El Cementerio Olvidado(IX)
Me levanto temeroso luego de varios intentos por llamar a la asesina roja moviendo mis dedos. El collar tampoco responde, lo que en algún momento fue felicidad y tranquilidad, ahora es un terror que envuelve mi cuerpo como una bolsa arpillera que me pica y no hay forma de quitármela.
El gran dragón gris me mira y mueve su cola como un péndulo: es grande, voluminosa y en la parte superior tiene unas púas de color negro. Su cuerpo es enorme, con un gran abdomen en el cual yace pintado un reloj de arena de color sepia y en posición horizontal. Su rostro es alargado, con un hocico redondeado y bigotes dorados. Sus ojos son grises y con puntos celestes, como si pudiera ver un universo a través de ellos. Tiene dos colmillos que sobre salen de su boca con sarro y sus puntas son negras.
Me mira como si me estudiara, como si esperara mi ataque. Ya estoy cansado de batallar, camino a una roca con su superficie lisa y me siento, me acomodo la túnica y le sonrío, a pesar de mi miedo, si muero quiero hacerlo con esa sonrisa dibujada en mi rostro y no con una mirada de desolación.
—Así que tú eres el dragón gris, el inmortal y más sabio del mundo de los sueños, que me enseñará donde se encuentra la Montaña Escondida, solo si te libero.
—¿Quién te ha dicho que yo quiero ser liberado? —pregunta moviendo su cola.
—Es lo que hablan por estos lugares, pero lo que sucede —digo con seriedad—, es que me dijeron que estabas encadenado y me doy con la sorpresa de que no es así. No veo la dificultad para que puedas huir. La llave que le robé a Rímpu desapareció cuando conocí a Mort y ahora entiendo la razón.
—¿Crees que siempre las cadenas son elementos concatenados y que sirven para aprisionar?
—Sí —afirmo seguro.
—Entonces esta charla no irá a ningún lado —niega moviendo su cabeza con lentitud.
—Perdón —me disculpo moviendo la cabeza—, a veces cuando estoy nervioso actúo de manera estúpida. Dragón gris mi viaje a este lugar no fue sencillo y he cometido graves actos de los cuales me arrepiento. Solo deseo quitarme lo que esta oscureciendo mi ser y salvar a las almas puras.
—Observé todo lo que te aconteció —dice con calma y detiene su cola—, desde los campos de tulipanes, tu encuentro con Lecia, Rimpu y las sirenas. Sé todo y estoy orgulloso de ti, no esperaba menos del guardián legendario.
—No creo que sea orgullo lo que sientas.
—Soy el dragón gris, como sabes, te han contado la razón por la cual estoy encerrado y lo difícil que es encontrarme. Cada obstáculo que has pasado ha demostrado que eras digno de estar aquí. No puedo decirte qué fue verdad o mentira de lo que viviste hasta que nuestra reunión termine, sin embargo, te llevaré a la Montaña Escondida a cumplir con tu destino.
»Le temes al agua y aun así diste un paso delante arrojándote al lago sabiendo que no saldrías con vida. Temías morir comido por las sirenas y te transformaste en el noveno demonio para, de alguna manera que nadie entenderá, salvar a las almas puras. Dejar de lado la vida, la esencia de lo que somos, para rescatar a los seres que no se pueden defender, es lo que te convierte en único. Ser el noveno demonio es algo tan milenario como mitológico. Nadie cree verdaderamente que existe y prefieren regocijarse en la mentira que enfrentar la verdad. Lo que sucedió con las sirenas fue la cruel demostración de tu verdadero poder, pero el mismo fuego, el que destruye bosques, praderas y todo a su paso, necesita combustible para perdurar en el tiempo; la semilla de la discordia crece en tu cuerpo alimentada por tu ira y dolor contenido en las profundidades. Yo escondido en esta cueva olvidada pude ver lo que te sucedió en el accidente y la verdad, Luke, quise rescatarte pero no tenía en ese momento el poder para hacerlo y te pido el perdón que nunca me darás, sin embargo, ya no puedo arreglar lo que ocurrió. Es horrible ver lo que sucede sin poder intervenir.
»Como te ha dicho Azura, ella puede manejar el tiempo, con las repercusiones que esto conlleva, y verás que mi tatuaje es un reloj de arena. Yo no puedo hacer lo mismo que Azura pero el tiempo en mi cuerpo y en mi vida transcurre de una manera diferente. Hasta me he olvidado cuantos años de vida tengo, sin embargo, me ha permitido tener la sabiduría que nadie posee, casi cercana a la de Akuma, y eso me ha traído tantos problemas como intentos de asesinatos. En los tres mundos, el saber, es el arma más poderosa porque a través de ella, puedes ganar guerras sin derramar una gota de sangre. No obstante, nadie desea la sabiduría con ese objetivo, sino que, combinado con mí sangre se consigue la inmortalidad; el poder que los seres mágicos desde tiempo inmemoriales desean obtener.
»Te preguntarás quién me encerró en este lugar pero jamás obtendrás una respuesta, no de mi parte. ¿Recuerdas cuándo tú te ocultabas debajo de la cama para escapar de las penitencias?
—Sí —respondo con angustia al recordarlo y un poco desorientado por cómo sabe esos datos muy personales.
—Es lo que me sucede a mí, al ver el daño que puedo causar tuve que esconderme. No siempre una cárcel tiene barrotes o muros gruesos, a veces, uno puede estar aprisionado dentro de su propio cuerpo o mente. Es un terreno donde muchos no saben cómo combatir y pueden perder su vida. Yo estoy solo, derrotado y con ganas de... bueno sería impropio decirlo.
—¿Entonces por qué me dieron la misión de liberarte? —pregunto sin entender.
—No puedo darte esa respuesta —suspira y de su hocico sale un vapor blanco—. Lo que sí puedo decirte es que no te queda mucho tiempo para llegar a la Montaña Escondida.
—No quiero liberarte —digo con seguridad y con mi voz temblorosa—. No me importa no cumplir con la misión que me han dado.
—Tienes que cumplirla —indica mirándome con seriedad.
—No lo haré —niego sin moverme de mi lugar a pesar de que su cola se mueve frenética.
—No puedes ir en contra de lo que te ordenan. —Arroja una bola de fuego blanco y estalla detrás de mí. El sonido de la explosión no es tan fuerte como el viento. Se arremolina tierra y polvo, todo queda cubierto, pero no dejamos de mirarnos, no cumpliré con sus deseos.
—Sí puedo hacerlo —contesto acomodando mi túnica—, lo haré, estoy cansado de acatar órdenes y lo que te sucede es lo mismo que viví con mi abuelo. Él quería morir pero era tan cobarde para hacerlo solo que siempre depositó en toda la familia esa responsabilidad. Me enviaba a comprarle cigarrillos y a mi abuela botellas de vino, así nosotros tendríamos el mismo grado de culpabilidad si algo le sucedía al consumir lo que le habían prohibido. Él murió una tarde de verano por sobredosis de pastillas combinadas con alcohol. Y hasta el día de hoy me arrepiento de no haberlo cuidado.
—Me tienes que liberar, de lo contrario no llegarás a la Montaña Escondida.
De su hocico vuelve a salir el vapor blanco.
—Entonces, no iré —digo como un niño caprichoso.
—Condenarás a las almas más puras al sufrimiento eterno.
—No lo creo —niego seguro y la asesina roja aparece en mi mano—, si yo te asesino y me baño en tu sangre seré inmortal y llegaré a la Montaña Escondida sin tu ayuda.
—No puedes...
—¿Matarte? Sí que puedo hacerlo. —Una sonrisa se dibuja en mi rostro.
—Pero, ¿por qué? —pregunta titubeando.
—Si quieres morir, yo te daré con el gusto.
Me pongo de pie y corro apuntándolo con la espada, esquivo el ataque de su cola saltando y quedando de pie en su lomo. Elevo mi espada y la bajo con todas mis energías mientras grito con fervor.
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