Epílogo: «Cada familia tiene un legado, y este es el mío»
—¿Se casaría conmigo, señorita Night?
El mundo de la bruja dejó de girar; había pasado la semana siguiente esperando que el huevo Elmaris eclosionara. Poco quedaba más por hacer. Maximiliano le había declarado su amor y la reina Flora se había reunido con ella a solas para comunicarle que, si pasaba la última prueba, aprobaría su matrimonio. Un matrimonio, del que aún tenía dudas.
Y tras haber recibido un conejo blanco de lo más adorable y de haber logrado que Nut lo aceptara a regañadientes, lo había llamado Snowflake. Este no se despegaba de Lilibeth; tanto había sido su apego que ya había protagonizado alguna que otra trifulca con su celoso familiar. Pero finalmente, habían convenido que ambos tendrían que aprender a compartir el amor de la bruja. Para ella, había sido de lo más curioso: Nut tenía la habilidad de hablar, pero Snowflake no. Aun así, había encontrado la manera de comunicarse abiertamente con la ardilla. Para su suerte, Lady Blanche también había superado la prueba y la estaría acompañando hasta la resolución del concurso; aunque para ambas, la respuesta, era más que obvia.
Parecía que ya nada se interponía entre la bruja y su amado príncipe; al menos, así lo veía él.
Maximiliano esperaba por su respuesta, con la rodilla hinchada en el suelo de baldosas de su pequeño refugio personal; tenía las mejillas coloradas y le temblaban levemente las manos por la emoción. Contaba con la bendición de sus padres, aunque le faltará la de sus suegros. Primero, quería asegurarse de que Lilibeth estaba dispuesta a compartir el resto de sus días con él. Prefería pedir perdón a su futura familia política que arrepentirse de no haberlo intentado.
Lilibeth amaba a Maximiliano; Maximiliano amaba a Lilibeth. Era casi como sumar uno más uno; el resultado era predecible. Pero nada era tan sencillo... había otros factores que dificultaban la operación: el pueblo aún tenía prejuicios en contra de los brujos y, además, Lilibeth podía desatar el caos en su familia, si aceptaba casarse con el príncipe y dejaba de lado sus propias obligaciones. Pero estaba enamorada; cada mirada y cada palabra que había vuelto a cruzar con el heredero había supuesto su terrible perdición.
El corazón le martilleaba tan fuerte en el pecho, que estaba casi segura de que Maximiliano también podía oírlo.
Nervioso, este se revolvió aún con una rodilla, descansando en el suelo. Con sus ojos volvió a formular la misma pregunta, aunque esta vez, sin mediar palabra alguna.
—Lo siento —tartamudeó la bruja. Con un nudo en la garganta dio un traspié mientras se alejaba de su amado.
Y así fue como Lilibeth salió huyendo: todo lo que pudo hacer fue correr escaleras abajo y ni siquiera tuvo fuerzas para mirar atrás. Maximiliano, sin poder entender nada, se quedó con el corazón roto, tratando de reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
Cuando el carruaje frenó frente la casa de los Night, a Lilibeth se le revolvió el estómago.
Había salido del castillo con tanta prisa, que solo había tenido tiempo de recoger a Nut y Snowflake. El primero llevaba de morros todo el viaje; el segundo había descansado durmiendo sus faldas, ajeno a todo el drama que estaba a punto de desarrollarse.
—Dagmar te va a matar —siseó el familiar.
Lilibeth lo observó de reojo, con cierto reproche, aunque sabía que era muy probable que sucediera.
—Morgan también —añadió.
La bruja optó por ignorar sus palabras, aunque sabía que llevaba toda la razón y que sus afirmaciones eran de lo más acertadas. Además, se había marchado sin ni siquiera decirle nada a su amiga, Lady Blanche.
Al bajar del vehículo le pidió al cochero que desmontara y le indicó un pequeño hostal donde podía pasar la noche. Bien entrada la tarde, debía esperar a que los primeros rayos del sol alumbrasen nuevamente el cielo para emprender el camino de vuelta al castillo.
Había informado a sus padres de lo sucedido esa última semana, pero no les había avisado de que regresaba a casa. Así que cuando la cabecita oscura de Blaise se asomó por la ventana del comedor con curiosidad, entendió que el pequeño se quedara, por un instante, estupefacto.
Lilibeth levantó la mano derecha y con ternura le saludó a lo lejos.
—¡Es Lilibeth! —gritó con euforia una vez entendió que era su hermana de carne y hueso.
La familia al completo salió a recibirla, con una mezcla de sorpresa y emoción.
—¿Qué hacer aquí, cariño? —su madre, Casandra, fue la primera en envolverla con sus brazos.
Seguidamente, fue el turno de papá, que, además, depositó un suave beso en la frente de su primogénita, mientras la escudriñaba, tratando de averiguar si había ocurrido algo malo.
—¿Va todo bien, cielo?
Lilibeth no respondió; simplemente le sonrió suavemente con tristeza en los ojos.
—¿Has traído regalos? —quisieron saber George y Gwen; se notaba que eran mellizos, pues habían formulado la misma pregunta al mismo tiempo.
—¿Te vas a casar de una vez o no? —interrogó Luna.
—¡Te hemos añorado! —exclamó Blaise. Siempre había sido el más cariñoso de todos.
El único que no dijo nada fue Morgan; se limitó a observarla impasible desde el marco de la puerta principal, con los brazos cruzados. Las cosas no habían terminado muy bien entre ellos y aunque Lilibeth había tratado de comunicarse con él, Morgan no había contestado ninguna de sus cartas.
—¿Por qué no vamos dentro y dejamos que Lily coma algo antes de atosigarla a preguntas? —les reprochó su madre a sus hermanos. Todos parecieron decepcionados, pero no dijeron nada al respecto.
Lilibeth cruzó el umbral, rodeada de su familia y con el corazón en puño. Incluso las piernas le temblaban mientras se aferraba a Nut y a Snowflake; ni siquiera había tenido tiempo de presentarlo.
Con gran expectación y sin contradecir a su madre, todos volvieron a sentarse en silencio y le ofrecieron un plato de sopa caliente a Lilibeth. A pesar de que no tenía hambre, se obligó a comer algo para ganar fuerzas, mientras sentía los ojos de su familia posados en ella. Los que más se le clavaban eran los de Morgan. Su hermano la miraba con una intensidad peligrosa y afilada.
—Jamás pensé que ocurriría esto —comenzó a hablar tras el último sorbo. Recordó la valentía de Dagmar al haber denunciado públicamente a su madre y deseó tener su entereza—. Pero me temo, que ha sido inevitable —las lágrimas empezaron a recorrer el rostro de Lilibeth.
—Cariño, nos estás asustando... —murmuró su madre con preocupación. Nadie entendía nada.
—¿Qué es lo que ha pasado, Lilibeth? ¿Alguien te ha hecho algo? —le preguntó su padre.
La bruja, rápidamente, negó con la cabeza y se cubrió el rostro con vergüenza. Volvía a sentirse pequeña otra vez; se sentía una decepción.
—Puedes hablar con libertad, cariño. Pase lo que pase, estamos aquí contigo —Casandra la obligó a destaparse nuevamente el rostro y con dulzura acarició su mejilla izquierda.
—Siento no poder ser la líder que esperabais que fuera —dijo con la voz entrecortada.
Notó la mano de Blaise coger la suya por debajo de la mesa y Nut le hizo cosquillas con el bigote en la mejilla.
—Estoy enamorada del príncipe Maximiliano —confesó entre sollozos. Aunque era obvio que su familia ya se había hecho a la idea por sus cartas. No tuvo valentía de mirar a Morgan a la cara mientras lo decía—. Es una persona maravillosa. Es inteligente, tierno y justo. Se preocupa de que todo el mundo esté bien; tanto, que incluso a veces se le olvida pensar en sí mismo. Es valiente, quiere reformar la monarquía y asegurarse de que todos vivan dignamente.
Lilibeth empezó a notar como el peso en su corazón se volvía más ligero mientras dejaba salir todos sus sentimientos con total honestidad.
—Me aterra tener que dejaros —volvió a romperse. Snowflake, que yacía en su regazo, dejó escapar unos quejidos agudos, sintiendo el dolor de su dueña.
—Finalmente, te ha pedido matrimonio —adivinó Luna. Sus ojos brillaban de emoción por su hermana.
Lilibeth asintió en silencio mientras Casandra se levantaba y corría a envolverla nuevamente con sus brazos.
—Tranquila, cariño, está bien —le susurró mientas la consolaba.
—¿Él te ama? —le preguntó su padre. Aunque, sabía la respuesta.
Su hija asintió nuevamente con la cabeza, mientras no se despegaba de los brazos de su esposa. Ellos ya se habían hecho a la idea; Morgan había vuelto hecho una furia y había terminado por irse de la lengua y Lilibeth los había puesto en antecedentes en sus cartas pasadas.
Lilibeth lloró a pleno pulmón mientras se enfrentaba a lo que significaban sus palabras y acciones. Iba a tener que separarse de su familia. Si quería estar con Maximiliano, debía abandonar sus obligaciones, su hogar y a sus seres queridos.
—Si es lo que quieres, nosotros te apoyaremos, Lilibeth —su padre habló con total decisión.
Mientras aquella escena dulce se imponía, una tormenta peligrosa se gestaba demasiado cerca. El segundo hijo de los Night se estaba calentando. Tanto, que no podía aguantar ni un minuto más.
Así que los platos salieron volando una vez más, pero esta vez no se trataba de una pelea entre sus hermanos menores: Morgan los hizo explotar en el aire. La familia entera se apartó con urgencia, abandonando sus asientos y concentrándose en el segundo de los Night, que parecía que acababa de perder la cabeza.
—¡No puedes hacerme esto! —El rostro de Morgan se tornó rojo por la rabia cuando se encaró hacia ella. Lilibeth no le tenía miedo, pero, aun así, dio un paso hacia atrás el ver como su hermano levantaba un dedo y la acusaba con ímpetu—. ¡Jamás te lo perdonaré! ¡Jamás!
—¡Morgan! —su madre lo reprendió. Podía llegar a entender cómo se sentía su hijo, pero las palabras que estaba usando con Lily no eran justificables.
—Está bien, mamá. Estoy dispuesta a soportarlo —le susurró a su madre antes de entregarle a Snowflake; sabía que aquello se pondría feo. Luego, observó como el resto de sus hermanos y su padre se habían quedado anonadados—. Te quiero, Morgan. Aunque ahora me odies, me volveré a ganar tu corazón. Cueste lo que cueste.
Sus palabras le salieron directamente del alma; no podía imaginarse vivir el resto de su vida sin su hermano. Pero a Morgan le arrancó una carcajada amarga.
—Pero quieres más al heredero de Sunrise —le escupió con desagrado.
—Son amores distintos. Cuando encuentres a tu alma gemela, entenderás que... —Lilibeth no pudo terminar la frase; con un rápido giro de muñeca, Morgan la hizo volar por los aires.
La bruja salió despedida y nadie pudo hacer nada por ella. Lilibeth se estampó contra la librería familiar y cayó con fuerza hacia el suelo, mientras montones de libros se desprendían con ella.
—Gracias a ti, jamás podré encontrarla.
Antes de que nadie pudiese intervenir, Lilibeth congeló el tiempo para el resto del mundo; Casandra se quedó en medio de un grito y Gerald a punto de echar a correr hacia sus hijos. Si necesitaba desahogarse y eso hacía que la perdonara antes, iba a entregarle su cuerpo para ello.
—No voy a contraatacar.
Que se negara a luchar contra él aún lo enfureció mucho más.
—Ya has causado suficiente daño. ¡Me has condenado! ¡Yo no quiero esto! ¡No es mi destino! —Por primera vez, Lilibeth vio como los ojos de Morgan se aguaban con desesperación.
Nadie, ni siquiera ella, conocían el secreto que atormentaba al segundogénito. Fue entonces, cuando, dejándose llevar por todo el dolor que sentía, invocó la tormenta entre sus manos.
Lilibeth cerró los ojos con fuerza y espero él impactó; pero antes de que este llegara, escuchó una voz demasiado familiar entre el caos de viento y relámpagos de la magia de su hermano y volvió a enfocar la visión para encontrarse a Maximiliano corriendo desde la puerta de entrada.
Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos: Morgan dejó escapar la bola de energía y la lanzó en su dirección, sin saber que el príncipe heredero había aparecido de la nada y pretendía bloquear su ataque. O más bien, interponerse en su camino.
Maximiliano corrió hasta Lilibeth mientras ella, incrédula, deseaba con todas sus fuerzas que se apartara; pero hizo todo lo contrario. El príncipe se abalanzó sobre ella y la cubrió con su cuerpo; dispuesto a morir por la bruja a la que amaba, si era necesario.
No podía hacer nada para salvar la situación. Cuando Maximiliano la envolvió con fuerza y se prestó como escudo humano contra la magia de Morgan, ella se aferró a él con fuerza e intentó que se diera la vuelta en vano.
Ambos esperaron el impacto; Morgan se arrepintió en secreto de la magia que acababa de liberar. Pero ya era demasiado tarde.
Pero sucedió lo que nadie esperaba: una luz celestial explotó a la vez que la magia de su hermano estallaba en los aires con un grave estruendo. Todos tuvieron que cerrar los ojos con fuerza hasta que la luz se apaciguó.
Cuando Lilibeth abrió los ojos, la sangre se le heló.
Snowflake los había salvado; de su cuerpo emanaba la magia de luz que tanto caracterizaba a Lilibeth y envolvía toda la estancia, anulando la magia de Morgan, pero también el control del tiempo de la bruja. Su poder jamás le había afectado.
—¿Estás bien? —preguntó Maximiliano, con urgencia, sin ni siquiera reparar en que el conejo Elmaris flotaba en aire frente a ellos; nada más en el mundo parecía tener importancia para él.
No se dio cuenta de que se dirigía a ella sin formalismos. Ajeno a que toda la familia Night hubiera recuperado el control de sus cuerpos y lo estuvieran observando con los ojos como platos, tomó el rostro de Lilibeth entre sus manos para cerciorarse de que no tuviese ni un rasguño.
—¿Príncipe? —preguntó ella, incrédula. Aún no podía creerse que hubiera aparecido por la puerta principal de su casa.
—Maximiliano —la corrigió antes de dedicarle una suave sonrisa—. No podía dejarte marchar sin intentarlo una vez más.
—Siento mucho haberme marchado de esa manera. —Lilibeth se avergonzó, pero sin poder controlar sus emociones cubrió sus manos con las suyas.
—Si quieres que renuncie al trono, lo haré. Si no quieres casarte conmigo porque no me amas, lo entenderé. Solo te pido que decidas lo que decidas, seas feliz, Night.
Sus palabras le acariciaron el alma; estaba dispuesto a abandonar sus obligaciones, aun siendo el único que podía cumplirlas. Lilibeth, en cambio, contaba con otros cinco hermanos que podían ocupar su puesto.
—¿Estarías dispuesto a abandonar tu mundo y vivir entre brujos, muchacho?
La voz de su padre los devolvió a la realidad. Con una mezcla de vergüenza y decisión, Maximiliano le extendió la mano al cabeza de la familia Night y esperó pacientemente a que este se la estrechara.
Gerald lo hizo con decisión tras escuchar como respondía con una clara afirmación.
Lilibeth miró primero a su madre; tenía lágrimas en los ojos, pero sonreía con ternura. Casandra estaba conmovida y no había podido evitar recordar su propia historia de amor.
Después posó su mirada en los dos pares de gemelos; todos estaban en silencio, expectantes a lo que ocurría frente a sus narices. Luna, en especial, no podía separar sus ojos de Maximiliano; de seguro que estaba preguntándose si era real o se encontraba en medio de uno de sus sueños.
Buscó los ojos de Morgan para asegurarse de que no hubiera sufrido ningún daño, pero este había desaparecido.
Por último, miró a su padre y entendió lo que le quería decir, sin necesidad de palabras de por medio: todos iban a apoyar su decisión.
Y la bruja sabía cuál era. Supongo, que, en el fondo, siempre lo había sabido.
Lilibeth, que siempre se había sentido de lo más moderna, decidió que incluso sin anillo, iba a hincar ella la rodilla al suelo. Y así lo hizo.
—Maximiliano Sunrise... —pronunció con una sonrisa en los labios; esta le fue devuelta por el príncipe, que se mostraba de lo más emocionado—, ¿Quieres casarte conmigo?
—¿Estás segura? —le preguntó él, solo para cerciorarse.
—Siempre que aceptes que Nut y Snowflake puedan vivir con nosotros en el castillo.
—Es lo que más deseo —respondió Maximiliano. La sonrisa de los labios aún no se le había borrado.
Y tampoco lo hizo cuando la pareja se fundió en un apasionado beso mientras la familia Night estallaba en vítores; incluso Snowflake saltaba de alegría y daba sonoras patadas al suelo.
—¡Otro con el que compartir el amor de Lilibeth! —exclamó Nut fingiendo desagrado; le encantaba molestar a todo el mundo, así que no podía esperar que tratase a Maximiliano de otra manera.
—¡Pues espérate cuando tengan bebés! —le respondió Luna sacándole la lengua.
Lilibeth estuvo a punto de ahogarse con su propia saliva, al igual que su padre, Gerald. En cambio, Maximiliano, lejos de pensar que eran una familia de lo más rara, estalló a carcajadas. De igual manera lo hizo Casandra, que parecía encantada con ese pensamiento.
A pesar de lo acontecido con Morgan y de su desaparición, la familia entera trató de hacer sentir bien a los recién prometidos; le ofrecieron un buen plato caliente a Maximiliano y lo escucharon atentamente hablar sobre su vida en palacio. Todos deseaban conocerlo más y mejor.
Luna se esforzó en interrogarlo mientras los más pequeños formulaban cada vez preguntas de lo más raras:
—¿Si pudieras tener un poder cuál sería?
—¿Y tú jamás has jugado con una pelota encantada?
—¿Lilibeth aún no te ha llevado a volar en escoba?
Maximiliano disfrutó el tiempo con aquella familia tan variopinta. Todos determinaron que Lilibeth no se equivocaba: el príncipe, era maravilloso.
Les esperaba un largo camino a recorrer juntos; el matrimonio no era algo fácil y menos cuando eras juzgado por todo el pueblo. Pero su amor era fuerte: se tenían el uno al otro. Juntos, iban a cambiar mentes.
Tuvieron que pasar la noche en Nightforest; iban a partir al alba para empezar a preparar la esperada boda.
Lilibeth durmió una última noche con sus hermanos pequeños, Luna y Blaise, mientras Maximiliano ocupaba sus aposentos.
—Parece muy buena persona —opinó Blaise. Iba a echar de menos a su hermana, pero no sentía tristeza porque se fuera con el amor de su vida.
—Y es muy apuesto —suspiró Luna.
Lilibeth sonrió al tiempo que recordaba a cierta rubia.
—¿Sabes que he conocido a alguien que me recuerda mucho a ti? —le contó entre risas a Luna.
Los tres, no tardaron mucho en caer rendidos entre anécdotas y recuerdos.
La despedida llegó finalmente. Tras haber compartido un agradable desayuno con su familia y con su prometido, Lilibeth se dispuso a decir adiós.
Primero se despidió de los pequeños, prometiéndoles una habitación en el palacio para cada uno de ellos.
—Venid a jugar conmigo al laberinto —sonrió Maximiliano. Sin duda, si alguien podía orientarse allí era él; había crecido jugando en su interior y volviendo locos a los sirvientes.
Su padre se limitó a abrazarla con fuerza y pedirle al príncipe que cuidara de su hija; era un hombre de pocas palabras, pero le encantaba mostrar afecto con acciones.
Despedirse de su madre fue lo más difícil, pero se aferró a la idea de que pronto volverían a verse cuando visitaran el castillo para su boda. Casandra, incluso había pensado ir de sorpresa antes.
—Dile a Morgan que le quiero —le pidió a su madre. Ella asintió con la cabeza y se fundieron en un abrazo.
—Su alma se apaciguará.
Lilibeth quiso creer en sus palabras, pero sabía que las cosas con su hermano siempre resultaban complicadas. Aun así, iba a quererlo de igual manera.
Cuando alzó la vista nuevamente para decir un último adiós a su familia, se topó con el rostro de Morgan y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. No parecía tan enfadado, pero sí que estaba triste y dolido. Todos enmudecieron al darse cuenta de que había decidido hacer acto de presencia. Incluso Maximiliano se tensó y buscó la mano de la bruja para darle su apoyo.
Iban a regresar a palacio para los preparativos de su esperada boda, pero lo harían con un gran sabor amargo en la boca.
—Desde este momento y como nuevo heredero del aquelarre Night, yo te destierro, Lilibeth Sunrise —sentenció, Morgan, para sorpresa de todos.
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