Presagio cumplido

Al décimo intento iba a darse por vencido. Estaba más inseguro que nunca con respecto a su poder de levitación, y el estar siendo entrenado por ese hombre tan extraño y hábil lo ponía más nervioso aun.

 —¿Por qué le tienes tanto miedo a tu poder?  

Jimin frunció el ceño ante esa pregunta y miró de nuevo a Jin Goo quien lo escrutaba con rostro casi divertido.

   —No le tengo miedo —trató de replicar no muy convencido. —Es solo que no puedo concentrarme.

 —Mentiroso —Jin Goo se acercó unos pasos a él, disimulando una sonrisa traviesa. —Sí le temes a la levitación, niño —aseguró con descaro. —Yo te voy a explicar  por qué.

De inmediato, Jimin se tensó, cruzó los brazos sobre su pecho en actitud falsamente enojada y esperó la explicación que le daría aquel hombre. Furioso por no poder ver a su mamá moribundo, había salido a practicar con su espada aquella mañana, rememorando las épocas en las que entrenaba con Namjoon en aquella abadía donde había sido exiliado. Su hermano le había enseñado a usar toda clase de armas, y él había adquirido destrezas sobresalientes en algunas. Sin embargo, Namjoon nunca había logrado que su hermano superase su miedo a levitar.

Pero ahora ese hombre parecía conocer perfectamente la base de todos sus miedos, cómo si pudiese leer en su mente. Como si estuviese acostumbrado a enseñar más que simples movimientos o posturas de defensa. Como si hubiese entrenado a alguien temeroso y frágil en el pasado.

Jin Goo comenzó a rodearlo, hablándole con voz suave pero increíblemente autoritaria y segura. Desde que había visto a ese chico practicando con la espada en los patios de armas, su sutileza y su gracia le habían recordado al instante las épocas en las que entrenaba a Jungkook en Joseon y por ello no había podido evitar acercársele y recordar viejos tiempos enseñándole algunos trucos a ese niño.

—La levitación es un arte complejo —decía con sus manos entrelazadas detrás de su espalda. —Se necesita tener un fuerte equilibrio entre la mente y el cuerpo para dominarla a la perfección.

—Supongo que yo no tengo ese “equilibrio” —replicó Jimin refunfuñando. Maldita la hora en que le había contado que su poder era levitar y que no le gustaba practicarlo.

El antiguo regente de Joseon sonrió.

—Obviamente no —anotó degustando con su mirada la cara indignada que se le formaba a Jimin. —Tu balanza interna está muy averiada, muchacho.

—¡¿Pero qué dice?! —Su rostro se puso colorado como un trozo de salmón mientras bajaba la cabeza. No era posible que un desconocido lo estuviera analizando de esa forma tan veraz.

Jin Goo se explicó.

—Digo que al separarte de la tierra pierdes por completo tu seguridad. El sentirte inestable te produce una ansiedad terrible. El pisar tierra firme te brinda estabilidad y confianza. Cuando estás en el aire la sensación desaparece y empieza a liberarse la angustia.

Jimin no replicó nada y es que… ¿Qué podía contestar? Ese sujeto le había descrito a la perfección lo que sentía cuando intentaba levitar. La única vez que lo había conseguido, y solo a medias, había sido justamente el día en que espió la conversación entre ese hombre y Jungkook  y solo lo logró porque se aferró con fuerza a los ladrillos de encima del ventanal y se apoyó en la cornisa. De lo contrario, estaba seguro de que jamás hubiera podido mantenerse en el aire por más de cuatro segundos.

“Eres un cobarde de lo más patético”, pensó. Quizás era por eso que Yoongi nunca se había fijado en él. Para su prometido él no sería nunca nada más que un compromiso y un buen cuerpo en el cual descargar sus penas y sus necesidades biológicas.

“Cuídate” era todo lo que le había dicho tras su partida de Jaén. “Cuidate… hasta que nos volvamos a ver”.

Nada más.

—Entonces…¿Tengo o no tengo razón? —interrogó de nuevo Jin Goo sacando a Jimin de sus abrumadoras cavilaciones.

—Tiene razón —respondió el chico en voz baja levantando de nuevo la cabeza. —Toda la razón.

Jin Goo sonrió recordando a Jungkook de nuevo. ¡Cuanto se parecían!.

—Perfecto —dijo conservando la sonrisa.
—Has dado el primer paso que es aceptar que tienes miedo. Pero ahora debes ir más allá. Debes saber a qué es a lo que temes y creo que la respuesta está en hacerte una pregunta mucho más sencilla.

—¿Cuál pregunta? —susurró Jimin mirandolo fijamente.

El hombre se tornó serio de repente pero no desvió la mirada del príncipe.

—¿Por qué cortaste tus cabellos? —le preguntó tocando con su espada los mechones cortos de Jimin. —¿Por qué hacer algo que significa renunciar a tu capacidad de concebir?

Jimin bajó la cabeza de nuevo y se quedó observando fijamente un punto insignificante del suelo. Después colocó sus manos sobre la empuñadura de su espada y respondió casi en susurró.

—Odio ser un doncel.

—¿Qué has dicho? —Jin Goo le alzó el rostro con la punta de su espada obligandolo a repetir sus últimas palabras. —¡Habla!.

—¡Que odio ser un doncel!  —gritó Jimin, esta vez con un sollozante jadeo.

Jin Goo suspiró.

—¿Esa es la razón por la que has cortado tus cabellos? —preguntó con desdén y el príncipe asintió.—En ese caso eres un tonto —masculló retirando su espada del mentón de Jimin. Este lo miró aturdido.

—¿Eh?

—Ser un doncel no es el problema, —Jin Goo alzó la vista para ver la bandada de pájaros que volaba sobre ese cielo azul de medio día sobre el que se hallaban.
—El problema es ser débil.

—¿Y es que acaso no es lo mismo? —replicó Jimin sin querer perder aquel debate. —¡Soy débil porque soy un doncel!

—No… Eres débil porque eres tonto.

Jimin abrió su boca intentando decir algo, pero las palabras no salían de su garganta. Sendas lágrimas bajaban de sus ojos mientras todo su cuerpo empezaba a temblar.

—¿Crees que Jungkook lucía muy débil después de herir mortalmente a esos pretendientes que le acosaban? —continuó Jin Goo. —¿Crees que tu mamá parecía indefenso el día en que nos conocimos, cuando creó esa poderosa barrera mágica para protegerte a ti y a su persona?

—No sé. Yo… yo, solo.

—¡Vamos contesta! —se ofuscó Jin Goo. —Eres un tonto, y eres débil —le dijo sin compasión.

Con un horrible nudo en la garganta y sin argumentos con los cuales defenderse, Jimin tiró su espada y corrió lejos de allí. Durante su huida,  tropezó con Jungkook quien venía en dirección contraria con miras hacia los jardines.

Del impacto, casi se caen los dos. Sin embargo, Jungkook logró conservar el equilibrio y sujetarlo, viendo de inmediato como el muchacho temblaba y lloraba desconsolado.

—¡Por las Diosas, Jimin! ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? ¿Qué te ha sucedido? —preguntó el rey de Joseon tomándolo al príncipe de los hombros. Jimin se debatió bajando su rostro.

—¡¿Por qué no puedo ser como tú?! —susurró.

—¿Que? —inquirió confundido Jungkook.

—¡¿Por qué no puedo ser como tú?! —preguntó Jimin, y liberándose del amarre de Jungkook se echó a correr de nuevo en dirección a la mansión central.

Jungkook lo soltó, extrañándose mucho por aquella pregunta. Por un momento pensó en devolverse y seguirlo pero enseguida reflexionó pensando que por el momento lo mejor sería dejarlo a solas.

Entonces, siguió su camino en busca de lo que buscaba, y atravesando los jardines lo encontró. Jin Goo se acercaba en su dirección y arrugó el ceño nada más ver a su pupilo.

Jungkook se detuvo, confrontándolo otra vez.

—Jin Goo. Tenemos que hablar.

—Pues ya iba siendo hora.

Después de su primera platica de aquella tarde, y por culpa de todo lo recién acontecido con Woo Seok, no había encontrado ocasión para hablar con Jin Goo o mejor dicho, lo había estado evitando.

Jungkook no quería tener esa conversación que él y Jin Goo debían tener, y no quería hablar de ese sentimiento que por años le había guardado a su tutor. Sin embargo, había llegado el momento de hacerlo. Necesitaba aclarar una duda que le carcomía el pecho y no podía perder más tiempo. Era hora de tomar decisiones.

De esta forma avanzaron ambos hacia los jardines, internándose a solas por el callejon que llevaba hacia el pequeño lago del palacio. Cruzaron el puente y llegaron hasta los pies de un árbol muy alto y viejo. Allí hicieron una pausa.

—Jin Goo, se que estás molesto —habló Jungkook recostándose sobre el árbol.

—No estoy molesto. Pero me has decepcionado. ¡¿En qué rayos pensabas al exponerte así ante esos pretendientes?! ¡¿Te sentías más vivo, más libre?!

—¡Me acordaba de ti! —Jungkook apartó la vista concentrándose en un conejito que pasó de repente olisqueando unas flores para luego perderse entre los arbustos. Jin Goo miró a su rey por unos instantes para luego suspirar pesadamente.

—¿Me odias por no haberme despedido de ti? —preguntó a pesar de saber la respuesta. —Eso es una tontería.

—¡No es una tontería! —los ojos del doncel brillaban con rabia. Su pecho se empezó a convulsionar como si luchara fuertemente contra las ganas de llorar. —Estuviste a mi lado por muchos años. Pensé que en ese tiempo habías llegado a sentir algo por mí.

Jin Goo avanzó varios pasos, su cuerpo se inclinó levemente hacia Jungkook apoyando su mano diestra sobre el árbol, justo al lado de la cabeza del doncel.

—¿Sentir algo cómo qué? —preguntó en un susurró sonriendo ante el sonrojo que inundó las mejillas de su pupilo. Sin embargo, Jungkook logró vencer la vergüenza y sus ojos lo confrontaron.

—Amor… ¿Quizás? —preguntó temblando ligeramente. —Te amo, Jin Goo. Desde que era casi un niño.

Hubo un momento de silencio. Jungkook sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, mientras Jin Goo solo acertaba en mirar a su antiguo pupilo de forma intensa e inescrutable.

De repente, cambió su postura acariciando una de las sonrosadas mejillas de Jungkook para luego, tranquilo y confiado, sonreírle con dulzura.

—Cuánto tardaste en decir esas palabras, y ahora que las dices ya solo son una mentira.

—No, no son una mentira —Jungkook replicó. Necesitaba creer que aquellas palabras seguían siendo verdad. Que su amor por Jin Goo seguía intacto en su corazón, que seguía allí, esperándolo.

—¿Y qué pasará entonces con tu promesa? ¿Acaso la has olvidado? ¿Has olvidado tu compromiso con SiKje?

—¡Ya no quiero ser mas el tesoro de SiKje! —Hasta él mismo se asombró de lo que acababa de decir. Ni en sus sueños más osados había siquiera pensado en pronunciar semejante herejía. Pero repentinamente era así cómo se sentía, y ya no quería reprimirlo más.

Jin Goo lo miró con seriedad.           

—Ya no quiero ser más el tesoro de SiKje —repitió y una lágrima corrió por su ahora pálida mejilla. —Yo solo quiero ser Jungkook y nada más.

—El tesoro de SiKje y Jungkook, son la misma persona —señaló Jin Goo mirándolo con dureza.
—Quizás ambos se odien pero no pueden estar separados. Son prácticamente una quimera.

Jungkook jadeó ante las palabras de Jin Goo. Por más que quisiera replicarlas no podía, porque esas palabras eran tan ciertas como la brisa que los envolvía en aquel momento. Había pensado en volver a Joseon junto a Jin Goo y convencerlo de quedarse junto a él, gobernando ambos en un compromiso de amor y castidad.

Pero ahora sabía que eso no podía ser, lo necesitaba por completo. Tenerlo de la misma forma en la que había tenido a Taehyung.

Esa era la única forma de olvidar ese loco apasionamiento que sentía hacia Taehyung, y la única forma de dejar de ser el tesoro de SiKje.

SiKje, su dueña. La Diosa que le había mentido y que nunca lo había dejado vivir en libertad. 

Alzó sus brazos y no dudó más. Besó a Jin Goo con apremio, casi mordiéndole la boca. Jin Goo se separó por pocos instantes y lo miró directo a los ojos. Por un momento Jungkook llegó a pensar que el varón lo rechazaría pero no fue así. Jin Goo volvió a tomar la boca del doncel y a responder a aquel beso con toda la pasión de su sangre.

Minutos después de iniciada la caricia, las capas de ambos cayeron sobre las hojas secas que el otoño empezaba a tumbar de los árboles. Jin Goo delineó suavemente con su dedo el cuello desnudo de Jungkook, tras abrirle un poco la camisa, y sus labios se deslizaron sobre el mentón del doncel.

Jungkook jadeó ante la caricia y todo su cuerpo se tensó, excitado. Por un momento llegó a confundir esa pasión con el antiguo amor que había sentido hacia Jin Goo. Llegó a alegrarse sinceramente al creer que ese sentimiento aun estaba vivo, pero fue justamente en ese momento en que las recordó...

Repentinamente, abrió sus ojos. Era como si su mente le hubiese pedido buscar algo en medio de la vegetación, haciendo que sus ojos recorrieran el lugar, y que luego de unos instantes éstos las encontrara apartadas en aquel rincón.

Eran sus rosas negras. Estaban allí casi frente a él. Casi marchitas, algunas ya muertas.

“Cuando terminé de plantarlas me paré de la tierra removida y me vi todo sucio, con la ropa vuelta nada, y entonces me dije: ¡Rayos, Taehyung! ¡Mírate! Estás cultivando rosas .Tú, un experto en combate y armas. Entonces lo supe y lo reconocí. Te amaba”

La confesión que le había hecho Taehyung hacía días atrás llegó por fin a su corazón y le tocó las puertas.

Finalmente decidió abrírselas.

—¡Detente! —dijo entonces apartando a Jin Goo.

Jin Goo se apartó sin miramientos observando como avanzaba hasta ese rosal tomando una rosa marchita que se hizo añicos entre sus manos. 

—¿Qué pasa? —le preguntó con suavidad.

—Tienes razón —respondió, dejando que los pétalos marchitos se escurrieran entre sus dedos. —Mi amor por ti ha muerto, —aseguró mirando a su antiguo tutor a los ojos. —Amo a alguien más ahora y esta vez no dejaré que ese amor muera.

De esta forma Jungkook avanzó recogiendo su capa, volviendo sobre sus pasos hasta salir de aquel jardín y regresar a la mansión central.

Jin Goo dio un suspiro al verlo partir. Tal vez estaba consintiendo una locura pero era la primera vez que veía a Jungkook confesar sus sentimientos con tanta seguridad. Con una sonrisa en los labios recogió su capa y marchó tras los pasos de su pupilo. Había sido muy raro haber besado de esa forma a alguien que era casi un hijo para él y una sensación muy extraña lo invadía.

Siempre había querido a Jungkook como a un hijo, y quizás ese sentimiento era el que le había salvado de enloquecer de amor como uno más de esos locos pretendientes que acosaban a su pupilo. Sin embargo, él estaba seguro que de ser necesario haría lo que fuese por él. Cualquier cosa que éste le pidiera, aunque fuese algo que estuviera en contra de sus propios pensamientos.

Durante todos los años que había estado en Joseon, se había dado cuenta de que Jungkook empezaba a albergar sentimientos hacia él, sentimientos que eran imposibles y prohibidos. Por eso se había apartado, aprovechando que el chico nunca se había atrevido a declarársele.

Ahora era distinto. Lo que él no había logrado en más de diez años, Taehyung lo había logrado en pocas semanas. Jungkook había aceptado que amaba a ese hombre y que en esta ocasión no quería perder ese amor.

SiKje podía fulminarlo allí mismo, pero él realmente deseaba que Jungkook y Taehyung pudiesen ser felices. Había estudiado a ese hombre y se había dado cuenta de que realmente lo amaba.

Jungkook ya casi llegaba a la mansión central cuando un sonido de caballería detuvo sus pasos. Intrigado por la posible llegada de alguien importante decidió subir a su torre y observar desde allí. Desde lo alto pudo contemplar que se trataba del rey Jung Hyung y Namjoon regresando a palacio, aunque luego, detrás de ellos, pudo notar que le seguían unos estandartes con los escudos de Jaén.

—¡Por las Diosas! A Jimin le dará un ataque —susurró al ver que Yoongi avanzaba bajo la muralla frontal. Detrás de él, un grupo pequeño de lo que parecían ser donceles, cerraba el desfile, y en el centro de aquella pequeña comitiva, un muchacho vestido de negro luchaba contra el viento que le alborotaba su cabellera.

A pesar de la distancia, pudo notar que el chico era un doncel. En ese momento no pudo recordar pero tenía la leve impresión de haber visto a ese muchacho antes.

—Vaya, vaya. Veo que pronto dejaremos de ser los únicos invitados aquí. —La voz de Jin Goo a sus espaldas, hizo que diera un respingo. No se había dado cuenta de que su tutor le había seguido, pudiendo observar también la llegada de los Jaenianos.

—¿Sabes quién es el doncel? —le preguntó entonces en un tono tan casual que nadie hubiese pensado que le había comido la boca minutos antes.

Jin Goo asintió divertido.

—Es el principe Hyunjin—contestó, —el hermano menor de su Majestad Yoongi.

—¿Hyunjin? —Algo muy molesto se revolvió en el estomago de Jungkook. Si, lo recordaba muy bien. Así que ese era el acosador numero uno de Taehyung. Claro, ahora recordaba que ese chico era el mismo que había visto en la fiesta de cumpleaños del principe heredero de Koryo y el que tan atrevidamente le había apartado de la compañía de éste. En aquella ocasión no le había prestado mucha atención pues en realidad no le interesaba. Pero ahora la cosa era distinta. ¿Qué rayos hacia allí? Debía descubrirlo y pronto.

—Voy a bajar. Quiero verlos en persona —informó. Pero Jin Goo lo retuvo de un brazo impidiéndole la marcha.

—No. Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

—Si, ya lo sé —Jungkook dio un suspiro al pensar en ello. —La amatista —susurró a pesar de que los guardias más próximos a ellos se hallaban a casi diez metros de distancia. —He estado pensando en ello pero aun no se me ocurre nada y mientras tenga este talismán en la muñeca —lo señaló. —Taehyung dice que ya no afecta mis poderes pero yo siento que sí me desconecta un poco de mi vínculo mágico con la amatista. Por eso no sentí cuando la robaron, por eso no sé en donde pueda estar.

—En ese caso tendremos que empezar buscando pistas en el templo de SiKje. Allí fue donde la robaron —recalcó Jin Goo.

Jungkook se llevó las manos a la cabeza y dio varios pasos a derredor. Se suponía que solo él y Jin Goo sabían de la existencia de esa piedra y por lo tanto no sabía cómo rayos había sido robada.

—No debí dejarla en ese templo —se arrepintió recostándose contra un muro de la torre. —Debí tenerla junto a mí, tal como hacían mis padres. Pero yo… yo no la quería cerca, no la soportaba cerca.

—Si, tranquilo. Ya lo sé —Jin Goo se acercó a él y lo abrazó. Jungkook aceptó su abrazo, tan cálido y seguro como el de un padre. ¡Cuánto habían cambiado sus sentimientos hacía su tutor!

—Jin Goo ¿Sabía alguien más acerca de la amatista de plata? —preguntó entonces mirandolo a los ojos. No desconfiaba de él, en lo absoluto, pero tenía miedo que por algún error o algo así, le hubiese contado a alguien algo referente a la piedra.

Jin Goo lo miró y finalmente asintió. Jungkook se puso pálido.

—No sé como lo hizo. Pero Eun Woo, tu primer ministro, sabía sobre la joya.

—¿Que? —La palidez de Jungkook se asentó. Ahora necesitó sentarse. Jin Goo le acompañó y le obligó a escucharle con atención.

—Antes de venir a buscarte pasé por Joseon para tranquilizar a los concejeros y esas cosas. Eun Woo no estaba en palacio y un presentimiento me hizo ir al templo. —Jungkook lo escuchaba sin espabilar, aturdido por la tensión en el ambiente. —Encontré a Eun Woo muerto en el templo. Lo habían asesinado y la joya ya no estaba.

Del shock, Jungkook no podía decir nada. Se llevó las manos a la cabeza tratando de encontrarle sentido a algo pero nada parecía tener lógica.

—Pero... ¿Cómo se enteró de la existencia de la amatista?  —preguntó confundido.—Yo nunca he hablado con mis concejeros sobre la joya. ¡Nunca!

—En ese caso yo tampoco sé cómo se enteró. Se suponía que solo tú y yo sabíamos al respecto. Antes de eso solo conocieron el secreto, tus padres, ellos y... otra persona.

—¿Qué persona? —El ceño de Jungkook se frunció, severo.

—El rey consorte Hyo Seop —respondió Jin Goo. Su expresión se oscureció.

—Hyo Seop ¿La mamá de Yoongi y ese chico, el tal Hyunjin? —preguntó Jungkook.

Jin Goo asintió con la cabeza.

—El rey consorte Hyo Seop fue el médico de cabecera de tus padres. Él conoció el secreto, puesto que de no decirsele la verdad él jamás hubiera podido mantener a tus padres con vida durante más de cinco años.

Era cierto.

Jungkook no lo habia tenido en cuenta pero ese hombre había sido el médico de sus papás debido a su prestigio como el mejor sanador de los cinco reinos en la época en que sus padres vivían. Sin embargo, había muerto en el parto de su hijo menor, según le habían contado, y eso evito que continuara su labor, se preguntó sí quizás ese hombre hubiese podido salvarlos.

—Pero ese hombre también está muerto —reflexionó Jungkook luego de una breve pausa.

—Eun Woo también —agregó Jin Goo. —Al parecer antes de morir envió a un esclavo que me contacto en Yurchen y me habló sobre tu rapto. Estoy seguro que el maldito traidor pensaba recibirme sentado en tu trono.

—Pero entonces... —Una idea horrible cruzó por la mente de Jungkook.
—¿Tendría algún cómplice que le traicionara a última hora? —especuló mientras veía a los recién llegados empezar a desmontar de sus caballos. Eso podría ser una posibilidad.

Jin Goo negó con la cabeza.

—Esa rata mañosa de Eun Woo no confiaba ni en su sombra. No creo que hubiera tenido aliados en esto. Ni siquiera permitió que la guardia lo acompañara hasta el templo. Lo escoltaron hasta un trayecto del camino y luego los hizo volver. El mismo jefe de la guardia me lo contó.

Aquello fue un punto nuevo de meditación para Jungkook. Aquella duda que había estado teniendo desde el colapso del rey consorte Woo Seok se volvió casi una certidumbre y era mejor consultarla con Jin Goo.

—Jin Goo —sus ojos se volvieron hacia las caballerizas donde vio como Namjoon se acercaba hasta ese chico, Hyunjin, y le bajaba suavemente de su caballo.

Su tutor lo miró fijamente.

—¿Qué sucede?

—Jin Goo, a pesar de que este talisman ha reducido un poco mi conexión mística con la amatista, he sentido recientemente su poder.

—¿Cómo? Pero ¿Por qué no me habías dicho nada? Es más, me acabas de decir justo lo contrario —se alteró el hombre.

Jungkook negó con la cabeza.

—No te he mentido. No puedo rastrear la piedra. Pero su poder sí que lo he sentido muy cerca... Aquí, en este palacio. Justo en esta torre. El rey consorte. Jin Goo... Creo que Woo Seok usó la amatista de plata.

—¡¿Qué?!

—Al principio pensé que solo era víctima del ladrón de la joya, quien podria estar usando la piedra en su contra —Jungkook se puso de pie viendo como la gente de abajo empezaba a desplazarse hacia la mansión central. —Pero ahora, después de las cosas que me has contado tengo mis dudas y creo que fue él, creo que fue Woo Seok quien robó la joya y alguien más le ayudó, —remató mirando la figura de Yoongi quien caminaba al lado de Jung Hyung —Yoongi, el rey de Jaén, lo ayudo.

Jin Goo jadeó impresionado, pero en ese momento empezaron a sonar las trompetas anunciando la llegada del rey. Tenían que bajar.

—Por cierto —dijo Jungkook antes de comenzar a caminar hacia las escaleras de acceso a la torre. —Le he contado a Taehyung sobre mis dudas y ahora él también lo sabe todo.

—¿En serio? —Más que un reproche, aquello fue una pregunta. Jin Goo se quedó atónito ante la sonrisa y el asentimiento de Jungkook confirmándole lo dicho sin ningún temor.

Ahora no le quedaba duda de que confiaba en Taehyung y de que su pupilo le amaba.

—¿No me vas a reñir? —preguntó Jungkook dispuesto a defender su acción. Pero Jin Goo solo le obsequió una sonrisa.

—El príncipe Taehyung te ama, hijo —dijo usando aquel calificativo tan intimo. —Tal vez yo esté siendo más tonto que tú, pero también confío en él. Además, su mamá está muriendo por culpa de esa joya y él tiene derecho a saberlo.

—Fue lo que yo pensé. Además, Taehyung escuchó toda nuestra conversación el día que llegaste y vio mi reacción. Es un sujeto muy perspicaz, sin duda empezaría a atar cabos y si queremos recuperar la joya tendremos que confiar en algunas personas y colaborar en todo lo que esté a nuestro alcance para que el rey consorte sobreviva y diga la verdad.

Jin Goo estuvo de acuerdo y con estos pensamientos ambos hombres bajaron a recibir a los reyes y a sus acompañantes.

Una vez se halló dentro del salón principal del concejo, Jungkook comenzó a rodar sus ojos por todas las direcciones en busca de Taehyung. Sin embargo, no había ni rastro de él, llevaba varias horas sin verle y por alguna extraña razón eso le empezaba a preocupar.

Pocos minutos después de su entrada el grupo de recién llegados penetró al amplio salón. El rey Jung Hyung ni siquiera se molesto en hablar con sus concejeros y haciendo gala de una groseria casi incompatible con él, pasó por encima de sus invitados sin notar siquiera la presencia de Jin Goo quien en ese momento se hallaba
junto a Jungkook.

Sin embargo, Jin Goo si que reparó en él. El Joseoneano observó al rey con descaro desde el instante mismo en que éste ingresó al recinto y no dejó de verlo hasta que desapareció por una puerta lateral.

“Por fin te conozco Jung Hyung. Parece que estaba en nuestro destino tener que encontrarnos alguna vez” pensó sin ocultar una retorcida sonrisa.

Jungkook a su lado no notó nada.

Jung Hyung atravesó rápidamente los pasillos que lo separaban de la habitación de Namjoon. El mensaje que le había enviado Taehyung con uno de los esclavos había sido muy escueto, dejándolo más confundido que informado.

¿Qué podía estar ocurriendo con Woo Seok? Cuando se despidieron en Jaén, recordaba haberlo dejado rebosante de salud, y de energía. La última noche antes de separarse habían intimado en Jaén, y se había mostrado tan fogoso como siempre, un poco más incluso.

Pensando en ello, llegó finalmente a las puertas de la recamara de su esposo y con un ligero temblor de su mano empujó una de ellas. Lo primero que lo golpeó al entrar fue toda una orgia de aromas medicinales que parecían danzar por toda la habitación. El humo que flotaba en el aire daba un aspecto místico y casi reverencial a la silueta menuda que reposaba sobre el colchón.

Con las piernas temblorosas, se acercó tímidamente hasta la cama, apartando un poco el mosquitero, para luego, delicadamente, acomodarse al lado de Woo Seok.

Desde allí lo miró con detenimiento y el corazón se le oprimió en el pecho. La palidez de su esposo era digna de personas que ya descansaban en la paz de las Diosas. ¡Y por Johary que él no quería eso aun para él!

—Majestad, no sabía que estaba aqui. Lo lamento. —La voz suave y respetuosa de Seokjin no sorprendió a Jung Hyung. Ya Taehyung le había puesto en sobre aviso acerca de la presencia del joven médico en el palacio, y no podía estar más de acuerdo. Sabía que a pesar de su juventud, era el mejor sanador de Koryo.

—No te preocupes, Seokjin —los ojos de Jung Hyung se posaron en el médico.
—Ahora solo quiero que me digas qué es lo que pasa con mi esposo.

“¿Qué pasaba con Woo Seok? Esa era una excelente pregunta,” pensó Seokjin al instante. A él también le encantaría saber la respuesta ya que llevaba días preguntándose lo mismo.

A pesar de sus arduos conocimientos, aun no sabía qué rayos estaba sucediendo exactamente con su paciente, y era por ello que esperaba la llegada de Hyunjin para que le ayudase.

—Aun no tengo claro que está sucediendo aqui —respondió entonces acercándose al lecho para depositar en él unos cuarzos cargados con bioenergía. —Solo sé que se trata de un efecto mágico muy poderoso y desconocido. Por lo menos para mi.

—¿Mágia? —Las facciones de Jung Hyung se ensombrecieron. ¿Qué rayos podía significar eso?

Seokjin negó con la cabeza a sabiendas que no podía dar más datos. Woo Seok pareció removerse un poco en el lecho pero no contestó cuando Jung Hyung lo tomó de la mano, hablándole con suavidad.

—Es inútil. Hemos intentado de todo y no despierta —aseguró Seokjin. —Es por eso que necesito que alguien más venga a ayudarme y será mejor que lo traigan pronto.

—¿Alguien más? —preguntó  Jung Hyung soltando la mano de Woo Seok.

—Así es —corroboró Seokjin. —Se trata del príncipe Hyunjin.

—¿Hyunjin? —Las cejas de Jung Hyung se encontraron en un gesto aturdido. —Pero si él está aqui, vino conmigo, Namjoon y con su hermano Yoongi.

—¿Que? —Seokjin sonrió ampliamente. —¿En serio? —Jung Hyung asintió.

—Está abajo. En la sala del concejo. Ve por él.

—Si, si, claro.

A los dos minutos, Seokjin se encontraba en la planta baja de la mansión central. En el salón del concejo el ambiente no se encontraba mucho mejor que en la planta superior, y los presentes en el lugar parecían estar supremamente incómodos.

Namjoon se moría de ganas por ver a su mamá, pero Jung Hyung le había suplicado que esperase alli y atendiera a sus invitados.

Además, desde lo ocurrido el día en que Jungkook y Taehyung entraron juntos a la habitación de Woo Seok, Seokjin había considerado que lo mejor era que las visitas solo entraran de una en una.

De manera que Namjoon había optado por matar el tiempo en presentaciones y protocolo, mientras esperaba para ver a su mamá.

—Algunos de ustedes ya se conocen. Así que presentaré a los que aun no se han visto —anunció algo irritado.

Sus acompañantes asintieron. Tampoco parecían tener muchos ánimos para tales menesteres. Así que decidieron darle prisa al asunto.

—Hyunjin —dijo entonces tomando suavemente la mano de su ahora prometido. —Te presento a Su Majestad, Jungkook, Rey de Joseon. Majestad, le presento a Su Alteza, Hyunjin, príncipe de Jaén.

Los dos jóvenes se estudiaron sin delicadeza, sin una pizca de agrado de ninguna de las dos partes.

—Realmente, ya nos conocíamos —respondió Hyunjin finalmente y solo realizó una leve inclinación como saludo. —Nos conocimos en la fiesta de cumpleaños de Taehyung hace varios meses. Por cierto... —añadió mirando hacia todos los rincones del salón. —¿Dónde está él?

Otro más que se daba cuenta de la ausencia de Taehyung. Jungkook se volvió a inquietar. Namjoon se encogió de hombros.

—Debe estar con mamá —especuló sin poder ocultar algo de molestia por la forma tan descarada en la que Hyunjin preguntaba por su hermano.

—Yo no pensé que usted aun se encontrara aquí, Majestad —intervino Yoongi rompiendo la tensión que se había empezado a formar.

Jungkook se sonrojó. No quería parecer un abusivo por llevar tanto tiempo de "visita" en aquel palacio.

Pensándolo bien era mejor que regresara pronto a Joseon antes de que los molestos rumores llegaran a oídos de los sacerdotes de SiKje.

—Pues yo pienso que lo mejor será que usted regrese pronto a Joseon —dijo Hyunjin mirando despiadadamente a Jungkook. —No me parece que éste sea el mejor momento para visitas de Estado.

Jungkook lo fulminó con la mirada pero antes de poder replicar algo Namjoon salió en su ayuda.

—Eso es algo que decidirá Taehyung, El fue quien lo invitó —dijo el príncipe con tono molesto, —será mejor dejar ese tema de lado. Más bien por qué no nos presenta a su acompañante, Majestad.

Era obvio que Namjoon se referia a Jin Goo. Yoongi era el único de los presentes a excepción de Taehyung que lo conocía, y le asombraba por ello que ambos estuviesen aun allí. Le parecía increíble que ni siquiera ese hombre hubiese podido llevarselo.

—Mi nombre es Yeo Jin Goo —dijo entonces el susodicho inclinándose ante los nobles. —Fui el antiguo regente de Joseon, antes de que Jungkook cumpliera la mayoría de edad y tomara el poder. Es un placer saludarles, Majestad Yoongi, Altezas.

Namjoon se estremeció al oír de quien se trataba ese hombre. ¡Por las Diosas! ¡¿Qué había sucedido en su ausencia?! ¡¿Y Taehyung, dónde estaba?!

Mientras tanto, Jin Goo se había quedado absorto reparando en Hyunjin. El chico era exactamente como la gente decía: Huraño, hosco y terriblemente parecido a su mamá.

Entonces, de repente, las puertas de aquel salón se abrieron. Los rayos que entraban por los ventanales del recinto y por los vitrales, iluminaron la figura sonriente que se acercaba a ellos.

Eran Seokjin.

El médico recorrió rápidamente todo el largo de aquel salón y cuando estuvo lo suficientemente cerca de Hyunjin, de un solo movimiento lo abrazó alzándolo ligeramente del suelo, para finalmente besarle en ambas mejillas.

—Hyunjin, estás aquí —saludó sonriendo.

El rostro de Hyunjin también se iluminó. Ni en sus más locas fantasías hubiese soñado con ver a Seokjin en ese lugar y el descubrirlo allí lo alegraba muchísimo.

—¡Seokjin! ¡Jinnie! Amigo mio. Te he extrañado muchísimo.

—Y yo a ti, mi precioso.

Namjoon se quedó de piedra al ver a su antiguo amante.

—¿Qué rayos estás haciendo aquí? —estalló con ira antes de apartar a Hyunjin de su lado. —Tu... tu ¡No te quiero aquí!

—¡Oh, vaya!. —En contra de todo pronóstico, Seokjin ni se inmutó por la grosería. Todo lo contrario, su expresión cambió de la ternura a la picardía en solo un instante y su expresión gozaba de absoluta malicia. —Esa no es la manera de tratar a tus viejos amigos —reprochó con falso enfado. —Yo que solo los estoy ayudando. Vine a atender a tu mamá.

—¿Cómo? —El semblante de Namjoon palideció. Era cierto, seguro estaba alli por pedido de Taehyung. Por más que le doliera aceptarlo, su antiguo amante era el mejor sanador de Koryo.

Su rostro se frunció y su expresión se tornó muy seria. Un incomodo silencio sacudió el lugar pero fue justamente eso lo que le permitió a Hyunjin sacar sus propias conclusiones. ¡La reacción de Namjoon lo decía todo! Y esa sonrisa picara era la misma que Seokjin ponía cada vez que le hablaba sobre esa relación que había tenido con otro varón.

¡Namjoon había sido el amante varon de Seokjin! ¡Oh, por las chanclas sucias de Ditzha!

Un sonrojo cubrió su rostro al pensar en ellos dos... al pensar en...

Pero no pudo pensar más en ello ya que en ese momento Jung Hyung volvía al salón, esta vez con Jimin de su brazo.

—Majestades, Alteza, perdonen la tardanza pero mi deber estaba primero junto a mi esposo —se disculpó. Namjoon se disculpó entonces y luego de saludar a Jimin, partió a ver a su mamá.

Yoongi se adelantó y tomó la mano de Jimin para darle un beso suave. El príncipe apartó la mirada ruborizándose un poco.

Jin Goo observaba todo aquello desde su posición. Al ver la reacción que Jimin había tenido al ver a Yoongi no le quedó duda de que ese hombre tenía mucho que ver con los miedos y las dudas de aquel doncel.

Pero nuevamente algo más interrumpió sus reflexiones. Esta vez fue Jung Hyung preguntando también por el
mayor de sus hijos.

—¿Alguien sabe donde está Taehyung? —preguntó con algo de cansancio en su voz, —no lo he visto desde que llegué.

—Está en la frontera con Joseon —respondió Seokjin, despejando por fin esa duda. —Se fue al templo de SiKje. Según él, fue porque queria buscar algo que se le perdió a su tesoro. Aunque francamente yo no sé qué es lo que quiera hacer realmente.

Jungkook y Jin Goo se sobresaltaron. ¿Qué podía querer Taehyung en el templo de SiKje? ¿Acaso pretendía buscar pistas sobre el ladrón o el paradero de la amatista?

Jungkook sintió un extraño desasosiego. En ese instante un gran alboroto a las entradas de la muralla llegó hasta el salón real, y uno de los concejeros Koryanos entró al salón solicitando la atención del rey.

—¿Se puede saber qué rayos es lo que está sucediendo allá afuera? —preguntó el rey.

—Parece que han capturado a un espía, Majestad —respondió el concejero. —Se solicita su presencia en los patios de armas.

A toda prisa Jung Hyung y compañía llegaron hasta el lugar del motín. Un soldado de la guardia real abrió paso para que pasara y rápidamente todo el gentio que rodeaba al supuesto espía se disperso formando un circulo al rededor .

Jung Hyung se quedó boquiabierto. El intruso se trataba de un muchachito que no podía tener más años que Hyunjin. Estaba sucio, sollozante y con claras señas de haber acabado de recibir una paliza, además de eso era un doncel.

—Es un espía Majestad —dijo el jefe de la guardia. Un hombre de mediana edad, de piel cobriza y cabellos castaños. Se camufló entre la comitiva que vino con usted desde Jaén para pasar desapercibido y entrar al palacio quien sabe con qué propósitos —aseguró golpeando al chico con saña.

Jung Hyung no dijo nada; con su diestra impartió una orden para que pusieran al chico a su altura. Los guardias obedecieron de inmediato, tomando al prisionero cada uno de un brazo para obligarlo a incorporarse. Con sigilo, el rey se acercó hasta él, agachándose un poco para poder verle a la cara. Despacio se retiró un poco más, y luego, con algo de brusquedad, desenfundó su espada apartando con el filoso metal los largos cabellos del muchacho, levantándole la barbilla con la punta del arma.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con tono suave pero sin dejar de amenazar al chico con su espada.

El muchachito gemía aterrorizado y negaba con la cabeza sin decir ni una palabra. Todo su cuerpo
temblaba.

—Es inútil majestad, el chico no quiere hablar —dijo de nuevo el jefe de la guardia. —Esta más que confirmado que se trata de un espía —concluyó con prepotencia.

Jung Hyung lo miró de reojo.

—Lo que está más que confirmado es que tú eres un idiota —replicó con desdén antes de volver a mirar al niño. —Este niño no habla porque no nos entiende. No se cómo sea posible pero este niño no comprende el Hangul.

La gente amotinada comenzó a cuchichear. Nadie sabía que era exactamente lo que estaba pasando. Por lo menos, no hasta que alguien más intervino.

—¿Se tratará acaso de un "Ungido", Majestad? —La voz de Jin Goo resonó entre el bullicio de la multitud y por primera vez Jung Hyung notó su presencia. —Soy Yeo Jin Goo —se volvió a presentar haciendo una reverencia ante Jung Hyung. —Fui el antiguo regente de Joseon y conozco muy bien a este tipo de chicos.

—Con que es un ungido entonces —Jung Hyung volvió la vista hacia el prisionero. Conocia perfectamente quienes eran los famosos "Ungidos". Niños que eran encerrados dentro de los templos después del destete y que nunca más volvían a salir al exterior. Eso podía explicar perfectamente porque ese niño no hablaba el lenguaje comercial de los cinco reinos, pero lo que no explicaba para nada era qué rayos estaba haciendo alli, en su palacio. —Tenía entendido que el ungimiento había sido prohibido hace varios años —comentó entonces a modo de duda. —Y que ya no se practicaba.

—Pero no en todos los reinos —Jin Goo avanzó dos pasos mirando fijamente al supuesto "Ungido". —Jaén fue el primero en abolir la práctica —ilustró a modo de información, —luego le siguieron Koryo y Yurchen. Los padres de Jungkook la prohibieron años después en Joseon. De hecho, él fue el último "Ungido" que cayó bajo esta ley.

Todos los rostros giraron en dirección al "Tesoro de SiKje" y sin disimulo observaron la cinta dorada que cubría la marca en su frente. Ciertamente, Jungkook era conocido en algunos lugares como "El ultimo ungido". Aunque en su caso su condición real le permitió llevar sus votos sin necesidad de encerrarse de por vida dentro de las paredes de un templo.

—En ese caso solo nos queda una opción. —La voz de Yoongi volvió a atraer la atención de los presentes. El Jaeniano se acercó al chico y los cabellos que revoleteaban sobre la cabeza de éste le hicieron confirmar sus sospechas.
—Si los cuatro reinos que ya mencionamos han prohibido el ungimiento solo nos resta uno. Es obvio que este chico viene de Kaesong.

—¡Kaesong! —El chico finalmente habló. El nombre de su nación fue una palabra que sí reconoció. Sin embargo, aquello pareció alarmarlo bruscamente. Sus ojos se abrieron de par en par, y su cuerpo comenzó a convulsionarse con espanto, como si estuviese viendo al mismísimo demonio o como si un recuerdo terrible estuviese cruzando por su mente.

Cuando los guardias lo lograron poner de nuevo de rodillas, el chico volvió a susurrar el nombre de su nación en voz baja, y en seguida, como si la agonía lo abandonara de repente, soltó un vomito bilioso y se desmayó.

Lejos de allí, en Jaén, un doncel que tenía visiones sobre el futuro se estremeció, sus presagios se cumplieron y había comenzado la guerra.

Continuará...

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