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Capítulo 105: Philm
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Raidel salió a la superficie.
El muchacho ya se había preparado mentalmente para enfrentarse contra un ejército entero. Creyó que miles de hombres armados lo estarían esperando allí arriba. Pero, en contra de todo pronóstico, en aquel lugar no había ni una sola alma aparte de él.
El pelirrojo paseó su mirada de un lado a otro con expresión sorpresiva en el rostro. Todo lo que alcanzó a visualizar fueron las casas de ladrillo y los prominentes edificios de granito que rodeaban el lugar, los cuales estaban bañados con los débiles rayos de la luz de la luna.
Era difícil de creer, pero el Ala Rota no estaba esperando su llegada... O al menos eso era lo que parecía.
Raidel pensó que obviamente esto debía tratarse de alguna clase de trampa, así que no se movió. En realidad no sabía cómo tenía que actuar en una situación como esta. El tiempo apremiaba, desde luego, pero le daba la impresión de que un centenar de arqueros estaban escondidos detrás de los edificios y casas, esperando a que los reclusos salieran a la superficie para empezar a abrir fuego... Aunque también cabía la posibilidad de que en verdad no hubiese nadie en los alrededores, en cuyo caso Raidel estaba desperdiciando un tiempo que valía oro.
El muchacho se quedó inmóvil en lo que a él le parecieron horas. No estaba seguro de qué debía hacer a continuación. La vida de todos los esclavos estaba en juego. Tal vez tuviera que ir a inspeccionar los alrededores para comprobar que no hubieran enemigos cerca...
Y fue en medio de sus cavilaciones que vio una sombra a lo lejos, la cual estaba saltando los techos y tejados de los edificios a gran velocidad. Raidel frunció el entrecejo al notar que aquella figura se estaba acercando a él.
Y en un momento dado, la negra silueta fue hasta el borde de un inmenso edificio y luego dio un gran salto de unos treinta metros hacia el suelo.
La figura cayó en cuclillas, sobre sus dos pies, frente a Raidel.
El muchacho retrocedió varios metros de un solo salto, y automáticamente se colocó en posición de batalla.
Raidel vio que se trataba de una mujer de unos veinticinco años, delgada y tan ágil como un felino. Sus negros cabellos llegaban hasta sus hombros, y llevaba una armadura tan blanca como la nieve, la cual cubría su torso por completo.
Indudablemente era una guerrera, y una muy poderosa, por lo que el pelirrojo no bajó la guardia.
Ella no dijo nada. Simplemente lo quedó mirando con una expresión que parecía de curiosidad en el rostro.
Raidel iba a preguntarle quién era, pero en aquel momento vio otro movimiento a lo lejos.
Tres personas estaban caminando lentamente por la adoquinada calle en dirección a ellos.
Raidel tragó saliva al verlos. Desprendían una poderosa aura de sus cuerpos.
El sujeto que iba al frente llevaba un elegante traje color escarlata. En cambio los dos hombres que lo flanqueaban eran extremadamente altos y muy robustos, los cuales vestían las mismas armaduras blancas que la mujer que había llegado antes.
El muchacho entrecerró los ojos. Si bien no parecía que tuvieran malas intenciones, algo no le gustaba en todo esto...
El hombre del refinado traje rompió el silencio dando fuertes aplausos, los cuales resonaron por todo el lugar. Era un individuo que tenía una barriga tan abultada que parecía un barril de cerveza. Además llevaba un bigote al estilo mostacho.
—¡Vaya, felicidades! —dijo el hombre, aún dando aplausos—. ¡Nunca creí que alguien podría salir de aquella cárcel con vida!
—¿Quién demonios eres? —gruñó Raidel, aunque a decir verdad ya tenía un presentimiento.
—Soy Philm, el líder del Ala Rota —dijo con una tranquilidad tan acentuada en la voz que al muchacho le resultó molesto—. Y estos son tres de mis mejores soldados. —Con un rechoncho dedo señaló a los guerreros de las armaduras blancas.
Raidel no dijo nada. Tal vez su situación era peor de la que había imaginado, ya que era muy probable que esos tres fueran más fuertes que un ejército entero de soldados comunes...
Al ver que el muchacho no decía nada, Philm añadió:
—Hace unos minutos atrás, varios de mis soldados se presentaron ante mí, completamente espantados, diciendo que se habían encontrado con un muchacho inmune al fuego o algo parecido —se encogió de hombros—. Es increíble que alguien tan joven como tú sepa usar el Rem de Fuego... —lo miró de pies a cabeza—. ¿Cuántos años tienes?
—Cumplí catorce hace pocas semanas —dijo Raidel—. Pero no veo que esto sea relevante.
Philm y los otros tres compusieron expresiones de asombro tras escuchar su edad.
—A un guerrero corriente le cuesta la vida controlar el Rem... —dijo el líder—. Sin duda debes ser un prodigio...
Raidel, en su arrogancia, también creía lo mismo hasta que supo qué tan grande era el mundo en realidad. Recordó cómo Deon, quien parecía que tenía apenas veinte años de edad, le dio una paliza a él, al Comandante Legnar, a Karson, a Kren, y a todos los miles de guerreros de Ludonia... Y no había que mencionar que en el White Darkness habían veintitrés mil guerreros más fuertes que Deon...
—¿Qué sucede, acaso eres mudo? —dijo uno de los grandulones que estaba al lado de Philm.
—Iré al grano —dijo Raidel después de unos segundos de silencio—. Quiero que liberen a todos los esclavos ahora mismo —gruñó—. ¡Si no lo hacen, tendré que aniquilarlos!
Philm soltó una carcajada.
—Lo siento —se disculpó en cuanto vio que Raidel lo estaba mirando con el ceño fruncido—. Es que me resulta gracioso que un niño de tu edad se ponga a gritar y a exigir cosas... Por cierto, ellos no son precisamente esclavos, ¿sabes?
—¡No me importa lo que sean! —vociferó Raidel, rabioso—. ¡Absolutamente nadie merece ser encerrado en esa clase de lugar tan deplorable!
El líder soltó un suspiro.
—Lamento tener que decirlo, pero eso no está a discusión —dijo—. No lo haré.
Raidel prendió sus manos en llamas.
—Tú lo pediste —murmuró el muchacho, cuyos dedos habían empezado a revolverse violentamente de un lado a otro, como si estuvieran ansiosos por querer despellejar a alguien.
Pero el gordo no parecía muy impresionado.
—Yo tenía un soldado en mis filas que también sabía usar el Rem, ¿sabes? —dijo con expresión nostálgica—. Era el Comandante de mi ejército hasta que murió en combate...
—¿Acaso me importa? —escupió Raidel—. Si no quieres liberarlos, entonces no hay nada de qué hablar.
Philm meneó la cabeza de un lado a otro. Le parecía impresionante el nivel de terquedad que alguien de su edad podía tener.
—Supongo que eres de la clase de gente que no entiende con palabras —dijo el líder, mientras hacía señas a los dos hombres que estaban al lado suyo—. Vamos, denle una lección.
Ambos gigantes se dirigieron hacia Raidel a paso pesado. El muchacho vio que cada uno debía medir al menos dos metros de altura... tal vez un poco más. Las relucientes armaduras de gruesas hombreras crujían con cada paso que daban los soldados.
El pelirrojo observó que solo ellos dos se habían puesto en movimiento, ya que la mujer seguía estática en su posición.
Raidel pensó que si solamente iba a tener que enfrentarse contra dos, entonces esto resultaría demasiado fácil...
—Aunque seas un Usuario del Rem de Fuego, estás en clara desventaja —dijo Philm—. Estás desarmado y además nosotros ya vinimos preparados para luchar contra alguien con tus poderes.
Ambos grandulones desenfundaron sus largas y puntiagudas alabardas, cuyas empuñaduras eran de oro. Eran unas magníficas armas de largo alcance, las cuales tenían una cierta similitud con las lanzas, solamente que las alabardas resultaban más contundentes en batalla, ya que en sus puntas tenían una cuchilla en forma de hacha, por lo que esta arma combinaba la gran longitud de las lanzas y la potente contundencia de las hachas.
El único problema de las alabardas era que pesaban demasiado. Sin embargo, Raidel pensó que seguramente eso no supondría ningún problema para esos dos gigantes monstruosos, quienes las estaban levantando con tanta facilidad como si éstas estuviesen hechas de papel.
Raidel se colocó en posición de batalla.
—Hacía bastante tiempo que no me enfrentaba contra alguien decente —sonrió—. Agradezco a los dioses por esta oportunidad, porque yo ya me estaba oxidando...
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