó su peculiar amigo al resto de sus colegas en el penal.

—Pero a vos no te incomoda —resaltó abriendo una lata de gaseosa de cola.

—Es que ya he visto tanto que no voy a estar preguntándome qué le ven a la mayoría de locos que tenemos acá encerrados.

El extranjero de doble nacionalidad volvió a sonreír por segunda vez en el día, pocas veces pasaba eso en su rutina usual. Una donde le costaba relacionarse con sus colegas del trabajo en la universidad nacional de aquel lugar en el que vivía ya hacía ocho años. Por otra parte, sus muchos tratamientos psiquiátricos lo hacían percibirse como un hombre poco deseable para pareja estable e incluso para satisfacer deseos íntimos de una noche. Su única compañía eran unos siete perros que todos los días lo esperaban impacientes a que volviera del trabajo.

Lo más cerca que había estado de sentirse emocionado por otro ser humano, había sido con Hannibal Lecter, él entendía de las cosas que hablaba, buscaba saber más y siempre lo sorprendía con algún autor lituano que él desconocía por completo. Sus acotaciones en clases eran precisas y lo suficientemente amplias para prestarse a debates por demás gratificantes. ¿El alumno perfecto o el compañero ideal?

"Se comió a su viejo en un guiso de lentejas", escuchó al fondo de su cabeza. No era normal estar pensando en alguien que no le había temblado la mano para abrir a su propio progenitor y tomar sus órganos para cocinarlos como quién prepara una gallina recién degollada. Pero si estaban ocultos en lo profundo de Córdoba, olvidados en un pueblo al que poca gente quería acercarse, a quiénes estaba molestado, a quiénes estaba dañando.


Una camisa turquesa, unos vaqueros azules y unos borcegos negros lo destacaban del resto de sus compañeros que habían optado por ropas más bien cómodas, ya que eran muchos horas sentados en un diminuto banco frente a un pizarrón verde. El aula, que no distaba mucho de las que había allá afuera lejos de los barrotes esmaltados y los alambres de púas, era lo bastante grande para que los reclusos tomaran su debida distancia, pero lo bastante acogedora para que Hannibal sintiera que la clase de Will era solo para él. Y es que eso tal vez no estaba muy alejado de la realidad, todo el intercambio de preguntas y respuestas se generaba sólo entre ellos, casi despertando los celos de los demás alumnos de la clase.

Pero ambos, casi en un pacto silencioso, habían decido ignorar todo el contexto que los rodeaba y disfrutar de cada minuto que tenían disponibles para estar juntos, para bromear, para estimular el pensamiento del uno al otro hasta que el tiempo se extinguía y tenían que esperar hasta el último día la semana para volverse a ver. Aunque esta vez, algo no sería igual que siempre, porque un guardia externo al penal había enviado cierto mensaje a un guardia interno que aburrido escuchaba toda la clase al otro lado de la puerta. "Dales un momento, mi rey, yo después te compro un Fernet", rezaba el mensaje que les permitió quince minutos más de ese tiempo compartido, aunque sin todo los demás extras interviniendo en ese cuadro impresionista que formaban solo ellos dos.

—Me tienes que leer ese libro danés —comentó Will cuando sus demás alumnos fueron escoltados por los guardias a otro salón del penal.

—Recuerdos de mi miseria —respondió escabulléndose de su banco para pararse junto a su profesor—. Las memorias de una mujer encerrada por veintidós años muy lejos de casa —agregó inclinándose hacia su rostro.

—Quiero escuchar su historia —susurró sin dejar de ver esos labios que pronto se aproximaron a los suyos para encontrarse en un primer beso tan magnífico y perfecto, qué pocas cosas podían importarle después de eso.

Sus labios habían encajado casi como un rompecabezas con los de Hannibal Lecter. Sus manos se habían apoyado en los hombros de éste y la diestra de ajena había tomado la parte posterior de su cabeza para obligarlo a acercarse aún más hasta separar sus labios para darle paso a una lengua deseosa por conocer el sabor de su boca.

Por un instante pensó en que ese mismo músculo viscoso había probado las entrañas de otro ser humano, pero tal pensamiento no hizo más que acrecentar el ritmo de aquel hambriento ósculo. Tal vez Hannibal Lecter rondaba su cabeza no solo por su elegancia innata, o su increíble inteligencia humanística, sino también por la terrible oscuridad que emanaba su mirada. Tal vez el morbo fuera el gran atractivo de tan agraciado hombre. Tal vez una oscuridad desconocida se guardaba en lo más profundo de su alma y buscaba un compañero que le permitiera abrazarla, conocerla y llegar a amarla. 

Nota: 

Busco mutuals de la ship en Twitter, síganme y las/los sigo: zombel_gress

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