CAPÍTULO 22

Feliz cumpleaños, mi pequeño escorpión.

Wicked Games-The weeknd 

Mis pies se niegan a moverse del sitio. Me he quedado completamente aturdida al verlo plantado frente a mi puerta, ¿Cómo es posible que me haya encontrado? ¿Otra vez su hacker? ¿Su pacto con el diablo?

Pasan minutos hasta que por fin mi lengua parece conectarse de nuevo con mi cerebro.

—No sé de que deuda hablas.

Sí que lo sé y solo pensar en ello hace que se me retuerzan los dedos de los pies.

—Se te da fatal mentir conmigo.

No espera a que yo le invite a entrar, agarra el marco de la puerta, se mete dentro y la cierra quedando su espalda contra ella. El suave click de la puerta ha sido el pistoletazo de salida a toda clase de cosas, solo que todavía no sé cuáles.

—¿Ibas a algún sitio?

Sus ojos me recorren las piernas y oscurecen al fijarse en la cantidad de piel que deja a la vista. El vestido se me ha subido un poco y apenas hay un palmo entre el filo del vestido y mi ropa interior. Él debe de imaginarlo porque esa mirada está cargada de lujuria. Trago saliva y me alejo un poco de él.

Me doy la vuelta, utilizando este momento para recomponerme a mí misma. No puedo dejar que se dé cuenta del efecto que causa su presencia en mí. Al principio podía controlarla, ahora me es más difícil. Es como si el deseo por él se me estuviese grabando en la piel.

—Puede ser. —Digo, sacando mi lado atrevido y juguetón, que no está dispuesto a dejarse acobardar.

Escucho sus pisadas en el suelo, detrás de mí. Me dejo caer a orillas de la cama, con las piernas entrelazadas y él acaba por sentarse en el pequeño sillón junto a la terraza. Esta permanece abierta, dejando que la suave brisa se cuele en el interior.

—Pues eso va a tener que esperar. —Sus dedos tamborilean sobre el tapizado. —Hemos descubierto algo sobre lo que usaron contigo la otra noche.

—¿El que? —La emoción y preocupación tiñen mi voz.

—Es una droga derivada del opio, lo raro es que la han intentado entrelazar con un veneno.

Veneno. Si mi padre tiene razón sobre mi tía, tiene algo de sentido. Mi madre mataba con veneno, ¿por qué no iba a ser igual su hermana?

—Sentí que ardía, no podía gritar porque me abrasaba la garganta.

—Sí, creemos que están haciendo experimentos con arsénico. —Sus cejas se unen al fruncir el ceño. —Están intentando modificarlo, sino sería imposible estar hablando contigo en este momento. El arsénico es letal, no hay cura para eso.

—Yo estoy viva. —Mi voz se entrecorta, presa del miedo.

—Por eso, no puede ser arsénico, tiene que ser algo modificado. Además, no parece que les esté saliendo bien la jugada, solo sufriste una sobredosis. La contrarresté con Naloxona.

—¿Fuiste tú?

Me mira aturdido, sin entender bien a que me refiero en un principio. Ha dicho "lo contrarresté", ¿me salvó él de morir de una sobredosis de una droga defectuosa? Algo similar a la gratitud se forma en mi pecho.

—Sí, fui yo. Te encontré cuando casi te meten en un furgón. Tu pulso era muy débil, Katherine. Pensé que ibas a morir y luego resultó que fue tan fácil como suministrarte un poco de eso.

—¿Eso que escucho es preocupación? —Una sonrisa arrogante tira de una de mis comisuras.

—Puede ser.

Sus ojos buscan los míos y veo esa mirada incendiaria capaz de arrasar con todo. Me muerdo los labios y esa desconfianza de siempre vuelve a flote. Quiero confiar un poco en él, joder, me ha salvado la vida. Y aún así no puedo, no cuando oculta tantas cosas.

Me quiero dejar llevar por mis deseos, pero siempre piso el freno. Lo piso porque es mi cliente, lo piso porque oculta cosas, lo piso porque tengo miedo a perderme si lo pruebo.

—No deberías preocuparte, después de todo solo soy un método para llegar a un fin.

—Creo que he dejado claro que no te veo solo como trabajo, Katherine. —Noto como deja su postura relajada en el sillón y se inclina sobre si mismo, entrelazando sus manos entre sus piernas. —Al trabajo no se le toca de la manera en que te toco yo.

Un cosquilleo se forma en mi vientre recordando con todo lujo de detalles esa mañana en su casa. No estuvo planeada, pero en el fondo no me arrepiento de nada. Tal vez ese fue un punto de inflexión en nosotros o tal vez fue ese baile, esa burbuja que formamos.

—No confío en ti, Aiden.

—¿Te sirve de algo saber que yo tampoco confío en ti? —Se levanta del sillón y camina hasta las orillas de la cama donde me encuentro. La respiración se me acelera. —Soy consciente de que ocultas cosas, me mientes y no dudarías en dejarme en la estocada. Aun así, te deseo, es algo que escapa a mi control.

—Yo nunca he dado motivos para tu desconfianza, tú sí. Tu padre y tú ocultáis cosas. —Se arrodilla justo donde estoy, obligándose a alzar la mirada para mirarme directamente. —Y te vimos hablando con Rodrigo.

Lo digo. Tal vez sea un error. Sé que es un error, pero es la cosa que más desconfianza me ha generado hacia él. Saber que podría estar confabulando con Rodrigo mientras yo me pongo en peligro metiéndome en las fauces del lobo por su estúpido padre. Eso siempre me ha inquietado y ahora lo expreso en busca de una explicación lógica.

—¿Por eso me espías?

—¿Qué?

—Katherine, lo he sabido todo el tiempo. —Quiero gritar de frustración y en vez de eso me quedo como una tonta mirándolo a los ojos abriendo la boca y cerrándola sin saber que decir. —¿Recuerdas a Lev?

Asiento, confundida porque mencione a Lev ahora.

—Su hermana desapareció hace un año y pensábamos que Rodrigo tenía algo que ver así que comencé a acercarme a él. —Se detiene un momento y cierra los ojos como si estuviese cansado. —Siempre tuve la corazonada de que fue él. Cuando vine aquí para que trabajaras para mi padre, vi mi oportunidad de confirmarlo. —Vuelve a abrir los ojos y veo otra vez esa tormenta apunto de desatarse. —Lo de Alina me dolió pero, ¿Sabes que fue lo que me hizo volverme loco? —Niego con la cabeza. —Me gané su confianza prometiéndole cosas y entonces se le escapó tu nombre en una conversación. Que un hombre como él sepa tu nombre no es bueno, ¿sabes? Hablaba de todas las mujeres como perras a las que se follaba y yo no podía imaginarme que él te tocara sin que se me revolviera el estómago.

—¿Por qué?

La pregunta puede parecer estúpida. Yo necesito su respuesta, ese peso que me frena hasta ahora puede estar a punto de desaparecer.

—Ya te lo he dicho, hace tiempo que no te veo como trabajo. Me gustas.

—Tu siempre has dicho que desaparecerás cuando todo acabe, ¿Qué sentido tiene?

—Me iré, es cierto. —Sus dedos buscan los míos que descansan sobre las sabanas. Entrelaza su mano con la mía. —Me dijiste que no querías el cuento y solo en los cuentos existe el felices para siempre.

—No querer el cuento no significa que quiera ser uno de tus malditos polvos, Aiden.

—No mataría por un polvo, Katherine. —Se alza del suelo, obligándome ahora a levantar la cabeza para verlo. Comienza a agazaparse sobre mí, apresándome contra el colchón. —Y por ti he matado.

—¿Cómo? —No sé expresar que es lo que estoy sintiendo.

—Maté a Rodrigo.

Dicha confirmación me golpea en la cara. Algo no debe estar bien en mi cabeza ya que siento una calidez en el pecho al saberlo y no terror ni pánico. La mano de Aiden viaja acariciándome todo el costado hasta detenerse en mis muslos. Su caricia es suave y tentadora. Mi coraje y mis fuerzas de resistirme se disipan por completo. Solo quiero dejarme acunar por sus caricias. Suena enfermo, más después de esta confesión.

—Eres un asesino.

Sus labios me acarician la mejilla haciéndome cosquillas a su paso. Su mano se cuela entre mis muslos y acaricia el filo de mi ropa interior. No me puedo creer que lo esté dejando hacer eso. Muevo las piernas ante sus caricias.

—Katherine, noto tu humedad. —Uno de sus dedos se cuela en mi ropa interior y acaricia los pliegues de mi sexo, deleitándose con eso que produce en mí. — ¿Te pone que mate por ti?

—Cállate. —Digo con la voz ronca y entrecortada.

Tiro de su camiseta hasta sentir como golpea su pecho contra el mío. Me late el corazón demasiado rápido como para ser sano. Acaricio su garganta, ese punto sensible detrás de la oreja y después entierro mi mano en el pelo azabache. Me deleito una vez más en la sedosidad de su pelo y agarrándolo con fuerza, estampo su boca con la mía. Quiero hacerme daño, quiere precipitarme contra la roca, quiero saltar al vacío.

Sus labios se mueven sobre los míos hambrientos al igual que me encuentro yo. Mordisqueo su labio inferior y me introduzco en su boca, jugando con su lengua. Siento el regusto metálico en la punta de esta.

Sus dedos siguen jugueteando con mis pliegues hasta que introduce uno de sus dedos en mi interior. Un gemido escapa de mi garganta siendo amortiguado por la voracidad de sus besos y mis uñas se clavan en sus antebrazos. El vestido acaba subiéndose y remolineándose en mi cintura. Le rodeo las caderas con las piernas y siento como un segundo dedo se desliza dentro de mí haciéndome estallar en nuevas emociones. Elevo mis caderas exigiendo más. Sus dedos actúan con precisión, entrando y saliendo de mi interior con facilidad. Presiona dentro de mí justo en el punto que me vuelve loca mientras que con su pulgar acaricia mi clítoris. Sus dedos juegan en mi interior, como todo un experto.

Sus labios se separan de los míos y comienza a dejar un reguero de besos desde la comisura de mis labios hasta mi clavícula. Me mordisquea la piel, la succiona, la besa. Me marca.

Siento tanto placer que cierro los ojos y me muerdo los labios con tanta fuerza que creo hacerme sangre. La ola del clímax se alza ante mí, rozándola con los dedos. Presiono cada centímetro de mi cuerpo contra el suyo, sintiendo como su brazo me rodea mientras su mano trabaja dentro de mí. Siento que mi canal se contrae, las piernas me tiemblan mientras que mis músculos se contraen entorno a sus dedos. Le beso y dejo que el orgasmo me arrastre, jadeando contra sus labios y arqueando mi cuerpo completamente. A merced de sus caricias.

—Date la vuelta, pelinegra. —Susurra contra la piel de mi cuello.

Escuchar como me llama solo hace sino aumentar mis ganas de sentirlo. Dejo que me dé la vuelta y escucho como desliza la cremallera de mi vestido. Las yemas de sus dedos me acarician la piel y sé lo que está mirando.

—Siempre he querido verlo desde esta posición.

Me besa el hombro y luego la nuca. Sigue con los omoplatos hasta el centro de mi espalda y allí, con rapidez se deshace de mi sujetador. Lo saca de mi y lo tira a cualquier parte. Se separa de mí y admira la obra que llevo tatuada en la espalda. Una red imitando a las telarañas, pero en vez de construidas por el fino hilo del animal que me da mi apodo, las telarañas son redes de espinas que se incrustan en mi piel. En el centro de todo eso, una araña negra. Deposita unos cuantos besos más y desliza el vestido por mis piernas.

Me toman por sorpresa sus movimientos. Sujetando mis caderas con fuerza, me levanta haciéndome quedar sobre mis rodillas y las palmas de mis manos. Lo siguiente que siento es como su lengua me acaricia, juguetea con mis pliegues y me saborea mientras aparta la tela de encaje a un lado.

La sensación es abrumadora, mi pecho desciende hasta presionarse con el colchón, arqueo la espalda y busco más. Lo quiero todo. No aguanto más.

Aprieto las sábanas delante de mi y no puedo parar de gemir.

—Aiden... —Jadeo su nombre. —Me vas a volver loca...

Noto como succiona mi clítoris, lo acaricia con su lengua, juguetea con todo mi sexo haciéndome sentir al borde de un precipicio. No creo que sea posible que mi cuerpo llegue al orgasmo tan pronto por segunda vez. Que equivocada estoy. No sé si es lo que hace su lengua contra mi botón más sensible y cargado de nervios o la forma en la que sus dedos se introducen en mi buscando matarme de placer, pero siento demasiada calidez. Su lengua recorre mi sexo como si fuera la cosa más gloriosa que jamás ha probado. Me tiemblan las piernas justo antes de que esa calidez se convierta en puro fuego.

—¡Aiden!

—Eso es Katherine, Aiden Volkov te está haciendo esto.

Los resquicios del segundo orgasmo permanecen en mí mientras vuelvo la cabeza en el momento exacto en el que Aiden se relame los labios, saboreando mis fluidos o más bien lo que él es capaz de producir entre mis piernas. Se saca la camiseta con un rápido movimiento regalándome las mejores vistas de mi vida. Me vuelvo, gateando hacia él con la intención de ayudarle a bajar la bragueta de los pantalones y el de darle una buena lametada al miembro que no me he podido dejar de imaginar, pero el me hace un gesto con el dedo en señal de negación.

—Lo siento, pero hoy solo como yo.

Se baja los pantalones, arrastrando el bóxer con ellos y ante mi queda todo el esplendor de su cuerpo. Me roba el aliento y aún más el miembro firme y duro que se extiende ante mí. Viéndolo bien, es imposible que me hubiese cabido en la boca.

En la mano veo el resplandor del envoltorio del preservativo. Lo saca de el y comienza a deslizarlo por la punta del miembro. No se que es lo que me lleva a ser tan imprudente, pero lo digo:

—No lo pongas.

—¿Qué? —Me mira a los ojos un segundo. —¿Estás segura?

Asiento y me acuesto sobre mi espalda. Invitándolo a que deje a un lado ese maldito trozo de látex y se coloque encima de mí a hacer lo que llevo queriendo mucho tiempo que haga. Se sube encima de la cama y se recuesta sobre mí. Mis pechos acarician el suyo y noto como se endurecen los pezones al sentir su tacto. Se coloca entre mis piernas y acaricia uno de los laterales de la única tela que me cubre en este momento. Noto como la agarra.

—¿A dónde ibas con esta ropa interior tan provocativa? —Ronronea en mi oído.

—Ser provocativa es mi estilo de vida, ya lo sabes.

—Créeme, lo sé. —Mordisquea el lóbulo de mi oreja mientras sigue agarrando el lateral de mi ropa interior en un puño. —¿Recuerdas lo que te dije la otra vez?

Al principio dudo, luego viene a mi el recuerdo tan claro y nítido como otras veces.

—Sin lamentaciones.

—Me encanta oír eso.

Y sin más escucho como la tela se rasga y cruje al ser arrancada de mi cuerpo. Acaba siendo un pequeño trozo de encaje negro hecho una bola en su mano. Ahora si siento como su miembro roza mi entrada, produciéndome un cosquilleo allá donde roza.

—Hazlo ya. —Digo contra sus labios.

—Que mandona. —Se deleita con hacerme sufrir rozándome con su miembro, viendo como intento moverme contra él, reclamándolo. —No voy a ser suave contigo, Katherine.

—¿Quién te ha pedido que seas suave? —Contoneo su labio inferior con la lengua. —Fóllame, Aiden. Ya.

Un resplandor plateado atraviesa sus ojos. El deseo. Hace lo que le pido, con un movimiento brusco se entierra en mi interior. No me hace daño, pues mi cuerpo está más que complacido con el hecho de tenerlo dentro. Un gruñido ronco escapa de sus labios cuando siente como mi cuerpo lo recibe. Su brazo se mantiene sujetando su cuerpo por encima del mío, impidiendo que todo su peso caiga sobre mí. Con el otro apresa mi cabello y me obliga a ladear la cabeza, dejándole pleno acceso a mi cuello. Siento como sus labios me besan en el punto exacto donde mi pulso golpea desbocado. Mis uñas se clavan en su espalda cuando aumenta la velocidad y la profundidad de las embestidas.

Siento como se clava en lo más profundo de mi ser.

Nuestros cuerpos no paran de moverse el uno contra el otro, recubriéndonos una fina capa de sudor mientras nos convertimos en un amasijo de piernas, brazos y labios que se muerden y se saborean.

—He querido tenerte así desde que abriste la puta puerta de tu despacho. —Gruñe contra mi piel.

Mis uñas descienden por su espalda dejando muy posiblemente un rastro enrojecido. Bajo la vista al punto donde nuestros cuerpos se unen y no puedo evitar maravillarme ante como sus caderas ondulan sobre las mías.

Su mano abandona mi pelo y se enfrasca en masajearme uno de los pechos, pellizcarme el pezón y retorcerlo suavemente, volviéndome loca mientras que captura el otro con su boca y lo mordisquea suavemente. Mis caderas se elevan sintiendo más la fricción de nuestros cuerpos. Asienta una embestida que hace que se me escape un grito ahogado.

Su cuerpo se voltea, haciéndonos quedar de costado sobre las sábanas. Su pecho presionando mi espalda, sus caderas contra mi culo y mi cuerpo golpeando el suyo con cada penetración. Sus labios están cerca de mi oído y noto el cosquilleo de su aliento. Sus manos viajan hasta mis pechos, masajeándolos con fuerza y asentando cada embestida más fuerte que la anterior. Mi mano viaja hasta su cara y atraigo su boca a la mía, sintiendo sus gemidos contra ella. Sus caricias me están matando, la forma en que su mano viaja por mis pechos, pasa por mi torso acariciando con cuidado y mimo la cicatriz del bajo de mi vientre y como llega a mi botón rosado y cargado de nervios y lo masajea sabiendo que me llevará al límite.

—¿Entiendes ahora que no eres solo trabajo? —Sus dedos presionan mi botón arrancándome un gemido y con ayuda de su brazo me abre aún más las piernas, teniendo pleno acceso a cada centímetro de mí. —Si me dejaras, te tendría así todo el tiempo.

—Dios mío... —Jadeo.

—Dios no pelinegra, yo.

Su miembro está más duro de lo que creía posible, me llena por completo y siento que en cualquier momento me podría romper en sus brazos. Sus brazos están tensos, mostrando las líneas de tatuajes y las venas ensartadas por la fuerza que ejerce con cada movimiento. Escucharlo gemir en mi oído me está quebrando.

—¿Te gusta?

Mi respuesta se apaga con los gemidos.

No me deja recomponerme antes de levantarse y ponerse sobre sus rodillas. Me da una palmada en el culo y me obliga a enderezarme. Quedo a gatas sobre el colchón y con mi sexo a su merced. La piel me pica con un regusto placentero. Noto como pasa mi humedad por toda mi abertura con el glande de su miembro, mostrando así lo mojada que me tiene. Me tienta sin darme lo que quiero por un largo tiempo y cuando se introduce sin previo aviso y hasta el fondo, consigue que grite.

En esta postura puedo masajearme mis pechos y eso hago mientras Aiden tira de mis mechones atrayéndome y arqueando aún más mi espalda. El sonido de nuestros cuerpos cada vez que golpean inunda la habitación acompañado de mis gemidos famélicos. No se detiene en ningún momento, no me da ni un segundo para descansar de todas están oleadas de placer que me golpean sin parar. Puedo sentirlo llenándome por completa, las embestidas son demasiado profundas y siento un dolor placentero.

—¡Aiden!

—Eso es nena. —Su voz suena muy próxima a mi oído. Es sedosa y cautivadora. —No voy a parar hasta que toda la gente del hotel sepa quien te está follando.

Siento las piernas flaquearme de puro placer y agotamiento, pero Aiden no deja que me derrumbe. Coloca su mano debajo de mi vientre manteniéndome erguida mientras sus embestidas no se detienen en ningún momento. Su mano desciende por mi vientre hasta presionar el clítoris con sus dedos. De nuevo, ese calor abrasador arrasa conmigo, siento el pecho acelerado y la sangre agolparse en mis mejillas. Un nuevo orgasmo me sacude, haciendo que mis piernas tiemblen. Noto el dolor punzante de una nalgada.

No creo poder aguantar una nueva oleada como esta. Esto no es natural, o al menos no es algo que haya vivido antes con nadie. Ningún amante me ha llevado a tocar el cielo con las manos de esta manera.

—Te dije que no iba a ser suave.

Siento el dolor de sus dedos enterrándose en la piel de mis caderas, el calor de la nalgada en mi culo y el temblor que sacude todo mi cuerpo.

—¿Quién se está quejado? —Gruño.

Me muevo, haciendo que su miembro salga de mi interior. Lo encaro y con un movimiento rápido, lo obligo a que se tumbe sobre la marisma de sábanas. Me coloco encima de sus caderas y veo como sus ojos se expanden ante mi atrevimiento. Pensaba que el iba a tener las riendas del juego todo el rato, lo que el no sabe es que le he dejado tenerlas porque a veces me gusta sentirme dominada. Solo aquí, en la intimidad del sexo.

Me ayudo apoyándome en sus hombros y juego previamente con mi humedad que roza con su glande. Veo como se muerde los labios mientras me mira con ojos cargados de lujuria. Juraría que ya no son grises, sino del plateado más brillante que he visto jamás. Acabo por darle lo que sé que está esperando y desciendo mi cuerpo sobre su miembro. Al principio son descensos suaves pero al final el acaba empujándome contra él, sirviendo mi pelo de cortina mientras sus manos aprietan mis nalgas, pidiendo que aumente la velocidad. No se lo doy de inmediato, me gusta ver como se desespera. Cedo cuando lo escucho gruñir y me muerde el labio con furia.

Subo y bajo, no ceso en mis movimientos, sirviéndome su cuerpo como apoyo. Hago suaves círculos con mis caderas mientras me muevo de arriba abajo a lo largo de todo su miembro. La cantidad de gemidos que le arranco empieza a aumentar y juraría que es mi nuevo sonido favorito.

Noto que su clímax está cerca y el también lo sabe. Se yergue, quedando con la espalda totalmente recta y yo sentada sobre él. Su boca se centra en succionarme la piel de mis pechos, pasar sus dientes sobre mis pezones erizandome la piel. Sus manos agarran mi culo con fuerza y da una última embestida que siento que reverbera incluso en mis huesos, lo siguiente que siento es su derrame dentro de mí.

Cuando me abandona, siento un vacío en el interior.

Me aparta el pelo que se me pega a mis mejillas sudadas y me deposita un beso en la punta de la nariz. Empieza a ser una costumbre suya el dejarme besos en ella. Me enternece por dentro, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Me da besos en la comisura de los labios, en los párpados, en las mejillas, en el cuello...

Siento que mi corazón podría explotar en cualquier momento.

—Así que, sexo rudo y post-sexo romántico. Eres una caja de sorpresas, Aiden Volkov.

Una carcajada ronca escapa de el mientras me acuna contra su pecho y se deja caer por fin contras las almohadas.

—¿Qué me has hecho, diosa pelinegra?

—¿Diosa pelinegra? —Digo mientras acaricio su pecho con la yema de los dedos.

—Te llamo así en mi mente desde que te conocí.

Apoyo mi barbilla en su hombro y alzo la vista para mirarlo a los ojos. El plateado ha sido reemplazado de nuevo por el gris. Algo dentro de mi empieza a ser posesiva y solo quiero ser yo la que vea ese plateado en sus ojos. Solo yo quiero hacer arder esos ojos por deseo. Sé que es un imposible así que aparto la idea de mi mente antes de que me arruine la felicidad de después del sexo.

Me atrevo a acercarme a él y darle un beso. No es como ninguno de los anteriores, no es fruto de la lujuria, el deseo o el sexo. Es un beso, sin más, que quiero darle. Por que sí. Y un por que sí, para mi significa demasiado.

—¿Qué pasará mañana? —Me aventuro a preguntar.

—Mañana te pondré en cinco posturas distintas, ¿por qué?

Le golpeo el hombro con el puño y creo que me hago yo más daño que el. Debo de haberle hecho meras cosquillas por la risa divertida que empieza a llenar la habitación.

—Mañana seguiré aquí, Katherine. Esa es la única certeza que tenemos. —Se vuelve hasta quedar sobre su costado, usando su brazo de almohada. Me mira con algo parecido al cariño. —¿Te sirve?

—Por ahora.

Me acaricia la mejilla, apartándome una vez más esos mechones rebeldes que se interponen en mi visión y lo acomoda detrás de mi oreja, deteniéndose más de lo normal en cada roce que hacen sus dedos. Mi respiración ya ha vuelto a la normalidad, pero mi corazón sigue dando volteretas dentro de mi pecho. No sé que me pasa, no es amor, sé que no es amor. Es algo enfermizo lo que me ocurre con él. Desde el primer momento quise acostarme con el, aunque no quise reconocerlo y no sé si son fuerzas del destino que escapan a mi control, pero siempre acabo arrastrada hacia él. Da igual cómo, siempre nos encontramos.

Lo que podemos llegar a sentir es tan enfermo, que el ya ha dado el primer paso a esta locura matando por mí. Y algo dentro de mi se ha encendido al oírlo.

—Nos tiene que bastar el por ahora.

Sus ojos parecen nublarse, pero desaparece rápidamente.

Me acerca a su pecho para que me acurruque en él. Su mano acaricia mi espalda sin detenerse, haciendo que me invada una tranquilidad hasta ahora desconocida. Poco a poco siento que mi respiración se vuelve pesada y mi cuerpo se siente demasiado bien descansando contra su pecho. Cuando quiero darme cuenta, me cuesta mantener los ojos abiertos y aún más mis sentidos. Las caricias no se detienen en ningún momento.

—Descansa pelinegra. —Las siguientes palabras las siento tan difusas que no sé si me las imagino. —Has conseguido enredarme en tus telarañas. Ya estoy en tu juego. Ya estoy perdido.

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¡Hola a tod@s!

Uff, no sé ni por donde empezar, supongo que por GRACIAS. En estos días la historia ha tenido una acogida enorme y no puedo estar más feliz de que le estéis dando una oportunidad a mi pequeña arañita y su tentador escorpión. 

Este capítulo ha sido muy intenso, quería dedicarles todo el capítulo a ellos, sin interrupciones, solo ellos dos y el deseo. 

Espero que os haya gustado y sí, Aiden no solo es un escorpión (como sicario) sino que su cumpleaños es el 8 de noviembre, así que es un sexy escorpio. 

Por cierto, os recuerdo seguirme en mi instagram, planeo hacer un directo este fin de semana respondiendo y fangirleando con vosotras sobre la historia y sobre libros en general <3

Nos vemos el MIERCOLES en nuevo capítulo. 

¡Os quiero!

Besos,

XX

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