Capítulo 56: La culpa siempre ha sido nuestra
Caminando, conseguí llegar a la habitación del hotel donde se encontraba Minerva alojada con su novio, el número me lo había dicho Lucienne que es un cotilla.
Con una idea perfectamente definida en mi mente, llamé a la puerta con la mano, confiado de que no saliera Marcos a recibirme, ya que sabía que tenía que entrenar hasta tarde por un partido.
De repente, la puerta se abrió, no permitiéndome ultimar mis palabras. Detrás de ella, se encontraba Minerva, que sonreía por algo que había visto en la televisión. Al encontrarme con su perfectamente imperfecta sonrisa, me di cuenta de que había olvidado todo lo que iba a decirle y me quedé como un pasmarote ahí de pie, plantado delante de ella sin saber cómo activarme.
Nada más verme, su sonrisa desapareció, escondió su mirada tras mechones de pelo aleatorios, como si creyera que tapar su mirada tras su pelo la hacía invisible.
— ¿Es divertida la película? — no me salió otra cosa en ese momento.
— Es entretenida, sí — parecía enfadada, cosa que no entendía.
— ¿He hecho mal en venir? — intenté indagar entre los mechones de pelo con los que se estaba tapando.
— ¿Querías desaparecer de mi vida? No puedo creer que no quisieras siquiera ser mi amigo, ¿y ahora te presentas aquí? — definitivamente estaba enfadada, lo supe nada más que vi como se hinchaban ambos agujeros de su nariz.
La puerta se cerró ante mis narices, no permitiéndome continuar la conversación, ni siquiera me permitió explicarme. En un intento de convencerla, saqué mi móvil y me di cuenta al llamar de que no me estaba contestando.
—Ese no es mi móvil, tengo uno nuevo, pero como no quieres ser mi amigo no te he avisado — dijo Minerva con un golpe sonoro, como si estuviera apoyada al otro lado de la puerta mientras hablaba.
— Vamos, Minerva, no iba a desaparecer de tu vida, solo necesitaba un tiempo para asimilarlo — apoyé yo mi cabeza en la puerta.
— ¡Eres un idiota! ¿Cómo puedes hacer eso? Yo creía que eras mi amigo— se escuchó un golpe en la puerta, era un golpe sordo y ahogado, Minerva no estaba enfadada porque la hubiera dejado como amigo, pero nunca me lo admitiría.
— Tienes razón, soy un idiota— opté por darle la razón— . Pero, entre mi idiotez y mi inteligencia anda una idea que nunca podrá marcharse.
— ¿Cuál?— se escuchó como se apoyaba con energía en la puerta para escuchar con detenimiento lo que tenía que decirle.
— Yo no sé muchas cosas, Minerva, soy un mar de dudas, patoso, poco deportista y cuando organizo cosas las estropeo, pero hay algo que siempre voy a saber, y es que— resoplé, era mi confesión interiorizada, esperaba que entendiera mi mensaje— . Es que llueva, granize, haya seísmos, tsunamis u erupciones volcánicas en la Tierra, la primera a la que buscaría sería a ti, ni siquiera llamaría a mis familiares y amigos, porque si te pierdo a ti, lo pierdo todo, sin ti, mi corazón es como un viejo reloj al que le faltan los engranajes principales y esenciales que hacen que funcione como tiene que funcionar.
Minerva escuchó eso, y su presión sobre la puerta se redujo, estaba derrumbada con las rodillas en el suelo, de repente, cuando creí que la presión le había podido, soltó:
— Me cambié de teléfono para no llamarte, la que no puede permitir que seas mi amigo soy yo, porque sé, que llueva, granize, haya seísmos, tsunamis u erupciones volcánicas, e incluso, si cae un meteorito en la Tierra, tu seguirías siendo la persona principal por la que me preocuparía— su confesión, me dejó sin palabras.
— ¿Y qué hacemos, Minerva? Tiramos una amistad de años por la borda, ¿solo porque seamos de corazones inquietos?—esta vez golpeé yo la puerta—. Dime que quieres que haga, y lo haré, te lo prometo, haré lo que sea, con tal de volver a verte, si tengo que hacer terapia lo hago, pero no me pidas que te olvide, sabes perfectamente que eso es imposible, porque eres la única en la que pienso cuando me despierto y la única en la que pienso cuando me duermo, por más que lo intento, y te aseguro que lo he intentado de todas las formas y maneras que existen, te presentas en mis sueños sin pedir permiso y allí te quedas.
—¿Culpamos a la física? ¿Crees que el hecho de que seamos cinéticamente compatibles, eléctricamente inseparables, nos hace potencialmente enlazables?— se llevó las manos a la cabeza con desesperación, desde el otro lado de la puerta podía escuchar hasta su respiración— . He leído hasta en los libros de física para buscarle una explicación—dijo Minerva extasiada.
— ¿La encontraste? Yo creo que la química tiene también la culpa, porque cada vez que me abrazas mis moléculas tienden a explotar y vuelven a crearse desde cero— recordaba algunas lecciones del Instituto.
— Y biológicamente, yo no paro de apartarte la mirada, porque tus ojos me ponen nerviosa, es inevitable, creo que afectas a mis neuronas, las atontas, y no sé cómo reaccionar cuando tengo todos los sentidos anulados— seguimos buscándole una explicación.
— ¿Mis ojos? Si son normales, marrones, oscuros, como los de todos.
— Exacto, son normales, no son verdes, no son azules, son marrones, pero es que para mí, ese marrón con detalles color chocolate y un toque gris en el iris me encanta, Douglas, no puedo evitarlo.
— A mí me gusta todo de ti, quisiera poder enredar mi dedo índice en tu pelo y hacer rulos como cuando éramos pequeños, pero esta vez no te soltaría en la vida.
— Pues, si no podemos culpar a la física, a la química, ni a la biología, ¿a quién le echamos la culpa?— no conseguíamos encontrar el justificante, empecé a creer que no lo había.
— ¿El azar, el destino, la casualidad? ¿Qué probabilidades había de que te fijaras en los cordones desatados de un niño?— eran remotas, casi irrepetibles.
— Minúsculas, pero esa no es la historia al completo— su respiración se ralentizó, ¿había algo que yo no recuerdo de nuestra historia?
— Los cordones solo fueron la excusa, pero ya me había fijado en el chico del cubo de rubik, había algo en cómo caminabas, algo en tu manera de ser, tan tranquilo y olvidadizo, que decidí que tenía que encontrar una manera de hablarte—confesó Minerva.
— ¿Y si no lo hubieras hecho? Ahora no estaríamos aquí, puede que esa sea la razón.
— Créeme, lo hubiera hecho, sino hubiera sido por ti, hubiera querido robarte ese cubo de rubik tan chulo— sonrió tras la puerta.
— Pff, entonces estamos como al principio— me dejé caer más aún sobre la puerta de su habitación.
— Podríamos decir— dijo de repente— . Que la culpa es nuestra, somos demasiado caprichosos— quiso concluir.
— Tenemos que aceptarlo, sí, la culpa es nuestra, esto supera los tejemanejes del universo— quise concluir también.
— Y precisamente por eso, no puedes cruzar esta puerta, Douglas, no voy a abrirte— eso no me lo esperaba.
— ¿Que no me vas a abrir?— no entendía nada.
— Si te abro esta puerta, estoy segura de que no te voy a soltar en la vida, porque te quiero lo suficiente como para saber que esto sería para empezar y no parar nunca — inspiró y expiró con desgana— . Por eso tienes que alejarte tú, porque yo no puedo, jamás podría.
Entonces lo entendí, yo era el que había dicho que no iba a volver, y a la mínima excusa que encontraba volvía, la culpa era de mi corazón, que era un inquieto y caprichoso embaucador.
— Tienes razón, me marcho— me levanté, agarrándome con fuerza al pomo, a pesar de que había una fuerza que me rodeaba y me estaba obligando a volver a sentarme.
Caminaba ya por el largo pasillo de vuelta, estaba metiéndome en el ascensor, le di al número que indicaba la planta baja, pero me di cuenta de que no podía, si había algo que no podía perder era a ella, ya había perdido demasiadas cosas en mi vida.
Puse la mano impidiendo que el ascensor pudiera cerrarse del todo, atravesé el largo pasillo y golpeé la puerta de su habitación con intensidad. Minerva volvió a ponerse al lado de la puerta.
— No puedo, no pienso irme, no puedo perderte— apoyé la frente desesperado en la puerta y dije— . No puedo perderte porque te quiero, y eso no va a cambiar por mucho que me aleje.
— No puedo abrir la puerta, Douglas— sabía que le estaba doliendo lo que estaba diciendo, tenía que ser así, porque a mí me estaba matando, mis moléculas se estaban separando lentamente, partiéndome por la mitad.
— Ábreme, aprenderé a ser tu amigo—me resigné.
— No voy a abrirte, esto es como un juego, si te abro, pierdo mi última vida y estoy eliminada.
— Minerva, necesito verte, he venido hasta aquí y no estoy dispuesto a marcharme— y fue en ese preciso instante cuando las palabras de Lucienne, cruzaron mi mente.
Locuras, ahí tenía la solución.
— Vale, me marcho— con celeridad corrí por el pasillo.
Llegué al ascensor, bajé a recepción, me encontré de frente con el recepcionista del hotel y le dije:
— Me han dicho que avises a la habitación de la señorita Minerva Martín— lo dije de la forma más educada posible, ralentizando por un segundo esa aceleración que estaba invadiendo mi cuerpo.
— ¿Con que motivo?— me miró el treintañero de cejas pobladas y barba rubia.
— Dile que hay un idiota bañándose en la piscina con la ropa puesta, me han dicho que es pariente suyo o responsabilidad suya.
— Lo hago inmediatamente— de repente, descolgó el teléfono y avisó a Minerva, luego volvió a colgar, miró hacia la piscina y comentó— . Yo no veo ningún idiota en la piscina.
— El idiota soy yo— corrí hacia la piscina con la ropa puesta, zapatos y todo— . Quieres física, te voy a dar física, química y biología— me zambullí en el agua salpicando a todo el mundo.
— Oiga, sálgase— me dijo el recepcionista.
— Hasta que no venga Minerva no me pienso mover de aquí— no me movían de ahí ni aunque la piscina tuviera un tapón y lo quitaran.
Esperé quince minutos, puede que media hora, nadie aparecía, comenzaba a cansarme, pero entonces, apareció, con cara de pocos amigos, pero apareció.
— Se puede saber, ¿qué pasaba por tu cabeza para hacer esto?— tenía la respuesta a esa pregunta desde hace rato.
— Estaba probando nuestra teoría, he usado la física para acelerar, la química para que mis neurotransmisores maquinaran este plan y la biología bueno, la biología estaba ahí también, la biología siempre está—me encogí de hombros.
— ¿Con esto pretendías encontrar al culpable?
— Exacto, los culpables somos nosotros, nosotros y las locuras que estamos dispuestos a hacer por el otro— le expliqué.
— Eres idiota— me agarró del brazo y tiró de mí hasta conseguir llevarme hacia al apartamento con brusquedad.
— Te duchas y te marchas— me tiró una toalla, ya dentro del apartamento.
Cuando salí de la ducha, ella estaba sentada en el sillón, mirando fijamente la zona de la entrada al cuarto de baño, esperando a que saliera. Tenía que cambiar el tema de conversación para no llevarme una bronca y eso fue lo que hice.
— Haz una última cosa conmigo y te prometo que te dejo en paz— me froté las manos que aún estaban adormiladas por el frío.
— ¿Que cosa?— se cruzó de brazos mientras con su pierna derecha martilleaba inquieta el suelo.
— Visitar conmigo todos los lugares que no conozco de Canadá, nunca los visité y Noêlle quería que lo hiciera, fue lo último que me dijo— le dejé que asimilara la información y luego continué— . Si haces eso conmigo, prometo no volver a buscarte.
— Mañana, a las nueve, en la calle que está detrás del hotel— me miró poco convencida, pero había aceptado mis condiciones— . Como llegues un segundo tarde, no estaré.
— Eres la mejor— le di sin querer un beso en la mejilla.
— Márchate ya— creo que no se había dado cuenta.
Cogí el camino de vuelta a casa, llegué a mi apartamento y me tiré sobre mi cama con el ordenador en mano, para buscar sitios que poder visitar al día siguiente.
La canción encaja muy bien con toda la escena
Douglas, no te rindas tío, que tu puedees, ya queda poco amigo
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