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Con la cabeza boca abajo tuve que hacer un esfuerzo por vislumbrar a aquel ágil intruso aferrado a las gruesas barras metálicas que decoraban la parte trasera de aquella camilla, permitiendo a los pacientes reclinarla a su gusto.

Sin poder evitarlo solté una inocente carcajada cuando el chico bufó, agotado por el esfuerzo. Se asemejaba a un perezoso colgado de la rama de un árbol. Éste se dio cuenta de que lo observaba divertida y sonrió desconcertándome de nuevo. Casi caigo de la cama.

Un segundo golpe en la puerta nos sobresaltó. Subí la cabeza de inmediato sintiendo como mi vista se nublaba.

—Elena, ¿has visto por casualidad...? —comenzó la doctora registrando la sala con su mirada. Ladeé la cabeza, fingiendo confusión. Su mirada recayó de nuevo en mí dejándome sin aliento. "Nos ha descubierto." Me alarmé. No obstante, terminó suspirando cansada, masajeándose el entrecejo con su mano derecha.—Discúlpame —dijo, retirándose lentamente, no sin antes advertirme lo siguiente: —Si ves un chico rubio con pecas merodeando por aquí, avísame de inmediato, por favor.

Asentí con una amable sonrisa fingida y una vez cerrada la puerta me deje caer de nuevo sobre el colchón con los brazos flexionados a modo de almohada.

Al poco tiempo oí como los pies del chico aterrizaban sobre el suelo y cerré los ojos.

—Dame tres motivos por los que no debería delatarte —ordené.

— ¿No te vale con uno? —cuestionó a mis espaldas.

— ¿No has oído bien o no entiendes el habla castellana? —interrogué lo más seria posible, con ambos ojos aún cerrados.

— Y dime... —dijo con cierto tono arrogante— ¿Qué harás si decido no hacerlo? —susurró despacio, esta vez más cerca, tanto que pude notar su cálido aliento en mi tímpano, dándome un susto de muerte.

Abrí los ojos como si me hubiesen derramado un balde de agua fría por toda la cara y lo primero que vi fueron unos ojos achocolatados a escasos centímetros de los míos. Sonrió complacido mientras lo fulminaba con la mirada y me alejaba de él.

— ¿Éstas loco? —Exclamé con las mejillas encendidas de rabia— ¿A quién se le ocurre en su sano juicio hacerle eso a una desconocida? —...— ¿Es que no te han enseñado modales o qué?

De pronto y sin darme cuenta sus dedos volvían a estar sobre mis labios.

—Shhh.

Antes de que le volviese a recriminar más furiosa prosiguió: — Vas a llamar la atención de alguien. ¿Es que a ti no te enseñaron a no dar espectáculos?

Aparté su mano de mi cara asqueada y refunfuñé, quizás me había excedido un poco pero, ¿qué se creía?

—Menudo carácter tienes, Elena. No puedo imaginarme como tiene que ser aguantarte durante un día entero —bufó con cierto tono burlón.

— ¿Carácter? —repetí con un tono dos veces más agudo de lo que pretendía. Carraspeé un segundo. — ¿Aguantarme?

Solté una risa, incrédula, dejando caer mis brazos que no habían cesado de dramatizar en el aire.

— Eres tú el que has irrumpido en mi habitación sin permiso —aclaré resaltando las palabras «tú» «mi» y «sin»— Tú —lo señalé con el dedo índice— has hecho que mienta a la persona que mejor me ha tratado en este antro —tomé una buena bocanada de aire— ¿Y a pesar de eso vienes aquí a invadir mi espacio y cuestionar mi modo de ser?

Permanecí con los ojos bien abiertos esperando una respuesta por su parte mientras el parecía un tanto perplejo. Cuando me quise dar cuenta él miraba al suelo pensativo, su sonrisa traviesa había desaparecido y se rascaba la nuca incómodo..

—Lo siento —murmuró sin mirarme a los ojos— Fui un estúpido. No volveré a molestarte.

Me quedé pensativa un par de segundos dejando que se marchase. Por una parte me alivió que se fuera y, sobretodo, que se hubiese disculpado. En verdad no parecía mal chico, tal vez no estaba acostumbrado a que lo reprochasen su mal comportamiento. Sin embargo, otra parte de mi anhelaba que volviese. Aunque pareciese mentira era la primera conversación en la que trataba con un chico relativamente de mi edad desde el incidente del auto.

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