Capítulo 8
Un suspiro frustrado salió de su boca...
Llevaba alrededor de una hora parado allí...
Intentando dilucidar cómo diablos se iría...
El frío aumentaba de intensidad y con ello el dolor que sentía debido a los azotes que, injustificadamente, recibió. Aún estaba de pie mirando hacia la nada misma, apoyado en el techo de su deportivo. Todo lo que había pasado esa noche parecía una maldita mentira, pero no, no lo había sido. La terrible molestia en sus nalgas le decía que todo era tan real como el enojo que sentía consigo mismo por ser tan estúpido.
Se pasó la mano por el cabello al tiempo que sacaba su móvil. No estaba seguro de si llamarlo o no para que lo llevase, pero sabía que no tenía otra maldita opción. Aunque Kenneth estuviese un poco irritado con él, Ian sabía que de todas maneras acudiría a su llamado. Irritado, Kenneth se había largado en ese estado debido a la misma mujer que osó en poner las manos sobre él. Al final, aquella velada todo había girado en torno a ella. Quería reírse por lo jodido de la situación.
Pensativo, buscó en la lista de contactos y presionó la pantalla para marcarle. Ya eran las dos de la madrugada, solo esperaba que no estuviese dormido porque ahí sí, no sabría que mierda hacer.
—¿Qué quieres? —preguntó del otro lado de la línea con la voz adormecida.
—Que me vengas a buscar.
—¿Pasó algo?
—En realidad, nada de mucha importancia —sí claro, su culo estaba al rojo vivo y, ¿no pasaba nada? —. Solo que no estoy en condiciones de conducir.
—¿Dónde estás?
—Ni puta idea.
—¿Y cómo pretendes que vaya por ti?
—Déjame ver el papel y te envío la dirección por mensaje.
—¿Papel? —cuestionó confuso —, ¿qué papel?
—En seguida te digo donde estoy —y cortó.
Su afán y nerviosismo ridículo no lo hacían recordar el camino que había tomado para llegar hasta el infierno, porque allí era donde había ido. Al mismísimo infierno. Luego de enviar la dirección, se dedicó a prender un cigarrillo. Sin embargo, no pudo evitar levantar la cabeza y observar el ventanal de la demente esa. Siluetas se vislumbraban a través de las cortinas, siluetas que se movían de manera lenta. Seguramente estaba sacando su estrés con el tipo ese. Su boca se frunció, al igual que sus negras cejas.
¿Por qué no puedo ser diferente?
De haber sido por él ya la estaría llevando a su tercer orgasmo, pero no, ella se había empecinado en hacer su santa y maldita voluntad. Desde que comenzó a tener sexo, jamás se había encontrado con una mujer como aquella. Una mujer que se veía despampanante, pero que había resultado ser una auténtica enferma. Así lo veía él. Y no se arrepentía en lo absoluto de todo lo que le había dicho, le había salido de sus jodidas entrañas y el arrebato de la ira lo hizo soltar toda aquella perorata.
En ese momento, le daba igual...
No obstante, el saber que otro hombre estaba disfrutando de todo lo que a él se le había prohibido, le hacía enojar en demasía. Quizás estaba sumergido entre sus piernas, penetrándola como él tanto lo quiso. Tal vez le estaba besando esos labios mientras ella se mordía la boca. Nadie podía saber que estaba ocurriendo entre esas cuatro paredes, solo ellos dos, y eso a Ian lo hacía retorcer los dedos y apretar la quijada en signo de enfado. Le dio una última calada al cigarro y lo lanzó lejos mientras expulsaba el humo por la nariz. Parecía ser que estaba bufando.
Prefirió dejar de mirar...
Muy a su pesar...
Estaba sintiendo los malditos celos...
Qué tontería, ¿sentir celos? ¿Cuándo había tenido ese tipo de sentimientos hacia las mujeres? Nunca, y por eso que más era su frustración. No tenía palabras para describir cómo se encontraba en ese instante. Por un lado, sentía que la detestaba, por otro, sentía que ella no tenía por qué estar con otro tipo. Algo corrosivo comenzó a invadirlo y chasqueando la lengua, se jaló el cabello. Cuando se giró, se percató que un taxi se estaba estacionando a su lado. Era Kenneth el que había llegado. El rubio se bajó del auto y fue directo hacia Ian, quien tenía una cara de muy pocos amigos. Era lógico, había sido flagelado peor que a un perro.
Maldita mujer...
—¿Te encuentras bien?
—Más o menos —gruñó.
Kenneth lo miró de la cabeza a los pies, inspeccionándolo en silencio, y no encontró nada raro en él.
—Pues yo te veo en perfecto estado —Ian quiso golpearlo.
—Vámonos de aquí —abrió la puerta de atrás y se comenzó a recostar boca abajo.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—Te dije que no podía manejar —murmuró.
—¿Por qué?
—Me he golpeado la espada y me duele —mintió.
—Quizás con quién estuviste follando que quedaste así —sonrió —. ¿Hiciste alguna postura sexual que te dejó doblado en dos?
—Mira, Kenneth, en este momento no estoy de ánimos para soportar tu deplorable humor —cruzó los brazos y puso la cabeza sobre ellos —. Cierra ya, y llévame a mi departamento.
—Está bien —dejó caer la puerta y ésta chocó con las rodillas, dobladas, de Ian. Él solo se quejó en silencio, no estaba dispuesto a comentarle nada de lo que había pasado en realidad —. El abuelito Ian —susurró con burla, sin que él lo pudiese oír.
Cada movimiento que el auto hacía, provocaba que él se mordiera la lengua para no gemir debido a las punzadas que sentía en casi todo el cuerpo. Inhaló una bocanada de aire, creyendo que así podría soportar. No fue así. Cerró los párpados para enfocarse y pensar en otra cosa que no fuese en el rostro de ella cuando se deshizo en disculpas por su actuar. ¿Culpa? No, Ian no creía que él estuviese sintiendo culpa por haber sido grosero y cortante. Solo que..., ya ni siquiera sabía que rayos pensar.
—¿Me vas a decir que ha pasado?
Ian cambió la cabeza de lado y contestó —: Me he encontrado con un ser infame, eso fue lo que pasó.
—¿Se puede saber cómo fue?
Ni de joda le diría que su ex compañera era la responsable de toda su desgracia. Primero, porque estaba seguro que Kenneth le reprocharía el hecho de haberle mentido. Segundo, porque podría jurar que él se burlaría hasta el cansancio por haber sido un idiota caliente que cayó de la peor manera. Tercero, porque recordó que el rubio le dijo que quería ver cómo lo golpeaban. Si supiera que la sensación de ser azotado era como quemarse con aceite hirviendo, no le creería.
—Luego de que te dejé en tu departamento, me fui hasta un bar a beber un trago —comenzó —. Allí, me acerqué a una mujer que me llamó la atención. Nos fuimos hasta el edificio al que me fuiste a buscar —cerró los ojos, no sabía qué diablos inventarle.
—¿Y luego?
—Pues nada, como te dije, me lastimé la espalda.
—Pero, ¿cómo lo hiciste? —insistió.
Ian resopló, qué jodido preguntón era.
—Había un sillón —recordó aquel sofá que vio en ese lugar —. Tenía una forma extraña y a ella se le ocurrió follar ahí.
—Ya veo. Entonces, te creíste el seductor contorsionista y jodiste, ¿eso?
—Más o menos —y no dijo nada más.
Que pensara lo que quisiera, no tenía humor para nada más que llegar a su cama y tenderse a lo largo de toda ella. Con lo alto que era, ir viajando en esa posición era bastante incómodo para su resentido cuerpo. Luego de aquel intercambio de palabras, el viaje fue en completo silencio. Solo se podía escuchar una melodía de jazz que Kenneth había puesto para regresar. Por suerte, no le había preguntado nada más, por lo que Ian pudo permitirse cerrar los párpados e intentar descansar, aunque fuese un poco.
Kenneth no era muy sutil cuando de manejar se trataba, y eso lo terminó de confirmar cuando el rubio se detuvo abruptamente frente a su departamento. Ya habían llegado y no tenía idea de cómo se iba a bajar. Si recostarse había sido doloroso, levantarse sería un completo suplicio. La maldecía, en serio que nunca había dicho tantas groserías en su mente como lo estaba haciendo en ese momento. Más cuando Kenneth abrió la puerta y, de golpe, le agarró el tobillo para jalarlo hacia afuera.
—¡No seas estúpido! —bramó —. ¡Te dije que estoy delicado!
—No te comportes como una nena, ¿vale? —refunfuñó —. Si tanto te duele, es mejor que sea de una vez y no de a poco. Así que ven acá y déjame sacarte de ahí.
Ian solo apretó los párpados debido a la brutalidad de quien se decía ser su mejor amigo. Kenneth, luego de tirar su pie, no encontró nada mejor que agarrarlo por la cinturilla del pantalón para terminar de sacarlo del auto. Ian no se lo podía creer. ¡No se lo podía creer, maldita sea! Qué situación tan inverosímil, que momento tan vergonzoso, ¡por Dios! Por culpa de esa mujer estaba viviendo una de las experiencias más horribles de su maldita vida.
Quería matarla...
Quería triturarla...
Quería cortarla en pedacitos...
—Ya está, ¿ves que no fue tan terrible?
—Para quien no tiene el culo lastimado, lo es —murmuró.
—¿Cómo?
—Olvídalo —dijo al tiempo que alzaba la mano en el aire y comenzaba a caminar.
—Nunca pensé verte de esta manera.
—¿Por qué lo dices?
—Porque pareciera que tuvieses un palo metido en el culo —soltó con una carcajada —. ¿Estás seguro que follaste con una mujer, y no con un hombre?
Ian se quedó rígido en el acto, y por poco Kenneth casi choca con su espalda. Su boca se abrió y sus ojos se quedaron clavados en el asfalto. Con la llegada de ese tipo y si no hubiese pasado aquello, seguramente esa mujer le hubiese hecho tener sexo con él. De solo pensarlo su cuerpo se inundó de escalofríos que le hacían picar la nuca. Jamás hubiese permitido eso, por mucho que le gustase coger, nunca se prestaría para follar con alguien de su mismo sexo. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza hacer algo como eso.
—¡¿No puede ser?! —gritó —. Fo..., fo... —lo apuntó incrédulo —. Te metiste con un hombre –aseveró con la mano puesta sobre la boca —. Te creí capaz de todo, menos de eso —se comenzó a reír —. ¿Y qué tal?, ¿te dolió mucho? —preguntó mientras le ponía la mano en el hombro —. Por eso es que no te puedes ni sentar —y pasó, una fuerte carcajada explotó de esa boca.
Ian movió tanto la mandíbula al oírlo hablar, que sus dientes estuvieron a punto de quebrarse. Sacó la mano de Kenneth de su hombro y la tiró lejos, luego se giró y lo quedó viendo. El muy infeliz estaba con las manos puestas sobre su estómago, retorciéndose de la risa a costa suya. Esa noche era la peor, sin lugar a dudas, que era la jodidamente peor.
—No, imbécil, sabes que no bateo para ese lado —le dijo hastiado, mientras retomaba su camino. De pronto, lo sintió seguirlo —. ¿Para donde se supone que vas?
—A tu departamento. No pretenderás que me vaya a estas horas, ¿o sí? —Ian resopló.
—Como sea.
El hermetismo con el que ambos llegaron, no pasó desapercibido por Kenneth, quien se iba riendo bajito por cada paso que Ian daba. ¿Qué pudo haberle sucedido para que quedase así? Porque de los años que eran amigos, nunca lo había visto tan enojado, menos después de follar porque simplemente ese era su pasatiempo favorito. Ian se caracterizaba por ser reservado con algunos aspectos de su vida, quizás hasta podía llegar a ser tan pesado como un plomo. Sin embargo, en esa oportunidad, Kenneth sentía que algo estaba realmente muy mal. Dejó que él se fuese todo el camino delante suyo, lo quería analizar mientras daba aquellos pasos robóticos. No obstante, tuvo que morderse la lengua en reiteradas ocasiones para no seguir riéndose de él.
—Me voy a mi habitación —dijo en cuanto entraron.
—Está bien.
Al encontrarse solo, Ian soltó un suspiro de esos profundos que terminan entrecortados y te dejan sin aliento. Se quitó la chaqueta, seguido por la camisa. Luego caminó hasta el baño, ahí desabotonó el pantalón y cuando este comenzó a ceder, se tuvo que ver en la necesidad de respirar mientras inflaba las mejillas. Cayó al piso haciendo un suave sonido. Metió los pulgares en la orilla del bóxer y con sumo cuidado lo fue bajando. Una mueca se formó en su rostro, pero no se detuvo.
Un espejo que dejaba ver todo su cuerpo se encontraba frente a él, por lo que Ian se puso de espalda y se observó por sobre el hombro. Apretó la quijada al ver el estado de su piel. Estaba enrojecida, y hematomas sangrantes cubrían sus nalgas. También vio las marcas de los fino dedos de aquella psicópata. Se llevó los dedos hasta el puente de su nariz, ¿qué podía hacer? Nada, en realidad. Solo esperar a que los malditos días pasaran pronto y que toda esa noche no fuese más que un desagradable recuerdo. Sin embargo, de momento, debía tratar sus heridas de manera adecuada para que no quedasen cicatrices.
Fue hasta el mueble y de allí sacó una crema hidratante. Untó un poco en sus dedos y volvió a ponerse en la misma posición, de espaldas al espejo. Expresiones de aflicción se vislumbraban en su semblante. A pesar de tener el rostro serio, cada vez que se tocaba, sus masculinas facciones se ensombrecían cada vez más. Que giro tan inesperado había dado todo. Él, que siempre fue un auténtico seductor. Un hombre seguro de sí mismo, con un sex-appeal que varios quisieran y que pocos tenían. Ahora no era más que un pobre imbécil que estaba ahí, intentado curar las heridas que le provocó una mujer perturbada con su pasado.
En ese instante se detuvo y evocó las palabras que ella le había dicho. Profundizó cada frase que salió de esa boca. ¿De verdad que también había sido maltratada?, ¿o solo lo estaba diciendo en un intento desesperado por retenerlo y que la perdonase? Si todo era cierto, Ian creía que ella tenía un serio problema que debía ser tratado, porque si algún otro hombre se ponía en sus manos, lo pasaría tan mal como lo estaba pasando él justo en ese momento.
—Oye tienes un cepi... —se calló en el acto.
Ian vio el reflejo de Kenneth a través del espejo, y su sangre se paralizó en cuanto el rubio puso los ojos, consternados, directo sobre sus nalgas.
—¡¿Qué diablos haces aquí?! —gritó encolerizado.
Kenneth no contestó porque estaba en estado de estupor. Pestañeó un par de veces para saber si lo que estaba viendo era verdad, o no. Se llevó la mano hasta la boca y se apretó el labio superior con los dedos. Giró levemente la cabeza para dejar de verlo, prefirió clavar la vista en la cerámica del piso. Entonces era por eso que Ian no podía ni siquiera dar un paso. Incrédulo, volvió los ojos hasta el pelinegro que se había tapado con una toalla.
—Yo solo... —se calló y respiró.
—Tú, ¡¿qué?! —lo agarró del brazo para sacarlo del baño, pero Kenneth se resistió.
—Suéltame, Ian —le pidió con tono tranquilo —. Ahora entiendo todo.
—¡Lárgate de aquí y déjame solo!
—Tu culo... —lo miró —. ¿Qué fue lo que pasó en realidad?
—No te importa. Vete de aquí.
—Y yo creyendo que te habían clavado.
—¡Sal, maldita sea!
—No puedo —se negó —. Necesitas ayuda, déjame hacerlo.
—¡¿Estás demente?! —bramó tocándose la sien.
—Solo déjame ayudarte.
—¿Qué?, ¡¿quieres que me ponga en cuatro para que veas mejor?!
—Ian, no es necesario que seas tan desagradable —resopló —. Agradece que estoy dispuesto a poner mis manos en ese horrible culo tuyo.
—¡Pero yo no! —se apuntó con el pulgar —. Puedo hacerlo solo, no te metas donde no te han llamado.
—Está bien —se encogió de hombros —, como quieras. Cuando termines me vas a decir qué diablos fue lo que pasó.
—Hmp, ni en tus sueños vas a saber.
La tolla resbaló de sus caderas y volvió a quedar expuesto. Kenneth no disimuló cuando miró y tanto fue su descaro para lograr el objetivo, que le agarró el brazo y lo hizo dar una brusca media vuelta. El rubio achicó los ojos al observar con más detalles cada marca, y esas no eran marcas normales. Él sabía perfecto que las nalgadas no dejaban así la piel. Ian se volvió hasta él y lo empujó haciéndolo perder el equilibrio, pero no cayó al piso debido a que se alcanzó a sostener del lavamanos.
—¡¿Quién diablos te crees que eres?! —lo volvió a empujar —. ¡¿Acaso no entiendes que quiero que me dej...?!
—Volviste a ese lugar —afirmó con seriedad —. Volviste a ese lugar donde Isabella nos invitó y te metiste con una tipa de allí que te ha golpeado —dedujo —. ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿con cuál necesidad hiciste eso?
—No te importa.
—Así que, ¿tengo razón? —negó con la cabeza —. Eres un insensato, Ian. Viste lo que hacen, como se golpean sin compasión. ¿Cuál era tu jodido propósito?
—Te dije que no es asunto tuyo.
—Oh, sí claro —dijo con sarcasmo —. Pero cuando tengo que ir por ti casi a las tres de la madrugada, ahí sí que es mi puto asunto, ¿no?
—Te voy a decir una sola cosa, Kenneth.
—Te escucho —se cruzó de brazos.
—En primera, no tengo porque diablos darte ningún tipo de explicaciones. Yo jamás te pregunto con quién te metes, o que es lo que haces —suspiró —. Serás mi amigo, pero eso no te da el derecho de venir a cuestionarme. No te metas donde no te han llamado.
—Perfecto —dijo al tiempo que descruzaba los brazos y los alzaba a sus costados —. Entonces, no vengas a joder cuando vuelvas a quedar así. Arréglatelas tú solo, que para eso estás lo bastante grandecito, ¿no? —lo apuntó —. Mira que fue tanto el desespero de meterte entre las piernas de una mujer, que no mediste las consecuencias de tus propios actos y te han dejado con las carnes vivas —lo miró de la cabeza a los pies —. Me das vergüenza.
Esas palabras fueron como bofetadas provenientes de un palo lleno de clavos. Que Kenneth, el tipo que siempre lo apañaba en todas y que jamás reprochaba su actitud, dijese eso, era porque realmente estaba enfadado con él. Porque, a decir verdad, Kenneth nunca era serio ya que siempre andaba con la sonrisa rebosante en su rostro, pero en ese momento no era así e Ian podía ver la veracidad de sus palabras proyectada desde sus azules ojos. Así como también podía ver un dejo de desilusión debido a la cantidad de cosas que le dijo a quien siempre había estado a su lado. No obstante, Ian se negaba a soltar la verdad de los hechos.
A esas alturas...
Le daba vergüenza hacerlo...
Kenneth suspiró antes de hablar —La verdad es que no sé qué te pasó por la cabeza, pero qué más da lo que yo pueda pensar. Total, no es asunto mío —caminó hasta la puerta —. Que tengas buena noche, si es que puedes.
En cuanto salió, Ian cerró los ojos al tiempo que arrugaba la frente. Se mordió el interior de la mejilla mientras inhalaba un poco de aire por la nariz. Fue arrastrando los dientes hasta que llegó al labio y apretó de él con fuerza. No iba a pedir disculpas. No iba a decir un: Lo siento. Sin embargo, salió detrás de él, así como estaba, desnudo. Le importó un carajo las punzadas que sintió con cada paso que dio, porque simplemente no podía dejar que su compañero de juergas y de toda la vida, se fuese así cómo así.
—Espera un poco.
—¿Qué quieres ahora? —preguntó mientras sostenía la manilla de la puerta.
—No fui a ese lugar —dijo con el estómago apretado.
—Ay, no seas mentiroso —se giró y lo quedó viendo. Al darse cuenta que Ian estaba desnudo, rodó los ojos —. Careces de pudor —le apuntó las partes íntimas —, así que no le mientas a quien te conoce como la palma de su mano.
—Te digo que no fui allí —¿cómo se lo decía?
—Y, ¿entonces? —Ian estaba a punto de hablar, cuando Kenneth lo silencio alzando la mano —. No me digas, ya que no es asunto mío.
—Ah, por favor. Vale, dije esas cosas sin pensar —comenzó —. Estoy enojado, ¿ya? Y que tú me vieses así, me enfureció aún más.
—¿Y por eso te desquitas conmigo? No, tú estás muy mal —pasó por el lado de Ian y fue hasta la cocina a servirse vino —. Te escucho.
—Tu amiga... —se calló.
—¿Cuál?
—Esa, la dominante —dijo con los dientes apretados.
—¿Isabella?
—Sí, esa misma.
—¿Qué pasa con ella?
Maldito Kenneth, había estado toda la noche sacando conclusiones estúpidas y ahora no podía dilucidar lo que él quería decirle. Podía ser un soberano idiota cuando quería. Ian alzó la cabeza y luego lo miró directo. Ni puta idea de cómo comenzar, las palabras sueltas no habían surtido efecto, por ende, no le quedaba más remedio que hacerlo comprender un poco para que, por sí solo, encajara las piezas del rompecabezas. Si es que podía.
—No se fue porque la hubiesen llamado.
—¿No? —Ian negó en silencio —. Entonces, ¿por qué se fue?
—Me dio una dirección.
—¿Para qué?
—Cuando fuiste a buscar más tragos, ella aprovechó la oportunidad de que nos quedamos a solas y me dio una dirección —hizo una mueca a ver si comprendía a donde quería llegar.
—¿Una dirección?
—Así es.
Ian se dio cuenta que había entendido cuando vio como Kenneth abría los ojos y lo miraba con el ceño fruncido, pero rápidamente se percató que en realidad no había captado ni un carajo.
—¿Te metiste con una amiga de ella?
—Ah... —con ese ronco suspiro se tapó la cara —. Eres un imbécil, ¿sabías?
—Seré imbécil, pero no fue a mí a quien le dejaron el culo como...
—Ya, basta. Fui a ver a tu amiga, eso pasó.
Ahora sí...
Por fin había entendido...
—¿Me estás diciendo que te metiste con Isabella?
—Esa era la idea, pero no pasó nada.
—¿Fue ella?
—Sí.
—¿Por qué hizo eso?
—Esa mujer está demente. No sé cómo diablos fue que te relacionaste con ella, pero me perturba saber que tú trabajaste con aquella loca.
—Bueno... —dijo mirando hacia otro lugar.
—Porque solo trabajaste con ella, ¿no?
Vio como Kenneth se metía los dedos dentro de la camisa y la tiraba un poco del cuello. Ian, al no ser un idiota como él, comprendió que no solo habían trabajado juntos, sino que también algo más había pasado allí. Pero, ¿por qué no se lo dijo? No entendía como rayos fue que Kenneth sí se metió con ella. Sería acaso que, ¿también lo azotó como a él, y por eso Kenneth no se sorprendió cuando estuvieron en ese lugar? Por el infierno que quería sentarse. Se llevó la mano a la boca y mordió su pulgar. Aunque Ian no hablase mucho de los encuentros clandestinos que tenía con ciertas mujeres, Kenneth sí, y él no recordaba que en alguna conversación la hubiese tan siquiera nombrado.
—Ja —soltó incrédulo —. Te acostaste con ella.
—Qué te puedo decir.
—Precisamente eso, que cogiste con ella.
—Bueno, cuando pasó tú aun no llegabas del extranjero—bebió un sorbo de la copa.
—¿Cuántas veces?
—¿De qué?
—¿Cuántas veces te acostaste con ella?
—¿Es necesario hablar de esto? Aquí lo importante es saber cómo rayos fue que caíste con Isabella. Sobre todo, que pasó entre ustedes.
—Es necesario. Esto es increíble —susurró moviendo la cabeza.
—Ah, bueno ya. Cuando entró a la corporación llamó mi atención —empezó, bajo la atenta atención de Ian —. Siempre ha sido una mujer guapa, y me gustó. Así que, como entró en el área que me había sido asignada, me tocó enseñarle un poco el proceso de todo el funcionamiento.
—¿Y luego?
—Luego, comenzamos a acercarnos más. Comíamos juntos e íbamos a los eventos de la empresa también —se fijó que Ian se apoyaba en la barra —. Hasta que, en una de esas cenas, la invité a mi departamento.
—¿Ella aceptó?
—Pues, sí —admitió con sinceridad —. Ambos éramos solteros y nos gustábamos, así que una cosa llevó a la otra hasta que tuvimos sexo.
Ian estaba que bajaba la cabeza y se daba contra todo lo que estuviese delante de ella. Se le hacía inconcebible que Kenneth sí hubiese probado lo que él no. En ese momento comenzó a sentir como su ritmo cardiaco cambiaba de velocidad e iba en aumento. Del dolor, ya ni siquiera se acordaba porque solo tenía la mente puesta en las palabras que acababa de oír, e intentando imaginar cómo fue que pasó. Se había llevado el peor recuerdo de esa loca, sin embargo, Kenneth estaba con una sonrisa estúpida evocando el pasado que vivió entre las piernas de ella.
Maldita sea...
—Ahora dime tú, ¿cómo fue que llegaste a este punto?
—¿Para qué quieres saberlo? Seguramente tú también te viste expuesto bajo el yugo de su jodido látigo.
—A mí no me hizo eso, ni siquiera sabía que Isabella hacía esto —comentó encogiéndose de hombros.
—¡¿Qué?! —de inmediato lo miró —. ¿Me estás diciendo que contigo todo fue flores y malditos arcoíris?
—Bueno, si lo ves desde ese punto de vista, podría decirte que sí —se sonrió.
—Esto es increíble —murmuró anonadado.
—Nunca mencionó que tenía ese fetiche. Siempre fue normal, por así decirlo —lo observó —. Lo que me tiene intrigado es, ¿qué le has dicho para que te golpeara de esta forma? —le apuntó las nalgas.
—Hmp, ¿tenía que decirle alguna tontería? La mujer está loca y tú te metiste con esa loca.
—La misma con la que querías meterte tú —alzó la ceja con burla —, porque ahora no me vengas a decir que habías ido allí a darle clases particulares de literatura a las dos de la madrugada.
—Quiso darme ordenes, sabes que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
—Claro, claro. Te gusta seducir, pero no ser seducido.
—No le llamaría a esa mierda ser seducido —le quitó la copa a Kenneth y se la llevó a la boca —. Solo sé que no quiero volver a saber de ella nunca más.
—¿Te das cuenta de algo? —preguntó de pronto.
—¿De qué?
—Es la primera vez que hemos estado a punto de meternos con la misma mujer.
Cierto, si Ian hubiese logrado lo que tanto quería, a esas alturas ambos hubiesen compartido el mismo cuerpo. Claro, en distintos tiempos, pero los dos habrían degustado el aroma a deseo de aquella morena. Así como también el sabor de sus besos y el roce de sus caricias junto a su piel desnuda. A pesar de soltar que no quería verla jamás, sentía envidia de Kenneth porque él sí había aprovechado la oportunidad de embarcarse en ese barco y naufragar en él hasta que se acabase el último aliento de esa boca jodidamente femenina.
Se bebió la última gota que quedaba en la copa, y la dejó sobre la barra haciendo un sonido seco que retumbó en el silencioso lugar. Se quedó pensativo por un par de minutos. No comprendía que Kenneth se hubiese tomado con tanta liviandad el hecho de que él se fue a juntar con ella, también que le mintió, quizás era porque ya no sentía nada por ella. Pero de haber tenido algún tipo de sentimiento hacia esa mujer, Ian estaba seguro que Kenneth se lo habría contado, ¿no?
Sin embargo, él sí. De haber sido por él le habría gritado toda clase de mierdas en la cara, pero se mordió la lengua al darse cuenta que solo hubiesen sido palabras la viento porque simplemente no tenía nada que ver con ella, y también porque nunca lo tendría. Se giró sin decir una sola palabra y comenzó a caminar hasta su habitación.
No obstante, las palabras de Kenneth lo detuvieron en el acto.
—Por la brutalidad de tus heridas, puedo decirte que las trates como se corresponde.
No dijo nada y siguió su camino...
Encerrado en su habitación, apoyó la frente en la puerta y se dio un cabezazo.
Kenneth, su mejor amigo, había tenido una relación basada en sexo, palabras cursis, besos apasionados, y seguramente hasta rosas, con la misma mujer que a él se le antojaba más que a nada.
Cerró los ojos, al tiempo que empuñaba las manos en la madera...
—El destino es una perra —susurró para sí.
*****
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Creen que Ian perdonará a Isabella?
Un beso y gracias por leer.
Hasta la próxima <3
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