Epílogo.- La clave para encontrar el amor verdadero es: Nunca rendirse
1 de Enero 1851
Querida Diana.
Feliz año nuevo. Ya ha pasado un año desde que me fui y supongo que muchas cosas interesantes han pasado en tu vida. Dije que te escribiría así no me contestes y aquí estoy.
En todo el año no te escribí porque no me dejaban hacerlo con frecuencia. Pasé un año en entrenamiento. Acá todos gritan, te despiertas a las cuatro de la mañana, o antes. Todo es hacer ejercicio, gritar, estudiar y más gritar. Y no es que me dejen gritar a mí, no, yo debo estar bien callado mientras me gritan, gritan y gritan. Creo que si mi nana me viera por un huequito se reiría de lo lindo de saber lo mucho que nos humillan a todos, pero está bien, es parte de aprender la disciplina.
Ya tengo bastantes amigos, todos nos llevamos bien. Aunque al principio fue difícil porque me veían como el principito, incluso ese es mi sobrenombre, pero ya me acostumbré. Claro lo dicen solo cuándo estamos solos, porque delante de todo el mundo me deben tratar con el debido protocolo real, pero por culpa de ese idiota protocolo, luego los generales la agarran contra mí mandándome a hacer más ejercicios que el resto, pero a eso también me he acostumbrado.
Este año tampoco iré a altamar, debo seguir en la academia aprendiendo, aunque en unos meses iré a otra academia dónde me enseñarán más cosas. Algunos acá quieren cambiarse, pero yo continuaré en la marina, me gusta aunque en lo que llevo aquí de casualidad me ha caído una gota de agua de mar. Pero en unos años todo mejorará.
Ahora me despido, esperando que estés bien. ¿Cómo está todo por allá? No dejes de esperarme, por favor, te lo ruego.
Adiós.
1 de Enero 1852
Querida Diana
Feliz año nuevo, de nuevo. La última vez que vi a mi mamá le envié una carta para ti, espero que te la haya dado. Ella me dijo que aún no te has comprometido y eso me alegra mucho, no es que sea malo, pero me alegra mucho.
En mi última salida pude conocer al pequeño Owen. Fue muy considerado de parte de Charles colocarle de nombre Owen a su bebé. Vi a mi sobrino por muy poco tiempo, porque mi mamá lo trajo con ella, es tan pequeño, suave y tierno. Me imagino que lo quieres mucho, yo pasaría horas, días con él, si pudiera.
No he podido conocer a mi nuevo hermano, Jude. Cuando vi a mamá, tenía una barriga muy grande, fue extraño verla así, aunque se veía realmente hermosa, con un brillo especial. Sé que Jude nació el veinticinco de diciembre, y yo solo digo, ¡que antojoso!
Creo que si estuviera en casa no me alejaría de él, siempre quise ser el hermano mayor de alguien, pero no estoy y no lo estaré en muchos años más. Pienso que podré conocerlo en mi próximo permiso en tres meses, es mucho tiempo, pero que se le hace. Sé que mi mamá está bien y contenta, solo eso importa.
Tal vez sepas que Aimé tuvo un bebé. Sé muy poco de ella, le he escrito pero por la distancia las respuestas llegan tarde, sé que está feliz entre todas las cosas, o eso me dice. Honestamente la extraño mucho, ella y yo nunca nos separábamos, siempre estábamos el uno para el otro, algo así como Adelaida y tú. Es horrible alejarse de la familia.
Este año también estaré en la academia, estudiando y entrenando. Solo un año más y podré viajar por el mundo.
Por favor continua soltera este año y los que resta. Y ya que tú sí puedes, dale un beso a Jude de mi parte, cuéntame cómo es él. Sabes que para mi mamá siempre sus hijos serán hermosos, pero tal vez tú podrás decirme, algo como que tiene un ojo más grande que otro, o la nariz ancha, tal vez las orejas muy grandes, esas cosas que las madres no ven.
Espero estés bien y tengas un excelente año. Adiós.
1 de enero 1853
Querida Diana
El entrenamiento teórico acabó y mañana zarparé a mi primer viaje. Por fin recorreré el océano de cabo a cabo, no te imaginas lo emocionado que estoy.
Conocí a nuestro segundo sobrino en común. No sé cómo a Charles no se le ocurrió que ambos fuéramos los padrinos de esos bebés. Me sentí un poco ofendido, pero lo entiendo, ya que en realidad ni nos conocemos. Fue extraño que el bebé se llame David, más cuando él mismo no se acostumbra a que lo llamen Charles.
En el poco tiempo que estuve con ellos, Owen no quiso que lo cargara, y Adelaida fue incapaz de dejar que cargara a David. El bebé David sacó el mismo cabello que Adelaida, se parece mucho a ella, espero y no saque su carácter, es muy tu hermana, pero ella es... Tú sabes cómo es. Sería cómico que el bebé David no se pareciera en nada a él, ¿no crees?
También pasé todo el tiempo que pude con Jude, es hermoso y tremendo, él sí dejaba que lo cargara y jugara con él. Mi papá dice que yo era tan cariñoso como Jude. Él no deja de abrazar a mi papá y darle besos en toda su cara, así como hunde su pequeño rostro en el pecho de mi mamá y allí se queda dormido. Yo la verdad no creo haber sido así de meloso. Jude tiene los mismos ojos verdes de mi mamá, son bastante grandes, y tú me habías dicho que no había defecto en él, pero yo tenía razón, algo tenía que tener el bebé, sus ojos son muy, muy grandes, ocupan más de la mitad de su cara. Así y todo lo quiero mucho. Él lloró cuando lo dejé en manos de mi mamá, fue tierno ver como su labio se curvó, frunció el ceño y comenzó a llorar estirando sus manos hacia mí. La verdad no fue tierno, fue triste y lloré, sí ya lo dije, lloré por el lindo bebé, pero es que es muy lindo, y si estuviera en casa lo protegería de todo, pero espero que al crecer quiera ser como yo, su hermano mayor.
Siempre hablo mucho de mí, me gustaría saber de ti, ¿qué es de tu vida? ¿Qué cosas interesantes han pasado? ¿Cuál es si quiera tu actividad favorita? Los amigos también se conocen.
Ah y otra cosa, a veces me da risa la forma en la que comienzas tus cartas, siempre es con un seco y directo, "Arthur". A veces creo que me toparé con un, "Su real majestad príncipe Arthur". Aunque si me dijeras príncipe yo contento. A lo que voy es que la palabra, "Querida (o)", al inicio de una carta, es una cortesía, una costumbre, educación, o simplemente el formato en el que una carta debe ser escrita. No me haré ilusiones porque coloques: Querido Arthur. La verdad sí sería lindo leerlo, aunque no sea verdad. Y, ¿por qué no hacer un poco feliz a un joven marino que está perdido en la soledad del mar?
Ojala y luego de esto vuelvas a escribirme. Solo recuerda que ahora que estaré en alta mar, mis cartas serán enviadas solo cuándo nos topemos con algún otro barco que pueda llevarlas, así que me hará ilusión esperar una respuesta. ¿No serías capaz de romper mi corazón, cierto?
Adiós y que este año sigas soltera por favor. Te quiero.
20 de diciembre 1853
Querida Diana
Fue una grata, magnifica coincidencia recibir tu carta hoy que es el día de mi cumpleaños. Ya tengo diecisiete años. Me dirijo muy al sur de américa. Parece que veré los glaciares y viviré mi primera experiencia en Hoyo de la Puerta, un lugar muy tempestuoso, dónde grandes barcos han naufragado. No te lo digo para que estés nerviosa, pero sí, ora por mí.
No sabes cuánto me alegra saber que estás feliz junto a tu padre, es un gran hombre, me contó todo por lo que pasó y lo admiro mucho. Fue algo del destino que me encontrara con él en aquella isla tan horrible. Saber que eres feliz me hace muy feliz, y claro que no tienes nada qué agradecer. Yo haría lo que fuera para hacerte sonreír, aunque eso te suene extraño o poco convincente.
Dices que no puedes imaginarme como alguien adulto, y eso me duele mucho, pero lo entiendo. Sé que tal vez lees estás cartas con mi voz aniñada leyéndotelas en tu cabeza, que tal vez no haces más que recordarme como el niño de trece años que se despidió de ti. Sé que algún día volveremos a vernos y puedas darte cuenta que el tiempo ha pasado, que yo he cambiado, y ya dirás tú si soy digno de ti o no.
No me imagines como un niño, solo como un desconocido marinero que muy lejos, perdido en el mar, no hace más nada que pensar en ti.
Dices que no entiendes mi amor por ti, y que lo confundo con cariño, o ilusión. Pero, ¿por qué no puedo amarte solo porque sí? ¿Por qué vale más una excusa que solo el sentimiento que emana de mi corazón?
Yo sé que te amo, siempre lo he sabido y podría darte mil razones, pero la más directa y válida, es que te amo, porque te amo, nací para hacerlo y eso es todo.
En solo un año más podré verte de nuevo y contaré cada día con anhelo.
Adiós, te amo.
***
29 de marzo 1855. Londres.
Era uno de los días más importantes en la vida de Arthur, allí frente a todos, recibió la medalla que indicaba el cumplimiento de sus logros en la Marina Real. Vestía el elegante uniforme y no pudo esconder una sonrisa de orgullo.
James y Stephanie no se perderían la graduación de su hijo, así que allí estaban, lo que convirtió el evento en uno muy importante y significativo. James dio el discurso, y tuvo que esforzarse para hacerlo general y no enfocarlo en su hijo, aunque lo único que quería era decir lo orgulloso que estaba de él. Arthur agradeció que James apenas y lo mirara en lo que su discurso duró, ya habría tiempo para abrazos y lindas palabras.
Fue emocionante lanzar su gorro al cielo, junto con sus compañeros, para celebrar que ya se habían graduado y una nueva vida profesional comenzaba.
Él mismo se escabulló entre las felicitaciones de los generales, capitanes y comandantes, y corrió a abrazar a Stephanie.
No bastó con abrazarla, la elevó y dio vueltas con ella.
—Te amo, te amo tanto mamá. —Besó con mucha ternura su mejilla para finalmente dejarla en el suelo. —Quiero que me hagas una comida muy sabrosa. ¡Dios! ¡Volveré a casa!
—Ven acá hijo, felicitaciones.
James lo abrazó como no queriendo soltarlo nunca.
—Estás tan alto —comentó James con orgullo.
—Creo que se llevaron a Arthur y me entregaron a alguien más, porque este no es mi bebé —comentó Stephanie sonriendo.
—Claro que soy yo. Suelta a Ellie y dame amor.
Jugando hizo el intento de agarrar el brazo de su hermanita para jalarla, pero ella con el ceño fruncido golpeó la mano de Arthur antes que la tocara y se abrazó más al cuello de Stephanie.
—¡Ellie! —Stephanie ni James podían dejar de reír. —Él es tu hermano.
—Yo llegué antes que tú —comentó Arthur fingiendo estar dolido.
—Sé que te querrá Arthur.
—Tú si me quieres Jude, ¿verdad?
Jude ya con tres años de edad, estaba maravillado con el lindo uniforme de su hermano, además que no dejaba de observar los barcos tras ellos y el inmenso mar.
—Tú marinero, yo quiero ser pirata —dijo en su pequeña voz. Para su edad hablaba bastante bien y claro.
—¡Pirata! Entonces estaremos en conflictos, porque yo tendré que detener, pequeño delincuente. Ven acá.
Arthur lo cargó con mucha facilidad, y Jude no aguantó las ganas de quitarle el gorro y colocarlo en su cabeza.
—Eres muy lindo Jude. —Arthur besó hasta cansarse, esas mejillas gordas y rojas de su hermanito.
Stephanie observó con lágrimas de felicidad aquella escena. Parecía que volvería a tener a todos sus hijos juntos, al menos por una temporada.
—Díganme que ya no tendrán más hijos. Me siento como el tío, incluso hasta podrían ser mis hijos.
—No, ya no habrán más —dijo James despeinando los cortos cabellos de Arthur—. Ahora vayamos a casa.
—Sí, extraño el palacio.
***
Arthur no pudo pedir más. Su mamá lo consintió en todos los sentidos. Ellie seguía renuente a dejarse tocar por Arthur, incluso se veía celosa cada que Stephanie lo abrazaba o besaba, y él para verla molesta abrazaba a Stephanie más y más, era muy gracioso ver a la pequeña Ellie con la cara roja de la rabia. Incluso balbuceaba, "ella es mi mamá", sacando carcajadas en todos.
Para Jude, Arthur rápidamente se estaba convirtiendo en una especie de héroe, observaba atento cada gesto de Arthur para imitarlo. Incluso quiso dormir en su habitación, y Arthur contento accedió.
Ya bien noche Jude se abrazó a él con fuerza. Fue inevitable para Arthur recordar las noches que él pasó abrazado a Aimé. Extrañaba mucho a su hermana. Logró, pese a su posición, dejar un beso en la mejilla de Jude y acercarlo más a él.
—Pasaré más tiempo contigo, pequeño.
30 de marzo 1855. Palacio Buckingham.
—¡Tú eres Arthur! —gritó Elisa topándose con él de frente.
Era el cumpleaños de Stephanie. Y las familias de Alberth y Elizabeth estaban invitadas para celebrarlo.
—No grites. Tú eres Elisa. No... no has cambiado nada —exclamó con gesto extraño.
—¡Qué! ¿Acaso me ves fea? Esa expresión fue tan... ni que tú estuvieras tan... para qué mentir, estás muy... ¡Esto es muy raro! Eres el hermanito de Aimé. El fastidioso príncipe. ¡Eres Arthur!
—Ya basta. No aclares. No dije que te vieras mal, es solo que es extraño que sigas igual, solo un poco más alta, te ves muy joven.
—Gracias. Tampoco es que esté vieja. Y ya en un mes me caso. —Extendió su mano para mostrar el diamante en su dedo.
—¡Felicitaciones, Elisa!
—¿Por qué lo dices con tanta sorpresa? ¿Creías que no encontraría un esposo?
—Ya veo que estás a la defensiva. Solo estaba siendo sincero. Estoy feliz por ti, solíamos ser amigos.
—Solíamos, porque el niño fue incapaz de escribirme una carta en... ya no sé ni cuántos años. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
—¡¿Qué?! El tiempo ha pasado muy rápido. Arthur quien iba a decir que vería el día en que cientos de damas vendrían al palacio a querer ganar tu corazón. Vendrán como abejas al panal.
—Mi corazón pertenece a una dama, desde hace muchos años, no busco a nadie más.
—¡¿Sigues con el tema de Diana Conrad?!
—Te dije que algún día me casaría con ella, y lo verás, serás la primera invitada.
—Yo no creo... La verdad Diana sería idiota si no te acepta como su esposo.
Arthur sonrió complacido.
—Si llega a decirte que no, me dices para cachetearla, tomaré el lugar de Aimé en defenderte.
—Gracias por eso, aunque paso.
—¡Ay! Arthur es tan lindo. Tú harás tu sueño realidad.
—No estés tan segura. Diana es difícil. Puedo decirme que todo saldrá bien, pero ella... tiene la edad bien marcada en su cabeza.
—No pierdas la fe ahorita. La cosa es que tú historia es linda, la de Aimé es linda, y yo habría querido tener algo así.
—Dijiste que estás comprometida. ¿No lo amas?
—Ah, eso, sí. Es que lo mío fue tan sencillo. Una fiesta, me vio, lo vi, me sonrió, le correspondí, luego visitas a casa, el permiso de mi padre, la propuesta, yo diciendo que sí, mi padre aceptando, y ya. Ahora me casaré. No hubo drama, nada de una linda y sufrida historia, y yo quería eso.
—Elisa, ¡agradécelo! Que no habría querido yo que poder estar seguro que Diana me quiere, y no estar aquí sudando por volver a verla y no saber qué decir. Que no habría dado Aimé para que Jeremy no estuviera enfermo y... El punto es que tú lo tienes todo. Si lo amas, disfruta que la vida te está dando todo en bandeja de plata. Ahora hazme un favor. Cuando Diana llegue llévatela al jardín, y déjala allí con alguna excusa. Quiero hablar con ella a solas.
—El niño me salió romántico. Claro que te ayudaré.
***
Diana no sabía aún que Arthur ya había vuelto. Fue extraño que Elisa le pidiera urgente hablar con ella a solas, en cuanto pisó el palacio, más extraño era que la llevó al jardín, para dejarla diciéndole que por favor la esperara allí.
Decidió sentarse en un banquito y jugar con una hoja seca que cayó sobre sus piernas, de un árbol cercano a ella.
Sintió que alguien se sentó de espaldas a ella, intentó revirar pero una voz la detuvo.
—¿Nunca tuviste la sensación de que sí pasaban muchos años olvidarías el rostro de ese que llevabas tiempo sin ver? ¿Qué tal vez los recuerdos se harían confusos y distorsionarías la realidad?
—¡¿Arthur?! —preguntó a susurros, sin atreverse a verlo.
—Para darte cuenta que eso no pasó, porque siempre recordaste cada detalle justo y cómo era.
Él se volteó hacia ella, quedando sentados uno al lado del otro, y observándose por primera vez después de un poco más de cinco años.
Aunque Arthur estaba viendo a la misma Diana de sus sueños, solo un poco más madura, pero con la misma dulzura en su mirada. Ella estaba viendo a un ser completamente diferente. Nunca se imaginó a un Arthur diferente al niño tierno que le juró amor, pero ante ella estaba un hombre, que la miraba con el mismo cariño, y le sonreía con amabilidad.
Ese hombre frente a ella era un desconocido. Arthur era muy alto y fuerte, por sobre el traje podía notar lo fuerte de sus brazos. Era tan alto que ella se sentía muy pequeña y maleable. Lo más extraño es que conocía a ese extraño, porque cada carta de Arthur era una puerta a su corazón, conocía sus gustos, sentimientos, pensamientos, lo conocía, y aun así, era un extraño.
Su cabeza y corazón eran un total enredo. Y lo observó tan atentamente que Arthur se sonrojó.
—¿Tan mal me veo? —preguntó bajando la mirada.
—¿Qué? ¡No! No, no, no, no. —Estaba tan confundida que su cerebro no podía pensar.
—Ya me quedó claro —agregó sonriendo—. Tú sigues igual de hermosa, yo... Como te dije, yo...
—Arthur, ¿sigues con eso? —preguntó alterada y él frunció el ceño.
—Creo que he sido bastante claro con mis sentimientos.
—Mírate Arthur.
—Ya lo he hecho, crecí, todo el mundo crece, es lo natural.
—¡Mírame! Tú te mereces a una linda jovencita.
—¡Oh por Dios! —Cansado rodó los ojos. —¿Continuarás con la edad? Tú tienes veinte y un años...
—Cumpliré veinte dos —aclaró.
—Y yo cumpliré diecinueve. Son solo tres años, que ahora ni se notan, porque yo parezco mayor que tú.
—No.
—Claro que sí, y no lo niegues. Entendía que cuando tenía doce, y tú quince, la idea de algo entre los dos era inaceptable, pero ahora, ahora solo es una mala excusa. Di que no podrías estar conmigo porque me crees tonto, porque te caigo mal, o no sé porque amas a alguien más, pero no vuelvas a decir que es por la edad.
Diana suspiró. Esa situación estaba siendo más grande de lo que podía manejar.
—Dices que me amas porque sí, pero yo no te he dado razones.
—Entonces permíteme tenerlas. Yo no esperé verte hoy y que al verme te lanzarás a mis brazos y aceptaras ser mi novia. Sé que no soy tan lindo, para crear una reacción así. —Diana sonrió, y él sonrió al ver que estaba alivianando un poco la situación. —Sé que no me quieres, y lo entiendo, pero déjame acercarme a ti. Seamos amigos, olvídate de quién era, y empecemos de cero. Soy solo un hombre conociendo a una linda dama en un jardín, un hombre cuya edad no conoces, y digamos que a primera vista piensas que tengo unos veinticuatro, ¿tal vez? —Diana asintió divertida. —Mucho gusto, soy Arthur.
—Mucho gusto, Diana Conrad.
—Lindo nombre.
—Arthur —Suspiró de nuevo y él rodó los ojos sabiendo que estaba perdiendo terreno otra vez. —No es así de fácil.
—Claro que lo es. No te estoy pidiendo nada más que una amistad. ¿Hay alguien en tu corazón? —preguntó sorprendiendo a Diana—. Porque si hay alguien yo me alejaré, no volveré a molestar.
—¿En serio te alejarás?
—¡No! Intentaré sacar a ese y quedarme yo, pero sería bueno saberlo.
Era imposible para Diana no reír.
—No hay nadie en mi corazón.
—Entonces no hay nada de malo en que tengas un amigo. Estaré aquí unos meses, luego volveré a alta mar. Déjame ser tu amigo este tiempo, siempre es bueno tener de amigo a un príncipe marinero. ¿Entonces? ¿Amigos?
Diana se mordió el labio, y asintió. Arthur contento le extendió la mano y ella la estrechó. Él de un jalón la levantó del banco, causando una gran carcajada en ella al sentir que se caía.
Diana se asustó al notar que tal vez a su corazón no se le sería tan difícil suplantar al niño por el hombre, pero no era la misma situación de su corazón.
—Vayamos a ver a nuestros sobrinos en común.
Arthur la sacó de sus pensamientos y ella asintió.
Solo al entrar al palacio un Jude y Owen casi del mismo tamaño pasaron rodando frente a ellos en una batalla campal.
Arthur miró a Diana interrogándola con la mirada si eso era normal y ella solo sonrió.
—Aunque no lo creas se quieren mucho, pero también aman pelearse.
—¡Owen! Te he dicho que no juegues así —gritó David corriendo a separar a los niños.
Arthur lo ayudó cargando a Jude.
—¿Por qué tan alterado pequeño? —preguntó Arthur dándole un beso en la mejilla.
—Él dice que su mamá es más linda —acusó Jude señalando a Owen en los brazos de David.
—¡Esa gruñona! ¡Jamás! —expresó Arthur desde lo más hondo de su corazón.
—¡Ay Dios! —exclamó David mirando el techo. Lo que le faltaba es que Arthur incentivara a Jude.
—Esa gruñona es mi hermana —recalcó Diana observándolo con seriedad.
—Yo... ah... hum...
—Este Arthur crecido no me cae tan bien. Ven Owen, ven con tu tía.
—Diana, yo no... ¡Agh! Mira las cosas que me haces hacer Jude.
Diana en realidad no estaba molesta, solo quería jugar un poco, ella también podía ser graciosa.
***
—¿Ya son novios? ¿Cuándo se casarán? —cuestionó Elisa.
—Eso está muy lejos. Aceptó ser mi amiga.
—¡¿Amiga?! Pero miren a la señorita Conrad, cómo se la da de interesante. Porque mejor no te fijas en alguien más y los celos la moverán a rogar por tu amor.
—¡Celos! Cuidado y si no, con mucha alegría hasta escoge los anillos, la iglesia y me hace el discurso para que me case con alguien más. Nada la haría más feliz que eso. Pero no me rendiré.
—¿No te da miedo darte cuenta que no es tan maravillosa cómo crees?
—No. Sé que es maravillosa, y si no, tendré estos meses para conocerla.
***
No fue tan difícil para Arthur entrar en la vida de Diana porque Edgard no dudó en invitarlo a su hogar, realmente disfrutaba pasar tiempo con el joven príncipe.
Arthur conocía del mundo, así que Diana disfrutaba sus entretenidos relatos. Le gustaba más cuando le hablaba de ciertos países, islas o paisajes. Ella solo conocía una pequeña parte del mundo, y algunas veces deseaba tener la vida de Arthur para poder ver todas las maravillas que el mundo ofrece.
No fue fácil, pero sin darse cuenta Diana comenzó a confiar en Arthur, a contarle más cosas sobre ella, por ejemplo, que ahora le gustaba leer mucho sobre ciencia, y le gustaría ser más como Amelie. Arthur le decía que era fascinante, incluso le comenzó a regalar libros sobre medicina, física o química, alentándola a seguir con sus estudios.
Los meses pasaron volando, y Arthur debía volver a alta mar, no quería darse de baja, esa era la clase de vida que quería para él.
Le dijo a Diana que le escribiría cada día, y ella aceptó responderle.
***
Diana quería convencerse que continuaba viendo a Arthur como el niño que conoció desde pequeña, pero lo cierto es que algo dentro de ella se sintió mal cuando le dijo adiós. Extrañaba sus ocurrencias y ese empeño por siempre hacerla reír, y tratarla como si fuera lo más valioso, hermoso y preciado del mundo.
Se vio a sí misma escribiéndole cartas, contándole de cosas que hicieron alguno de sus sobrinos, o simplemente de libros que había leído.
Nadie le insistía en que debía buscar un esposo, ya se le estaba pasando el tiempo, pero ella no podía pensar en eso. Cuando un caballero se interesó en ella, lo cortó de la forma más tajante, y quiso convencerse que lo hizo por ella, no porque el recuerdo de Arthur se pasara en su cabeza.
3 de Enero 1857. Londres.
Una gran cantidad de personas se encontraban reunidas en el puerto, esperando ver con vida a sus seres queridos. Diana estaba entre ellos. Con muchas semanas de retraso se enteró que una gran tormenta al este del pacífico hundió uno de los barcos de la marina. No era cualquier barco, era el barco en el que se encontraba Arthur.
Fueron semanas de gran tensión por tener noticias de los sobrevivientes. Stephanie creyó que moriría por no saber de su hijo. Aimé un poco más fuerte ayudó a que Stephanie no cayera en la desesperación, aunque Arthur más que su hermano era algo así como su hijo, y no podía evitar desesperarse por no tener noticias de él.
Ahora estaban allí frente al barco que los había rescatado. Pronto los pasajeros comenzarían a bajar.
Diana no dejó de orar, pidiéndole a Dios que Arthur estuviera bien. Estaba a punto de llorar al ver que hombres y hombres bajaban, pero ninguno era Arthur. Y entonces de pronto, lo vio.
Tenía el cabello un poco largo, al igual que algo de barba. Él sonreía intentando buscar a sus familiares con la mirada, no sería difícil que diera con el lugar preparado para los reyes, pero su sorpresa fue grande cuando sintió que alguien se guindó de su cuello y haciéndolo tambalear. No le dio tiempo a reaccionar cuando sintió un beso en su mejilla.
—¡Estás vivo! ¡Estás vivo! Sabía que estabas vivo —celebró Diana sin dejar de abrazarlo y con grandes lágrimas derramándose en su rostro.
—¡Diana! ¿Esto en verdad está pasando? —preguntó anonadado, sin ser capaz aún de corresponder el abrazo.
—Sí —respondió sonriendo, alejándose un poco y limpiándose las lágrimas—. Te extrañé, en serio lo hice. Cuando me enteré del accidente, supe que... supe que...
—¿Qué supiste? —insistió desesperado.
—Me lo dijiste mil setecientas noventa y tres veces, y ahora yo te lo digo por primera vez... ¡Te amo! Te amo Arthur.
—Dime que no morí y ahora estoy soñando.
—No. Estás vivo, aquí conmigo. Me enamoré de ti. ¿Tú me sigues amando?
—Yo nunca dejaría de hacerlo. —Lo tomó de la cintura acercándola a él y susurrándole a centímetros de sus labios. —Nací para amarte, ¿recuerdas?
Era tan irreal tener al amor de su vida, tan cerca, entre sus brazos. Detallando cada una de sus facciones, observando las pequeñas pecas de su blanco rostro, perdiéndose en los mil tonos diferentes de sus azules ojos. Siempre tuvo la fe en que lo conseguiría, pero nunca dejó de ser un lejano sueño, que ahora estaba hecho realidad frente a él.
—¿Puedo besarte?
Diana sintiendo miles de cosas en su estómago, pero a la vez sin dejar de perderse en la mirada del hombre tierno y fuerte que amaba, asintió.
Arthur no esperó más en unir los labios con los de su amada. Era la primera vez que besaba de verdad a alguien, pero él había nacido para besar esos labios, era un experto en ello. Ni el sueño más hermoso se asemejaba a la magnitud de belleza de la realidad. En ese beso el dejó todo su amor, y ella le demostró que el sentimiento era mutuo. Tal vez él amo antes, pero ella lo igualaría en todos los años que les quedaban por vivir.
Sintiendo que bajaba de una nube. Diana se alejó un poco, solo lo necesario para ver a Arthur a los ojos y sonreír.
—Solo una cosa. No pienso seguir viviendo la angustia que viví. ¿Estás dispuesto a dejar el mar por mí?
—¿Por ti? Por ti estoy dispuesto a ponerme una peluca y ser parte del senado. No desperdiciaré años en el mar si puedo estar a tu lado, porque estarás a mi lado, ¿cierto?
—Sí. Hasta que la muerte nos separe.
Ahora fue Diana la que se acercó rápidamente para robarle un beso, que él gustoso correspondió. Stephanie con lágrimas en los ojos celebró la escena, y Aimé aplaudió llorando también. Diana se sonrojó, pero no se arrepintió de continuar tomando la mano de Arthur.
***
Sin duda alguna el amor de ambos había sido el más difícil de desarrollarse, él siempre supo lo que sentía, y fue conquistando el corazón de ella con el tiempo.
Desde que Diana frente al altar dijo, "acepto", supo que nunca más importaría la edad. Esos tres años que la separaban de Arthur se habían esfumado. Él no era un niño, era su esposo, su hombre, uno que daría la vida por ella, uno que la hacía sonreír día a día, uno con el cuál quería vivir todas las experiencias que el mundo le pudiera dar. Con él recorrería el mundo entero, para finalmente volver a Londres y formar su familia.
Diana supo que aquel sentimiento por David, jamás se asemejaría a lo que sentía por Arthur. Ella ahora solo moriría sin él a su lado.
Hoy era otro año más celebrando el cumpleaños de su amado, y como era costumbre dejó una carta a su lado para que la leyera al despertar. La carta comenzaba diciendo:
Querido príncipe Arthur. Te amo.
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Y acabó!
Falta el epílogo de Aimé, pero al menos pude subir dos epílogos de tres, esta semana.
A mí me gustó mucho escribirles sobre Arthur, aunque pienso que merecía su propia historia.
Espero la semana que viene subir el de Aimé, y sí despedirme definitivamente de esta novela que tanto gusto me ha dado escribir. Espero sus comentarios, y como siempre ojalá les haya gustado. Las quiero!!!
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