Capítulo 11🦋: Tarde de cuidados.
— ¿Estás bien?— Preguntó Stefany abrazándome fuerte, finalmente nos habían rescatado.
— Sí... Estoy bien.— Respondí mientras le acariciaba la espalda intentando aliviarla.
Equis se encontraba sacudiéndose el pantalón, mientras los vecinos le miraban de la forma más fea e indiscreta posible.
— Equis... — Dije soltando a Stefany y acercándome a él.— Gracias por haberme abrazado allí dentro.— Le agradecí mientras presionaba los labios y desviaba la mirada.
— No lo digas en voz alta.— Me regañó.— Además... ¿Por qué tus ojos no están enrojecidos?
Aborta la misión, acaban de descubrirte.
— Verás...— Hice una pausa para acercarme a su oreja.— Tuve que mentir, en realidad fingí el llanto, pero la verdad si estaba asustada.
— Muérete.— Susurró hostilmente.
Los vecinos nos observaban estupefactos.
— Eh... Hola. —Nos interrumpió Stefany.— Megan, querida, ¿no debes irte a la universidad?
Deja de preocuparte por mí, Equis no me ha mordido o algo por el estilo.
— Sí, tienes razón.— Afirmé algo inconforme por abandonar la charla con Equis.— Debo irme.— Le dije.
— Vas a pagármelas, mariposa mentirosa.— Susurró nuevamente.
Sonreí pícaramente para luego caminar hacia la acera.
— Equis.— Me detuve en corto y me giré para verle una última vez.— No eres el monstruo que piensas que eres.
Él solo guardó silencio sin apartar su mirada de la mía, mientras tanto los vecinos comenzaron a cuchichear.
Horario de almuerzo.
— Estás viviendo una novela juvenil.— Comentó Arlen levantando ambas cejas y desviando la mirada hacia abajo, mientras colaba un mechón de cabello detrás de su oreja.
— La verdad no sé si en realidad tienes mala o buena suerte.— Opinó Diana mientras masticaba un trozo de manzana.
— Cierto, estar atrapado y a oscuras genera mucha inquietud. Pero...¿Quién no querría terminar encerrado en un ascensor con su crush?— Añadió Simon con el ceño fruncido y una leve sonrisa.
— Pienso que hiciste lo correcto.— Agregó Hans mientras mezclaba su pasta en la bandeja.— Supiste aprovechar la situación, aunque mentiste.
— ¿Cómo te sentiste mientras sus brazos te rodearon?— Preguntó Arlen cruzándose de brazos.— Además de que no te encontrabas abrazada por cualquiera, sino por un chico maniático antisocial que siente desprecio por cada ser humano que le rodea. ¿No te preguntaste por qué tú? ¿Por qué fuiste tú quien lo extrajo de su mundo gris por un tiempo? ¿Por qué fuiste tú la persona que lo hizo cambiar de opinión por unos minutos?
Me quedé pensativa tras escuchar las palabras de Arlen. ¿Por qué había sido yo? Si tan solo era una chillona del demonio.
— Lo único que puedo responderte, Arlen, es que me sentí frágil. Me sentí tan delicada, pero a la vez protegida. Sentí que allí nada ni nadie podría hacerme daño. Fue como haber estado en un sueño...— Expliqué con una tonta sonrisa en los labios y la mirada desviada hacia el suelo.
— Estás enamorada hasta los huesos. Definitivamente te perdimos, Megan Sanders.— Respondió Simon tras una risa burlona.
— No estoy enamorada.— Aclaré.— Todavía no...
— ¿Todavía? — Preguntó Hans con rostro coqueto.
— Megan está enamorada...— Se burló Diana en voz infantilona.
— Hola, soy Megan y me he enamorado de un psicópata probablemente.— Continuó Simon imitando mi voz de la manera más irritante y chillona posible.
— Oh... Soy una universitaria en pleno dilema amoroso.— Añadió Hans en tono trémulo.
— Vale... Lo he entendido. ¿Podrían callarse ya?— Pregunté algo molesta y con el ceño fruncido.
— Megan está...— Intentó agregar Diana, cuando de repente le metí toda la manzana en la boca.
Todos en la mesa comenzaron a reír, mientras la pobre Diana tosía con los ojos cristalizados.
— No... No es... Gracioso, estúpidos.— Nos regañó aún con la garganta débil.
En cuanto el timbre resonó por los pasillos en la tarde, me dirigí a la cancha para ensayar junto al equipo de porristas nuevamente la coreografía prevista para el torneo de rugby, y tras salir de allí me dirigí al supermercado para llevar algunos suministros a casa.
Mientras subía las escaleras escuché un desgarrador grito que rebotó por todos y cada uno de los peldaños de las escaleras.
Ese es...
Tras llegar al séptimo piso, sin pensarlo dos veces me dirigí al apartamento de Equis casi segura de que el grito le pertenecía a él, y llamé a la puerta sutilmente con el puño.
— Hola... Equis... ¿Acabas de gritar?— Pregunté mientras mi dedo índice descansaba sobre la madera tras el toque, y mi oreja se encontraba fija en la puerta.
— ¡¡¡No, no he sido yoahhhhhh!!!— Su última palabra se deformó completamente tras ser mezclada con un grito.
— Sí, sí que has sido tú.— Le reproché.— ¿Puedo ayudarte? ¿Qué sucede?
— La verdad es que sí necesito que hagas algo...
— ¿A sí? ¿Y qué es?— Pregunté mientras un latigazo de electricidad me recorría las entrañas.
— Que te marches y me dejes en paz.— Respondió fríamente.
— No me iré.— Dije molesta formulando un gesto de asco en mi rostro.— Abre la puerta.— Le pedí.
— No.— Rotundamente se negó.
— Entraré de una forma u otra.— Le advertí.
— ¿Y cómo harás eso?— Se burló.— ¡¡¡Oh, santo dios!!!— Gimió de dolor nuevamente.
— Fácil.— Respondí para luego patear ligeramente la puerta.
— ¿¡Planeas derribar la puerta!?— Exclamó tras abrir la ventana y asomar su rostro.
— ¡Has caído!— Me burlé dándole un fuerte empujón hacia adentro, provocando que cayera en el suelo.
Inmediatamente aproveché que se encontraba tirado en el suelo y me colé por la ventana cruzando un pie y luego el otro.
— ¿¡Qué tienes en la cabeza, mariposa loca!?— Se quejó levantándose del suelo.
— Bien, muéstrame dónde te duele.— Le ignoré acercándome a él.
— Al parecer no eres tan tarúpida.— Opinó algo inconforme.
— No, y sé que lo de tarúpida ha sido a propósito, sé lo que significa, tarúpido.— Respondí victoriosa con altanera sonrisa y los brazos cruzados.
Tarúpido: Persona de pocas ideas, tonto.
— Te odio.
— Es mentira, de lo contrario no me hubieras abrazado esta mañana.
— Cállate.
— No me calles, puedo hablar cuánto quiera, tarúpido. Además... ¿Por qué has admitido que no soy tan idiota?— Cuestioné arqueando una ceja.
— Ha sido un plan perfectamente ideado, lo de patear la puerta para que abriera la ventana y pudieras colarte por ella... Pero la verdad es que debo admitir, que solo las personas como tú son capaces de idear tales planes.
— ¿Cómo yo?— Fruncí el ceño.
— Acosadores.— Respondió.— Salvo los ladrones, los acosadores formulan planes perfectos para adentrarse, sin permiso...— Enfatizó en esas dos palabras alzando ambas cejas.— En el hogar de sus víctimas.
— No te acoso.— Respondí molesta.
— Será mejor que lo dejemos ahí, la conversación está tomando el mismo rumbo de aquella noche, cuando te marchaste del camerino molesta.
— ¿Entonces estás evitando que eso suceda de nuevo?— Pregunté acercando mi rostro al suyo, con las manos escondidas detrás de la espalda.
— Será mejor que te detengas y dejes de hacerte la lista, estoy demasiado molesto como para seguir esta charla contigo.— Me apartó dando un ligero empujón.— Mariposa mentirosa.
— ¿Aún estás molesto por lo de esta mañana? Estaba asustada, Equis, era la única manera de que...
— Te aprovechaste de eso, Megan, eso no está bien. Y lo hiciste exactamente porque no suelo abrazar a las personas.— Dijo serio mientras se sentaba en el sofá desviando la mirada hacia la pecera.— ¿También odias a esta tipa, Tedd, verdad?— Preguntó a su tortuga.
No me quedó de otra que permanecer en silencio algo avergonzada, en el fondo sabía que Equis tenía un poco de razón.
— ¡Auch!— Gritó nuevamente llevando sus dedos a la oreja.
— ¿Es la oreja? ¿Es eso lo que te duele?— Pregunté sentándome a su lado en el sofá.— Déjame ver.— Le pedí apartándole la mano.
— Eres más intensa que un tentempié.— Refunfuñó en un susurro.
— Te he escuchado.— Le regañé observando su oreja.
— Ese era el objetivo, tonta.— Admitió.
— Tienes un queloide. — Dije tras encontrar la hinchada esfera de carne en el orificio de una de las argollas de su oreja.
— Ya lo sé, gemía de dolor porque el cabello termina enredándoseme en la argolla, y la estira.— Respondió tras quedarse tranquilo mientras lo observaba.
De repente se sacudió, como si hubiese sentido un fuerte escalofrío.
— ¿Eso ha sido un escalofrío?— Pregunté preocupada colocando mi mano sobre su frente.
— ¡Déjame!— Me apartó la palma en un instante.
Indignada le lancé una mirada acribillante, a la cual él solo respondió desviando la suya, lo que tomé como un acto de aprobación.
— Tienes fiebre.— Aseguré al poner la mano sobre mi frente.— Es evidente, la infección del queloide está provocando daños colaterales.
— ¿Estudias medicina?
— No necesito estudiar medicina para conocer algo tan tonto como eso.
— ¿Y qué estudias?
— Ciencias Sociales.— Respondí mientras separaba todos los cabellos del área infectada.
— Eso explica muchas cosas la verdad. Por eso estás tan empeñada en que me abra a la sociedad. ¿No? ¿Socióloga del infierno?
— Socióloga del infierno.— Repetí en tono chillón.
— ¡Auch!— Gimió nuevamente apartándose.
— A la cama.— Ordené.
— ¿Disculpa?
— A la cama.— Repetí.
— Te escuché, pero no pienso hacer algo que tú me ordenes.
— Perfecto, si no te vas a la cama...— Hice una pausa y le miré amenazantemente. — No dejaré de hacer preguntas sobre tu pasado.
— Puedo soportarlo.— Respondió recostándose.— ¡Oh!— Se quejó nuevamente.
— No se trata de un capricho, Equis.— Expliqué acercándome.— Se trata de que te dolerá mientras no me escuches. ¿Quieres ir al hospital?
— No.
— ¿Entonces? O vas a la cama ahora, o llamaré una ambulancia.— Le amenacé.
— ¿Una ambulancia por fiebre y un queloide?
— Exacto, pasarás la vergüenza de haber llamado a urgencias por algo tan simple. ¿Cómo lo tomas?
— Enserio eres como una espina en el dedo, no eres mortal... Pero cómo fastidias...
— A la cama.— Dije mientras agarraba su brazo intentando levantarlo del sofá.
— Ya voy, ya voy...— Refunfuñó mientras se levantaba.
En cuanto se recostó en la cama inmediatamente preparé lo necesario para ponerle compresas y limpiar la infección del queloide.
— Me avisas si te duele. ¿Ok?— Dije mientras me sentaba a su lado en la cama.— Voy a intentar limpiar lo más suave posible la infección.
— No había conocido a nadie como tú.— Expresó repentinamente mirándome a los ojos.
— ¿A qué te refieres exactamente?— Pregunté desviando la mirada sonrojada, mientras pasaba el algodón con alcohol por la burbuja de carne inflamada.
— ¡Arde!— Exclamó moviendo bruscamente los pies.
— Si no te quedas quieto le diré sobre esto a los chicos de la banda.— Le amenacé.
— Últimamente solo sabes amenazar, mariposa insoportable. Con ese tonto e inmaduro traje de animadora.— Me insultó también con la mirada.
— Es sexy... Estoy segura de que Darell disfrutaría verme así.— Respondí entre risas.
— Darell cree que eres bonita. ¡Auch!
— ¿A sí? ¿Qué hay de los otros chicos?
— Joshua es algo conservador, así que no tengo idea. Pero Michael y Jackson también creen que eres... — Tragó saliva.—Linda.
— ¿Y qué hay de ti?— Pregunté sin pensar.
¿Qué acabas de hacer? Maldita loca, ahora sí que te ganaste una sentencia.
— Solo eres una mariposa insoportable.— Respondió fríamente.
No esperé ni por un segundo que admitiera algo así, pero por alguna razón su respuesta no me desagradó, por el contrario me provocó una inconsciente y tonta sonrisa, acompañada por un leve sonrojo en las mejillas.
— ¿Te has dado cuenta?
— ¿Qué? ¡Auch! ¡Tonta, tonta!
— Acabas de arruinarlo, iba a decirte que estábamos teniendo una conversación civilizada.— Respondí en tono molesto.
— Yah.— Emitió un sonido.
Por unos segundos un incómodo silencio nos atrapó.
— ¿Y qué tal la universidad?— Preguntó repentinamente.
¿Está buscando conversación? ¡Está buscando conversación!
— ¿No que no te importaba nada de ningún ser humano despreciable?— Cuestioné mientras ponía una compresa helada a descansar sobre su frente.
— En mala hora pregunté.— Se quejó frunciendo el ceño.
— ¿Te he dicho que amo hacerte enojar?
— No necesitas hacerlo... Lo sé.— Respondió inconforme aún con el ceño fruncido.
Luego, disimuladamente mientras buscaba un nuevo algodón, miré su rostro mojado por la compresa. Una ligera, pero encantadora sonrisa se formó entre sus mejillas.
Es tan lindo...
— Todo bien, excepto por una profesora a la que no le caigo bien.— Finalmente respondí a su pregunta.
— A todos nos sucedió alguna vez.— Respondió mientras nuevamente pasaba un algodón mojado sobre la oreja.
— Esa señora es insoportable.
— No tanto como tú, estoy seguro.— Dijo entre risas.
Amo cuando se ríe.
P.O.V de Equis.
Estaba sonriendo, y también reía ligeramente, como después de tantos años no lo había hecho, no con una persona.
— ¿Por qué dijiste hace unos momentos que no habías conocido a nadie como yo?— Preguntó de la nada mientras mojaba la compresa.
Lo ha recordado, genial, ahora estoy en la obligación de decirle.
— Porque te desprecio y te ignoro... Y aún así, estás aquí. Nadie más lo está, solo tú.
— ¿Eso significa que no volverás a despreciarme?
— No. Siempre lo haré, hasta que te canses y me dejes en paz.
— No me cansaré.
— Entonces abstente a las consecuencias.— Le advertí.
— Listo, he limpiado toda la infección. Con el pasar de los días sanará por completo, en cuanto a la fiebre...— Hizo una pausa para tocar nuevamente mi frente.— Aún estás ardiendo.
— Ya estoy bien.— Refunfuñé intentando incorporarme de a poco en la cama.
— ¡Si te levantas llamaré a la ambulancia, al 911, o a lo que sea!— Me regañó con el ceño fruncido y los labios presionados.
— Tus amigos deben sentirse maldecidos porque hayas aparecido en sus vidas.
— Mis amigos me aman.— Aseguró mientras se dirigía a la cocina.
— ¿Por qué vas a la cocina? ¿Quién te ha dado permiso?
— Prepararé un té, no necesito el permiso.— Dijo desde allá.
— Te denunciaré por acoso, invasión de vivienda y alteración del orden.
— Hubieras sido un excelente abogado, amigo.
¿Amigo? ¿Me ha llamado amigo?
En ese momento sobre mí recayeron todos los malos recuerdos de la época en la que por última vez, alguien me había llamado así.
— Ojalá pudiera hacer que eliminaran esa palabra del diccionario. ¡Y ni hablar del día de San Valentín, si tan solo pudiera retirar ese día del calendario!— Me quejé indispuesto.
— ¿Por qué te molestas de repente?— Se acercó con una taza humeante.
— Algunos recuerdos acudieron a mi memoria, es todo, olvídalo.
— ¿Algún amigo te hizo daño?— Preguntó extendiéndome el líquido caliente.
— La amistad es toda una Caja de Pandora, contiene todos los males del mundo. Sentimientos oscuros, acciones malintencionadas, pensamientos malditos.— Expresé evadiendo la interrogante mientras tomaba el té.
— ¿Por qué decides siempre eludir mis preguntas?
— Detesto hablar sobre eso, mariposa insoportable. ¿Podemos cambiar de tema?— Di un sorbo.
— ¿Quieres contarme sobre tu vida luego de... La muerte de tus padres?— Preguntó algo nerviosa y tímida.
— Es un tema triste... ¿Por qué no me cuentas sobre ti?
¿Enserio acabo de preguntarle sobre ella? Pero si a mí no me importa nada sobre nadie...
— Bueno, me siento feliz de que te interese saber.— Respondió sonriente.
Es tan hermosa su sonrisa... No, es igual a todas.
— Mi historia no es la más feliz de todas tampoco... Y algo larga. ¿Quieres escucharla?
En otro momento de mi pasado hubiese inmediatamente eludido el tema, no me interesaba ninguna historia de persona alguna... Empezando porque ni siquiera hubiese preguntado.
Quiero escucharlo, Megan, quiero escuchar todo lo que tengas que decir por alguna extraña y maldita razón.
Me odio.
Eres un flagelo, Equis.
Fin del P.O.V de Equis.
— ¿Tengo otro remedio? Prefiero eso que tenerte en mi oído preguntando sobre mí una y otra vez.— Se quejó tras dar un sorbo al té.
— Fuiste tú quien preguntó.— Le recordé cruzándome de brazos con una altanera sonrisa.
— Yah, vale. Entonces no hables.— Respondió molesto colocando la taza vacía sobre la mesita.
— Todo comienza con mi ex.— Expresé repentinamente.
— Oh no... Una historia de amor juvenil, fallida además. ¿Qué sucedió? ¿Se gritaron un par de veces? ¿No te dejaba quererte a ti misma? Y ahora eres una joven empoderada, ojo.— Enfatizó en la última palabra estirando levemente con el dedo índice bajo su ojo.
— Verás...
Mientras le contaba toda la historia, su expresión antes fría y subestimante, se transformó en una afligida y preocupada.
— Perdón...— Dijo entre dientes.— Por lo que dije antes. No debí subestimar tu situación.
— ¿Acabas de decir algo?— Pregunté sonriente.— No te escuché.— Ironicé.— ¿Podrías repetirlo?
— No. Basta.
Entre risas colé un mechón de cabello detrás de mi oreja.
— Es un idiota.
— ¿Leonel?
— Lo mejor que pudiste haber hecho es comenzar de nuevo, lejos de él.
— Él era importante para mí, simplemente lo amaba.— Me sinceré.
— ¿Cómo sabes acaso que amas alguien y no es pura confusión?— Preguntó entrelazando los dedos.
— Sabes que estás enamorado cuando esa persona te destruyó de mil formas posibles, y aún así no pudiste odiarlo, y aún algo dentro de ti siente que fue maravilloso el tiempo que pasaste a su lado.
— Megan...
— A veces siento asco por Leonel, lo recordaba cada que veía una rata andar por mi apartamento... Pero nunca pude odiarlo, a pesar de que me hirió. Me hirió como nadie, y aún así en ocasiones siento que aún le quiero demasiado...
— No, por favor... No hables así, olvida a ese idiota. No le quieres, lo sé, solo te entristece recordarlo.— Respondió algo incómodo.
¿Se siente incómodo?
— ¿Por qué estás tan seguro de que no lo quiero?
— Porque cuando alguien te destruye, Megan, en tu pecho queda la tristeza y en tu mente los recuerdos, sobre todo los felices. Sin embargo, eso no significa que aún quieras a dicha persona, solo te queda decepción, y asco.— Explicó haciendo un par de ademanes.
En ese momento, el ruido de mi estómago crujiendo interrumpió el silencio.
Mátame tren de las 2:00.
— ¿Tienes hambre?— Preguntó mientras encendía su celular.— Por supuesto, son la 7:30, es hora de cenar. Has estado toda la tarde aquí...
— ¿Fastidiándote?— Lo interrumpí.
— Sí, pero también haciéndome compañía.
Oh... Oh...
— ¿Será que podré levantarme ya, enfermera de mentira?— Se quejó.
— Aún no te ha bajado del todo la temperatura, pero con una píldora de seguro bastará.
— Prometo tomarla.— Dijo aburridamente desviando la mirada.
— Puedes levantarte.
Inmediatamente Equis se encontraba de pie deslizando sus pies sobre sus calcetas.
— Bueno yo... Me iré a mi apartamento.— Dije mientras mi estómago rugía nuevamente.
— ¿Te gustaría...? Pues... Compré dos porciones de comida de microondas. Puedes comértela si quieres.
¿Me está pidiendo que cene con él? ¿¡ME ESTÁ PIDIENDO QUE CENE CON ÉL!? ¡¡AHHHH!! ¡LLORO BRILLITO✨!
— Gracias, es muy amable de tu parte.— Le agradecí sonrojada intentando ocultar mi emoción.
Mientras Equis calentaba la cena en el microondas, me encontraba sentada en la mesa buscando el chat de Simon para enviarle una foto.
Disimuladamente la tomé cuando Equis se encontraba de espaldas, de frente al microondas, con un ancho pantalón negro y una camiseta negra que dejaba sus tatuados brazos al descubierto.
Yo: Imagen🛤️: ¡Voy a cenar con Equis!
Simon: Espero que nos cuentes todo... Hasta el más mínimo detalle, Megan Sanders.
Tras apagar la pantalla, con una inmensa sonrisa en los labios volví mi mirada hacia Equis.
Se ve tan tierno calentando comida de microondas...
¿Acaso te das cuenta de lo que has dicho?
Mentalmente me reí.
— Aquí está la cena.— Dijo mientras colocaba los platos sobre la mesa.
— Gracias nuevamente.
Guardó silencio y se sentó frente a mí.
— Debo apresurarme, la tienda debe ser abierta a las 9:00.— Mencioné algo preocupada.
— Tonta, la tienda cierra los sábados y domingos.— Me recordó.— Pero eso no significa que debas alargar tu estancia aquí, cuando termines puedes retirarte y finalmente podré descansar de tu maligna presencia.
Es neurasténico... Unos minutos se encuentra comprensivo, y luego se vuelve hostil. Primero me pide que me quede, luego exije que me marche.
Solo yo lo entiendo.
Y eso me hace feliz.
Y por alguna extraña razón, estoy segura de que a él también.
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