Capítulo 2
Los mapas se volvieron una afición para Day, y aunque Nolan no lo dijera tan abiertamente, también para él.
Las burlas en el colegio cesaron, o mejor dicho, Nolan las hizo cesar a punta de puñetazos.
Los cuentos nocturnos se volvieron una rutina del par de críos. Él supo que su gusto por las mentiras podía explorarlo inventando historias, y Day descubrió que no era buena imaginando sola, pero escuchando historias desde los labios de Nolan, si podía, y le parecía maravilloso.
Su cuento favorito, por supuesto, era el de la chica con mapas en el cuerpo. Lo contaban tanto, que comenzaron a alargar la historia, enriquecerla, y un día de tormenta en el que un apagón los dejó a oscuras y sin mucho que hacer por más de tres horas, alzaron una sabana formando una tienda de campaña, encendieron unas lámparas para formar figuras sobre la tela.
Durante el juego, Day tuvo la idea de dibujar su mancha en un pedazo grande de papel, y Nolan complementó con la misión de encontrar ciudades, estados, o países que pudieran llenar la imagen del mapa.
Algo así como un rompecabezas, un juego para encontrar todas las partes del mapa de Day.
Nolan ya había encontrado a África y Australia el día del festival de primavera, pero eso solo cubría una muy pequeña parte del mapa. Así que se convirtió en un pasatiempo que se extendería a lo largo de sus días.
Así fueron pasando los meses, los años.
Por las mañanas, Nolan pasaba el tiempo con amigos, tonteando, jugando fútbol, escapando de clases, mientras Day sobresalía en todas. Se pasaba los recesos junto a Jess en la biblioteca, e iba al estudio de ballet al salir de clases.
Y por las tardes, pasaban ocultos entre sábanas, cuentos, risas, secretos y mapas, que iban pegando en las paredes de su alcoba.
Era bonito, era inocente. Hasta que dejó de serlo.
Nolan recuerda perfectamente cuando las cosas comenzaron a cambiar. Day acababa de entrar a la secundaria, y a él le quedaba un año para terminarla. A él ya le habían gustado chicas desde hacía años, solo que no demasiado.
Recuerda a Regina de su clase de biología, era linda, pero tenía la nariz demasiado grande. También le gustó Manon de álgebra, pero su frente era demasiado larga. Y Lucy, que el cabello lo tenía demasiado reseco.
Así con cada chica que le gustaba: demasiado esto, demasiado lo otro. Ninguna brillaba lo suficiente.
Sucedió una tarde calurosa. Day acababa de llegar de su clase de ballet directo a su alcoba para cambiarse el mono y las medias por algo más cómodo. Dejó la puerta entreabierta, lo que no era extraño, porque, en realidad, él y ella se habían visto en calzoncillos desde que tenían memoria.
Nolan no sabría decir si era por el calor del verano, si era por lo excitante de hacerlo oculto tras la puerta, o porque después de finalizar la escuela primaria, la pubertad comenzaba a asomarse en las caderas de ella.
Pero cuando pasó por el pasillo con dirección a la cocina y vio el diminuto espacio entre la puerta y la pared de su habitación, se quedó inmóvil.
Day estaba encorvada, intentando liberar una de sus piernas de las ajustadas medias, mostrando sus posaderas apenas cubiertas con las delicadas bragas ligeramente metidas al centro.
Nolan recorrió toda su figura nervioso. Desde sus huesudos pies, deslizando las pupilas por sus pantorrillas torneadas, los muslos endurecidos por el ejercicio, las bragas floreadas de tela traslúcida, y su columna vertebral, como una cadena de perlas, dividiendo su espalda tersa.
Tragó saliva con el mismo esfuerzo que si hubiera pasado una piedra. Sintió una gota de sudor frío que le recorrió la nuca y resbaló por su espina dorsal.
Parpadeó varias veces, desvió la vista avergonzado, con el rostro hirviendo, y obligó a sus piernas clavadas al suelo a moverse de ahí.
Por un momento, olvidó a qué iba a la cocina. Pero después de rebuscar, se acordó de que se suponía que tenía hambre.
Sacó un plato hondo, lo llenó de cereales, y se sentó en el comedor con un nudo en el estómago. Revolvió el contenido varias veces, centrando la mirada en dos bolitas de maíz perfectamente redondeadas que habían quedado unidas por casualidad. Y no pudo ignorar la semejanza entre ellas y la imagen que acababa de ver en cubierto.
Sacudió la cuchara en el cereal con frustración, tratando de quitarse su figura de la cabeza, y resopló fastidiado, desviando el rostro hacia el techo.
Day salió de su habitación en los mismos calzoncillos con los que la había visto, y una camiseta vieja lo suficientemente larga, como para cubrir solo la mitad de su retaguardia.
Trató de no mirarla, se repitió en la cabeza no hacerlo, pero sus ojos le traicionaron, mirando un par de veces por el rabillo del ojo.
Pasó por su costado desinteresada y cruzó a la cocina. Se paró de puntillas para trastear la alacena, y al alzarse para alcanzar la última repisa, su camiseta subió lo suficiente para mostrar sus redondeadas posaderas. Nolan desencajó la mandíbula, su cuerpo olvidó cómo respirar, y un hormigueo en su entrepierna lo hizo negar la cabeza y castigarse por dentro. Arrojó la cuchara al plato con molestia.
—¿No tienes ningún puñetero pantalón que ponerte? —gruñó irritado.
Ella se giró de golpe extrañada, se miró el cuerpo atónita y levantó el rostro hacia él.
—Hace calor —explicó confundida, sin comprender la repentina actitud hostil.
Nolan hizo rechinar la silla al empujarla hacia atrás para ponerse de pie, bajó la mirada, intentando ocultar el rubor en su rostro, y apretó los puños.
—¡Entonces ponte un puto short! —replicó altisonante, y se fue a su habitación a largas zancadas, dejando a Day de pie y confundida frente al refrigerador, dando un sobresalto al escuchar el azotón de la puerta de su alcoba.
Nunca sacó el tema a colación, ni con Nolan, ni con su madre, ni con nadie. Pero no volvió a pasearse en calzoncillos por su casa.
Los meses transcurrieron, y para Day comenzó a ser normal que ella y Nolan no intercambiaran ni una sola palabra durante el horario escolar.
Dentro del colegio, ambos eran de diferentes mundos, y a ella, en realidad, eso no le molestaba, porque disfrutaba de la compañía de Jess entre los libros.
Vio su cabello anaranjado, alocado y tan rizado como diminutos resortes, aparecer entre el pasillo de historia y arte.
—¡Day! —llamó emocionada.
Cerró el libro que tenía entre las manos, y abrió los ojos atenta a lo que tenía para mostrarle.
—Mira lo que encontré —dijo alegre, mostrándole una página del libro con dos dibujos de países—. Estaba investigando para la tarea de historia, y encontré que Reino Unido tiene una disputa con Venezuela por un territorio, ¿puedes creerlo? ¡Esto nos dará un sobresaliente!
—A ver... —respondió Day sorprendida, tomando el libro entre sus manos y analizando la información.
La rubia empezó a leer, pero se distrajo al ver el par de mapas gráficos representados en las hojas. Recordaba haber visto un mapa de Venezuela y no lograr encontrarle un lugar en el mapa del juego, pero así, con Guayana unida, parecía encajar perfecto.
—¡Son unas sanguijuelas! —dijo Jessica, ofendida—. ¿Qué tiene que hacer Reino Unido en Latinoamérica? ¡Es que no me lo puedo creer!
—Jess... —llamó extasiada—. Tengo que irme.
—¿Ahora?
Day tomó el libro, lo acomodó bajo su brazo y se puso de pie caminando hacia la salida.
—¡Sí! ¡Te llamo más tarde!
Echó a correr, sintiendo el éxtasis como un burbujeo en el estómago. Su descubrimiento los llevaba a estar muy cerca de completar el mapa, y teniendo años intentando lograrlo, le sacaba carcajadas extasiadas mientras corría hacia las canchas de americano del colegio.
Divisó a Nolan en las gradas, y agitó el brazo en el aire gustosa cuando cruzó su mirada con él.
Estaba sentado, con el uniforme lleno de tierra y la piel brillosa de sudor y mugre, igual que los dos compañeros con los que reía a mandíbula batiente. Uno de ellos llevaba una chica enredada en el brazo, y otra posaba sentada a un lado de Nolan, aprovechando cualquier oportunidad para rozarle el hombro y abanicar sus largas pestañas en su dirección.
Nolan se puso de pie en cuanto la vio, sorprendido de que lo estuviera buscando a él, así: en horarios de clases, en medio de las canchas y alegre. No era que le molestara, pero era raro, lo que le alertó por unos segundos que podía tratarse de algo grave. Sospecha que se esfumó en cuando la vio sonreír a sus anchas.
La chica a su lado, Madison, y su más reciente interés, a quien todavía no lograba encontrarle un defecto físico del que escudarse para dejar de hablarle, se paró junto a él, y deslizó la mirada desde la copa de la cabeza de Day, reparando en su camisa de seda abotonada, con cuello de solapas redondas y decoradas de encaje, cubierta por un cárdigan tejido de un rosado empalagoso, metido dentro de su falda de holanes cuadriculada a medio muslo, finalizando en los calcetines tobilleros y sus mocasines de charol.
La mueca que hizo, preocupó a Nolan. Porque él sabía lo que circulaba en el colegio respecto a ella. Sabía que su manera de ser y vestir, desentonaba entre los pantalones ajustados, ombligos perforados, y escotes pronunciados de la mayoría de las chicas. A él le parecía mona, como una muñeca delicada, pero le preocupaba que Madison o su amiga hicieran o dijeran algo que pudiera lastimarla.
Con los tíos era fácil, la situación la tenía controlada desde hacía años a punta de puños. Pero con las chicas era diferente, porque sabía que no podía involucrarse demasiado.
Así que apretó la mandíbula, bajó las gradas para encontrarse con ella, y tratar de alejarla lo más posible del juicio de los demás.
—¡Nolan! ¡Tienes que ver esto! —chilló emocionada mientras hojeaba a prisa el libro en sus manos.
—¿Todo bien? —preguntó confundido.
—Sí, sí, pero mira... —dijo, abriendo de par en par el libro y señalando el mapa de Venezuela de 1856—. ¿Ves esto?
Asintió una sola vez sin despegar la vista de la imagen.
—Jess y yo estudiábamos la historia del mundo para un proyecto, ¡y encontramos esto! ¿Puedes creerlo? Este es el territorio de Venezuela antes de la disputa con Reino Unido.
Frunció el ceño confundido y la miró directo a los ojos, dejándole claro con una mueca, que no estaba entendiendo ni un poco.
—¿No lo ves? —preguntó entusiasmada.
—¿Qué Reino Unido los jodió con Guayana?
—Observa bien —alentó.
Nolan entrecerró los ojos y puso toda su atención en escudriñar la hoja que tenía en frente. Revisó el texto rápidamente, analizó primero la imagen del territorio venezolano actual, y finalmente, se detuvo en el mapa antiguo de la superficie anterior.
Suavizó el ceño, comenzando a comprender por dónde iba su emoción.
—¿Tú crees que...?
—¡Estoy casi segura! —celebró—. ¡Tenemos que comprobarlo!
—¿Ahora?
Day sacudió la cabeza, asintiendo de manera frenética, con la luminosa sonrisa abarcando su rostro.
La animadora, que no había dejado de fulminar a Day, se acercó a ellos, puso las manos en jarras, y sonrió venenosa.
—¿Te vas? —interrumpió al escuchar lo último.
Nolan se encogió de hombros desinteresado, tomó su mochila que colgó de un hombro, y abrazó el casco de americano con el otro brazo.
—De todas maneras, ya terminó la práctica —dijo tranquilo.
—Nos vemos luego, hermano —despidió el jugador de piel oscura con la chica sentada en su regazo.
Alzó la palma, despidiéndose de manera silenciosa. Madison entornó los ojos, bufó, y se giró, poniendo los ojos en blanco. Nolan y Day caminaron a la par, y él no pudo evitar escuchar a su espalda el cuchicheo:
"Puedes creerlo, es una subnormal."
Y aunque Day no dijo nada, él pudo percibir cómo se encogió ligeramente de hombros.
Entendió en ese momento que, aunque no había encontrado el desperfecto físico de Madison, encontró uno interno que se le reflejaba en cada músculo del cuerpo: estaba reverentemente hueca.
Day no dijo nada de camino a casa, pero iba sonriente, abrazando el libro entre sus brazos. Él abrió la puerta y le permitió pasar primero, caminó a paso apresurado a su habitación, descolgó del muro el mapa deforme que lleva dibujado desde que eran unos críos, y lo extendió en el suelo.
Abrió el libro en la página de los mapas, comparó una y otra, y otra vez.
—A mí me parece que sí —interrumpió Nolan.
—¡Sí, definitivamente! Trae los marcadores.
Tomó una caja plástica cubierta de stickers, se sentó en el suelo cruzado de piernas, y abrió el trasto para pasarle un marcador rosado. Day lo tomó, dividió la sección del mapa que se ajustaba al territorio venezolano, y lo coloreó completo.
Una vez que terminó, extendió el papel hacia Nolan y bajó la mirada para contemplarlo.
—¡Nos queda muy poco! —dijo encantada, con una felicidad que no le llegó hasta los ojos, y él entrecerró los ojos curioso por eso.
Ella desvió la mirada, se puso de pie con torpeza aparentemente incómoda, y se dispuso a colocar de nuevo el mapa en su pared.
Nolan se apresuró a sujetar el otro lado del papel para ayudarla en la tarea. Ya que estuvo firme en su lugar, Day lo observó con seriedad, y él se quedó quieto, sabiendo que le sucedía algo por dentro, esperando que lo liberara, porque tratándose de ella, era cuestión de tiempo, ya que nunca se quedaba con nada adentro.
—No volverá a ocurrir —dijo avergonzada.
Frunció el ceño sin entender su arrepentimiento.
—Siento haberte interrumpido.
—No entiendo —dijo indiferente.
—Que no volveré a interrumpirte cuando estés con tu chica o tus amigos... Es solo que... Me ganó la emoción, supongo.
Se miró los zapatos y las mejillas se le pintaron de un rosa meloso, que hizo a Nolan desviar la mirada.
—No importa —respondió sobrio.
—Vale. Pero igual trataré de no emocionarme tanto —respondió mientras se giraba a su armario para abrirlo y rebuscar algo con indiferencia, señal que Nolan tomó para retirarse del lugar, por lo que sacudió las manos y dio unos pasos hacia la salida.
—No trates. Si no te emocionaras así, nuestro mapa no estaría tan cerca de terminarse.
Nuestro, resonó como un eco dentro de ella.
Le dedicó una sonrisa luminosa de labios cerrados, que entrecerró sus ojos azules entre sus rubias pestañas y le hormigueó el pecho a Nolan.
Ella asintió aceptando sus palabras y volvió el cuerpo a su armario.
—Nos falta poco —anunció distraída hacia el cartel en su pared—. ¿Qué haremos cuando lo terminemos?
Se encogió de hombros, porque la idea de quedarse sin el pasatiempo que llevan compartiendo por diez años, lo hacía sentir ansioso, ligeramente incompleto.
—Supongo que habrá que encontrar un nuevo entretenimiento.
Dio un paso para retirarse sin dejarle oportunidad de responder, pero antes, una necesidad le oprimió el pecho. La inexplicable y no requerida necesidad de aclarar.
Así que pasó saliva, apretó su mano en el marco de la puerta, y carraspeó, llamando nuevamente su atención.
—Y Day... Esa no era mi chica.
Ella parpadeó tres veces con rapidez y frunció ligeramente el ceño.
—Oh, vale. Está bien, Nolan. No necesitas contarme cosas de tu vida personal si no te apetece.
—Yo... Yo no...
Sintió que la garganta se le hizo un nudo. Sintió de pronto demasiada desesperación por dejar claro que Madison era demasiado hueca para atraerle.
Quería decirle que no era eso. Quería decirle que hablar de la vida personal de ambos, no le parecía tan malo. Quería decirle que ella y sus mapas eran mucho más importantes que cualquier tía en minifalda.
De pronto quería decirle demasiadas cosas. Tantas, que había muchas que no podía aterrizarlas, pero sí sentirlas.
Sintió todas esas palabras arremolinarse en su lengua, provocándole una picazón que intentó pasar en vano tragando saliva.
Bajó el rostro y observó sus zapatos, sintiéndose impotente de no ser capaz de decir nada, ni por dentro, ni por fuera.
Asintió una sola vez y salió de la habitación con la mirada baja.
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