Gonzalo cumple su palabra

Itzel yacía recostada en los brazos de Aidan, y detrás de ellos se encontraba Jane.

Ackley observó sorprendido a su inquilino, Ian se encontraba a su lado, tan asombrado y molesto que hizo sonreír a Aidan de satisfacción. La mirada torva de Louis, de admiración de Andrew, de curiosidad de George y de reproche de Evengeline estaban puestas sobre él.

—¿Cómo es que tienes un Donum si no eres miembro de esta Fraternitatem? —le exigió saber Louis.

—Creo que el mundo no es plano como pensaban —le respondió con sarcasmo.

—¡REVELA tu Sello! —le exigió George.

Aidan sonrió. Había seguido al pie de la letra las indicaciones de Maia, así que no necesitaba de la ayuda de los demás para mostrar lo que quería. Extendió su mano y el Sello dorado de Ardere apareció.

—¿Qué tienes que decir a esto, hermana Ardere? —Louis interrogó a Evengeline.

La joven titubeó. Aidan comprendió que aquel era el fin de todo. Si contaba la verdad podía meter en problemas a Ackley y a Evengeline, a George no le conocía, así que poco le importaba su suerte.

—Venimos de un país lejano —le respondió llamando la atención de todos—. Engañamos a Ackley con un ataque de los Harusdras para que nos diera refugió en su Aldea. Luego nos enviaron a Lumen y a Ardere. Evengeline fue sabia al echarme, así que regresé a Ignis Fatuus.

—¿Por qué están aquí? —le preguntó George molestó al ver a su Clan involucrado.

—Por ella. —Señaló a la joven que habían matado—. Había atacado a nuestro Populo así que la perseguimos hasta aquí. —Si ya había mentido no iba a parar.

—¿Crees que te creeremos? —intervino Ian.

—¡De pana que eres el tipo más estúpido que he conocido! —le reclamó—. ¿Crees que si no fuera por eso, no la hubiese matado? Si fuera su enemigo, lo mismo me hubiera dado que acabaran con Evengeline o con Jane. —Miró con recelo a Evengeline—. No vinimos a usurpar el puesto de nadie, sino a cancelar una deuda de honor.

—En ese sentido es hora de que vuelvan a sus Clanes —le respondió Ackley.

—Es lo que más deseamos. En especial, es lo que yo más anhelo.

Ackley comprendió el mensaje que el chico le quería hacer llegar. Esa sería la última vez que se verían.

Una semana había pasado desde el juicio a los miembros principales de Ignis Fatuus. La tranquilidad había vuelto a la vida de los jóvenes Primogénitos, no así en sus vidas personales.

Continuaban aislados los unos de los otros. Eran más cuidadosos, incluso Dominick, ninguno quería causarle más problemas a Maia y a los suyos de los que ya tenían.

En una de las idas al recreo, Natalia coincidió en el pasillo con Maia, quien había sido abandonada por Ignacio. No habían vuelto a hablar desde su encuentro en la casa de la primera. Maia había cumplido con su parte de guardar el secreto de su pasado, siempre y cuando eso no perjudicara a sus amigos, y Natalia había intentado hacer lo mismo, pero la preocupación de esta por la lejanía de Aidan fue más que suficiente como para buscarla una vez más.

—Sé que no es tu asunto pero debo agradecer tu discreción.

—Te dije que no me metería en tu vida —le respondió.

Ya no era necesario mantener un trato cordial entre ellas.

—Lo sé, y si no hubieras cumplido, Aidan y yo no nos hubiéramos besado —Maia se detuvo, aquella noticia fue una estocada certera—. Definitivamente, Ignis Fatuus tiene palabra.

Le dio un beso en la mejilla, que Maia se limpió con rabia, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Sabía que tarde o temprano Aidan continuaría con su vida, pero ¿por qué tan rápido? ¿Por qué con ella?

Ignacio y Gonzalo se hicieron con el Peugeot de Leticia. Conducían por las calles de Costa Azul con los vidrios abajo, Ignacio recostó su brazo de la ventana, dejando que el viento golpear su rostro, llevaba puestos unos lentes de sol, plácidamente movía su cabeza sobre el sillón al ritmo de la música, entretanto su hermano reía serpenteando el carro en el duro tráfico. Ambos vestían de negro, con camisas mangas cortas. Como le habían prometido a Ibrahim, irían a practicar con él.

Se detuvieron frente a la casa de Sidus, la cual seguía pintada de azul y marfil. Los chicos no se bajaron del auto. Ibrahim salió con su camisa vanguardista negra y Sabrina más atrás, dándole indicaciones de que no estaba obligado a ir y que se cuidara.

Paralizada, la mujer observó a Ignacio, quien se encontraba cerca de ella, tenía un hermoso perfil, por lo que el chico, al sentir que le contemplaban, subió su mano en señal de saludo y continuó imperturbable. Ibrahim abrió la puerta y abordó el auto.

—¡Bendición, mamá! —exclamó.

—Dios te bendiga bebé. —El carro arrancó—. Y te cuide de esos chicos lindos. —Sacudió su rostro y volvió a su casa.

—¿Estás preparado? —le preguntó Gonzalo.

—¿No piensan matarme, verdad? —preguntó un poco nervioso al darse cuenta que estaba entre desconocidos.

Ignacio sonrió viendo a Gonzalo.

—¡Esta Fraternitatem es tan divertida! Todos creen que los vamos a matar. —Se volteó para ver a Ibrahim—. Te puedo asegurar de que saldrás con vida solo si tienes la fuerza suficiente como para aguantar.

—¡Hey! —intervino Gonzalo risueño—. La idea no es matarte sino que no te maten la próxima vez.

—Pensé que Maia vendría.

—Salió con mis tíos —respondió Gonzalo—. Acostumbran comer fuera de la casa una vez al mes entre semana.

Se estacionaron frente a una pared de color marrón marfil, de unos dos metros y medio de alto. Sobre el muro sobresalían algunas palmeras y árboles frutales. Ibrahim contempló las residencias y espacios abiertos que rodeaban el lugar. El portón se abrió y Gonzalo entró.

Frente a él había un amplio estacionamiento, de pretiles con palmas reales enanas, un espacio con techo a través del cual se podía ver un conjunto de piscinas, sillas plegables para tomar el sol, paraguas, palmeras.

Ignacio y Gonzalo bajaron del auto seguido por Ibrahim. Atravesaron el espacio, el cual se abría en forma de "U". A la izquierda estaba el buffet, en la parte derecha un grupo de locales de comidas y accesorios.

Desde la entrada, Ibrahim pudo contar cinco piscinas de diferente tamaños: para niños, para adultos, una olímpica, otra con toboganes, con olas. Cerca de una de ellas habían una churuatas para diez personas, y al lado de las mismas las instalaciones del spa.

—¿Me han traído a un club? —preguntó al observar la escalera que llevaba hasta los yates.

—Es lo que pudimos reservar —confesó Ignacio—. En nuestra sede no te hubieran dejado entrar, eso sin contar que nos echaríamos a todo el Clan de enemigos.

—Pero este es un espacio público.

—Bueno, legalmente es propiedad del señor Jung —confesó Gonzalo—. Un miembro de nuestro Prima, el único que tiene una excelente relación con nuestros padres y con Amina. Así que nadie se enterara.

Los trabajadores que llevaban el Sello de Ignis Fatuus hicieron una leve reverencia ante los Guardianes de su Clan. Ignacio parecía estar en su casa. Caminó hasta la pista de patinaje sobre rueda. Los chicos le siguieron. A un lado de la pista había una botella y unas motas de algodón.

—¿Dónde están las armas? —preguntó Ibrahim.

—Comenzaremos con algo sencillo —el dijo Gonzalo—. Te ayudaremos a manipular tu Donum desde tu interior. —Ibrahim les miró extrañado—. Todos los seres necesitamos del oxígeno que nos ofrece la naturaleza para respirar, tú, por el contrario, puedes crear tu propio oxígeno.

—Eso es imposible. La materia no puede ser creada.

—Tener un Sello y poderes es imposible, convertirte en neutrino más aún —le contestó Ignacio—. Solo queremos que te concentres, que no pienses en respirar como siempre lo has hecho, sino que sientas que el aire emana de ti, que te puede alimentar sin necesidad de que venga del exterior.

—¿Solo debo concentrarme en eso?

—Así es —le aconsejó Ignacio—. Cierra tus ojos, concéntrate en tu respiración, ahora libera tus pulmones y no respires, solo imagina que estás se llenan y vacían de aire.

Ibrahim siguió las indicaciones mientras los jóvenes esperaban a que sucediera algún milagro. El chico abrió sus ojos, su piel comenzó a ponerse más roja que de costumbre, finalmente aspiró con todas sus fuerzas, apoyándose en las rodillas, con una mano en la cintura.

—Esto nos tomará todo el día —le comentó Ignacio a Gonzalo.

—Plan B, Iñaki... El plan B no nos puede fallar.

Le ordenaron volver a hacer lo mismo, en cuanto Ibrahim cerró sus ojos, Ignacio llenó el algodón con somnífero, corrió hacia él y se lo colocó en la nariz. El efecto fue inmediato: cuando Ibrahim intentó respirar, aspiró el somnífero, sus ojos se blanquearon, las piernas le fallaron. Ignacio le ayudó a caer para luego observar a su hermano, quien anonadado, con las manos en la cintura comenzó a negar lo que veía, esbozando una sonrisa de burla.

—¡Se acabo! —le dijo Ignacio.

—¿Qué hacemos?

—Bueno, no se tú pero yo tengo ganas de comer una hamburguesa. Si quieres te invito. —Miró a Ibrahim tendido en el piso—. Por lo menos dormirá un par de horas.

—¿Le dejáremos ahí, tirado? —le preguntó mientras Ignacio se alejaba de él.

—Si te importa podemos recogerlo.

—¡Naaaa! Mejor dejémoslo allí. ¡Quiero una doble carne!

—¡Zalo! —Se volteó a verlo—. Mejor vamos a recogerlo.

Gonzalo sonrió. Entre los dos cargaron a Ibrahim dejándolo tendido sobre una silla playera de madera, debajo de una palmera. Luego de felicitarse por su excelente decisión se fueron a comer hamburguesas.

Cuando regresaron, encontraron a Ibrahim con las manos en el cabello. Evidentemente no recordaba lo que había pasado. Gonzalo comía una barquilla, entretanto Ignacio se echaba la espada que había recogido del auto sobre el hombro.

—¿Qué hora es? —preguntó Ibrahim aturdido.

—Las cinco —respondió Ignacio—. Si quieres puedes ir a comer algo.

—¿Las cinco? No recuerdo nada.

—No tienes nada que recordar —le confesó Gonzalo—. Has estado durmiendo desde que llegamos.

—¿Qué me hicieron?

—Te dijimos que intentaras respirar con tu Donum, pero creo que no entendiste las instrucciones y terminaste aspirando el somnífero.

—¿Me durmieron? —les cuestionó, reclamándole con su tono de voz la acción que habían tomado.

—¡Aiiiins! —Ignacio se aventuró a responder moviendo su rostro de un lado al otro—. Era eso o envolver tu rostro en envolplast.

El rostro de Ibrahim se desencajó: lo estaban entrenando o pensaban ¡matarlo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top