Samia
En la villa de Shirakawa, una chica de 17 años de cabello negro, ojos grandes y labios gruesos con una gran barriga, caminaba mientras trataba de recuperar el aliento, había tocado a varias casas tratando de buscar un trabajo. Pareció encontrarlo en una peluquería que estaba a lado de una panadería.
-¿y tienes experiencia?
-Trabajé como peluquera tres años.
La mujer que estaba en el estante la miró de los pies a la cabeza mientras hacía con sus manos un gesto en la mesa.
-Bien empezarías el lunes.
-Gracias. Dijo la joven. -Emm si no es mucha molestia ¿podría dormir aquí? Por favor, necesito un lugar donde pasar la noche,-usted sabe. -La chica le hizo una gran indicación por su barriga.
La empleada la miró con el ceño fruncido.
-¿y el padre? inquirió.
La chica miró a la empleada y solo pudo bajar la mirada. Estaba sola sin el padre. La dependiente le dijo.
-Lo siento. No puedes quedarte aquí. Y tampoco te daré el trabajo. Busca en otra parte.
-Por favor. Necesito.
Pero antes de que pudiese hacer algo, la mujer ya le había cerrado la puerta. La joven suspiró frustrada, mientras seguía caminando por la villa, mientras que los dolores se hacían cada vez más evidentes. No iba a faltar mucho para que diese a luz, a estas alturas lo daría a mitad de la calle. La joven estuvo tocando las puertas de todas las casas para poder obtener un buen empleo. Pero casi todos los habitantes de Shirakawa le deban la espalda, aunque la joven dijo que podría trabajar atendiendo a los ancianos, todos le cerraron la puerta. La chica se obligó a descansar mientras llegaba a una mansión en las colinas, con mucho trabajo la subió y tocó la puerta. Sentía que estaba muy pronto a desmayarse con su último aliento fue y tocó la puerta. El mayordomo la recibió.
-Por favor,. suplicó..
La joven no le dio tiempo pues cayó desmayada a la puerta, presa de dolores de parto. Al despertar la joven se encontraba en una cama con una empleada atendiéndole. Una pequeña niña de cabello marrón la observaba. La joven madre la miró y le dio una sonrisa.
-Hola. ¿Cómo te llamas?
La pequeña quiso responder pero en ese instante la dueña de la casa apareció, una mujer de cabello negro y mirada austera.
-Yui. Vete.
La niña llamada Yui se fue sin decir ni una palabra dándole una mirada suave a la chica que estaba en la cama siendo atendida por la empleada. La dueña de la casa le dijo a su empleada que se fuera.
-¿cómo te llamas?
-Samia. Perdone es que yo..
-¿Qué edad tienes?
-Acabo de cumplir los 17, señora.
La madre miró a la enorme panza de la joven mujer, y le dijo con una sonrisa.
-No tienes por qué preocuparte. Aquí estarás bien.
-Muchas gracias, señora. Mis padres me echaron de casa, y no tengo a dónde ir.
-Entiendo. ¿y el padre?
La joven solo bajó la mirada sin saber qué decir. La mujer se sentó en la cama y le dijo con gran curiosidad.
-¿tus ojos son rojos?
La joven volteo a mirarla y le dijo con una sonrisa.
-sí. Es una malformación en el iris. Herencia de mi abuela.
-Son muy bellos, Samia.
La chica solo sonrió. Mientras miraba su vientre con cierta tristeza, la mujer que estaba cuidándola paso una mano sobre su vientre.
-Tendrás dos.
-¿dos?
-Sí. Dos.
-¿Cómo lo sabe?
La mujer dio una sonrisa misteriosa y le dijo.
-Ahora descansa.
-Dios no quiera que tenga dos hijos. No podré cuidarlos. Y no cuento con el apoyo de mi familia.
La mujer la miró y le dijo con una sonrisa.
-Sabes. Mi hermana es estéril y siempre ha querido un bebé.
-¿Qué?
-Si lo consideras pertinente, puedes venderme a uno de ellos. Te voy a dar un buen dinero.
La joven madre miró a la mujer y luego su vientre, no estaba segura de aquello. Pero quizás era la única opción que le quedaba es decir, no contaba con un trabajo estable, y aunque fuese un solo bebé no podría cuidarlo tampoco. Ella solo tenía 17 años, no había por donde hacerle. Podría regresar a la casa de sus padres y completar su educación. La chica miró a la mujer
-¿podría venderlos a los dos?
-¿Qué?
-No podré mantenerlos. Usted es de buena familia, podrá darles la vida que yo no puedo darles. Además no crecerán como bastardos.
-Lo discutiremos después, Samia. Por ahora descansa. Tú y tus hijos deben estar bien.
La chica había sido muy bien cuidada por la familia de aquella extraña mujer, de vez en cuando dos niñas de 11 y 12 años iban a la habitación para hacerle compañía a ella, aunque al principio a su madre le molestaba, Samia le dijo que no tenía en problemas en que ellas estuvieran allí. Una noche la niña de nombre Yui se acercó y le dijo.
-¿Será niña o niño?
-No lo sé.
Yui se le quedó mirando y dijo.
-Ojalá que cuando crezca sea el mejor amigo de mi hijo.
-¿tú quieres niños? inquirió la chica.
Yui sonrió y asintió. Samia le sonrió y miró al techo.
-A lo mejor son dos.
Yui sonrió, tomó su mano y exclamó.
-Bueno los mejores amigos de mi hijo. Y si son niñas, pues, una de ellas se casará con mi hijo o hija. Explicó Yui con una sonrisa.
Samia solo sonrió era tan increíble la imaginación que podían tener los niños y tan inocentes que eran.
No faltó mucho para que Samia comenzara a entrar en labor de parta, las contracciones comenzaron a medianoche. Con unos inmensos dolores que despertaron a todos los de la mansión, la mujer bajó las escaleras, acompañada de varias sirvientas y el mayordomo. Samia solo podía gritar, mientras se retorcía en la cama.
-Ayuda, por favor, duele mucho.
-Cálmate, cálmate, Samia. Dijo la dueña de la casa tomando su mano.
-Me duele. Ayyy.
-Tranquila, todo va a salir muy bien. Respira, respira.
-No, puedo, no puedo. gritó por medio de dolores.
-Si, si vas a poder.
Samia intentó respirar, tratando de tranquilizarse, mientras comenzaban las contracciones, la mujer le indicó que respirara. Las contracciones parecían no tener fin, y Samia estaba presa del dolor. Finalmente estas terminaron para dar paso a la expulsión. Fue en esa etapa que la dueña de la casa le indicó a Samia que comenzara a pujar.
-Vamos, tú puedes.
La madre sollozaba mientras comenzaba a expulsar al bebé, éste finalmente salió de ella. Una de las empleadas lo arropó con la cobija comenzando éste a llorar.
-Bien. Muy bien. Hiciste un buen trabajo, Samia
La chica sonrió pero inmediatamente después sintió otro dolor, su cuerpo se estaba preparando para alumbrar a otro bebé.
-Se viene otro. Dijo la madre.-Trae otra cobija rápido.
La joven sirvienta asintió y salió corriendo del pequeño cuarto, mientras la madre se preparaba para dar a luz al siguiente bebé. La joven soltaba lágrimas mientras que dolor la hizo girar su cabeza hacia la almohada. El proceso fue más lento esta vez pero finalmente el segundo bebé nació. Los dos comenzaron a llorar, mientras eran arrullados en los brazos de la abuela.
-¿Qué son? inquirió ella.
-Son varones. Dijo ella.- Tienen tus ojos, Samia.
La mujer de la casa se acercó a la chica para que viese a sus hijos, la joven solo sonrió al verlos, llorando, la joven alzó la mano para tocarlos a ambos. La joven madre quería darles un nombre pero sabía que no tenía caso, vendería a sus hijos cuando recuperara la habilidad de poder moverse.
Durante los siguientes días, Samia desarrolló el mismo apego a sus hijos que cualquier madre, de repente sintió que no quería vender a sus hijos. Ella comenzaba a amarlos, encontraría la forma de salir adelante podría regresar con sus padres y rogarles que la aceptaran, o que alguna amiga accediera a cuidar a los niños. Tal vez, incluso podía pedirles a esa buena señora que la ayudase dándole algo de dinero. Ya había decidido de que cuidaría de los niños.
Cuando la chica pudo recuperarse vio que la señora de la casa estaba cuidando a sus bebés los tenía a los dos en su cuna mientras que comenzaba a arrullarlos con una mirada decididamente maternal.
-¿te sientes mejor, Samia?
La aludida se impresionó pero solo asintió con una sonrisa.
-Me alegra mucho de que ya estás bien.
La chica se acercó para poder ayudarla a arrullar a los niños, ellos seguían dormidos, uno de ellos se había quejado muy suavemente. La mujer emitió una sonrisa al ver a sus hijos, quizás fue su ternura lo que la hizo cambiar de opinión.
-Señora. Creo que cambié de opinión.
-¿Qué? inquirió.
-Me quedaré con mis hijos. Encontraré una forma de..
-Hicimos un trato, Samia. Dijiste que me los venderías.
-Sí. Pero ya he cambiado de opinión. Quiero a mis hijos. Sé que cometí errores en mi pasado pero estos niños no tienen la culpa de..
Justo antes de que pudiese decir algo más el mayordomo la atacó por detrás y le puso un trapo bañado en cloroformó provocando que la chica se desmayara.
-Sácala de aquí. Le ordenó la mujer.
Kaworu conducía su auto a una institución mental a las orillas de un gran mar, haber torturado al primo de su mejor amigo no había sido una gran idea pero no le había quedado de otra, necesitaba averiguar qué había sido de Shinji. Aún lo quería para él. Es más, Kaworu estaba dispuesto a dejar el tema de su venganza contra la familia Ikari, y solo quedarse con Shinji. Lo convencería de que había cambiado. Después de todo, Shinji no era muy diferente de Rono con que fingiera unas cuantas lágrimas de cocodrilo sería que podría convencerlo para que regresara a su lado.
El carro negro se detuvo en medio de un estacionamiento mientras que el chico se bajaba del carro con unos lentes oscuros. El hombre se acercó al centro psiquiátrico donde fue recibido por una enfermera.
-Hola que bueno que está aquí. Le avisaré.
Kaworu solo asintió mientras esperaba en la sala de espera, no había mucha gente esta vez, sabía que nadie venía a los psiquiátricos pues eran centros lúgubres que la gente usualmente evitaba, el peli-blanco podía jurar que él era el único que estaba allí. El chico solo esperó unos minutos hasta que otro doctor le dio la indicación de que pasara. Kaworu así lo hizo
El camino era ver a un montón de locos en sus respectivas habitaciones, algunos tenían la mirada pérdida; otros solo estaban en compañía de las enfermeras. El doctor lo condujo hasta una habitación al fondo a la derecha.
-¿cómo ha estado, doctor? preguntó Kaworu.
-Bien. Gracias al medicamento. No sabe cuán bien le ha sentado.
Kaworu sonrió ante el comentario de aquel hombre. El médico llamó al frente y le dijo.
-Samia. Tienes visita.
Finalmente entre el corredor del pasillo salió una mujer de cabello largo ahora era entre negro y blancos, sus ojos eran rojos, mostraba una mirada pérdida, andaba vestida con el clásico atuendo blanco. La mujer se acercó al joven y le tomó la mano.
-Hola.
-Pensé que te habías olvidado de mí. Ya lo ve doctor, vino, vino.
-Qué gran noticia, Samia. Dijo el aludido. -Bueno yo los dejaré solos.
El ver a su madre en ese estado tan deplorable solo provocaba que a Kaworu se le estrujara el corazón, de no ser por los Ikaris, es que a lo mejor su madre tendría ahora intacta la cordura. Después de todo lo que le hizo pasar la abuela de Shinji. Kaworu odiaba a esa maldita familia.
-En qué has pensado. Preguntó la mujer.
-En nada. Pensaba en lo guapa que estás.
-Guapo tú. Estoy segura de que a tus amigos no les gustaría verte con esta vieja.
Kaworu dio una sonrisa triste y le dijo.
-Para mí tu seguirás siendo muy hermosa.
-Je, je. Tu madre debe estar orgullosa de tener un hijo tan noble y guapo como tú.
Al momento de decir esas palabras, Kaworu sentía que su corazón se arrugaba, pensar que la última vez que él intentó decirle aquella mujer que en realidad era uno de los hijos que había perdido, provocó una gran crisis nerviosa de su parte. La madre de los gemelos nunca se iba a recuperar, y para su estabilidad emocional era mejor fingir que Kaworu era solo alguien externo a ella. Pero tal vez podría compartirle a su madre parte de lo que había pasado.
-Conocí a alguien.
-¿En serio? ¿cómo es?
-Creo que es dulce.
-Me alegro por ti. Ojalá puedas casarte con él.
-Eso espero. Voy hacer todo lo posible por hacerlo feliz.
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