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Soporté todo el día con la misma cantaleta. Mensajes y mensajes provenientes de su móvil aún en clase, se había vuelto imposible prestar atención al profesor cuando ese asqueroso sonido me perforaba las orejas una y un millón de veces, y siempre que me giraba a verla para que lo apagara la veía sonriéndole estúpidamente a la pantalla. No conocía al tipo detrás de esos mensajes pero me estaba colmando la paciencia.
A la hora de la salida finalmente pude respirar aire fresco ante el ruido vespertino de las calles de la ciudad. Honestamente prefería eso a estar escuchando su ringtone de notificación. Un par de brazos me envolvieron por detrás seguido de una risilla que conocí.
—adivina que.
—¿vas a aplastar el móvil?
De verdad quería que lo hiciera.
—no, tonta. Él vendrá por mi hoy, quiere llevarme a comer algo, ¿quieres venir? La invitación está abierta— sonrió contra mi mejilla.
Ir con ella y su hombre mayor. No, claro que no.
—estoy bien— ante mi respuesta siguió rogándome hasta que un auto de vidrios polarizados aparcó justamente frente a nosotras.
El copiloto bajó la ventanilla dejando a la vista a un hombre completamente fuera de lo que me imaginaba. Tenía un porte bien definido y unos hermosos ojos avellana que miraban hacia mi amiga con un espléndido brillo que resaltó aún más en una sonrisa aperlada.
¿Ese era el que estaba detrás de los mensajes?
Porque si lo era, Dios, mi imaginación había metido la pata hasta el fondo.
—¿lista, hermosa?— miré a Miranda de reojo.
Parecía una de esas adolescentes clichés que tienen la vista completamente ida por un chico, o en este caso; un hombre.
—¿puede ir ella?— me tomó del brazo enganchándose como pinza incapaz de soltarse bajo ninguna circunstancia.
Inmediatamente le dedique una mirada desaprobatoria que obviamente ignoró. No podía llevarme en contra de mi voluntad.
Por favor no.
—claro que si, súbanse las dos— sonrió con afabilidad denotando las líneas de sus pómulos.
De verdad era guapo.
Miranda literalmente me arrastró dentro del coche recubierto de piel que resonó contra la piel descubierta de mi pierna a causa de la asquerosa falda del uniforme. Bajé la tela más allá de mis muslos subiendo la mirada directamente al retrovisor, un error del que me acordaría siempre.
En ese espejo se reflejaron unos hermosos ojos azules que miraban directamente a donde me encontraba sentada. Atiné a quedarme inmóvil sin poder formular una palabra que no sonara estupida o acabada de sacar de una mente frustrada como la mía.
—mucho gusto, linda— me sonrió el que salía con Miranda girándose sobre su asiento—. Ashton Irwin— le devolví la sonrisa totalmente fuera de órbita.
¿Que hacia yo en un auto desconocido?
—y este de aquí es Luke— saludó el otro detrás del volante girándose finalmente a dar la cara.
Quedé embelesada ante tal mirada color celeste y esos rizos que le caían a los lados de la cara recubierta de una barba corta que en verdad le hacía lucir mejor de lo que uno pensaría. Me sonrió sin abrir los labios y de esa manera me deleite un momento con sus hoyuelos.
—¿a donde quieres ir a comer, mi cielo?
La pregunta iba dirigida a mi amiga, quien al reírse a su lado se decidió por un sitio en donde servían solamente pastas, o en concreto, comida italiana.
Tragué saliva sintiéndome más incómoda que a gusto, ¿que estaba haciendo ahí?
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