ESPECIAL EXTRA - CAÍN

SANDRA

Semanas antes de la mudanza...

El autobús que me lleva a la residencia de mi abuelito, circula al paso de la congestión de tránsito.

Siendo viernes, aunque temprano, la alegre adrenalina de la llegada del fin de semana se puede percibir de la gente, tanto en los coches que veo desde mi ventanilla como los propios conmigo, arriba del colectivo.

Y eso me hace sonreír.

No solo por contagiarme la dicha masiva de saber que llega el descanso.

Sino, también.

Por los papeles que pronto voy a firmar con el agente inmobiliario, cual me confirmó que por tres años tengo mi hogar.

Sí.

Abrazo más contra mí, mi bolso que descansa en mi regazo.

Un departamento con mayores dimensiones, comodidad y en la ubicación que deseaba.

Un gran año en lo personal.

Mi salud como la de mi abuelito están bien, por más que cada vez le cuesta más recordarme.

En lo laboral por convertirme en la violinista principal de la compañía.

Y ahora sellado, también en esta parte de hogar.

Solo un dejo de tristeza dentro de tanta alegría.

Lo emocional.

Concluyendo que uno es feliz de a ratos y tal felicidad.

Esa emoción, en realidad no tiene tamaño.

No hay un parámetro o ley que diga la superficie de su grandeza, como cuando uno pide un kilo de pan.

No.

Si no, pedazos.

Trozos o pociones que vas descubriendo como un rompecabezas y a medida que encuentras, vas uniendo de acuerdo a tu necesidad de esa emoción.

Y a mí, una pieza de esa felicidad, creo que siempre me va a faltar.

Notando que se acerca mi parada, me pongo de pie para bajar.

Tendría que hacerlo en las dos siguientes, pero noté en mi última visita a mi abuelo que existe un puesto de frutas muy lindo antes y probar en comprar en esa tienda las queridas manzanas que siempre le llevo y gustan.

Cosa que lo confirmo al salir con mi bolsa.

Rojas, grandes y jugosas la media docena que elegí.

Y Cactucin lo avala, asomando su cabecita desde el interior de mi bolso.

- Prometo un pedacito... - Le digo, notando como sus garritas quieren jugar con la bolsa.

Camuflado dentro de mi cartera lo traigo conmigo en mis visitas.

No solo, descubrí que mi abuelito le hace feliz cuando lo hago.

También que en la residencia me lo permiten.

La senda para llegar son cuadras extensas y aunque pertenece al perímetro de la ciudad, más bien, se podría decir que está en la zona más alejada.

Como en un extremo y arteria de salida con el límite del ejido para salir de nuestra localidad.

Barrio residencial y bonito, lleno de mucha vegetación y no tanto cemento, cual predomina en el área a su vez y entre casas como negocios comerciales, algunas clínicas importantes y centros médicos.

Y como siempre en mi viaje y con el recorrido mientras camino, sosteniendo mi bolsa de manzanas y con mi gatito dentro de mi cartera, me limito a observar lo que me rodea en el proceso.

Al igual, cuando piso la extensión de toda su enorme fachada su acera con cada paso que doy, un determinado nosocomio.

Como un Hospital privado.

Parece.

Es gigante.

Enorme.

Tal vez, toda la manzana con predio lo compone.

A ciencia cierta no comprendo por qué, siempre llama mi atención.

Si lo veo estando arriba del autobús, mi vista no se pierde de él, hasta que el coche dobla en la intersección.

Y si es como ahora, caminando.

Mis ojos elevados, no dejan de seguir su longitud construida.

Culpo a su diseño griego.

Creo que lo es, sinceramente soy mala en todo lo que es historia con su arquitectura.

Pero bonito y con diseño atrapante o no, me gusta y por ende.

Lo miro por última vez con su grandeza y varios pisos.

Me atrae, cada vez que lo tengo en frente.

ABEL

Tranquilidad.

Eso creo.

No puedo percibir bien mi entorno, aunque lo procuro.

Pero sí, como un estado de sueño o más bien, que por más letargo, uso de mis fuerzas para despertar de él.

Lo intento y me agota, pese a que siento que no logro mover mi cuerpo.

Sin embargo sí, algún tipo de movimiento involuntario en mí. 

Algo así, como muscular, estimulados por mi fuerza exigida.

Me vuelvo a debilitar.

Sed.

Descubro que tengo sed.

Mucha.

Deseo tomar agua o volver a sentir algo líquido y bebiendo, que moje mis labios y recorra su humedad mi garganta.

Reconozco que hablan.

En realidad, escucho y trato de hacerlo más, aunque me cueste.

- Frunció su ceño... - Dice esa voz a alguien.

No sé, quiénes son, pero la otra persona dice mi nombre y me da una orden verbal.

No respondo.

Quiero.

Pero, no puedo.

Me cuesta.

Al igual que abrir mis ojos.

Mis parpados pesan.

Pero lo logro, utilizando la última energía que tengo.

Para encontrarme a gente con batas blancas y lo que parece una camada de enfermeras entre sorprendidos como asombrados.

Al verme despertar...

SANDRA

Prolijamente corto en pequeños dados la primer manzana en el platito, mientras veo como mi abuelo y con Cactucin sobre él, lo acaricia en silencio, pero con una linda sonrisa en sus labios.

Una vez terminado se deslizo sobre la mesa, junto a un tenedor de plástico para que lo meriende y no duda.

Tomándolo, pincha el primer trocito y se lo lleva a la boca para masticarlo despacio y saborearlo.

Y lo miro con cariño como satisfecha.

Realmente las manzanas de esa tienda son las mejores.

- En poco tiempo me voy a mudar, abue... - Le cuento, mientras come otro pedazo.

Próximamente va a cumplir sus 90 años, pero sobre sus arrugas y gestos lentos de masticar con ganas su comida, sigue tan guapo como las fotos que tengo de él como mi abuelita de recuerdo.

Me mira extrañado y sonrío.

- ¿Sabes, quién soy? - Lo miro divertida y acunando mi rostro con mis manos para que lo vea bien.

Lo hace.

Pero niega, sin dejar de buscar un tercer bocado de la fruta.

- No. - La come y el jugo de la manzana se escurre por una de las comisuras de sus labios.

Y río, mientras lo limpio un poco con una servilleta de papel.

Seguido a señalar un par de enfermeras que pasan por la galería del jardín trasero donde estamos, para luego a mí.

- Las reconoces a ellas... - Porque las nombró hace un rato. - ...y no a tu nieta? - Finjo ofensa.

Nuevamente me mira.

- ¿Nieta?

Afirmo.

- Sandra. - Busca un cuarto trocito de fruta, pero se lo entrega a mi gatito y el quinto es para él.

- ¿Sandrita? - Me consulta, ahora mirándome de lleno y curioso.

Sonrío.

- Sí, abuelo... - Como me dice él. - ...Sandrita...

Y sus ojos se nublan de la emoción.

Los míos también.

Ya cada vez menos dura los tiempos que me reconoce, pero sean segundos, los disfruto mucho.

Como ahora y aunque le cuesta levantarse de su silla, lo hace para abrazarme.

- ¡Qué grande estas, mi hija! - Besa y palmea mis mejillas como de niña, continuo a escanearme para verme mejor. - ¡Y cómo creciste, mi hija! ¡Tiempo que no te veía! 

En realidad fue hace tres días atrás, pero supongo que hoy cree que la última vez fue de niña.

Y como siempre llegando a estas instancias, cual en los últimos meses y en cada visita hago.

Repito, porque mi abuelo se olvida.

De mi progreso en la compañía, nuevamente que me mudo, que el gatito que adora es mío y lo encontré esa noche con Caín y se llama Cactucin.

Y lo primordial.

Beso su frente viejita.

De lo mucho que lo quiero.

ABEL

De pie junto a la ventana de mi habitación, miro a través de ella la calle.

La altura no es mucha, pero siendo su ubicación al frente, distingo el abarrotamiento de coches circulando en la misma, como personas transitando la acera.

Milagro.

Eso dicen.

Me apoyo algo en la pared.

Los médicos que me asistieron todo este tiempo y tras innumerables chequeos clínicos.

Análisis de laboratorio.

Punción lumbar por alguna infección, pero dando negativo.

Exploración del cerebro como tomografía, resonancia y hasta un electro, para ayudar en el diagnóstico de algún tipo de zona con lesión cerebral.

Cual, tampoco nada.

Milagro, reafirman.

Como yo ahora mirando todo, después de más de 15 años de estar en coma.

Todo es nuevo.

Todo creció.

Giro mi rostro hacia el vidrio de la ventana para ver mi reflejo, procurando reconocer con una mano mi rostro adulto.

Inclusive, yo.

Y esa misma mano, la aprieto sobre mi pelo algo crecido y negro.

Como si eso, ayudaría a despejar mi mente convulsionada de muchas imágenes.

En realidad recuerdo. 

Y no solo de mi familia y el nefasto accidente.

Sacudo mi cabeza por no comprender.

También lo que circula sin razón aparente ni explicación, mientras vuelvo a mirarme, pero ahora por sobre mis hombros.

A mi espalda.

Tras de ella y no entiendo el motivo, ya que siento que algo me falta.

Creo. 

No lo sé.

Pero un silbido me saca de mi vista a mi reflejo del ventanal, para nuevamente mirar pisos más abajo.

Una mujer con correa en una mano, llama a su perro que suelto y metros más adelante, investiga un árbol metros más adelante.

Ella entre risas lo reprende, poniendo su correa y su mascota, ladra alegre sin dejar de mover su colita mientras recibe sus caricias.

Su pelaje negro y poca edad azota mi mente por otro vago recuerdo.

Más cuando ladra.

He inclino mi cabeza, dudoso.

¿Tuve un perro con mi hermano?

Niego.

Imposible.

Mamá era alérgica.

¿Entonces, de dónde?

Y exhalo con tristeza, porque jodidamente todo me cuesta terminar de entender.

La puerta de mi habitación se abre por el médico acompañado de una enfermera.

Hora de mi rehabilitación.

Una lenta que me vaticinaron que puede durar meses, años o toda la vida, mientras me reintegro nuevamente a la sociedad.

Y lo hago, porque es lo que mi hermano Caín hubiera querido.

Pero antes de seguir al médico, busco algo de la mesita junto a mi cama que me hizo compañía todo estos años en mi coma y a ciencia cierta, no tengo idea como llegó a mí, pero es lo único que tengo como propio y sin saber el por qué, lo necesito siempre conmigo.

Lo agarro con cuidado y abro para escuchar su música, mientras una bailarina clásica baila sobre ella.

Una pequeña caja musical.

SANDRA

- ¿Y eso? - Le murmuro a Cactucin, ya caminando y en dirección a mi parada de autobús, al escuchar y siendo cada vez más nítida la melodía que escucho de golpe.

Y no, por lo bonita que lo es y siendo amante de lo clásico.

Y elevo mis ojos al Hospital de lindo diseño griego, pisos más arriba, ya que proviene de ahí.

Si no, porque es la misma melodía de la cajita musical que perdí y mis abuelos me regalaron.

El sol de frente me molesta, pero gracias a mi mano como visera puedo distinguir pisos más arriba y de una ventana, lo que parece que fue un muchacho de pelo oscuro y de espalda con algo en sus manos.

Y digo fue, porque en ese momento se pierde de mi vista por adentrarse en su habitación.

Y con ello, Cactucin da un largo maullido en mis brazos.

Lo beso sobre sus orejitas, porque lo comprendo.

Yo también sentí algo extraño, bajo una brisa que se levanta y sobrevuela sobre nosotros arrastrando hojas.

Elevo mi mano libre.

Y locamente...

Sonrío, mientras abro la palma de mi mano para que reposen un par en ella.

Miro al cielo.

Pétalos rosas, de flores de cerezo.









Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top