Un Paseo por el Pueblo

–¡Ya llegué!– anunció Joe –¿Tú quién eres?– preguntó al ver a Langa.

–Langa Hasegawa, prínci...

–Un amigo– lo interrumpió Reki.

–Soy su futuro esposo– lo abrazó el peliceleste.

Joe arqueó una ceja.

–Larga historia–murmuró el pelirrojo.

–De acuerdo– respondió no muy convencido para después mirar a Kaoru –¿Y ese vestido?–.

–El otro me daba calor, Miya me dio este– contestó.

–No uses vestidos cortos– frunció el ceño.

–¿Disculpa? ¿Y por qué no?– se cruzó de brazos.

–¡Tus piernas me distraen!–.

El pelirrosa se sonrojó –¡Ese no es mi problema!–.

–Kaoru– le susurró Langa.

–Ugh, quiero decir. Podría usar el otro mañana, si me llevas al pueblo– se acercó intentando demostrar inocencia.

–Estás loca, no sabes convivir con las personas–.

–¡Escúchame, pirata imbécil, si te vas a poner así...

–¿Ahora qué va a querer la princesita?–.

–¿Princesita? ¡Pues al menos yo no soy un maldito pervertido que no puede controlarse ni siquiera con unas simples piernas!–.

Poco a poco los insultos empezaron a volverse más agresivos. A tal punto llegó la discusión que Reki tuvo que tapar los oídos de Miya.

–Bueno, podemos decir que ambos son apasionados– soltó Langa.

–¿Qué?– lo miró Reki.

–Con lo intensos que son seguramente acaben siendo más que amigos– se encogió de hombros.

–No entiendo tu lógica–.

–Ya lo harás– le guiñó un ojo. Así provocando un sonrojo en el contrario.

A pesar de todo, Kaoru logró convencer a Joe de que lo sacara el día siguiente. El sol estaba muy fuerte, por lo que salió con su sombrilla. La pareja llamaba la atención, sin duda alguna.

La elegancia y delicadeza del pelirrosa lo ayudaban a pasar fácilmente por una mujer de la alta sociedad. Mientras que el pirata... Bueno, su apariencia hacía mucha justicia a su empleo.

Varios eran los rumores y especulaciones sobre tan curioso dúo. Pero poco les importaba. El nuevo objetivo del tritón era mejorar lo más posible la relación entre las especies. Pero sabía que sería un trabajo complicado.

–Debo ir a comprar verduras– leyó Joe la lista.

–Te acompaño– dijo el tritón –Siempre y cuando a mí también me dejes opinar–.

–Ni loco, por tu culpa siempre me cobran más caro–.

–Eso es porque tú quieres estafarlos. No entiendes el valor de cada trabajo– giró los ojos.

–Déjame adivinar, en tu reino los granjeros son millonarios–.

–En mi reino no tenemos moneda. Solo intercambiamos los bienes necesarios– dijo –Es un lugar humilde. Lo más ostentoso que podrás ver es el palacio. Y aún así, los reyes eran asombrosos con el pueblo– suspiró con nostalgia.

–¿Eran?–.

–Fallecieron hace un mes– se le cristalizaron los ojos –Enserio los extraño–.

El pirata tragó saliva –¿Cómo eran?–.

–El rey Dai era un tritón alegre y muy animado. Aún con todo y sus canas nunca dejó de ser como un niño pequeño. La reina Katsumi ¿Qué no se podría decir de ella?– rio –Imagina a la sirena más hermosa de todas y la tendrías a ella. Por más estricto que su rostro pudiera parecer, jamás abandonó su dulzura y elegancia. Y su voz– una lágrima resbaló por su mejilla –La más melodiosa en la historia del mar– llevó su mano hacia su pecho.

–Lamento que hayan pasado por todo eso. El heredero debe estar pasándola muy mal–.

–Ni te imaginas– susurró con una ligera risa.

–Oye, creo que es la primera vez que te escucho reír– sonrió.

–¿Uh?– se sonrojó –¿Pues qué creías? ¿Qué era solo un amargado?–.

–Te ves lindo. Deberías hacerlo más seguido–.

–¿Por qué de repente eres amable conmigo?–.

–No lo sé– se encogió de hombros –Nunca me ha gustado ver a nadie llorar, supongo–.

El menor arqueó una ceja.

Siguieron caminando por un buen rato.

Había un charco de agua con el que Kaoru tropezó, pero Joe lo atrapó por la cintura.

–Qué afán tienes tú de comer frente a los pobres, Joe– bromeó el mercader frente a él.

Tanto el mencionado cómo el pelirrosa cruzaron miradas y se dieron cuenta de la posición en la que se encontraban. Se separaron de golpe con un enorme sonrojo.

–Buenos días, Fuji– se acercó a él –Vine por tomate, lechuga y...

–¿Podemos llevar manzanas? Miya dijo que quería un pay– interrumpió el tritón.

–Ya te dije que solo llevaremos lo de la lista– gruñó.

–Oh vamos ¿Pasas tres meses en el mar y ni siquiera esa chiflazón le vas a permitir?–.

–Cherry– lo miró.

–No me mires así, se lo merece. Incluso he logrado que se coma todas sus verduras–.

El hombre del puesto soltó una risita.

–Si logras que tu marido compre un kilo de todo lo que está en tu lista yo le regalo las manzanas, señorita– le guiñó un ojo al pelirrosa.

–No es mi marido– dijo con rapidez.

–Pues a como discuten así parece– bromeó –¿Ya tienen fecha para la boda?–.

–¡No es mi novia!– gritó ahora el peliverde.

Al final, lograron comprar todo. Incluidas las manzanas. La tarde ya estaba cayendo y se disponían volver a casa.

–Espera– se detuvo Joe frente a un local –Yo... Tengo algo que hacer aquí–.

–¿Una adivina?– arqueó Kaoru una ceja –No me digas que enserio crees en esas cosas ¿Qué edad tienes?– se burló.

–Oye, lo creas o no, esa mujer ha atinado demasiadas cosas–.

–Mera coincidencia–.

–Lo dice una criatura de leyenda– lo jaló con él.

–¡Oye! ¿Qué haces?–.

–Me acompañas. Ya verás que no es pura charlatanería–.

El lugar era oscuro, con unos cuantos símbolos fosforescentes dibujados en las paredes.

Un escalofrío recorrió la espalda del pelirrosa. Quien por puro instinto se abrazó al brazo del mayor.

–Joe– apareció frente a ellos una mujer anciana.

Kaoru soltó un grito.

–Y la nueva mujer misteriosa del pueblo– recibió también una mirada de la adivina -Sean bienvenidos ¿Quieren una lectura?–.

–Cartas– dijo el pirata.

–Lo de siempre entonces– se sentó en la cabecera de una mesa.

Ambos la imitaron.

–Pasado, presente, futuro. Tres etapas igual de importantes que tienden a ser olvidadas dependiendo de la situación– recitó mientras encendía un par de velas de las que brotaba fuego púrpura.

El tritón quedó sorprendido. A pesar de haber oído sobre el fuego, nunca lo había presenciado.

–Cada quien elija siete cartas de este montón– las esparció sobre la mesa.

Kaoru fue el primero en hacerlo.

La mujer sonrió y volteó las primeras dos.

–El símbolo de la muerte. Has perdido a alguien recientemente ¿No es así?–.

–Sí– frunció el ceño –¿Cómo sabe eso?–.

–La segunda carta representa que está huyendo de algo. Interesante–.

–Oiga, yo no...

Lo ignoró y volteó el par siguiente.

–Está confundida sobre lo que debe hacer. Su mente y corazón están en un debate en el que ninguno tiene la ventaja. Se siente atrapada. El océano poco a poco la consume– volteó las últimas tres –No todo es tan malo– sonrió –Su futuro trae consigo un enorme autodescubrimiento ¿Y ve este corazón? Significa que el amor también está a pocos pasos de tocar su puerta– lo miró coqueta. Sin embargo, su rostro se tornó oscuro al llegar a la última carta –¿Qué te parece si ahora vamos contigo, Joe?–.

–¿Disculpe?– frunció Kaoru el ceño –Pero aún le falta la última carta–.

–¿Qué carta?– la quitó del monto. Entonces fue con el peliverde –Tu pasado es igual que casi siempre. Mar y aventuras. Aunque bueno, la carta de sirena es nueva– el tritón tragó saliva –En tu presente tenemos una herida sanando, eso es bueno ¿Y qué tenemos aquí? Tentación– rio –Sigues siendo un pillo– sus ojos se iluminaron al ver las últimas siete cartas –Parece que no solo a tu compañera aquí le llegará el amor–.

–No puede ser amor– la interrumpió Joe –Los corazones son diferentes– comparó las dos cartas.

–Sí, por que el de ella sería su primer amor– miró a Kaoru –El tuyo será uno que sane tus heridas por completo. Aunque eso sí , se tratará de un amor no convencional. También te espera mucha felicidad y ¡Qué tierno! Una familia alegre–.

–¿A qué se refiere con amor no convencional?– preguntó.

–No lo sé– se encogió –Podría tratarse de algo complicado o tal vez se trate de un hombre vestido de mujer–.

Los hombres se sobresaltaron y abrieron los ojos como platos.

La adivina soltó una risita –No se preocupen, chicos, su secreto está a salvo conmigo- les guiñó un ojo.

Los tres se levantaron. Cada uno procesando diferentes cosas.

–Muchas gracias por la sesión– se despidió Joe.

–Cuando quieras, cariño– apretó sus mejillas –Y un placer conocerlo, señor Sakurayashiki– lo abrazó.

–Emm igual– le correspondió el tritón con inseguridad.

–Debe tener cuidado– le susurró –Los mundos están en grave peligro, majestad– se separó de golpe –¡Bonita noche!– le sonrió.

Salieron del local.

Kaoru mucho más pálido de lo que entró.

–¿Y qué me dices? ¿Sigues sin creer en las adivinas?– preguntó Joe.

–¿Bromeas? Ahora no solo creo en ellas, también les temo–.

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