30. Voy a tu encuentro

I will return don't you ever hang your head,

I will return in every song and each sunset,

Our memory is always within reach,

I will return I will return.

I Will Return - Skylar Grey

Escuchar las palabras de Jere «las chicas están a salvo» son como un cántico celestial sobre mi preocupación abrumante. No hay mejor certeza de la protección de Pame y Luján que el hecho de que estén resguardadas en una ubicación secreta con mi colega, mejor amigo y compañero. De esta forma, al menos podré ponerme como prioridad por un segundo y mantenerme lejos de los que quieren acabar conmigo.

Reservo el próximo vuelo a Buenos Aires con otra de las identidades que tengo guardada en uno de los bolsillos ocultos de mi maletín. Le agradezco a la señora del hotel por su discreción y abandono sus lares tan pronto me veo obligado a salir al aeropuerto si no quiero perder el vuelo.

Siento como si todos los ojos estuvieran sobre mí tan pronto doy un paso dentro del edificio. Descarto las teorías paranoicas al llegar a la conclusión de que es prácticamente imposible que la célula terrorista posea un equipo en Paraguay sin que nosotros lo hayamos sabido, puesto que, si hay algo que debo reconocer de la CIA y nuestro equipo, es que los cabos sueltos no forman parte del trabajo. Los reportes de inteligencia siempre fueron acertados y los análisis bien diseñados, por lo que no hay chance alguna que vengan a eliminarme en este remoto lugar de Sudamérica.

Una vez ya estoy arriba del avión de regreso a Buenos Aires, la hasta ahora aparente tranquilidad de tener a Pamela protegida se empieza a disipar cuando me doy cuenta que en realidad ya no hay lugar seguro para ella mientras siga siendo la señorita Arriaga que conocí, la azafata por momentos despistada pero siempre brillante con toda su hermosura. Ni Jere ni el equipo encubierto ni yo somos capaces de desbandar una célula terrorista por nuestra cuenta. Eso solo pasa en las películas.

Y no descansarán hasta encontrarnos. Ese es el único curso de acción que pueden elegir porque hemos arruinado el primer aviso que querían dar a la comunidad estadounidense de que vienen a desestabilizar a su sociedad y el mundo entero. Son un grupo extremista y despiadado yihadista que cree llamarse una resistencia internacional del islam, y que vienen a plantarse como sucesores de Al Qaeda.

No son gente de la que podamos escapar si queremos seguir siendo las personas que siempre fuimos.

Pame tendrá que entender que el único camino que le queda es volver a empezar de cero, barajar y dar de nuevo. Tiene que dejar de existir para poder reinventarse. No tiene que haber rastros de su identidad pasada, porque todo es un riesgo. Cada cámara, cada cruce, cada esquina puede ser suficiente para que la tecnología de avanzada los encuentre y dar nuestras esperanzas por perdidas.

¿Por qué todo no pudo seguir tal cuál estaba? ¿Por qué no pudimos seguir viviendo en esa pequeña burbuja utópica con Pame en la que de repente ya no importaba nada más que nosotros dos? ¿Por qué el destino nos encontró tan tarde como para dejarnos disfrutar solo lo mínimo indispensable? ¿Por qué no nos dio un puto momento extra de calma y felicidad? No puedo decir que yo lo merezco, pero la señorita Arriaga sin siquiera saberlo ni tampoco creerlo, lo merece todo.

No debería haberla conocido. No debería haberla vuelto a dañar no una sino varias veces sabiendo todo lo que ya había pasado. El problema es que mi mente no opera de la forma en la que debería porque ya ni siquiera sé quién soy. He perdido esa identidad a la que Pame se aferra y que yo quiero sacarle para salvarle la vida. Es egoísta. Soy egoísta. No tengo reparo ni salvación, porque mi alma está perdida y los riesgos ya son demasiado grandes. Por un momento creí que estando a su lado podía volver a recuperar algo de entereza y encontrarme conmigo mismo una vez más. En cambio, perdí la brújula de que estando en medio de una misión imposible y utilizando inconscientemente a Pame como recurso era solo una forma macabra y egocéntrica de intentar salvarme a costa del sufrimiento y la desazón que sabía que terminaría causándole y que, en verdad, no me importó.

Ya es tarde para remediar todos mis errores del pasado. No tendría el tiempo en mil vidas para corregirlos todos, y aún así seguiría sintiéndome igual de mal que me siento ahora. Al menos cuando no había conocido a Pame podía fingir que nada ni nadie me afectaba porque claro, todo era una misión y yo no existía en realidad. Desearía haberme quedado en ese estado de levitación donde no importa absolutamente nada. Desearía que la señorita Arriaga no hubiera aparecido para recordarme lo que era tener sentimientos por alguien, temer por todo lo que le pase y sufrir en el proceso por saber que le estás haciendo un daño y no poder cambiarlo.

Puede que ella en mí vea un monstruo. Una mitad está convencida que tiene razón. La otra todavía defiende temeroso y con cada vez menos fuerza que si Pame tan solo supiera lo destrozado que estoy psicológicamente, quizás entendería y viera en mí un reflejo de lo que ella también siente. Quizá podría mostrarle que no está sola en esto. Y en la batalla mental que estoy librando, no tengo idea cuál prevalecerá.

—Tienes las coordenadas en el teléfono, Martín. Cuídate las espaldas y no te confíes, porque estamos en su territorio —me dice Jere una vez aterrizo y tengo la posibilidad de llamarlo cuando bajamos del avión.

Capto la referencia al instante. Es realmente irónico como una célula terrorista peligrosísima decidió asentar su base al sur de América y no en un territorio aliado. Nunca logré encontrarle otra justificación más que el hecho de que aquí a nadie se le ocurriría buscarlos como en sus locaciones habituales, y que podrían operar desde las sombras. No puedo negar que lo han logrado. Nuestro equipo encubierto no alcanzó para suplir las faltas de información que teníamos sobre la organización. Solo con un poco de suerte y el movimiento de las piezas indicadas hemos podido a duras penas frustrar su primer ataque.

Ahora eso me importa una mierda. Que prendan fuego edificios, que tiren una bomba radioactiva. Ya no me queda nada en Estados Unidos. He luchado suficiente por años para proteger la vida de millones de ciudadanos que ni siquiera conocía. Ahora me toca proteger la de las personas que quiero de verdad.

Paso por los controles de seguridad en estado de alerta. Ya no estoy en Paraguay, ya no puedo ponerme a pensar que los ojos que siento encima de mí son paranoia. Ahora tranquilamente pueden ser una amenaza real y debo estar tan atento cómo se puede estar.

Tan pronto abandono la zona de pasajeros del aeropuerto y me adentro en la multitud, voy con la cabeza gacha hacia el estacionamiento para evitar las cámaras. Si todo va bien y parte de mi fachada aún está protegida, una motocicleta me estará esperando donde la dejé la última vez que recorrí esta área.

Todas las personas a mi alrededor se ven sospechosas. Me aferro al maletín con la mano izquierda y a la falsa lapicera con la derecha para escapar airoso de cualquier ataque repentino. El oxígeno parece estar viciado de tanta gente que entra y sale sin reparo para irse a vaya uno a saber qué parte del mundo. Es increíble como el ciudadano promedio vive en la simpleza de su vida sin saber que hay gente como nosotros dando vueltas. Enemigos por todas partes, ocultos entre las sombras. Me pregunto cómo se siente esa ignorancia.

Llego hasta el estacionamiento del aeropuerto de Ezeiza y la motocicleta me espera en el mismo lugar que la dejé. Me subo sin dudarlo y emprendo camino a las coordenadas que me dio Jere a toda velocidad. Reconozco la ubicación que ha elegido porque es la que ambos hemos designado para cualquier tipo de emergencia. Se trata de una pequeña casa con una entrada principal y otra oculta que nadie conoce, sin ventanas y sin puntos muertos de los que podamos correr peligro. Posee una serie de cuartos con los que atrincherarse y permanecer a salvo. No dudo que es de los lugares más seguros en los que Pame puede estar ahora.

Pienso en ella todo el trayecto. Recuerdo sus facciones, su cuerpo, sus miradas y su sonrisa. Recuerdo cuando me insultó y cuando me dio una segunda oportunidad, recuerdo la casi fallida travesía en Space Mountain y recuerdo el sexo bajo el atardecer frente al Kennedy Space Center. Recuerdo cada detalle con tanta nitidez que por un momento olvido que la existencia de todas esas memorias ahora es lúgubre y se guardan en una cajita con candado, alejada de mis prioridades actuales.

Cuando oculto la motocicleta y corro desesperado a la puerta tras quince minutos de trayecto con la brisa del aire de Buenos Aires pegar en mi rostro, sé que Jere está al otro lado esperando la señal de que todo va bien. Un código entre hermanos para mantenernos seguros.

—Willy Wonka tiene gustos peculiares —menciono mirando a una cámara que se posa en el extremo izquierdo. A los pocos segundos se oye un click y Jere me recibe con una muy amplia sonrisa.

—Qué bueno que estás aquí, amigo. Temía que te encontraran antes de que pudieras lograrlo —reconoce y me da un medio abrazo mientras me deja espacio para entrar dentro de la casa—. Te estaban esperando...

Al terminar de decir esa frase, Pamela se aparece por entre una de las paredes con las manos ocultas en su retaguardia y la cabeza gacha, casi como avergonzada. No interpreto qué es lo que está queriendo decirme, si es que va a insultarme o las intenciones vienen por el lado contrario.

Cuando levanta la cabeza y veo que sus ojos lagrimean, me doy cuenta que, como debía esperarse, el torrente de emociones está por desbordarla.

—Hola, Martín.

Pamela se acerca y me da un abrazo mientras comienza a sollozar en mi hombro. Entonces me percato de mi propia emotividad, que me dice que la habría salvado una y mil veces con tal de poder repetir este abrazo, y que ahora más que nunca mi amor es puro y auténtico. Ya no hay barreras, ya no tengo la presión de la mentira sobre mis hombros. Tal vez haya un atisbo de luz para nuestro amor si podemos sobrevivir a la desgracia.

—Tenemos que hablar —dice cuando se separa.

Entonces entiendo que solo buscaba desahogarse, que el perdón todavía está lejos de concretarse y que ese atisbo de luz no fue más que un destello de niño ingenuo que no sabe lo que puede tener y lo que no.

Madre mía. Este es el tipo de novela al que uno no querría meterse nunca. ¡Qué nervios!

1. Si fueran Pamela, ¿serían capaces de darle un abrazo a Martín y no conversar sobre todo lo que pasó? ¿O se pondrían en modo "tenemos que hablar"?

2. ¿Willy Wonka tiene gustos peculiares? Quizás. ¿Cuál es el código secreto que elegirían con su mejor amigo/a?

3. ¿Alguna vez pensaron en convertirse en policías o empleos similares?

Quedan máximo ocho capítulos. Se acerca el clímax de suspenso, acción y desgracia. Preparen esas palomitas porque se viene fuerte. Gracias por otra semana a mi lado, y espero seguir viéndolos muy pronto <3

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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