Capítulo 4: Consecuencias

Ingresamos a la secundaria casi en silencio, abriendo la puerta principal muy cuidadosamente. No veíamos a nadie en los pasillos, por lo que habían dos opciones: o estaban en clase o estaban en el comedor. Miré instantáneamente al reloj del pasillo, rogando en mis interiores que fuera la hora de la segunda opción.

Y, efectivamente, las agujas del reloj estaban entre el horario determinado para comer.

-Es nuestra oportunidad para entrar sin que sospechen -dije, comenzando a caminar hacia el comedor-. Es hora de almorzar.

-Por eso moríamos de hambre -concluyó Toby.

Al ver las puertas que daban ingreso al sitio que deseábamos entrar, notamos que algunos estudiantes se ubicaban fuera, charlando entre ellos y probablemente esperando a alguien más para poder sentarse dentro. Tanto Toby como yo comenzamos a caminar como si hubiéramos estado todo el día allí y nada hubiera sucedido.

Pasamos por las puertas sin problemas, y vimos que varios jóvenes esperaban recibir su comida en la tan conocida fila. Eso nos alegró, pues significaba que llegábamos a tiempo para que no sospecharan nada. Es decir, si hubiéramos entrado al comedor cuando ya la fila se había disuelto, todos intuirían que por alguna razón no habíamos estado allí.

Agarramos nuestras bandejas y esperamos a nuestro turno para recibir la comida. Pero pude notar, cuando tenía el recipiente en mis manos, que aún temblaba. Mis acciones en el río me afectaron, y ahora su consecuencia era hacerme sufrir mediante miedo. Ya habían pasado varios minutos, pero aquello no era algo que iba a ser fácil de olvidar.

Volví a la realidad cuando la comida se sirvió en mi bandeja. Traté de apartarme rápido para no quedarme quieto, pero al hacerlo casi me resbalo, causando que, por un instante, algunas cuantas miradas se posaran sobre mí. Sin embargo, de haber caído, hubiera sido el punto de atención de todo el comedor, así que aproveché que aún seguía de pie para caminar hacia la mesa a la que pasaba todos los almuerzos de la secundaria.

Pude ver el rostro de sorpresa de Beck, pero comenzó a reírse una vez que me senté a su lado.

-¿Dónde estabas? -preguntó, tapándose con su mano la boca para que la comida no saliera escupida.

-¿El profesor Davis se dio cuenta? -cuestioné, esquivando su pregunta.

-Que dónde estabas -insistió ella, sin rendirse de ser la primera en conseguir respuestas.

Me quedé unos segundos callado, los suficientes como para que Toby se sentara a mi lado.

-Fuera de aquí. En el río -contesté, sonriendo.

-No lo puedo creer -rió Beck.

-Ajá -exclamó Toby-. Este chico y yo escapamos de unas clases aburridas.

-Vuelvo a preguntar -continué-. ¿El señor Davis...?

-¿Tú qué piensas? -preguntó ella a cambio, todavía sonriendo- ¿Que no se daría cuenta que dos asientos previamente ocupados estaban vacíos?

Largué un breve gruñido, pero no pude evitar reírme brevemente segundos después.

-Espérense problemas -advirtió Beck.

-Ya lo sabemos -admití, mirando al techo.

-¿Por qué no me avisaron? -preguntó ella.

-¿Y por qué...? -comenzó Toby, pero Beck lo frenó antes de que terminara. Al parecer, ya se esperaba la pregunta.

-Porque así yo también podía escaparme con ustedes -rió. A decir verdad, me sorprendió aquella respuesta. A Beck sí que no me la imaginaba escapando de la secundaria-. O, sino, podía tratar de cubrirlos de alguna manera, pero no sabía dónde estaban.

-Fue algo instantáneo -expliqué-. No tuvimos tiempo a planearlo.

Las puertas del comedor resonaron en todo el lugar. No necesitaba voltearme para saber de qué se trataba. El director de la secundaria se frenó para mirar hacia nuestra mesa. Y, claramente, era algo obvio lo que estaba a punto de suceder.

-¡Tobías Peterson y Zayn Collins, a mi oficina, ahora! -gritó, sin tratar de ocultar su enojo.

Tengo que admitirlo, que pronunciara mi nombre completo me dio mucho por lo que avergonzarme. Eso significaba que ahora estaba manchado y etiquetado con rebeldía para el resto de los estudiantes, algo que nadie de ellos pensaba que ocurriría.

-Se los dije -murmuró Beck previo a que nos levantáramos.

Esos segundos que nos tomó recorrer el comedor se sintieron eternos. Tengan en cuenta que cada estudiante tenía clavada su mirada en alguno de los dos. Aquello me elevaba el nivel de nervios a gran escala. Lo mejor, para mí, era no hacer contacto visual con ninguno de ellos. Pero, al tratar de evitarlos, terminé cruzando mi mirada con la del director. Sus ojos irradiaban tanto enojo que sentía que me estaba quemando la cabeza. Un poco más y probablemente me hubiera muerto en el instante.

Salimos del comedor con algo de miedo, sin saber qué castigo nos pondría. Claro era que algo nos haría, el problema era qué. Fuimos escoltados por él hasta su oficina, la cual estaba a tan solo unos pocos metros del lugar en el que estábamos segundos atrás.

Fuimos los primeros en entrar, permitiéndonos el lujo de al menos sentarnos en las sillas frente al escritorio del director. El lugar, a juzgar por la poca importancia que le estaba prestando, era de colores aburridos, aunque tenía unos cuantos trofeos y objetos que alegraban un poco más la habitación, además de una foto suya con la que parecía ser su esposa. También había esta placa llamativa con el nombre "C. Rodriguez" escrita en ella, el cual, no por coincidencia, era el nombre del director.

El hombre cerró la puerta segundos después, causándome escalofríos. Con sus cortos pasos se dirigió al lado contrario del escritorio en el que Toby y yo nos encontrábamos. Y, luego de sentarse en su respectiva silla, hubo un tenso silencio.

Sin embargo, su suspiro interrumpió dicho silencio.

-¿Qué fue lo que hicieron? -preguntó, directo al punto.

Tanto mi amigo como yo permanecimos callados. Creíamos que él mismo ya tenía la respuesta.

-¿Por qué se escaparon? -interrogó.

De nuevo, no respondimos. Ninguno de los dos queríamos contestar esa pregunta.

-Por favor, necesito que respondan.

-Lo siento -usé como respuesta. Aunque no sé por qué lo había dicho.

-No me sirve eso -dijo el hombre, demostrando su cara de decepción-. Chicos, dios, ¿qué les pasó? Ustedes dos eran de los pocos que no causaban problemas, ¿y ahora me vienen con esto? ¿En serio?

-Lo sentimos -volví a repetir.

-¿En serio lo sienten? -preguntó.

Quería asentir, pero, ¿realmente lamentaba haberme escapado?

-No sé qué hacer con lo que hicieron, lo digo de verdad -admitió el director, acostando su respaldo en la silla y mostrando su estrés-. Es la primera vez que alguien se escapa de esta secundaria, y eso que estoy hablando de dos chicos que nunca se habían metido en problemas antes.

Toby y yo apartamos la mirada al suelo al mismo tiempo. Teníamos miedo.

-Algún castigo se llevarán, pero realmente no sé qué hacer en estos momentos -dijo-. No puedo suspenderlos, principalmente porque si faltar a clases es lo que querían, entonces obligarlos a faltar solo alimentaría su deseo.

Largó un duradero suspiro, llevando su mano a su frente.

-Tendré que ponerles algún trabajo, tarea o examen extra -dijo. Al parecer, tenía razón cuando decía que no sabía qué hacer con nosotros-. Entréguenlo en condiciones y sus notas en las materias no bajarán... Espero, espero, que entiendan lo que hicieron.

-Claro que lo entendemos -respondió Toby-. Solo...

-¿Solo...? -cuestionó el director esperando respuestas.

Pero mi amigo volvió a callarse, pues parecía no tener respuesta alguna.

-¿Cómo supo que nos habíamos escapado? -pregunté de inmediato. Tenía alguna idea, pero lo mejor era confirmarlo.

-Davis me lo dijo -respondió-. Está muy molesto, ¿saben? Su primera clase con ustedes y ya dos de los mejores estudiantes del curso se escapan. Pero... dios, ¿siquiera qué les pasó por la cabeza? ¿Pensaron que no iban a tener consecuencias?

Como ya deberían de saber, tanto mi amigo como yo estábamos conscientes de que algo nos sucedería, pero no iba a responderle aquello, pues intuía que hacerlo iba a enfadarlo más. De nuevo, al escuchar nada más que silencio, volvió a suspirar, está vez más agotado que antes.

-Escuchen, no quería ser tan duro con ustedes, pero lo que hicieron no es algo leve -continuó, reconsiderando el castigo. Sin embargo, se quedó un rato callado para pensarlo detenidamente-. Okay, hagamos esto. Ya que es la primera vez que tengo que lidiar con ustedes dos, lo dejaré simple. Les daré una tarea, como dije antes, de las materias que se perdieron, además de una "advertencia". Ahora ambos tendrán una de estas advertencias acumuladas. Una vez que consigan otra, no me dejarán otra opción más que apercibirlos o suspenderlos, ¿de acuerdo?

Asentimos lentamente, aún con algo de preocupación. Desde mi perspectiva, el castigo era poco para lo que habíamos hecho, pero yo tampoco sabría qué hacer en sus pies. Obviamente que traté de no decir aquello, pues si lo hacía era muy probable que nos pusiera algún castigo más.

-Ya pueden irse -dijo, permitiéndonos levantarnos de las sillas.

No había sido tan malo después de todo. Supongo que mis preocupaciones previas a entrar lo habían exagerado.

Pero ahora me estoy dando cuenta cuán importante es la identidad de alguien. Es decir, en el caso de recién, por ejemplo, el director se sorprendió de que Toby y yo fuéramos los transgresores, principalmente porque tanto él como probablemente todo el resto de la secundaria nos consideraba de las personas buenas y respetuosas. Y gracias a esa identidad que ellos nos dieron, el castigo fue reducido. Si hubiéramos sido alguien más, mi amigo y yo nos hubiéramos conseguido otras consecuencias peores.

Apenas salimos, cerramos la puerta con algo de lentitud, y una vez hecho, Toby apoyó su espalda sobre ésta para suspirar.

-No mencionó nada de mi título como capitán -indicó, sintiéndose aliviado de ser así. Probablemente, era lo que más le importaba en esos momentos.

-A lo mejor no está al tanto de ello -dije, ayudándolo a pararse correctamente-. Esperemos que tu entrenador no sepa nada al respecto.

-Eso espero -acordó.

-¿Y? -escuchamos a nuestras espaldas, asemejando la voz en menos de un segundo a la de Beck.

-Me preocupé más de lo que terminó siendo -le respondí al voltearme, viendo que, efectivamente, era ella.

-¿Qué les hizo?

-Nada muy interesante -contestó Toby-. En serio. Nos dará una tarea que solo servirá para empeorar nuestras notas si la entregamos con un error. Además de una de estas advertencias suyas. Pero solo eso.

-¿De verdad? -preguntó ella, sorprendida y cruzada de brazos. Yo tampoco le hubiera creído a mi amigo, pero dado a que estuve con él ahí dentro, claramente lo hacía.

-Lo juro -respondió-. Al parecer tuvo algo de compasión con nosotros dos.

-Qué suerte -soltó.

¿Pero será eso? ¿Suerte? ¿Fue el azar realmente lo que nos hizo dar un castigo tan pobre?

No lo creía así. Claro que no. Somos nosotros, los humanos, los que causamos que ciertas cosas pasen, tal como nuestras acciones anteriores causaron que el director tuviera algo de piedad con ambos Toby y yo. Y, obviamente, fue Davis quien causó el castigo inicialmente.

Nuestras decisiones importan.

* * *

Salí de la secundaria más tarde de lo usual. Me quedé un rato más para ayudar en algunas cosas que Will me había pedido, ya que él tenía que irse antes debido a asuntos personales. No quise preguntar, así que me quedé con la duda de qué andaba haciendo. Pero cuando finalicé, fui el último estudiante en salir esa tarde. El sol ya casi ni se veía, sino que la oscuridad en el cielo ahora predominaba.

Estaba exhausto. Semejante día me había terminado agotando toda la energía que contuve. Se notaba en mis pasos, los cuales eran casi arrastrados. Mi respiración tampoco era del todo emocionante, así que, en resumen, lo mejor era dejarme llegar a mi cama.

Pero no todo es tan fácil.

La vibración de mi celular me quitó la vagancia, y apuré a sacarlo de mi bolsillo. En la parte superior de la pantalla había un nombre bastante familiar escrito en blanco, y, en la inferior, me daba a elegir entre atender o cortar la llamada. Pero, dado a que sabía quién era, no iba a dejarla pasar.

-Hey -saludé, colocando el celular en mi oído.

-Hola -saludó Toby. Apenas con esa palabra pude identificar que, en su voz, había algo de depresión.

-¿Qué ocurre? -pregunté, yendo directo al tema.

-Nada en especial, solo quería hablar con alguien -admitió. El suspiro que largó me dio a entender que se estaba lanzando sobre su cama-. Y quién más podría ser además del chico que recibió mi mismo castigo.

-¿Estás triste por eso? -pregunté.

-¿Triste?

-Se te nota en la voz -indiqué. Probablemente se sorprendió de mis habilidades de detective-. ¿Qué es lo que ocurre realmente?

-Mi madre. Le enfureció mucho el tema del escape y ahora está planteando que no vaya a entrenar con el equipo por unas semanas -escupió.

-¡¿Qué?!

-Lo sé.

-Eso es... -iba a completar la frase, pero no había punto alguno en hacerlo- Recién conseguiste tu título como capitán. ¿Te lo piensa arrebatar así nomás?

-Creo que es justamente eso lo que le hizo tomar la decisión -dijo-. Ella sabe cuán importante se me es ser el capitán. Entonces si quiere ponerme un castigo, ¿por qué no aquello?

-Dios... Es decir, lo siento. No pensé que esto sucedería -me disculpé. Había sido mi idea, después de todo.

-No, no, no te disculpes. No tienes la culpa. Yo sabía a lo que me enfrentaba y no quise admitirlo. Acepté ir. Soy cómplice de la idea.

Me quedé en silencio. Honestamente, no sabía cómo responder.

-Como sea, cambiemos de tema, por favor -suplicó-. No quiero seguir hablando de ello.

-Como tú quieras.

-¿Qué tal va la obra? ¿Al final pudiste resolver el tema de tu personaje?

-No lo sé. Hoy no tuvimos ensayo. Will se tuvo que ir, así que no tengo respuesta aún.

-Qué mala suerte... Heh, ya somos dos.

Suerte no es.

Quería reírme, pero por alguna extraña razón, mi mente decidió proyectarme el momento exacto en el que estaba tratando de ahogar a Franco.

-Oye... ¿Te arrepientes de haberte escapado? -preguntó, como si me estuviera leyendo la mente.

-No lo sé -admití.

No lo dije en voz alta, pero, en verdad, no me arrepentía de habernos saltado las clases de Davis. De lo que sí me arrepentía, sin embargo, era la situación esa que provoqué en el río.

-¿Por qué?

-Simplemente... no lo sé -contesté-. Es que, creo que no era algo digno mío de hacer, pero me gustó no ver la cara de Davis por un rato.

Toby rió, causándome una sonrisa.

-Sí, lo mismo digo -admitió.

De nuevo, dejamos algo de silencio, pero esta vez era un tono más agradable. Supongo que al final nos habíamos alegrado un poco.

-¿Qué haces ahora? -cuestionó de repente, tratando de sacar un tema para hablar.

-Caminando -respondí, riendo-. Volviendo a casa.

-¿Por dónde andas?

-¿En serio? -reí. Es decir, realmente se notaba que estaba mal. Él no haría esa clase de preguntas normalmente-. Em... cerca de tu casa.

-¿Por qué no te pasas un rato? -preguntó-. No creo que mi madre me prohiba salir con amigos.

Estaba a punto de aceptar la oferta, pero no era lo recomendable en esos momentos.

-Lo siento -suspiré-. Tengo que terminar la tarea de la profesora Rivera para mañana. No lo hice en toda la semana y pensaba hacerlo en estas pocas horas que me quedan.

Como ya antes había hecho mi rebeldía, y no había salido del todo bien, esta vez prefería respetar mis deberes, sin importar cuán aburrido fuera. La vida es así.

-Está bien, está bien -acordó, deprimente.

-Te veo mañana, ¿sí?

-Claro... Adiós.

-Adiós.

Terminamos la llamada inmediatamente después. Su voz del final mostraba la decepción que le había provocado. Probablemente, luego de que se me hubiera ocurrido escapar del colegio, Toby pensaba que podría, a partir de esos momentos, hacer muchas más cosas conmigo. Cosas en las que no se seguirían reglas. Pero seguía siendo yo, después de todo. Todavía no había cambiado.

Todavía.

Un mensaje me llegó instantáneamente, deteniéndome de guardar el celular en el bolsillo. Era Will.

"Zayn, perdón si ya te has ido, pero necesito un favor más".

Largué un suspiro de cansancio. Quería ya llegar a mi cuarto para terminar lo que fuera que tuviera que hacer y dormir. Pero, al parecer, tendría una nueva parada.

"¿Podrías recolectar unas cajas por mí y dejarlas en la entrada del salón de drama? Realmente me ayudarías".

Volví a suspirar, esta vez frenando mi caminar y gruñendo fuertemente. Aparentemente, no eran una, sino dos paradas.

"Claro", respondí. "¿Dónde?".

"En la oficina de correos del pueblo. Deben estar a mi nombre. Gracias".

Luego de leer el texto, apagué mi celular vagamente.

-Bueno, piernas, tendrán que seguir trabajando -dije, como si mi cuerpo pudiera escucharme. Así que luego de llenar mis pulmones con aire, me volteé para dirigirme al lugar indicado por el director de la obra.

La luna se veía con más claridad para cuando llegué a dicho sitio, y la luz del sol apenas se divisaba. Me sorprendió que, al parecer, las puertas de la oficina habían cerrado. Por más que hiciera fuerza para abrirlas, éstas se quedaban pegadas a ellas mismas. Lo más probable era que había llegado tarde, significando que habían cerrado. Pero el papel en la ventana decía que, en días de semana, el horario era de diez de la mañana a diez de la noche, y yo estaba frente a la oficina entre las seis y las siete.

Era inútil seguir intentando, por lo que me di por vencido. Aunque seguía siendo extraño el hecho de que hubieran cerrado antes de horario. Me preocupaba que algo hubiese causado dicho cierre. Espié por la ventana hacia el interior para ver si había alguien allí, pero estaba muy oscuro como para poder siquiera divisar algo.

Largué un suspiro antes de sacar mi celular e informarle a Will.

"Lo siento, la oficina está cerrada. No parece haber nadie".

Luego de comprobar que el mensaje había llegado, apagué el aparato y lo volví a guardar. Busqué en todas direcciones a alguien que pudiera ayudarme, pero nadie parecía capaz de asomarse a la calle. De hecho, recién en esos momentos me daba cuenta de que estaba muy vacío el lugar a como lo estaría usualmente a esas horas. Literalmente, no había nadie pisando fuera de las casas.

Me asusté por un segundo, pues a lo mejor había entrado a una dimensión distinta o algo, pero me sentí aliviado al ver a una familia discutiendo sobre algún tema dentro de su respectivo hogar. Es decir, no era lindo que estuvieran discutiendo de esa manera, sino que su presencia me había sacado el miedo de estar solo.

Largué otro suspiro, esta vez riéndome de pensar en algo tan loco. Así que luego de volver a aclarar mi mente, volví a tomar rumbo hacia mi hogar. Pero unos pasos me frenaron.

-Oye, chico -dijo un hombre algo robusto, vestido con un uniforme azul oscuro-, ¿tratabas de entrar?

Tardé unos segundos en darme cuenta que me hablaba a mí.

-Ah, sí, sí, pero está cerrado -respondí, colocando mis manos en los bolsillos-. Creí que no había nadie cerca.

-Estaba dentro de la cabina de atrás, terminando mi trabajo... Pero, sí, cerré hace unos minutos.

-Pero el papel dice que cierra a las diez -indiqué.

-Lo sé, pero no hay correos aparentemente, por lo que decidimos cerrar antes.

-¿No hay correos? ¿A qué se refiere? -pregunté, confundido.

-A que están todos los casilleros vacíos. Si venía a retirar algo, todavía no ha llegado.

Me quedé en silencio unos segundos, sorprendido.

-No entiendo. Se supone que habrían unas cajas al nombre de Will Henderson.

-Pues créeme, chico, no hay nada -volvió a contestar el hombre, sacando las llaves de su bolsillo-. Si quieres te puedo dar un paseo por la oficina para que lo compruebes por ti mismo.

-No, no, está bien -contesté. Siendo sincero, me alegraba saber que, como no podía completar el favor, ya podía volver a mi casa-. Gracias.

Me volteé lentamente antes de comenzar a caminar. Me sentía algo extrañado de lo que me acababan de informar. Generalmente, la oficina suele estar inundada de correos, cajas y papeles. Pero ese día parecía no haber nada.

Supongo que pasé de ese problemita, pues en los siguientes pasos ya estaba despreocupado. Traté de hacer un mapa del pueblo en mi mente, buscando así la ruta más corta hacia mi casa. Para cuando la encontré, giré hacia mi izquierda, yendo así por un camino por el que no había pasado esa mañana. Que fuera la más corta, sin embargo, no significaba que me tomaría un minuto, así que opté por relajarme un rato en esa tranquila caminata.

Pero, como dije, no todo es fácil.

Para cuando estaba a unas cuantas casas del único puente del pueblo, logré divisar una de las luces prendidas en una de ellas. No es eso lo que me sorprendió, sino lo que vi.

Era el señor Davis, hablando con alguien a quien no veía al principio. Sus ojos se mostraban muy distintos a como lo estaban en clase, y su sonrisa era algo más encantadora. Para cuando pude ver a su acompañante, noté que era Rodriguez, el director del colegio. El mismo que me había castigado ese mediodía.

Ahora, lo sorprendente viene desde aquí en adelante. Es decir, si hubiera algún niño a mi lado en esos momentos, le hubiera cubierto los ojos.

Mientras yo pasaba por delante de la casa, Davis se acercó al director con rapidez para besarlo. Así es. El director y el profesor se estaban besando. Y ambos parecían disfrutarlo. Así que, si lo que mis ojos veían era cierto, entonces significaba que tanto el director Rodriguez como Davis estaban engañando a sus respectivas esposas con el otro.

Me quedé atónito. Fue una acción inútil de mi parte el quedarse quieto. Realmente me había impactado la escena, pero no podía quitar mis ojos de allí. No me gustaba lo que veía. No me gustaba para nada.

Esos dos adultos no eran más que unos mentirosos.

Sentí mi corazón detenerse al ver a Davis abrir los ojos y viendo que yo estaba del otro lado de la ventana. Con rapidez, cerró la cortina antes de que el director pudiera voltearse también. No sabía si me había salvado o simplemente quería privacidad, pero por alguna razón sentí que esa cortina fue necesaria. Mi respiración se había acelerado un poco, pues a decir verdad, no me esperaba aquello. Así que, con mis piernas temblorosas, aceleré el paso.

No sé qué había pasado, pero, claro, el problema no termina ahí. Para cuando estaba encima del puente, escuché los llantos del mismo Davis dirigidos hacia mí.

-¡Hey! ¡Ey! ¡Collins! -gritaba el profesor suplente.

No sabía qué hacer. No sabía si seguir caminando o qué. Pero algo dentro de mí provocó que me detuviera, causando que el profesor me alcanzara. Me volteé a mirarlo con algo de miedo. Pero su rostro estaba más asustado que el mío.

-Escucha, Collins, por favor, no digas nada -suplicó el profesor, tratando de recuperar el aliento. Yo, en cambio, me quedé atónito, en silencio-. Nadie puede saber lo que viste, ¿está bien? Nadie.

Pero si él me había delatado, ¿por qué yo no podía hacerlo?

-Sé que te sorprendió, pero... -comenzó.

-Señor Davis -lo interrumpí-. ¿Por qué?

-¿Por qué qué? -preguntó, aún más aterrado.

-¿Por qué está engañando a su mujer? -pregunté.

Seré sincero, esa pregunta era algo que ni yo me esperaba manifestar.

El profesor me miró con sus ojos clavados en los míos. No tenía ningún espejo, pero mi rostro probablemente estaba serio. Resulta que lo que creía saber de esos dos adultos era mentira. No eran más que otros mentirosos.

Al ver que no decía nada, supe que era mi turno de dar el siguiente movimiento. Pero más que hablar, decidí voltearme y caminar. No podía pensar claramente. Mi miedo estaba obstruyendo mis pensamientos. No sabía si guardar el secreto, o cobrar venganza.

Supongo que, ahora que sé qué sucedió después, tuve que haberle dicho que no iba a decir nada. Pero, en esos momentos, me quedé callado, por lo que probablemente lo llevó a pensar que iba a delatarlo.

Ese fue mi error.

El profesor volvió a acercarse a mí, esta vez tratando de hacerlo sigilosamente. Si no hubiera sido por el sonido de sus pasos, no me hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo, porque para cuando me volteé, lo vi tratando de sacar un cuchillo del bolsillo de su saco.

Mis ojos se abrieron considerablemente y mi corazón volvió a latir luego de sentir miedo. Pretendía dañarme. Davis pretendía matarme.

Pero no iba a permitirlo.

Antes de que pudiera alcanzarme, corrí hacia él y lo empujé con fuerza, evitando que el arma pudiera rozarme. Fue tanta la fuerza que hice que llegó a chocar contra la barandilla del puente. Sus pies se alejaron del suelo mientras su torso y cabeza comenzaban a inclinarse por encima de la baranda.

Mis reacciones en estas situaciones siempre fueron rápidas. Quiero decir, entendí que estaba a punto de caerse al río al instante en que lo vi levantando sus piernas.

Pero no quise reaccionar.

Y no lo hice.

Davis no pudo hacer nada para salvarse, por lo que su cuerpo entero pasó al otro lado de la barandilla. Y comenzó a caer de cabeza hacia el río.

Solo que no cayó en el río.

Me asomé justo cuando su cabeza chocaba contra la gran piedra que se encontraba al lado de la corriente de agua. Sin importar que estuviera muy arriba o que fuera de noche, pude ver sangre salpicando del impacto. Pude ver ese momento exacto. Lo que ahora era un cadáver terminó rebotando de la piedra y cayendo en el río, dejando que el líquido rojo que seguía saliendo comenzara a manchar el agua.

Segundos después, Davis estaba flotando en el río, inmóvil.

Muerto.

Asesinado.

Mi corazón estaba a punto de explotar, y mis pulmones se estaban cansando de tantas veces que entraba y salía el oxigeno. Había matado a Davis con mis propias manos. Había matado a un profesor con mis propias manos.

No. Eso no.

Mejor dicho, había matado a un mentiroso con mis propias manos. A alguien que había tratado de dañarme también.

Sí, eso era.

Lo hice por mi salud y por el bien de que era alguien peligroso.

Aún seguía asustado. No suele pasar que matas a alguien de repente. Estaba entrando en pánico, y no sabía qué hacer. Pero pude entender la situación. Pude comprender que tenía que salir antes de que alguien me viera.

Así que poco a poco comencé a acelerar mis pasos, alejándome cada vez más y más del sitio. Pero no podía permitirme reaccionar con tal cobardía o terminaría delatando que algo sucedió. Por ello, cuando creí que ya estaba seguro y lejos del muerto, traté de tranquilizarme. Traté de mostrarme normal.

Mi padre podía ser estúpido a veces, pero como su trabajo anterior trataba de detectives, no se le iba a ser difícil notar que algo había hecho. Si tenía que llegar a mi casa, tenía que hacerlo tranquilo y como si nada hubiera sucedido.

Ahora era mi turno de engañar.

Como todo asesino, algo escapó de mi boca. Y no, no era saliva ni vómito. Era una risa.

Me estaba riendo.

Supongo que, después de todo, el personaje de la obra que tengo que interpretar no es tan distinto a mí, ¿verdad?

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