Cap. 29- Intrusos
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El estudio, el silencio y la paciencia nunca se habían contado entre los puntos fuertes de Seda Aybara, sin embargo, debía reconocer que trabajar en el Archivo del Templo no estaba resultando tan exasperante cómo había imaginado en un principio.
Llevaba ya un par de semanas al servicio de la maestra Yocasta, en teoría ejerciendo como su escolta personal, pero a la hora de la verdad, la anciana solo le asignaba tareas centradas en la administración e investigación. Seda empezaba a sentirse como una becaria de biblioteca mal pagada, pero cada día más ansiosa de conocimiento.
No le había pasado desapercibido que los maestros más cercanos a ella, Obi-Wan, Yoda y ahora Yocasta, parecían estar moviendo todos los hilos posibles para mantenerla alejada de la violencia y las batallas... Le molestaba, en cierta medida, pero no tanto como hubiera asegurado unas semanas atrás.
Y luego, estaba la Bóveda de los Holocrones, esa sala prohibida que semejaba llamarla a gritos cada vez que pasaba cerca.
Mentiría si dijese que no la intrigaba. Se moría por entrar y descubrir los secretos mejor ocultos de la Orden, enterarse de las profecías milenarias y excavar en los orígenes de la organización... Hacía tiempo que no se sentía identificada en sus normas y procederes cotidianos; tal vez, en esa sala descubriese lo que su alma precisaba para renovar y afianzar su vínculo con los jedi.
Necesitaba volver a entenderlos, comprender las bases de su historia, más allá de esa sarta de reglas adoptadas como irrefutables a base de mera repetición.
—¿No te aburres? —Kai la miró por encima del hombro, mientras la ayudaba a colocar un conjunto de archivos en los estantes superiores del sector dedicado a las Hierbas Sanadoras.
—Sigo entrenando con Obi-Wan, y tengo más tiempo para ver a Padmé y a Vespe —murmuró Seda, concentrada en su tarea—, aunque sí, extraño la acción. —Sacudió la cabeza—. ¿Por qué?, ¿me echas de menos en el frente? —añadió, con una mueca burlona.
—Sí. —Kai no se molestó en negarlo—. Y no soy el único, el maestro Skywalker está de un humor de perros desde que no te ve a diario...
Sin apartar la mirada de la pila de pergaminos que clasificaba en ese momento, Seda arrugó la nariz. ¿Era imaginación suya, o Kai acaba de lanzarle una indirecta?
—Anakin tiene un carácter muy particular —apuntó, con intención de zanjar el tema.
—Sobre todo cuando se trata de ti —insistió Kailen.
Esta vez no hubo lugar a dudas. Seda se volvió hacia su amigo, quien acababa de tomar asiento en el suelo, junto a ella. Una mueca comprensiva y, al mismo tiempo, dominada por cierta preocupación le cubría el rostro.
—¿Tenemos que hablarlo? —murmuró, no incómoda, pero sí algo nerviosa.
—Solo si tú quieres —Kai no la presionó. Sonrió, con esa naturalidad tan propia de él, tan llena de confianza y complicidad.
—Kai... —Seda sacudió la cabeza y suspiró.
No era una ilusa, sabía a lo que se exponía cuando aceptó mantener una relación con Anakin. Lo suyo estaba prohibido, y tal vez justo por eso le resultaba mucho más tentador... En cualquier caso, la posibilidad de que alguien terminase descubriéndolos era muy real, siempre lo había sido.
Lo único que la había pillado por sorpresa era que hubiese sido Kai el primero en darse cuenta. Hasta entonces, siempre había creído que ese sería Obi-Wan...
—Tranquila, no se lo diré a nadie —aseguró el chico.
Seda esbozó una pequeña sonrisa. Kai siempre parecía saber lo que pasaba por su mente. Bajo esa mirada risueña y esa actitud jovial y divertida se escondía un auténtico genio, probablemente uno de los padawan más prometedores de la Orden.
—¿Desde cuándo lo sabes? —quiso saber ella.
―Lo sospechaba desde hace tiempo ―confesó él―. Llevamos casi un año pasando todos los días juntos, no estoy ciego, veo cómo os miráis, y me he dado cuenta de que a menudo los dos desaparecéis... —Se encogió de hombros—. Pero lo confirmé después de aquella misión en Florrum, cuando tu amiga, la senadora Blue, llegó para pagar el intercambio por el Conde Dooku.
—No entiendo. —Seda arqueó las cejas, confusa, ¿qué tenía que ver Vespe con eso?
—Cuando todo terminó volvimos todos juntos en la misma lanzadera —Kai se rascó la nuca, algo incómodo—. Sabes que la senadora Blue me parece... interesante —sonrió, nervioso—. No era mi intención escuchar vuestra conversación, solo quería hablar con ella, por eso fui a buscaros cuando dejasteis la cabina de control...
—¡Kai!
—Lo siento, lo siento. Te lo juro por la fuerza, Seda, no pretendía cotillear.
La joven exhaló un suspiro de resignación y ladeó la cabeza.
—¿Qué llegaste a escuchar?
—No mucho, pero lo justo para saber que el maestro Skywalker y tú estáis... juntos —chasqueó la lengua—. La senadora Blue te preguntó sobre ello, así que asumo que ella también lo sabe.
—Sí, Vespe está al tanto. También Padmé y Nova —admitió Seda—. Nadie más. Y ahí debe quedarse.
—Te lo he dicho, puedes confiar en mí, guardaré el secreto... —Kai asintió, solemne.
—¿Pero? —inquirió Seda, advirtiendo el gesto dubitativo en el rostro del padawan.
—Pero ¿en qué estabais pensando? ¿En qué estáis pensando? —concretó, consciente de que la relación entre su maestro y su amiga no era algo del pasado—. Si el Consejo llega a enterarse...
—No lo harán. No se enterarán.
—Es que no lo entiendo, Seda. —Kai meneó la cabeza—. Sois dos de los mejores jedi que conozco. Él es Anakin Skywalker, general de la Legión 501, héroe de guerra, ¡el elegido! Y tú la padawan más talentosa del Templo, no lo niegues, lo eres —la cortó, antes de que ella pudiese poner réplica—, peleas mejor que cualquiera de nosotros, eres más lista, más creativa, más valiente y mucho más poderosa de lo que pretendes aparentar, tu conexión con la fuerza es... ―chasqueó la lengua, porque ni siquiera sabría empezar a describir cómo se sentía la huella de Seda en la fuerza. Tal vez no fuese tan intensa como la de Anakin, pero sí igual de peculiar, más primitiva, distinta a la de cualquier otro jedi―. ¿Por qué arriesgar un futuro tan prometedor? Podríais perderlo todo...
Las palabras del chico no manifestaron nada que Seda no se hubiese planteado con anterioridad. Aun así, no respondió de inmediato, se tomó unos segundos para meditar la respuesta. Quería dar una buena razón, o incluso dejarse convencer por él, por lo que parecía más lógico y prudente... Pero ninguna de las dos opciones se correspondía con lo que en realidad creía y sentía.
—No lo sé, Kai —repuso, en tono pausado y aparentemente tranquilo—. Yo solo... me dejo llevar —suspiró—. Me gustaría darte una explicación coherente, pero no la tengo. Y tampoco puedo hablar por Anakin. —Se encogió de hombros—. Supongo que sí, estamos siendo inconscientes, y temerarios... Pero ya no me veo capaz de hacerlo de otro modo.
Kailen se limitó a mirarla en silencio durante unos segundos. Podía percibir las fluctuaciones en el carácter y humor de su amiga; la mayor parte del tiempo aún seguía siendo esa chica apasionada, valiente y con un tremendo potencial que había conocido un año atrás, pero, en ocasiones, algo más oscuro, más roto e intenso parecía adueñarse de su mirada... Y eso le preocupaba, a veces, hasta le asustaba. Porque era consciente del peligro que ciertas emociones acarreaban para un jedi, emociones que, cada día, veía más patentes en esos ojos negros y aterciopelados.
Quería a Seda como a una hermana; un lazo emocional poco recomendable, pero imposible de evitar, dado todo el tiempo que compartían. Deseaba poder hacer algo para sacarla de una vez de ese arriesgado bucle. Pero ni siquiera sabía por dónde empezar.
Así que, en lugar de soltarle un improvisado y poco eficiente discurso sobre los riesgos que esa relación clandestina conllevaba, se limitó a exhalar un suspiro, y brindarle una sonrisa sincera, de apoyo, de amistad.
—Confío en vosotros. Sé que tomaréis el camino correcto... Cuando sepáis cuál es. Mientras tanto, yo seré una tumba. Puedes contarme cualquier cosa, Seda. Lo digo en serio.
No había planeado tener esa conversación, mucho menos confesar ese secreto a nadie dentro de la Orden, pero en cuanto esas palabras abandonaron los labios Kai, Seda sintió como, en cierta medida, el peso sobre sus hombros se mitigaba.
Le devolvió la sonrisa y asintió en silencio, profundamente agradecida. Habría añadido algo más, de no ser por la repentina aparición de sus respectivos maestros.
—¿Has visto, Obi-Wan? El trabajo en el Archivo sí que debe de ser agotador —bromeó Anakin al ver a los dos padawan sentados en el suelo.
—Le diré al maestro Yoda que te lo asigne a ti también. Si funciona habré encontrado la fórmula de la juventud —repuso el aludido, siguiéndole la broma a su ex aprendiz.
—De tu juventud, querrás decir. —Seda se puso en pie—. Todos sabemos que Anakin es quien te saca las canas.
—Tú tampoco te quedas atrás, princesita —replicó Skywalker, esbozando una sonrisa ladeada—. El pobre Obi-Wan se ve mucho más viejo desde que estás a su cargo. ¿No le habéis notado las arrugas junto a los ojos?
—Sois muy graciosos los dos. —Kenobi rodó los ojos, pero una pequeña mueca divertida, y en cierta medida resignada, se dibujó en sus labios. Estaba más que acostumbrado a esa clase de intercambios—. Me conservo muy bien.
—Eso nadie lo duda. —Seda le guiñó un ojo.
No mentía; que su maestro era un hombre muy atractivo no era tema de discusión. Tal vez no gozase de la belleza clásica de Anakin, pero Obi-Wan tenía ese encanto magnético, más varonil y galante al mismo tiempo, que resultaba imposible de ignorar. Desde que lo conocía, Seda había visto a Kenobi ejercer ese efecto sobre toda mujer que se cruzaba en su camino, sin siquiera ser consciente de ello.
—¿Qué hacéis aquí? —quiso saber Kai, incorporándose también—. Creía que estabais en una reunión con otros generales.
—Se ha interrumpido. El maestro Yoda ha percibido una perturbación dentro del Templo. Dice que es posible que alguien esté intentando colarse —explicó Obi-Wan—. Hemos venido a avisaros, es importante que estéis atentos.
—¿Un intruso? —Seda arqueó las cejas, sorprendida e interesada. Sortear la seguridad del Templo era una misión casi imposible; por supuesto, ella tenía un par de ideas sobre cómo lograrlo, al igual que Vespe y Nova. Como todas los fantasmas, habían sido educadas para poder infiltrarse en cualquier fortaleza, pero estaba segura de que no muchos más serían capaces de algo así. El intruso debía de tratarse de alguien muy habilidoso—. ¿Qué busca?
—Aún no lo sabemos, eso es lo que tratamos de averiguar —respondió Anakin.
—No creo que quiera nuestros cazas estelares, son buenos, pero hay muchos más en la sede del Senado, y menos vigilados... —Kai arrugó la nariz, pensativo.
—Exacto, si se han arriesgado a colarse en el Templo es porque buscan algo que no hay en ningún otro sitio —continuó Seda—. Información —sentenció, muy convencida.
—¡Los códigos de transmisión jedi! —coincidió Anakin—. Aquí guardamos todos nuestros informes de tropas.
—En la Torre del Este. Allí está el Centro de Comunicaciones —confirmó Obi-Wan. Bien pensado, Seda —le dedicó a su padawan una mirada de orgullo. A continuación se volvió hacia Anakin—. Ve hacia allí. Yo controlaré las defensas desde el puesto de seguridad.
—¿Y nosotros qué? —protestó Kai.
En ocasiones sentía envidia de esa sincronización que compartían los maestros Skywalker y Kenobi. Se entendían sin apenas palabras, la mayor parte de sus planes parecían elaborados a través de una red telepática a la que solo ellos tenían acceso.
—Tú vienes conmigo, yogurín, tal vez necesite refuerzos. —Anakin le hizo un gesto con la mano.
—Seda, tú busca a la maestra Yocasta. No te separes de ella —ordenó Kenobi.
La chica tuvo que contenerse para no fruncir los labios en un mohín de disgusto. De nuevo la estaban dejando fuera de la acción... ¿Hasta cuándo pensaban alargar su castigo?
—Está bien. —Pese a que no le agradaba la idea, no protestó. Quería regresar al frente de batalla, y para eso debía demostrar que era capaz de seguir órdenes—. Pero informadme si necesitáis ayuda.
—Lo haremos. —Obi-Wan le posó una mano en el hombro, en un gesto amistoso. Era consciente de la poca gracia que a su padawan le hacía esa supuesta pasividad, por eso valoraba doblemente el esfuerzo.
Sin más mediación, los cuatro tomaron las direcciones previstas, sin echar a correr, a paso normal, para así no alertar de la situación de alarma al resto de los habitantes y visitantes en el Templo y, más importante, al posible intruso.
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Seda estaba llegando al núcleo central de la biblioteca cuando todas las luces y sistemas eléctricos del Templo se apagaron durante un instante. Apenas un par de segundos después, la energía regresó, sin embargo, dadas las circunstancias, estaba claro que no se trataba de una casualidad.
Con la sospecha rondando en su cerebro, activó su comunicador de muñeca, para responder a la llamada de Obi-Wan, a su vez en contacto con Anakin y Kai, en otro sector del Templo. Al parecer, no era la única a la que ese fugaz apagón le había resultado sospechoso.
―Ya están dentro ―aseguró Seda, en cuanto los tres hologramas se materializaron en su antebrazo―. El sistema se ha reiniciado, no puede ser una coincidencia.
―Eso me temo ―respondió Obi-Wan.
―Kai y yo estamos en la Torre Este, pero aquí no hay intrusos ―informó Anakin, con el ceño fruncido.
―Pero si no están en la Torre, ¿a dónde habrán ido? ―Obi-Wan se acarició la barba, pensativo.
En cuanto su maestro formuló la pregunta, Seda lo tuvo muy claro.
―No sé cuál será su objetivo, pero si yo quisiera moverme por el Templo sin ser descubierta, usaría el sistema de ventilación. Desde ahí pueden acceder a cualquier punto.
Aún en forma holográfica, los tres jedi intercambiaron una mirada elocuente.
―Voy a comprobarlo. ―Desde su posición en el centro de seguridad, Kenobi programó una simulación de los planos del Templo, para luego centrarse en la zona indicada por su padawan. Y ahí estaba, una ruptura en los escudos, ínfima, pero suficiente para dejar pasar a un par de intrusos―. Tenías razón, Seda, ha habido una alteración. Anakin, Kailen, id a la parte superior de la Torre Sur, seguiremos a los intrusos desde ahí.
―Nos vemos allí ―confirmó Skywalker, obedeciendo la orden, y poniendo fin a su transmisión.
Cuando los hologramas de maestro y padawan se desvanecieron, Seda se centró en la única imagen que restaba, la de Obi-Wan.
―Me vas a decir que me quede aquí ―se adelantó ella―. No pasa nada, toda la acción para vosotros, yo seré buena y cuidaré de los archivos ―añadió, no sin cierta ironía.
―Seda... ―Kenobi le dirigió una mirada comprensiva, pero firme―. No sería una sanción si a la primera oportunidad se te levanta el castigo. Cumple con tu parte, lo estás haciendo bien, protege el archivo y a la maestra Yocasta. Nosotros nos encargamos de esto.
Aunque la orden no le hacía ninguna ilusión, Seda asintió. Estaba deseando volver a primera línea de batalla con Anakin, Kai, el capitán Rex, el comandante Cody... Y el único modo de lograrlo era demostrando que podía ser obediente.
―Entendido, maestro. Seguiré en contacto.
Cortó la transmisión y reemprendió el camino que realizaba antes de que los sistemas eléctricos se hubiesen reiniciado repentinamente. Se internó de lleno en el laberinto de estanterías y archivos, hasta alcanzar el núcleo de la biblioteca, una sala circular en cuyo centro una mesa redonda equipada con la última tecnología facilitaba a jedi y padawan la búsqueda de documentos y la comunicación con otros puntos del Templo.
La anciana maestra Yocasta estaba sentada de espaldas a ella, murmurando algo en su intercomunicador de muñeca.
Y entonces Seda lo supo. Tal vez no hubiese pasado tanto tiempo desde que le habían presentado a la guardiana del Archivo, solo unas semanas, pero su huella en la fuerza era inconfundible...
Esa persona, fuese quién fuese, tenía el cuerpo de la maestra jedi, pero no era ella. Debía de tratarse de un cambiante, como el que había atentado contra Padmé casi dos años atrás.
Por un momento, pensó en alertar a su maestro, pero la mesa central que el extraño ocupaba interceptaría cualquier transmisión, y perdería el factor sorpresa.
Obi-Wan iba a tener que concederle carta blanca en esta ocasión... No le quedaba otra opción que actuar por su cuenta. Y la idea no le disgustaba en absoluto.
«No es personal, maestro», pensó Seda, al tiempo que, con todo el sigilo que la caracterizaba, se acercó al intruso.
―Bane, los tres jedi han dado la vuelta y se dirigen hacia vosotros, saben que estáis en el sistema de ventilación...
Eso fue todo lo que Seda llegó a escuchar de los labios del extraño, antes de encender su sable de luz y colocarle el filo a la altura de la nuca, pero sin llegar a rozarlo.
―¿Quién eres, y qué has hecho con la maestra Yocasta? ―exigió saber.
El cambiante, todavía con la forma de la guardiana del Archivo, se giró de súbito, a la par que activaba la espada láser de Yocasta.
―Lo mismo que haré contigo.
La amenaza acompañó a un veloz lance del sable, pero Seda estaba preparada para detenerlo con el filo de su propia espada. Al primero, le sucedieron varias estocadas y movimientos que, para disgusto de la padawan, se llevaron por delante algunos de los contenidos recogidos en la biblioteca.
―¡Oye, cuidado con eso! ―protestó, molesta, pero sin dejar de intercambiar golpes y piruetas con su adversario―. Me he pasado la semana organizando esta sección.
No precisó muchos movimientos más para desarmar a su oponente y dejarlo acorralado en el suelo, con el filo de su sable a centímetros de la garganta. La advertencia era cristalina, si se movía, la espada láser le rebanaría el cuello.
―Es posible que le hayas copiado el cuerpo a una maestra jedi, pero distas mucho de tener su talento ―cuestionó Seda en tono triunfal―. ¿Con quién trabajas, y qué buscáis en el Templo?
A sus pies, el cambiante recuperó su forma natural, muy semejante a la de los humanos, pero de piel verdosa y ojos saltones, parecidos a los de los reptiles.
―Solo eres una niña ―escupió―. No diré nada.
Seda frunció el ceño, no molesta, estaba más que acostumbrada a que la subestimaran, pero sí con ganas de demostrar lo contrario. No era una niña, y no porque ya hubiese cumplido los dieciocho años unos meses atrás, sino, por la simple razón de que nunca lo había sido. Nunca le habían permitido serlo.
―De acuerdo, no digas nada ―respondió, tan fría y calmada que el cambiante sintió un escalofrío recorrerle la columna―. Yo misma lo buscaré. ―Extendió la mano libre en dirección a su víctima, más que dispuesta a usar la fuerza para hurgar en su mente...
―¡No!, ¡no!, ¡aguarda! ―suplicó el cambiante.
―¿Qué problema hay? ―La padawan enarcó una ceja―. Solo soy una niña, ¿qué daño puedo hacer a tu mente básica? ―ironizó. No podía negarlo, estaba disfrutando un poco con la situación. Llevaba demasiado tiempo encerrada entre pergaminos y archivos holográficos. Había extrañado un enfrentamiento real.
―Te lo contaré todo. No quiero que fuerces mi mente. He oído lo que eso puede provocar...
Seda no dijo nada, se limitó a seguir mirando al cambiante en silencio, esperando a que soltase toda la información que buscaba.
―Me subcontrató otro cazarrecompensas para que le prestase ayuda en este trabajo ―explicó―. Su nombre es Cad Bane, también trabaja con un droide artillero. No hay nadie más, solo nosotros tres.
La padawan asintió, le sonaba ese nombre, aunque nunca antes se había topado con el tal Bane, sabía que estaba en la lista de los más buscados, que era un enemigo a tener en cuenta, y que incluso había logrado burlar a algunos compañeros jedi en el pasado.
―¿Dónde están, y qué quieren? ―insistió―. No tengo todo el día ―lo apremió.
―No sé qué buscan ―confesó el cambiante―. Solo conozco los detalles del plan para infiltrarse en el Templo, yo tenía que ayudarlos con eso. Se colaron a través del sistema de ventilación, y se dirigían a la Bóveda de los Holocrones. No sé más, lo juro.
―¿Y la maestra Yocasta?
―Está bien, le disparé un dardo sedante y la escondí en el almacén al este del Archivo.
―Bien ―Seda se lo creyó. El cambiante parecía aterrorizado ante la idea de que alguien se metiese en su mente. No le cabía duda de que decía la verdad―. Gracias por tu colaboración.
Con estas palabras, apagó su sable de luz, pero, antes de que el intruso pudiese reaccionar, usó la empuñadura para asestarle un golpe que lo dejó sin sentido.
Sin perder más tiempo, activó su comunicador, visualizando enseguida los hologramas de Anakin, Kai y Obi-Wan en los laberínticos conductos de ventilación.
―Seda, ¿qué sucede? ―quiso saber Kenobi―. ¿La maestra Yocasta está bien?
―Está bien ―confirmó la padawan―. Pero, maestro, he capturado a un cambiante que se hacía pasar por ella...
―¿Cómo? ―Esta vez fue Kai quien preguntó, sorprendido―. ¿Un cambiante? ¡Eso es una pasada!
―Kai, ahora no. ―Anakin reprendió a su padawan con la mirada, y le pidió a Seda que continuase―. ¿Qué le has sacado?
―Dice que solo eran tres, él, el cazarrecompensas Cad Bane y un droide artillero ―explicó ella―. No sabe cuál es el plan de Bane, pero su parte era guiarlo desde aquí hasta la Bóveda de los Holocrones.
―Un holocrón no sirve de nada si no lo abre un jedi. Guardan información muy valiosa, pero inútil para cualquiera fuera de la Orden. ―Obi-Wan sacudió la cabeza, confuso―. Tiene que pretender otra cosa.
―Quizá intente llegar al Centro de Comunicaciones desde allí ―sugirió Anakin, muy convencido. En el Centro era donde se recogía la mayor parte de su información bélica, mucho más jugosa para un cazarrecompensas, que podría vendérsela a los separatistas.
―Bien, en marcha. ―Kenobi asintió.
―Pero... ―Seda se quedó con la palabra en la boca, cuando ellos cortaron la transmisión.
Un resoplido de frustración sustituyó a su réplica. ¿Por qué esos dos nunca escuchaban?
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La explosión se escuchó unos diez minutos más tarde y, efectivamente, llegó desde el Centro de Comunicaciones, hasta donde el droide artillero de Cad Bane había sido enviado...
A modo de distracción.
Ningún jedi ni archivo en el Centro de Comunicaciones sufrió auténtico daño, pero mientras todos corrían a contener esa posible amenaza, el cazarrecompensas había aprovechado para extraer un holocrón de la Bóveda, cuya entrada había forzado desde el sistema de ventilación.
Exactamente como Seda había advertido.
―Nuestras tácticas el objetivo no eran ―sentenció el maestro Yoda, ya frente a la entrada de la Bóveda, donde también lo acompañaban Mace Windu, Obi-Wan, Anakin, Kai, y Seda.
Minutos atrás, Seda había contactado con los miembros de la seguridad del Templo, para que se encargasen del traslado a prisión del cambiante que ella había capturado.
Sin embargo, una vez cumplida su parte, se había negado a ignorar su corazonada, por eso, nada más entregar al prisionero, había corrido a comprobar la entrada de la Bóveda...
Pero había llegado tarde. La puerta estaba abierta, y uno de los pequeños cubos luminosos que ocupaban los resquicios en las paredes había desaparecido. Cad Bane había robado un holocrón.
Pese a que cada fibra de su cuerpo ardía en deseos de aprovechar esa oportunidad para entrar a saciar su curiosidad en la Bóveda, Seda era consciente de que no debía ceder a sus impulsos... Al menos no todavía. Acababan de enfrentarse a una incursión hostil, y otro desafío a las normas solo alargaría su castigo, o peor.
De modo que se había limitado a dar la voz de alarma y, sin moverse del umbral que separaba la Biblioteca de la entrada de la Bóveda, había informado de lo sucedido a su maestro.
Y esa era la situación actual. Se encontraban reunidos frente a la entrada, mientras Windu y Kenobi confirmaban cuál era exactamente el holocrón hurtado.
―¿Y bien? ―quiso saber Kai, a quién le costaba mucho más disimular su entusiasmo y curiosidad―. ¿Para qué sirve el holocrón que han robado?
―Es una llave ―contestó Windu―. Sirve para leer el cristal Kyber.
Ante esa respuesta, todos los presentes, a excepción de los maestros Yoda y Kenobi, mostraron expresiones de confusión.
―¿El cristal Kyber? ―fue Anakin quién preguntó. Llevaba prácticamente toda su vida en la Orden, y le molestaba que todavía hubiera secretos para él.
―El cristal guarda información muy importante para los jedi ―explicó Obi-Wan, captando al vuelo la expresión molesta en el rostro de su antiguo aprendiz―. Una lista con todos los niños sensibles a la fuerza en los territorios de la República. Los futuros aprendices.
―El futuro de la Orden Jedi ―concluyó Yoda.
―Pero el guardián del cristal es el maestro Bolla Ropal ―apuntó Kenobi, de nuevo―. Si Bane ha robado el holocrón, lo más lógico es que Ropal sea su próximo objetivo. Debemos ponerlo sobre aviso.
―No será sencillo ―intervino Windu―. El maestro Ropal está incomunicado con sus tropas en algún lugar del sistema Devaron.
―Buscarle debéis ―sentenció Yoda. Definitivamente, no podían permitirse que un cazarrecompensas se hiciese con la información de ese cristal.
Anakin fue el primero en adelantarse.
―Kai y yo nos encargamos, saldremos de inmediato.
―No, esperad. ―Seda se llevó las manos a las caderas―. Yo también quiero ir. Fui yo quien capturó al cambiante, averigüé qué quería, y os avisé de que la Bóveda era el objetivo, pero no me hicisteis caso ―reclamó, muy convencida de sus palabras. Había sido obediente, había cumplido su parte del castigo... Y estaba harta de quedarse al margen. Si hubiese seguido su instinto en lugar de obedecer órdenes ciegamente, ahora no se encontrarían en esa situación.
Obi-Wan la miró con una expresión inescrutable y, por un instante, Seda creyó que estaba a punto de recibir otra bronca. Pero no fue así.
―Tiene razón ―concluyó―. Hoy Seda ha hecho un gran trabajo, de todos nosotros ha sido la que mejor ha sabido adaptarse a la situación ―Posó la vista en los maestros Yoda y Mace Windu―. Creo que ha demostrado que puede volver al frente.
Windu no habló, pero su expresión reluctante fue suficiente respuesta. Sin embargo, el Gran Maestro de la Orden sí se mostró de acuerdo con Kenobi.
―Tu sanción por terminada puedes dar, joven Seda ―le concedió, ganándose una sonrisa de agradecimiento por parte de la chica―. No obstante, Skywalker y Andor viajarán al sistema Devaron.
―A la orden, maestro ―Anakin asintió, para luego dedicarle una fugaz mirada de disculpa a la chica. A él no le habría importado en absoluto permitir que los acompañase, sino todo lo contrario.
―Seda, tú y yo buscaremos a Bane aquí en Coruscant. ―Obi-Wan le puso una mano en el hombro a su padawan―. No puede haber ido muy lejos. Si sigue en el planeta, lo encontraremos.
―De acuerdo.
Mientras asentía, Seda no pudo evitar que sus ojos curioseasen más allá de la espalda de su maestro, donde Windu sellaba de nuevo la Bóveda de los Holocrones, y marcaba el código de la cerradura.
Siete números que quedaron grabados a fuego en la memoria de la aprendiz.
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Si es que me pone tan happy actualizar a mi niña Seda XD, just say que confiéis en mí jaja, que yo sé que a veces (muchaaas veces) tardo mucho en actualizar, pero si digo que termino la historia, la termino, no tengáis dudas ;)
De momento aún estoy usando cosillas de la serie Clone Wars, pero creo que ya avisé en el anterior capi, de que cada vez me voy a distanciar más de eso, para enlazar y cerrar las tramas originales que ya he ido introduciendo, y un par de ellas que aún me quedan por presentar
¿Qué pensáis del desarrollo que está teniendo Seda? Bueno, en general Seda, y su relación con los demás protas, Anakin, Obi, Kai... Alguna opinión, idea de por dónde estoy yendo... Seguro que sí, yo sé que sois muy listos
Por cierto, voy a meter un pelín de Spam time. Que sé que esto lo leen (o espero que lo lean) muchos fans de Star Wars jaja. Pues con mis friends tenemos una plot shop (un libro donde explicamos argumentos para escribir historias) donde ya hemos publicado varios plots de Star Wars (y de muchos fandoms más), y como tengo muchas ganas de leer más historias de este maravilloso universo, os animo a echarle un vistazo a la plot shop, y si os llama la atención algún plot, a adoptarlo y escribir la historia. Podéis encontrarla en el perfil de duffito
No me enrrollo más. Muchos besos, y como siempre digo últimamente, happy cuarentena
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