CAPÍTULO 20: Decepciones (Parte II)

Manasés

Quise incorporarme para hablar con ella, pero dio un paso atrás, dando media vuelta y saliendo de allí. Tuve el impulso de ir y darle alcance, sin embargo, cuando me dispuse a hacerlo Liliana se percató y no me dejó.

—¿Adónde vas? —me preguntó obviamente muy extrañada. No pude responderle al instante—. Oh, mi dispiace en serio, pero luego vas al baño; tengo que terminar de contar lo que pasó ese día con la mensa de Doris. ¿Pues quién sabe si tendremos otra opportunitá para dialogar? ¡Así que aprovechemos mientras estoy inspirada! —exclamó y parloteó alegremente, ensimismada en su propio mundo.

Inconscientemente, Liliana había logrado lo que creía que tal vez nunca conseguiría: El que pasáramos un momento agradable sin discutir, descubriendo así que no era una mala persona como yo la tuve estereotipada; latosa sí, pero no maliciosa. Además si me iba ella recordaría su preocupación por Valeria y mi tío nos había recomendado que eso no sucediera.

De todas formas Grettel ya se había ido. Entonces, resignado me senté nuevamente, inmerso en mis pensamientos, ausente. Y decidiendo en medio de ese parloteo incansable de Liliana que aquel mismo día buscaría a Grettel y me retractaría por todo lo dicho. Me disculparía con ella y con su padre, dándole asimismo las gracias a este último por el buen gesto que tuvo conmigo esa noche.

***

En cuanto acabamos los helados volvimos al hospital. Liliana se veía mucho más relajada y contenta, hasta parecía haberse olvidado de la descompensación de su hermana; daba brinquitos entusiastas mientras me contaba cosas totalmente banales a los cuales yo no prestaba verdadera atención, por más que lo intentara para despejarme aunque fuera un poco.

Parecía que la preocupación hubiese salido de Liliana para instalarse en mí. No podía parar de preguntarme cómo estaría Grettel en esos momentos. ¿Qué hubiera pasado si sin importar nada me levantaba y hablaba con ella? Empezaba a reprocharme el haber sido tan lento. En fin, lo hecho hecho estaba. Entre tanto devaneo mental concluí que necesitaba a alguien con quien hablar al respecto, ¿y quién mejor que mi hermano? Él mayormente tenía un consejo acertado.

En ese momento actuaba por inercia, mientras era prácticamente arrastrado por una entusiasta Liliana que insistía en que la acompañase a ver su hermana; yo no había aceptado ni rechazado el ir con ella, mis pies solo obedecían al mando. Diego iba tras nosotros diciéndonos que esperáramos a que mi tío autorizara la visita, pero Liliana hizo oídos sordos. No me di cuenta en qué momento ya habíamos llegado a la habitación de Valeria, pues Liliana se detuvo.

La puerta estaba entreabierta, así que ingresamos directamente. Yo estaba con la cabeza gacha y la vista baja, pero oí de repente unos grititos jubilosos. Eran de Liliana. La miré entonces y luego dirigí la mirada a donde ella la tenía fija. Y no me lo pude creer:

Emiliano y Valeria estaban besándose con ahínco. Empero, al escuchar los chillidos de Liliana él se separó inmediatamente y levantó la vista hacia nosotros. Empalideció al instante y de seguro buscaba alguna forma de excusarse. Crucé internamente los dedos para que no hubiera decidido volver con Valeria, aunque aún estaba estupefacto, puesto que pensé que al conocer a Diana todo con Valeria había quedado atrás.

—Ups, mi dispiace si os interrumpí —Liliana se llevó la mano a la boca por un efímero momento, apenada—. ¡Pero no saben lo mucho que me alegra que ustedes hayan vuelto, par de tortolitos! Los felicito di tutto cuore, ¡ustedes son la pareja perfetta! —los felicitó dichosa mientras se acercaba a saludar con un beso en la mejilla a Emiliano, seguido de un abrazo. Luego rodeó con sus brazos a su hermana, reiterando sus genuinas felicitaciones.

Diego saludó de lo lejos a Valeria, pero yo miraba a mi hermano con decepción, escéptico. Y pensar que quería pedirle un buen consejo, pues parecía que Emiliano no aprendía nunca y que era pusilánime de carácter en ese sentido. Si no era feliz al lado de Valeria ¿por qué no la dejaba ir y ya? Me preguntaba cuándo se acabaría esa ruleta tóxica que tenían ellos dos.

—Ay, me siento como si estuviese dentro de una peli romántica —chilló Liliana—. Yo lo dije, después de la tempestad viene la bonanza y esta in speciale me hace felice. Okay —suspiró, dándose al fin un respiro—, creo que de momento es mejor que dejemos solos a los tortolitos, Manasés —sugirió tomando mi mano imprevistamente, empero, yo no apartaba mi vista de mi hermano y Valeria—. Pásenla muy bene —les aconsejó guiñándoles un ojo, pícara y haciendo énfasis en «muy».

Y se disponía a salir de la habitación cuando Emiliano —reaccionando del inesperado shock— la detuvo.

—Non, Lily, no hay problema. Tú viniste a visitar a tua sorella y yo ya hablé con ella lo que tenía que hablar. Sicuramente ustedes necesitan ponerse al día y es mejor que las dejemos solas para eso —le propuso Emiliano con un nerviosismo medio disimulado.

¿Lo que tenía que hablar? Eso no sonaba a que hubiesen vuelto. Quedé confundido entonces.

Buono, en eso tienes razón —Liliana exhaló, resignada y bajando la vista por un segundo—. Vale tiene que contarme muchas cosas y como son asuntos de mujeres, los varones se van afuera. —Decretó yendo a por Emiliano y empujándonos (a Diego también, quien hasta ese rato había pasado inadvertido) con un leve impulso.

Sin embargo, no hizo falta que ella nos echara; nosotros salimos voluntariamente, es más, como queriendo escapar de allí. Pero mientras salía vi como Valeria sonreía con un orgulloso y ufano triunfo, dirigiéndome una fugaz mirada de la misma forma; mas la ignoré y salí tras Emiliano y Diego. Entonces inmediatamente Liliana cerró la puerta y los tres nos retiramos a la sala de espera.

Ahora podíamos hablar abiertamente.

—No puedo creer lo que acabo de ver —solté, mientras miraba con reproche y un poco de escepticismo a mi hermano.

—Non, no es lo que piensas... —Emiliano quiso excusarse, pero Diego lo interrumpió.

—Emiliano, claramente se veía que la estabas besando, eso es más que obvio. La cuestión es, perché? —le preguntó Diego cruzado de brazos y frunciendo el ceño, circunspecto.

—Les repito, no es lo que están pensando exactamente. Diego, tú ya sabes lo que pasó esta mañana, pero tú no Manasés; así que he de contártelo brevemente —Emiliano hizo una pequeña pausa, suspirando.

Y entonces prosiguió a narrarme de manera resumida lo sucedido: Su beso con Diana, la aparición repentina y violenta de Valeria, sus agresiones verbales, su desmayo, la decepción y aturdimiento de Diana; además de que ella le había confesado que estaba enamorada de él y asimismo él de ella, aunque no pudo decírselo. Y finalizando con su póstuma —y muy complicada— reconciliación con Valeria, aunque no en plan de pareja, sino supuestamente intentando ser amigos otra vez. El beso con esta última fue a petición de ella misma, argumentando «que debían culminar bien su relación».

Bufé y rodé los ojos cuando escuché a Emiliano contar aquello. ¿Realmente era muy ingenuo? Hasta yo que tenía doce años comprendí inmediatamente que Valeria lo manipuló con eso, tal vez proponiéndolo como una táctica desesperada para que mi hermano volviera con ella. Fue ahí en donde caí en cuenta que Valeria no estaba verdaderamente dispuesta a dejarlo ir, la sonrisa triunfadora que efímeramente me dirigió cobró entonces más sentido.

La cuestión era si esa estrategia había funcionado, puesto que cuando los vi parecía que hubiesen permanecido así durante largo rato, también dada la efervescencia y fogosidad que demostraban ambos al momento.

—De todas formas siento como si hubiese traicionado a Diana, a pesar de que no sea así realmente —finalizó mi hermano, alicaído—. Yo no pretendía que se prolongara, no sé explicar de cómo pasó.

Ya estábamos sentados en la sala de espera.

—Según lo que nos contaste tú no hiciste nada malo —le dijo Diego—, solo quisiste cerrar la página del libro. Pero ¿tienes que ser tan ingenuo?

—Imagino qué quieres decir —intuyó Emiliano, mirando algún punto inexacto enfrente suyo—. Hoy le dejé las cosas a Valeria muy in chiaro, pero cuando ella me hizo esa petición sentí una sincera pena, como si le hubiese roto il cuore sin haber más alternativa —dicho aquello miró entonces a su mejor amigo—. ¿Cómo iba poder negarle ese último deseo, si ella está dispuesta a esforzarse por abandonar esa obsesión que tiene por mí, sin importar lo que tendrá que sufrir?

—Es buono tu punto —Diego le dio su mérito, sin embargo añadió—: Pero recuerda que estamos hablando de Valeria. Cuando la vi no tenía el semblante de alguien que está sufriendo o con il cuore roto. Si bene estaba agitada y acalorada también la noté rozagante; tenía además cierto aire satisfecho y jactancioso, un poco.

—Ya no sé qué pensar —confesó Emiliano, volviendo a mirar aquel punto impreciso; irresoluto, caviloso.

—Emiliano, yo… —decidí intervenir—. Davvero lamento lo que pasó con Diana. Sé que tú no la lastimarías intencionalmente, pero hiciste mal en volver a hacerte amigo de Valeria y más en acceder a eso si sabes cómo es. Además que cuando salimos de la habitación, así como dijo Diego, vi que Valeria sonreía con orgullo, como quien vuelve a cumplir algún capriccio. Creo que en realidad quiere volver a manipularte, aparte tú y yo sabemos que no es del tutto una buena persona —expuse lo que pensaba, intentando hacerlo reflexionar.

Pues Valeria no era para nada una buena compañía e influencia para él. Mi hermano se merecía a alguien mucho mejor.

—Puede que tengas razón, pero deberías aprender a no juzgar a las personas por su fachada o actitud, sin siquiera analizar sus motivos. Como hiciste con Grettel, la llamaste egoísta y hasta ahora no te disculpaste con ella. Tú no conoces los problemas que tiene Valeria, perché motivo es como es, por eso te pido que no sigas juzgándola. —Me solicitó Emiliano, lánguido, pero con rigurosidad, hablando con cierta franqueza.

Quedé medio pasmado con lo que acababa de escuchar. En parte él tenía razón, pero existían modos de enunciar las cosas.

—Como digas. Me voy a casa —fue lo único que atiné a decir, apartando así mi vista de Emiliano—. Cuídate Diego y grazie por los helados, la pasé muy bene contigo —le sonreí brevemente al amigo de mi hermano y procedí a retirarme.

Quise despedirme de Liliana, pero en esos instantes no deseaba ver a Valeria ni en pintura. Lo había conseguido. Tendría nuevamente a Emiliano arrastrado por ella, pues no cabía duda de que estaba influenciando en él nuevamente. Y lo más increíble era que una sola conversación más un fogoso beso habían bastado.

Aunque estaba reticente a creérmelo todavía.

—Manasés, espera —Emiliano me detuvo de imprevisto, colocando su mano sobre mi hombro derecho—. Mi dispiace, no quise decirlo…

—Te entendí perfectamente —lo corté, sin voltear a verlo e intentando retomar mi marcha.

—¿P-podemos hablar? —balbuceó, poniéndose enfrente mío. Me vi obligado a mirarlo.

Estaba lánguido, ofuscado y con el rostro muy desvaído. No había brillo alguno en su mirada. En ese instante no encontré rastro alguno de su optimismo y lozanía de casi todos los días. La rabia que tenía en aquel momento fue en parte reemplazada por una inesperada tristeza.

Non, no sea que te llame egoísta a ti también. En cambio Valeria estará gustosa de oírte —farfullé; aunque ya no supe si soné enojado o mas bien taciturno, tal vez ambos—. Nos vemos en la casa —reiteré, pero mi propósito fue impedido.

Non, te llevo yo —se impuso Emiliano llamando a su par a Diego para que fuera con nosotros; y no me quedó más remedio que obedecer.

Sin embargo, durante el camino en el taxi no pronuncié casi palabra alguna, por más intentos que hacía Emiliano para hablar conmigo y Diego como intermediario. Solo miraba hacia afuera de la ventanilla, viendo a los diferentes vehículos ir y venir, a los árboles y a los pintorescos y sosegados edificios de Génova pasar uno tras otro; a las personas sumergidas en su propio mundo o afán.

Y yo, por mi parte, sentía toda una mezcolanza de emociones: Enojo hacia mi hermano, pero a su vez pena y decepción, por su carencia de fuerza de voluntad. ¿Por qué insistía en permanecer en una relación tan caústica y corrosiva como la que tenía con Valeria? ¿Podía ser tan masoquista? E igualmente estaba aún preocupado y melancólico por Grettel, ¿cómo estaría sintiéndose en esos momentos? La extrañaba mucho, aparte.

Cuando llegamos a casa aún me hallaba sumido en mis pensamientos, así que cuando bajamos del taxi me despedí tenuemente de Diego y quise dar media vuelta, empero, la voz de Emiliano volvió a detenerme.

—Cuídate; y lo siento, no fue una forma correcta de expresarme.

Permanecí en silencio unos segundos más, sopesando alguna posible respuesta.

—Lo sé —fue lo único que articulé y trémulamente retomé mi camino.

***

Grettel

Llegué a mi casa casi azotando la puerta, empapada en lágrimas. No sabía describir con precisión lo que sentía. Aunque me sentí tan poca cosa, porque los hechos demostraban que yo no sería nunca suficiente para nadie, pues al fin de cuentas siempre se aburrían rápidamente de mí.

Mi progenitora se aburrió de mí y me abandonó a una tierna edad en la cual yo más necesitaba de una madre, mi padre se fastidiaba generalmente por cada cosa que hacía o decía, en el instituto era invisible o la torpe retraída —así solían apodarme los pocos estudiantes que me conocían, solo porque no era tan auténtica o «carismática» como ellos— y ahora cuando por fin creí haber encontrado un verdadero amigo, alguien que parecía haber visto en mi interior, resultaba que no solamente se aburrió de mí; sino que hasta ya tenía un reemplazo.

Manasés realmente disfrutaba con la compañía de esa muchacha, quien parecía ser lo contrario a mí: sofisticada —como él—, auténtica, espontánea, entretenida, con gracia; mientras que yo era tímida, alicaída y sencilla. ¿Tan fácil le era hacer amigos? Bueno, yo creía no poseer ese don innato. Y cuando los vi en la heladería deduje que yo no había sido muy relevante para Manasés, pues parecía que rápidamente se olvidó de mí; mientras que él sí me hacía falta, bastante.

Es cierto que mantuve mi celular al olvido los primeros días, y cuando lo encendí vi que habían algunas llamadas perdidas suyas, pero él no insistió más. Tal vez quería disculparse conmigo, sin embargo, se rindió; clara prueba era que ese día al verme pudo acercárseme a hablar y no lo hizo. Se sorprendió, sí, no obstante prefirió continuar disfrutando junto a sus amigos; lo cual constataba la posible escasa relevancia que yo tenía para él.

¿Por qué me costaba tanto hacer amigos? ¿Por qué no podía ser especial aunque fuese para alguien? Porque esos días en los cuales Manasés y yo nos hacíamos amigos fue así como me hizo sentir: especial.

Sollocé, recordando las palabras tan lindas que me había dicho esa tarde: «Y no digas que eres una tonta, aunque no te conozca bene yo sé que no lo eres». ¿Entonces por qué cuando nos vimos en la heladería me sentí como una completa tonta, fuera de lugar? Como si estuviese invadiendo un espacio. Él, sin saberlo, me había mentido.

Me sentía familiarizada a ese sentimiento, pero no dejaba de lastimarme.

Gruñí, impotente. Realmente en esos momentos me hizo falta una madre para aconsejarme y me dijera que yo era especial, en todo el sentido de la palabra. Llegué a ilusionarme sobre conocer a la mamá de Manasés, por lo bien que él se expresaba de ella; quería ver de cerca el afecto que siente una verdadera madre por su hijo, ese amor incondicional y abnegado, capaz de sacrificarlo todo.

Mas esa ilusión murió ese día, pues parecía que Manasés y yo no hablaríamos más.

Me eché en mi cama y me arropé, apretando luego la colcha con vehemencia, mas furtivamente, pues si tenía una habilidad era el ser discreta. Y me rendí a las lágrimas, sintiéndome más sola que nunca y detestando aquella sensación.

Aunque, si lo pensaba bien, podía hablar con Diana. Ella siempre fue incondicional para mí desde que tengo memoria, intentando parecerse a lo más cercano que podría tener a una madre. Sí contaba con ella, y con la ventura que irradiaba casi a diario quizá tendría las palabras adecuadas para ese momento.

Pasaron cinco, diez o más minutos, perdí la cuenta; pero el llanto fue aminorando hasta convertirse en sollozos, y estos también quedaron suspendidos. Y estando en esas —ya más tranquila— ingresó Diana, sin percatarse de mi presencia, pues se sentó en su cama directo a llorar con la cabeza gacha, como si hubiese reprimido esas lágrimas y ahora las soltase con dolor.

¿Ella también? ¿Qué habría pasado? Aunque a pesar de la sorpresa —puesto que los anteriores días Diana andaba radiante de alegría—, un nudo se formó en mi corazón; pues al parecer debía ser yo quien consolara a mi hermana mayor cuando pretendía que fuera al revés.

—¿Qué pasó? ¿Perché lloras? —le pregunté incorporándome y acercándome a ella.

Diana, aún sin levantar la vista, se lanzó a abrazarme y solo pudo gesticular:

—Él me decepcionó, Emiliano me decepcionó; y no sabes cuánto me duele, como no tienes una idea —mencionó con las palabras atoradas en la garganta.

Entonces lo comprendí: Emiliano le había roto el corazón a Diana (y yo sabía que ella estaba enamorada de él). Sentí más impotencia aún, pero esta ya no fue contra mí, sino hacia los hermanos Coppola, quienes habían demostrado ser tal para cual; con una máscara amable y jovial, pero en realidad parecía que no les importaba los sentimientos de los demás. Y pensar que estaba echándome la culpa por lo sucedido con Manasés, me sentí entonces más tonta aún. Los culpables eran él y su hermano por actuar y decir cosas sin pensar en las consecuencias.

Aunque me decepcioné un poco de que Diana me dijera que no sabía el dolor que estaba sintiendo, puesto que me pasaba casi lo mismo, solo que en circunstancias distintas; sentí que mi hermana era un poco egoísta en ese sentido. Pero deseché ese pensamiento, puesto que lo de Diana debía ser más serio que lo mío porque era mayor que yo, estaba sufriendo un desamor y no podría darme ánimos en ese estado.

Inconscientemente, mi esperanza de hallar en mi hermana una madre se desechó. Así que opté por consolarla y ser yo quien le aconsejara.

—Tranquilla sorellina, a differenza de lo que crees te entiendo, y mucho.

«Porque lo estoy viviendo» —añadí para mis adentros.

Y ahora que lo reflexionaba mejor pensé que aunque ciertamente no lo había querido, hacía bien en ser reservada y solitaria, así nadie me lastimaría y tendría un escudo invisible protegiéndome. Debía olvidarme de Manasés, así como él hizo conmigo; y asimismo Diana a Emiliano. Pues, ¿qué sentido tenía perder nuestro tiempo sufriendo por gente para la cual no teníamos importancia alguna? Ninguno.

Me percaté que nuestra vida no se había detenido, continuaba y podía hacerlo perfectamente sin ellos, quienes solo llegaron de paso. Sería fuerte e intentaría hacer de cuenta que nunca conocí a nadie más allá del entorno de mi hogar.

Di un largo suspiro antes de proseguir, para ratificar mis pensamientos: —Debemos olvidarnos de los fratelli Coppola y continuar con nuestras vidas como si nada hubiese pasado. Pues de nada nos sirve sufrir por ellos, nos hacemos daño y a ellos no les importará. Es solo perder il tempo cuando existen cosas más importantes. Será difficile, lo sé —tragué con dificultad, puesto que por más radical o hasta dramática que fuera mi decisión dolía, no era algo fácil—; pero es necesario. No valen la pena —aseguré con decepción y por un instante no me creí que hubiésemos llegado a esos extremos.

Abracé a Diana por la espalda y ella se deshizo en llanto, sin poder formular palabra alguna, quedándose acurrucada contra mi pecho. Las dos en silencio.

N/A:

Abro debate: ¿Os parece que Manasés y Grettel son hipersensibles y dramáticos, llevando todo a los extremos o Emiliano y asimismo Manasés fueron duros y/o tajantes con sus comentarios? ¿Grettel y Manasés exageran mucho y juzgan muy precipitadamente? ¿O para ustedes su manera de reaccionar, pensar y actuar es completamente normal? ¿Emiliano les parece muy voluble de carácter? ¿Quién tiene la razón?

Os leo 👀 Si me lees y te gusta esta historia, de todo corazón gracias ❤ Significa un mundo para mí.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top