Capítulo 12
El primer año en que comenzaron su misión del mapa, se habían tomado la tarea demasiado en serio. Nolan recuerda que la única vez que en su vida entró en una biblioteca, fue para buscar entre libros, superficies que pudieran entrar en el rompecabezas.
—Nolan, mira —llamó su voz aguda e infantil a su espalda.
Se giró y observó las páginas que extendía frente a él, con el dibujo de una brújula sobre un mapa.
—¿Qué es ese reloj tan extraño? —preguntó ella, con la mirada infante, abierta y curiosa.
—Es una brújula —explicó él, tomando el libro con manos temblorosas de emoción—. Una herramienta que guía, te muestra el camino.
—Pero... ¿No son los mapas los encargados de eso? —inquirió ella, confundida.
—Para leer un mapa, debes tener una brújula. ¿Ves aquí? —señaló con emoción la N que la aguja de la brújula destacaba.
—¿La N de Nolan?
Se rio divertido, y negó con la cabeza.
—No. Bueno, sí, sí es la de N de Nolan, pero aquí nos indica el norte. Siempre lo indica.
—¿Por qué?
—Creo que por el magnetismo de la tierra, o algo así... —dijo rascando su nuca, inseguro de la veracidad de sus palabras.
—¿Entonces, hay un imán en el planeta que hace que la brújula siempre señale lo mismo? —interrogó ella, fascinada, sonriéndole con un diente caído en la dentadura inferior.
—Sí, creo que... podríamos decir eso. Con una brújula en tus manos jamás te perderías, porque siempre sabrás dónde está el norte.
—Me gusta más pensar que me lleva a la N de Nolan, así no te me perderías tanto por la escuela.
Los movimientos de la chica entre sus brazos, lo hicieron desprenderse de aquel sueño.
Parpadeó varias veces, y sonrió al encontrar a la misma niña de su sueño, pero más madura, más suya.
Y a partir de ese encuentro, de esa noche, dieron rienda suelta a sus días, aprovechando que sus madres no volverían en una semana de Japón.
Fue muy curioso cómo desplazaron tan rápido y natural su rutina de toda la vida, por una nueva y diferente. Porque todas las noches compartían cama, descubrían distintas maneras de acurrucarse, y los besos cada vez exploraban más, llegando a lugares más recónditos y encendidos.
Nada nunca había hecho a Nolan despertarse de tan buen humor, como iniciar su día besando su mejilla mientras ella revolvía los huevos en la sartén para el desayuno. Nada le había hecho ver el cielo tan azul, como encender la cafetera, mientras sus brazos le rodeaban la cintura, y colaba su luminosa sonrisa bajo su hombro.
Le gustaba imaginar y soñar, que ese era el futuro que le esperaba, lleno de infinitas mañanas a su lado, preparando cientos de desayunos, cafés, y adornándolo todo de besos incontenibles.
Jamás se había sentido tan feliz, tan entero, y tan él, como esos días en los que jugaron a la casita. Porque sabiendo que era algo eventual, y que una vez vueltos a la realidad, debían fingir, lo veían así, como un juego del que aprovecharse al máximo.
Un juego que, aunque era temporal, ambos creían que sería eterno, no en ese momento, y tampoco pronto, pero sí algún día.
Al fin y al cabo, ¿qué podían saber un par de críos sobre la vida y los giros que podía dar?
Nolan disfrutaba de la adrenalina de buscar su mirada en los pasillos de la escuela, y dedicarle un guiño pícaro. Le aceleraba el corazón, lo hacía sentir que flotaba, y pensaba en eso durante todas las clases.
Day, se repetía una y otra vez, para encender el cosquilleo en su pecho. Su nombre no había tenido tanto sentido como entonces, sintiendo que había traído el amanecer a su vida. Percibiendo los días como lo era ella: luminoso, dorado, radiante.
Miles le dio un empujón que casi lo hizo golpearse contra un muro, y sus risotadas le atronaron los tímpanos.
—¡Imbécil! —gruñó él, mientras Miles continuaba riendo a carcajadas.
—¡Hombre! Andas con cara de imbécil por ahí, puedes ocasionar un accidente.
—Un accidente, claro... Porque todo el mundo se da empujones a lo bruto —respondió sarcástico.
—Bueno, es que también hacía falta sacudirte las neuronas a ver si ya me cuentas algo.
—A lo mejor, si preguntas de manera directa, sé de qué mierda estás hablando.
—Vale, si eso quieres. Estás demasiado contento.
—Esa no es una pregunta —señaló irónico.
Puso los ojos en blanco con dramatismo, por obligarlo a esclarecer una cosa tan obvia.
—¿Madi y tú ya son oficiales? —preguntó con picardía.
Frunció el ceño e hizo una mueca.
—No.
—¿No? —replicó expectante, esperando una respuesta más amplia, información, algo que fuera más que un simple y seco "No".
—No somos oficiales.
—Oh... bueno, es que ella siempre anda ahí parloteando sobre ustedes, y últimamente te veo con cara de tontín, y no sé... Me pareció que quizá...
—No somos nada, para que quede todavía más claro —escupió tajante.
—Nada —repitió confundido—. Vale, te creo.
—Supongo que debería esclarecerlo.
—No sería mala idea, aunque un problema con Madi, hermano... —fingió un escalofrío teatral, y ocultó una risa—. Yo paso, la verdad.
Nolan puso los ojos en blanco, porque nada podía darle más igual que eso, pero se quedó de piedra en cuanto vio la espalda de Day recargada en su casillero junto a un pendejo con muletas y una enorme férula en una pierna.
—Oye, ¿ese no es...?
—Estupiván —gruñó Nolan.
Miles soltó una carcajada y negó divertido.
—Pobre tío, déjalo en paz...
Pero no dejó de terminar su palabrería cuando se acercó a pasos firmes.
—Vete a la mierda, Iván —ladró Day con mirada fulminante.
—Lo que te haya dicho ese bestia, es solo su justificación por comportarse como un animal.
—No me ha dicho nada, pero sé quién envió el muñeco, y no fuiste tú.
Iván dejó caer los hombros y bajó la mirada, palideciendo ante lo expuesto que se sintió de pronto.
—Yo, eh... Yo iba a mandar un obsequio, ¿de acuerdo? Pero se me adelantaron, y... Vale, fui un imbécil, pero me dieron celos y fue lo primero que se me ocurrió decir.
Day cerró su casillero de golpe, fingió una sonrisa con hipocresía, y entornó los ojos.
—Ya. Pero sucede que yo no perdono las mentiras.
—Vamos, Day —rogó él, tomando su antebrazo.
—¿No has entendido que te largues? —bramó Nolan, colocándose de frente al herido, con los hombros firmes y bufando furioso.
—Relájate, solo estamos hablando —respondió Iván a la defensiva y perdiendo el color de la piel.
—Tú estás hablando, ella te mandó a la mierda —gruñó tan cerca de él que debió dar un paso atrás, entorpecido, por las muletas.
Iván rogó a Day con la mirada y señaló a Nolan con la palma.
—¿Lo ves? Es un salvaje, ¡ni siquiera he hecho nada!
Nolan empuñó su camiseta con ambas manos y lo alzó unos milímetros del piso, haciéndolo temblar como una gelatina.
—¡Nolan! —riñó Da,y con una furia que lo sacó de su trance en un segundo, devolviendo al piso al tembleque.
Ella se acercó a él y le dedicó una mirada filosa que le heló la sangre.
—¿En qué carajo estás pensando? ¡Acabas de regresar de suspensión! —riñó por lo bajo.
—Eso, hazle caso —burló Iván—. No porque vivas en una maldita comuna como unos puñeteros indios, te da derecho a mandarla como te dé la gana. Déjala vivir, caradura.
—¡Voy a romperte...! —ladró furioso, y se detuvo en cuanto Day se interpuso en su camino.
—Lárgate ahora mismo —dijo ella tajante, con los labios fruncidos y mostrando los dientes.
Nolan le dedicó una mirada ofendida, quizás desilusionada, herida. Tragó saliva, empuñó las manos, y se marchó a largas zancadas con los brazos temblorosos y el rostro pintándose de carmín.
Iván soltó un bufido y negó en su dirección.
—Ese tío está desquiciado.
—Ese tío tiene razón. Te mandé a la mierda —dijo venenosa, y sin siquiera dirigirle la mirada, acomodó su mochila en la espalda y alzó la frente—. No vuelvas a hablarme, Iván, o la próxima vez, no lo detendré.
Y aunque Day tuvo que luchar con el deseo involuntario de sus piernas por correr tras él, se mantuvo firme. No sin flaquear en buscarlo con la mirada, pero desapareció de la escuela por el resto del día, y tampoco asistió al entrenamiento.
En su práctica de ballet estuvo dispersa, llevándose varias riñas de su profesora, y un que otro insulto.
Llegó a casa arrastrando los pies adoloridos, sintiendo el leotardo más apretado de lo normal, robándole el aire. Subió sin disimulo, haciéndole saber que había llegado. Lo buscó primero en su habitación, encontrando la cama tendida exactamente como había estado desde que acordaron su secreto.
Se encaminó a su alcoba, y ahí estaba. Sentado en su cama, con el mapa tras él colgado en la pared, enmarcando su figura derrotada, la mirada cabizbaja, los dedos entrelazados, y jugueteando con los pulgares.
Day arrojó la mochila sobre la silla de su escritorio y se dejó caer a su lado, intentando hacer un contacto visual que él evitaba con firmeza.
Ella quiso reñirlo, gritarle, recalcar cada cosa que estuvo mal. Pero en cuando lo vio cabizbajo, con semblante decaído y la guardia baja, sintió ganas de abrazarlo.
Alzó la frente, obligándose a reprimir sus deseos de cobijarlo, al menos no sin antes hablar primero del tema. Se dio una tregua, y acordó consigo misma un punto medio, por lo que elevó su mano y la posó sobre las suyas con ternura.
—Nolan... —llamó en un susurro.
—Tenías razón —dijo abatido mientras sujetaba su mano y la acariciaba con el pulgar.
—¿En qué?
—En que esto está mal.
Day tragó saliva con amargura y desvió la mirada al frente.
—No la tengo... —replicó insegura, sintiéndose demasiado alejada de Nolan, aún y con las manos tomadas.
—No enteramente, pero sí —corrigió—. Está mal a los ojos de cualquiera.
—Lo que está mal es el sistema tonto que se inventaron nuestras madres —defendió ella.
—El estúpido club de las madres divorciadas ... —respondió en un susurro.
—Nada de esto hubiera ocurrido si hubieran decidido ser vecinas o amigas normales. Podría tomarte de la mano y listo, nadie cuestionaría nada.
—¿Desde cuándo es raro que me tomes la mano? —preguntó confundido—. Lo hemos hecho toda la vida.
—Desde ese día —confesó encogiéndose de hombros—. ¿No te parece que... todo se siente diferente?
—Por supuesto.
—Pues lo diferente se nota, Nolan. Y debemos tener cuidado si queremos ocultar esto por dos años.
—Eso va a ser una putada con Estupiván rondándote como una mosca.
—¿Qué más da? Tú y yo sabemos que es un idiota, y que a quien quiero... —Day cerró la boca de golpe, sintiéndose traicionada por su propia lengua.
No es que no lo sintiera, pero esa palabra no la había dicho ni siquiera en sus pensamientos. Vaya, que ni siquiera se lo había planteado. Y escupirlo así, sin previo aviso, dejó expuesto el sentimiento a flor de piel y frente a ellos. Como una flor depositada en sus manos, que si bien podía sujetar, o quién sabe, rechazar.
Nolan ancló la mirada a la suya, y a Day le pareció percibir un brillo acuoso y anhelante en sus pupilas. Notó cómo le tembló el labio inferior, queriendo decir algo, pero silenciado por el miedo.
Incapaz de decir algo, sujetó su rostro entre sus palmas y unió sus frentes para aspirar su aliento y sentirla más cerca. Se lamió los labios y respiró profundo.
—No sabes cómo aborrezco no poder gritarle a ese imbécil que yo mandé el muñeco.
Negó frustrado y tensó la mandíbula.
—Me enferma verlo que se acerque tanto a ti y que todo el mundo lo vea normal.
—Ya no se me va a acercar —susurró cabizbaja.
—Es que no es eso, Day. Yo... Yo quisiera ser él.
Le tomó por sorpresa su confidencia, y levantó el rostro para mirarlo a los ojos.
—Quisiera poder acercarme así, sin tener que preocuparme. Poder robarte un beso frente a él y toda la escuela, y gritarle a todos que te quiero.
Lo dijo tan tajante, seguro, como si las palabras fueran de mantequilla, y se deslizaran solas por su boca, que a Day se le erizaron los vellos de la nuca y sintió el estómago en la garganta.
Tensó los hombros y mordió su labio inferior.
—Yo... —titubeó ella—. Yo no quiero que sufras. Si este trato no te hace bien...
—No —interrumpió tajante—. El trato se queda.
Nolan deslizó los brazos por su espalda y la apretó contra su pecho.
—Yo te quiero, Day. Te quiero, conmigo, a gritos o en silencio, frente a todos o aquí ocultos. Pero conmigo.
Day lo abrazó con fuerza, conteniendo las ganas de llorar.
—Prométeme que no te meterás en ningún problema con esto. Ni con Iván, ni con nadie —rogó enterrando aún más su rostro en su pecho—. Jude te enviaría al colegio militar, Nolan. No te lo perdonaría jamás si permites que te encierren ahí, lejos de mí. ¡Jamás te lo perdonaría!
Y su voz se fracturó, evidenciando el sentimiento que la ahogaba. Nolan se alejó para buscar su rostro, y besó un camino en su mejilla pintado por una lágrima.
—Lo prometo —respondió en un susurro contra sus labios.
—Tenemos que inventar nuestro propio sistema para que esto funcione —bromeó melancólica, intentando calmar su angustia
—Pensaremos en ello, pero tiene que incluir mapas.
Y remató hundiendo el pulgar en la mancha de su abdomen en una tosca caricia.
Day buscó su boca y Nolan la alcanzó con un beso casto, permitiéndose deleitar de la textura de sus labios como si fuera la primera vez. Envolvió su espalda con las manos y la atrajo hacia él, hasta topar su pecho con el de ella. Day elevó las manos desde su cintura hasta su cabello, acariciando todo a su paso, y enrollando los dedos en sus mechones oscuros.
El beso se transformaba en uno más amplio y húmedo. Con sus lenguas buscando saborear más del otro. Nolan mordió su labio inferior y enterró los dedos en sus caderas, haciendo vibrar su cuerpo rogando por más.
Esa noche, Day lo deseaba más que nunca. Porque sincerarse los dos de esa manera, reveladora y honesta, le dio un vuelco en el corazón que estaba rigiendo sus movimientos deseosos, reclamando su cuerpo.
Deslizó una pierna sobre él y se sentó en su regazo, sorprendiéndolo tanto que sujetó sus asentaderas con fuerza, aferrándola a sí y enganchando sus piernas alrededor de sus caderas.
A Nolan le invadió esa hambre incontrolable por probarla completa, y quiso tomarse su tiempo recorriendo con la lengua su lóbulo, bajar por su cuello, mordiendo las partes que encontraba más exquisitas, dibujar la curvatura de su mentón con besos, lamer la rigidez de sus clavículas y sujetar la redondez de sus pechos con ambas manos.
Day liberó un gemido que le ardió en la entrepierna, y él quiso escuchar más de ese melódico sonido, repitiendo su camino de besos y mordiscos. Deslizó sus amplias y ásperas manos desde sus rodillas hasta sus muslos, apretando con vigor y abriendo el pulgar al final de su recorrido, acariciando con cautela, su zona más frágil.
Ella dejó caer la cabeza hacia atrás y tiró de su cabello con fuerza, haciéndolo tragarse un gruñido en la garganta.
Nolan deslizó los dedos en el borde del leotardo en sus hombros, le dedicó una mirada centelleante a la que ella asintió una sola vez, y aseguró su respuesta arqueando su espalda para rozar su centro contra él. Deslizó la fina tela con delicadeza, liberando sus pechos redondos y endurecidos, para bajar por su abdomen y acariciarlo todo con las yemas.
Day se puso de pie, para permitirle retirar por completo la prenda, pero antes de hacerlo, Nolan quiso probar la piel de su vientre repartiendo besos bruscos y húmedos.
Bajó a mordiscos por las caderas y sujetó con los dientes las medias rosáceas para bajarlas con apoyo de sus manos. Sintió que retirar las capas de tela de su delicado cuerpo, se le parecía mucho a quitarle los pétalos a una flor para descubrir su maravilloso centro, ese que contiene la miel de las abejas y todas las semillas de la vida.
Se tomó un momento para admirar la figura que tenía enfrente, deleitándose con el paisaje que estaba a punto de comerse con cautela, tomándose el tiempo de saborear cada parte para descubrir qué zonas le escocían más. Porque si Day era su flor, él la cuidaría como a ninguna, acariciaría sus pétalos, regaría sus raíces, lamería sus mieles y besaría cada una de sus semillas.
Las prendas cayeron, los besos ardieron, y sus cuerpos se entrelazaron en una danza íntima, profunda.
En la habitación circulaba una melodía de jadeos, de besos, embestidas y gruñidos. Flotaba en el aire, el vapor del incendio que apagaban con caricias. Y brillaban extendidos, todos los te quiero que se gritaban con cada gemido.
Entre aquellas sábanas, dejaron las pieles de los críos confundidos que alguna vez fueron, para dar paso al nacimiento de dos personas, que, a su corta edad, supieron de la importancia de compartirlo todo.
De la importancia de tomarse un momento para admirar, para saborear, conocer, adentrarse, y cuidar. Del valor y la intimidad tan grande que representa estar dentro de otra persona. Y no olvidarse nunca, de que el sistema enseña que la intimidad es algo de una noche, cuando no hay nada que llegue más profundo en el otro, que compartir ese acto tan carnal y primitivo, y lograr conectar sus almas con eso.
Day y Nolan descubrieron mucho aquella noche. Descubrieron que se querían, que se deseaban, que cuidarían entre sí, como si cada vez, fuera la primera.
Y descubrieron también, que en la brújula del otro, siempre estaría su norte.
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