Capítulo 10
Nolan sabía que Day lo intentaría evitar.
La conocía tan bien, que sabía que una vez con la cabeza fría, le daría temor todo aquello que les estaba sucediendo y querría huir.
Es por eso que, cuando observó la figura contorneada de Japón en aquel panfleto y asoció su forma con su mapa, decidió guardar la jugada para cuando se le acabaran las ideas. El problema era, que Day había mejorado mucho en escapar de las cosas. Porque en los tres días transcurridos desde que sus madres se fueron, apenas si había podido verle el cabello pasar por los pasillos.
Para su buena suerte, ese día terminaba su suspensión, por lo que, en cuanto la vio charlando con Jessica en su casillero, aceleró el paso hacia las chicas.
—¡Day!
Lo vio por la fracción de un segundo, volteó a los lados nerviosa, y cerró su casillero acelerada.
—¡Diablos! —dijo distraída—. Olvidé la hora, debo irme.
—¿Qué? ¿A dónde? —preguntó Jess confundida.
—¡Voy tarde al ballet! —gritó desde la salida, sin alentar el paso.
La vieron perderse en la distancia, salir a trompicones de la escuela, y Nolan se quedó de pie junto a Jess haciendo una mueca de decepción.
—Pensé que no practicaba los martes —dijo ella.
—Así es.
La pelirroja le dedicó una sonrisa fruncida y se encogió de hombros con empatía.
—Los exámenes la tienen distraída —explicó comprensiva, y Nolan entornó los ojos con juicio, porque le parecía que detrás de esa excusa, ocultaba mucho.
—Claro —respondió escéptico.
Despidiéndose con la palma y en silencio, se alejó de ella.
Se encaminó a la salida, y decidió, que ese día no tomaría el autobús, porque necesitaba pensar, y qué mejor manera que hacerlo con el atardecer sobre él.
Así que ahí estaba, andando con los hombros caídos, observándose los zapatos. Preguntándose, ¿qué ocurrió al día siguiente de su encuentro para que Day lo evitara de esa manera? ¿Cómo habían girado las cosas así, donde él dejó de huirle para ser ella la escapista?
Lo evadía como si padeciera lepra y colocarse a un metro de distancia la fuera a contagiar. Y él, aunque se moría de ganas por probar el dulzón de su boca de nuevo, la extrañaba a ella, a su compañía. Casi una semana sin cruzar nada más que un par de palabras, comenzaba a enloquecerlo.
Era fácil ignorarla cuando nada había ocurrido, pero después de aquella íntima unión, de que su mente dejara la imaginación por un recuerdo real, le parecía imposible y demasiado doloroso.
Entró en casa, arrastrando los pies, y subiendo los escalones hacia la planta superior a pasos pesados. En cuanto dobló y visualizó el pasillo, le pareció ver su puerta cerrar en un movimiento apenas perceptible. Entornó los ojos y pudo captar la sombra de sus pies por la ranura bajo su puerta, bien quietos. Casi le parecía verla con la oreja pegada a la madera, esperando por escuchar que se encerrara en su alcoba para poder salir a escondidas.
Negó a sus adentros mordiéndose la sonrisa, soltó el aire frustrado, empuñó las palmas, y caminó decidido hacia su puerta. Alzó su mano hacia el picaporte, pero se detuvo en el trayecto, vacilando si sería lo correcto, puesto que aunque era Day, la Day de siempre que creció a su lado e irrumpió en su habitación cientos de veces, al mismo tiempo, ya no lo era. Había cambiado, ambos lo hicieron desde aquella noche.
Pero ella, inflaba el pecho, orgulloso de pensar en lo valiente que había sido, dejándose llevar por sus emociones y besándolo sin temor. Cuando él lo único que había hecho, era esconderse y apartarla con groserías y malos tratos.
¡Qué pedazo de sinvergüenza!
Y se prometió no volver a permitir que tuviera que ser ella quien tuviera que agarrar la fuerza para actuar. Se prometió aquella noche, que él sería su valía, su escudo y su fuerza.
Pasó saliva y sujetó la perilla, pero se quedó rígido, sin abrirla. Temeroso de que ahí dentro, no lo esperaba una chica, no lo esperaba Day, lo esperaba una conversación, decisiones, un futuro, y lamentablemente, también su corazón. Porque sea como sea el desarrollo de todo aquello, el peso que sentía en el pecho desaparecía junto con ella, dejándolo hueco.
Tragó con esfuerzo, negó para sí, y decidió tocar la puerta.
Como ya imaginaba, no respondió. Así que volvió a tocar.
—Sé que estás aquí —dijo apagado.
Tampoco respondió. Reposó su oreja en la puerta, esperando escuchar algo, y no pudo evitar imaginarla tan quieta como una estatua, conteniendo la respiración. Miró hacia abajo, sus dos pies continuaban en la misma posición, y suspiró frustrado.
—Tenemos que hablar algún día, Day. No puedes evitarme toda la vida.
Nada. Ni el sonido de un mosquito percibía del otro lado. Resopló rendido, recargó la espalda en la puerta, y observó el techo, intentando con todas sus fuerzas, disfrazar la pena en su voz.
—Estuve pensando... —inició con calma, como si estuviera hablando con él mismo—. En qué hacer una vez que completemos tu mapa.
Dejo caer la cabeza en la madera y se concentró en las manchas apenas visibles de humedad. Se quedó callado, y le pareció escuchar algo del otro lado, tan sigiloso y tenue, que dudó haberlo imaginado.
Tiró de su mochila, la abrió y rebuscó la publicidad de Japón que aún conservaba. Tomó el papel arrugado y lo deslizó por debajo de la puerta.
—Pensé que podríamos visitar todos esos lugares. Ir por orden de descubrimiento sería lo ideal... Si quieres, claro.
Sin respuesta, ni un ruido, ni siquiera un respiro.
Nolan dejó caer los hombros derrotados, y suspiró resignado.
—También he pensado, gracias a ti... que todos tenemos un mapa —confesó en un hilo forzado, sintiendo la garganta demasiado seca—. Quizás no visible, como el tuyo, pero lo tenemos. Y me di cuenta, de que el mío había estado incompleto... Hasta esa noche. Porque me lleva a ti, Day. Todos mis caminos me llevan a ti.
Colocó la frente en la madera y liberó el aire, sintiéndose agotado, demasiado vulnerable, e inevitablemente rechazado.
—Vale... Supongo que... Quieres descansar —susurró decaído.—. Yo, eh... Estaré en mi cuarto.
Empuñó la mano reposada en la puerta, apretó la mandíbula, negó a sus adentros y se dio la media vuelta para meterse en su habitación.
El sonido de la bisagra abriéndose, la sintió como un estruendo en el pecho y una sacudida en la piel. Giró con esfuerzo, como si sus vértebras se hubieran agarrotado y quedado estáticas. Sin termirar de voltear por completo, Day se lanzó sobre él, enredó los brazos en su nuca, y enterró el rostro en el hueco entre su cuello y el hombro.
A Nolan le costó mucho entender que lo estaba abrazando, porque, por un momento, ni siquiera sintió sus propias extremidades.
Abrazó su cintura, con los brazos temblorosos y el corazón desbocado, y en cuanto pudo reunir la fuerza, la apretó contra él.
—Tengo miedo, Nolan —confesó fracturada.
—Yo también —respondió en un susurro, y la apretó aún más contra su pecho.
Day comenzó a llorar, no sabía si por los nervios, por el miedo, o porque no se había atrevido a admitir lo mucho que lo necesitaba.
—Vamos, no llores.
—No sé por qué lloro —reconoció avergonzada.
—Tranquila —dijo, mientras deslizaba uno de sus brazos desde su cintura hasta su mejilla, para acariciarle la piel humedecida—. No tengas miedo. Yo no... Yo no quiero provocarte nada que te angustie.
—No eres tú... es que... es que...
—No digas nada, Day —interrumpió angustiado de verla tan afectada—. Seamos solo nosotros, por favor. Olvidémonos de todo esto por un momento. Necesito a mi amiga, te necesito a ti.
Se sorbió la nariz y sonrió, asintiendo una vez.
—¿Por qué no agregamos Japón en el mapa? —sugirió Nolan, aterciopelado.
—Pido pintarlo —dijo Day, limpiando su nariz con el antebrazo, como una chiquilla llorosa que acababa de perder su helado.
—Tú siempre pintas.
—No es verdad... Tú pintaste Letonia.
—Claro, y tenía... ¿Diez años? ¿Nueve?
Le dio un codazo en las costillas y el rio por lo bajo.
—Vale, píntalo tú.
—Hagámoslo los dos —ordenó mientras alcanzaba un par de crayolas y alzaba uno en su dirección.
Le sonrió luminosa, tomó el objeto y se dirigió a su pared para retirar el cartel alzándose en sus puntas. Se sentaron en el suelo, rozando sus rodillas, y sonriendo desde las pestañas, como dos críos escribiendo su carta al viejo pascuero.
Nolan era torpe con las manualidades y todo lo que tuviera que ver con coordinar sus manos en un objeto que no fuera un balón, así que no tardó mucho en salirse de la línea y llevarse una riña de ella que lo hizo reír.
Una vez que terminaron, contemplaron el mapa completo, casi terminado, con un pequeño espacio sin pintar en una parte superior. Day pasó las yemas con delicadeza por la zona, evaluando la forma.
—Es como si Groenlandia fuera enano —dijo con la mirada atenta a la forma extraña que les hacía falta.
—Parece un hígado.
Se rio divertida, y giró un poco la cabeza intentando interpretar las formas.
—De lado parece un barco vikingo.
—También un mango.
Se rieron cómplices, liberando un brillo en las miradas que les erizó los brazos, y Day tuvo que desviar la mirada al suelo luego de carraspear, intentando calmar el ajetreo que le revolucionaba por dentro.
El silencio se levantó entre ambos como una niebla densa, haciéndolos sentir que se alejaban el uno del otro aun estando en la misma habitación. Una bruma que, si bien no la percibían con la mirada, sí desde el sentimiento.
Day se había alejado, por miedo, por incertidumbre; todavía no sabía definir bien el porqué. Pero lo que sí podía, era reconocer que nunca se sentía tan sola y hueca, como cuando Nolan se encontraba lejos de ella.
Y así, teniéndolo enfrente, con la niebla invisible, y la distancia, alejándolo de manera peligrosa, quiso tirar de él con lo primero que se le ocurrió.
—Podríamos viajar —dijo desesperada, como si estuviera evitando que se marchara, aunque él no había hecho ademán por pararse, o siquiera moverse.
Frunció el ceño y la observó de reojo.
—¿Viajar?
—S-Si... —respondió abrumada—. Como el club de las madres divorciadas... —murmuró irónica.
—¿El club de las...? ¿Qué?
—Nada. Decía que... viajar, como tú dijiste, a los lugares del mapa —dijo acomodando un mechón dorado tras su oreja, con cierta timidez.
—Oh, cuando terminemos el mapa.
—Sí, cuando lo terminemos.
Nolan sonrió formando una línea tensa en sus labios, asintió una vez y la miró directo.
—Me gustaría —dijo sincero.
—Podríamos hacer una lista de qué hacer en cada lugar.
—¿Una lista?
Asintió enérgica, recobrando la alegría, y sus mejillas se pintaron del rosado aduraznado que tanto gustaba a Nolan.
—Cómo... ¿Pasear en un elefante en África? —continuó él.
—¡Ajá! —celebró ella—. ¡O ver canguros en Australia!
—Tenemos que comer sushi en Japón.
—¡Y usar un kimono! —vociferó extasiada, abriendo ambas manos como mostrando un mundo—. ¡Y bailar salsa en Cuba!
—Sabes que no sé bailar.
—Entonces tocas las maracas.
—Tampoco tengo ritmo.
—Vale... —respondió desanimada—. Entonces, ¿qué podríamos hacer en Cuba?
—Tú bailas, yo te veo.
Day se encogió de hombros y sonrió con rigidez.
—Pero eso no es hacer algo juntos.
Aunque él no estaba de acuerdo con eso, y en realidad el plan le parecía de lo más emocionante, se llevó el índice a los labios y pensó.
Ella no pudo evitar dirigir la mirada hacia la zona, y reparó con atención en el hundimiento suave de sus labios rosáceos en su dedo alargado.
Tragó saliva, sintiendo su garganta demasiado cerrada, y apretó los puños, riñéndose por dentro.
—Podríamos fumar un puro en Cuba —agregó Nolan.
—Si... Solo que, no sé fumar —añadió pensativa.
—Tenemos mucho tiempo para pensar en actividades.
—O... —reflexionó con picardía—. Podría aprender.
—Sí, también —respondió sin interés, y Day alzó una ceja con astucia.
—Aprendamos entonces —sugirió emocionada.
—Oh... ¿Te referías a aprender ahora mismo?
—¿Por qué no? Hemos tenido muchas primeras veces juntos, sería lindo compartir el primer cigarro.
Nolan se encogió de hombros y rascó su nuca incómodo.
—En realidad, yo...
—¡Oh por Dios! ¿¡Ya has fumado!? —chilló ofendida—. ¿¡Y no me lo contaste!?
—Perdón —defendió avergonzado—. Es que yo... Bueno, es algo ocasional, supongo...
—Claro, con tu grupito de amigos cool —dijo sarcástica.
Él fingió una sonrisa y se limitó a asentir, evitando alargar demasiado el tema y traicionar la confianza de Anna.
—Mamá te mataría si lo supiera, y Jude te reviviría para matarte de nuevo.
Nolan liberó una risa melódica que erizó los brazos de Day, e hizo que se rascara con disimulo la picazón.
—Supongo que sí —respondió divertido de encontrar irónica su suposición.
Ella jugueteó con los hilos de la alfombra, intentando apaciguar el cosquilleo de su piel, y el afán de sus pupilas por volver a cada minuto a sus labios.
Se limpió la garganta y lo vio a los ojos.
—Entonces será más fácil para ti enseñarme.
—¿Estás segura? —preguntó escéptico.
—¿Qué tiene? ¿Si tú lo haces, por qué yo no?
—No he dicho que no puedas, es solo que... Ya lo dije, podríamos buscar otra actividad, y...
—Quiero hacerlo —interrumpió segura.
Se permitió mirarla directo a los ojos, por una corta fracción de tiempo que la sintió una eternidad. Asintió con lentitud, y se puso de pie para alcanzar su mochila en la silla del escritorio. Sacó una cajetilla con varios cigarros ausentes, y el encendedor de carcasa traslúcida que mostraba menos de un tercio de líquido consumido.
Day alzó una ceja juiciosa y él se encogió de hombros apenado.
—¿Con qué ocasional, eh? —recalcó sarcástica.
—Vale, quizás un poco más que eso.
—Eso veo... Explícame cómo hacerlo —ordenó.
—¿Estás segura, Day? A ti estas cosas nunca te han llamado la atención.
Frunció el ceño, sintiendo una punzada de molestia ante su suposición.
—Ya no soy una niña, Nolan. Pueden empezar a gustarme otras cosas.
Él desvió la mirada a sus labios, para volver rápidamente a su mirada filosa. Frunció la boca y asintió.
—Lo sé, solo quería verificarlo.
Colocó el pitillo entre sus alargados dedos, activó el encendedor y colocó la flama junto al límite, aspiró varias y cortas veces, encendiendo de un rojo potente el tabaco.
Lo retiró de sus labios y liberó finos hilos de humo por las comisuras que hipnotizaron a Day. La imagen que le daba verlo con el cigarro entre los dedos, le parecía demasiado varonil y maduro, que cuando se acercó a ella para alzar el pitillo entre ambos, sus músculos se contrajeron de golpe, dejándola pasmada.
—No aspires demasiado para que no te ahogues, intenta que sea solo un poco, retenlo en las mejillas, y luego aspiras profundo y suave, para que no sientas el golpe.
Lo observó confundida y abrumada. Incapaz de entender lo que decía por distraerse en el humo que liberaba en los labios con cada palabra pronunciada.
—Solo... hazlo suave, ¿vale? —pidió cauteloso.
Se sentía nerviosa, no por la idea de atravesar su garganta con humo, sino por la cercanía de su cuerpo. Su rodilla rozando la suya en movimientos involuntarios, las oscuras pestañas acariciando su mejilla en cada parpadeo, que casi le parecía percibir el aire que abanicaba con ellas.
Tragó saliva, tomó el cigarro con nerviosismo, lo colocó en sus labios, y aspiró con toda la calma que pudo.
Sintió el humo caliente deslizarse por su garganta, arder en sus pulmones, provocarle una picazón que no pudo contener y debió toser un par de veces.
Nolan palmeó su espalda y la observó con preocupación.
—¿Estás bien?
—Si —dijo entre espasmos—. Pero arde.
—La primera vez es una mierda.
Paró de toser y respiró profundo, asegurándose de encontrarse bien. Empuñó una mano en su pecho, intentando calmar la quemazón. Pero decidida en no dejarse ver cobarde, colocó de nuevo el cigarro en sus labios.
—¿Otra vez? —cuestionó él.
—Dije que quería aprender a fumar, y a eso no se le puede llamar fumar.
Hizo una mueca y asintió resignado.
A Day le costó más de un par de fumadas adaptarse al hervor del humo atravesarle el interior, pero después de compartir varios intentos, por fin pudo lograrlo sin toser.
Cuando pasaron al segundo cigarro, ambos se encontraban recostados sobre la alfombra, mirando al techo y charlando sobre nada, deslizando el pitillo después de fumarlo.
—Marea un poco —dijo Day.
—¿En serio? Entonces paremos ya. Dos cigarros son demasiados para tu primera vez.
—El primero lo tosí todo, no contó.
—Pero ya aprendiste a fumar, que era el objetivo —remató apagando el cigarro.
Refunfuñó entre dientes, pero no evitó que lo aplastara contra el vaso que usaban como cenicero.
Ambos se quedaron en sus posiciones: acostados, jugueteando los dedos en la alfombra, y viendo el techo impecablemente blanco.
—Me siento relajada —dijo confusa mirando a Nolan.
—Ahora comprendes por qué la gente fuma —sonrió burlón.
—¿O sea que no es por achicharrarse la tráquea?
Rieron cómplices y volvieron la vista al techo.
—Gracias, por compartir mi primer cigarro —murmuró Day.
—No fue nada.
—¿Por qué no...? —paró Day, sintiéndose una tonta por comenzar su pregunta.
—¿Por qué no te conté que fumaba?
—¿Por qué no lo intentaste conmigo la primera vez?
Escucharlo salir de su boca la hizo sentir aún más boba. Aceptando el sentimiento receloso que aparecía cuando se daba cuenta de que Nolan tenía vida allá fuera sin ella, y peor aún, una que quizás disfrutaba.
¿Y si...? ¿Y si había fumado con alguna chica la primera vez? El pensamiento le ardió más que su primera calada.
Nolán saboreó sus palabras, sintiendo la amargura en el paladar. Frunció el ceño y se mordió el interior de una mejilla.
—No me gusta enseñarte nada dañino.
—Pero... Yo quiero ser parte, Nolan. Siempre, de lo que sea —confesó por lo bajo, y él tuvo que apretar los labios para ocultar la sonrisa enternecida que amenazaba con ensancharse.
—Serás parte, lo prometo —sinceró dirigiendo su mirada a la suya.
Day no desvió la vista, en cambio, quedó atrapada por sus iris oscuros, sintiéndose con una calma exquisita que le calentó el pecho. Sintió alegría, pero también tristeza, porque las ganas de llorar se arrinconaban en sus lagrimales peligrosamente.
—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó en un susurro fracturado.
Nolan sin responder y con desesperación, deslizó ambos brazos por la cintura de Day, y abrió sus palmas, intentando cubrir la mayor cantidad de piel que sus dedos le permitían. Ella enterró el rostro en su cuello, y él se permitió adentrar su nariz entre sus suaves cabellos, aspirando el aroma dulzón de su champú.
—¿Puedo pedir algo yo también? —le susurró al oído, provocándole un estremecimiento que la hizo apretar los dedos de los pies.
Asintió contra su cuello, incapaz de deshacer el abrazo.
—También quiero ser parte —dijo en un susurro que le entibió el lóbulo.
—Lo eres —dijo ella, rozando sus labios al hablar contra la piel de su cuello.
—No quiero que vuelvas a alejarte de mí. No quiero volver a ver que huyes de mí. Si algo no te gusta, tienes que decírmelo.
Porque imaginarse siendo ignorado por ella, ver su melena, correr de él a espaldas entre los pasillos, era algo que no soportaría ni un día más.
—Lo prometo —musitó por lo bajo, y Day no contuvo más el cosquilleo de sus labios contra su piel, y depositó un beso casto, apenas perceptible ahí, en la vena de su cuello palpitante que gritaba su nombre.
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