Capítulo 54: Las monedas pueden determinar tu destino
Por la mañana me levanté, era hora de abandonar Cádiz, me di un paseo por la playa a las ocho de la mañana, porque la siguiente indicación de mi hermana era simple, un billete de avión a Canadá, para hoy, así que tenía que coger una autobús y llegar a Málaga para volar, que mi vuelo era a las cinco de la tarde.
El billete era de ida, pero no era directo, mi vuelo hacía escala en Dublin, por lo que llegaría a mi ciudad natal por la madrugada del día siguiente. Antes de volar fui a la primera farmacia que encontré y le pedí unas pastillas para poder quedarme dormido durante el vuelo, ya que, aunque no le tenía miedo a volar, quería aprovechar todo ese tiempo libre que tenía durante mi estancia en el/los aviones para despejar mi mente y no pensar en nada, porque aún no había comenzado mi viaje y ya me había vuelto a acordar de Minerva. Ella estaría allí, su novio tenía que hacer no se qué de un partido de fútbol.
Antes de coger mi avión, ya con las maletas hechas y todo preparado, Sol, que había venido a acompañarme, se acercó y me dijo:
— Douglas, quiero regalarte algo antes de que te vayas, amigo— dijo desempolvando algo que había sacado de un trapo viejo y raído.
— ¿De qué se trata?— dije intrigado.
— Se trata de algo que encontré en el agua, al lado de una especie de gruta, cerca del lago que visitaste— de repente, Sol me mostró el objeto, se trataba de una moneda rara.
— Es una moneda, pero no es una moneda cualquiera, te puede ser útil para muchas cosas, por ejemplo si quieres ligar, puedes decirle a alguna chica alocada de ésas de las que tú siempre encuentras en tu camino, que se trata de un tesoro que has encontrado, o también te puede servir para cuando llega la hora de tomar una decisión importante— el chico de ojos verdes le dio la vuelta a la moneda y continuó con su explicación— . Tiene una de las dos caras borradas, creo que de la antigüedad, pero si la lanzas al aire, estoy seguro de que todavía te puede servir para elegir un camino dependiendo de si sale la zona en la que hay un dibujo o la zona que está borrada casi al completo— Sol sonrió, estirando las comisuras de sus labios lentamente hacia los lados, y me dio un abrazo antes de marcharse caminando.
Cogí la brillante moneda y la guardé en mi bolsillo, luego con la ayuda de una botella de agua, ingerí la pastilla para dormir y me subí al avión. Después de un viaje tan largo, no podía creer que me encontrara como al principio, solo, porque aunque Ana estaba conmigo antes, la habían llamado por un asunto de trabajo y se tuvo que marchar, una lástima, porque estaba fascinada con la idea de visitar conmigo Canadá.
En el avión dormí plácidamente, solo recuerdo el principio, el avión hacía ruidos raros por la parte del motor derecho, así que nos tuvieron durante unos minutos en tierra, para comprobar que todo estaba correctamente para poder iniciar el vuelo. Lo siguiente que recuerdo es un hombre con un sombrero marrón clásico sentándose a mi lado.
Me desperté cuando estábamos a punto de aterrizar en el aeropuerto de Dublin, me desperecé en mi asiento, me levanté y caminé hacia la salida más cercana, bajé por las escaleras y aproveché para informarme de la hora a la que venía el avión que me llevaría para Quebec.
Tras enterarme de que tenía que esperar aproximadamente dos horas, me senté en unos bancos cercanos a la taquilla de tickets, decidí salir a la calle a comprarme un bocadillo, ya que no había comido nada durante todo el vuelo. Ya con el bocadillo en mano, me llevé un susto tremendo, cuando lo que parecía ser una estatua, me habló:
— Oye chico, ¿te vas a comer el bocata entero?— del susto que me llevé casi desperdicio el bocadillo, estuvo a poco de caer contra el suelo.
— Claro, es mi comida— respondí mirando el bocadillo con hambre.
— ¿No me darías un trozo? Llevo todo el día trabajando al sol, me vendría bien comer un poco—el hombre parecía bastante amable, me dio pena, por lo que decidí darle un trozo de mi bocata y continuar mi camino.
— ¿De dónde eres, chaval?— dijo el hombre disfrazado de estatua.
— Soy canadiense, pero vengo de una viaje— le expliqué brevemente.
— ¿Se te dan bien los esquís? Seguro que estás acostumbrado al frío— siempre que estaba fuera de mi ciudad, encontraba a alguien que me hacía el típico comentario de tópico canadiense.
— Somos personas, tenemos frío como todos, no te acostumbras tanto al frío cuando lo alternas con días de sol, créeme— comenté entre molesto y cabreado.
— Ohh, discúlpame, nunca he conocido a nadie de allí, tenía que preguntártelo ya que siempre me ha surgido esa pregunta para la gente que es originaria de Canadá— sonrió y a la misma vez se disculpó educadamente.
— No te preocupes, no eres el primero que lo hace, ni creo que seas el último— me reí, quitándole importancia, sobretodo, porque quería quitarme al hombre de encima para poder disfrutar de mi comida.
— ¿Por dónde has viajado?— me volvió a interrogar— . Espero que no te moleste que te pregunte chico, por cierto, ¿cuál es tu nombre?— estaba claro que la conversación iba para largo.
— Me llamo Douglas, he viajado por demasiados sitios para relatarle todo el viaje ahora, y tengo que terminarme el bocata antes de que llegue el otro vuelo que tengo que coger— fui un poco frío, quise arreglarlo con el siguiente comentario— . Espero que no me consideres desagradable, pero es cierto que tengo un poco de prisa.
— Respóndeme una última pregunta antes de irte, si no te importa, y ya no te molesto más— el hombre seguía sonriendo tranquilamente, parecía no haberle molestado mi comentario.
— Está bien, no hay problema— se me contagió la sonrisa.
— Es una adivinanza, si la aciertas, te puedes marchar, pero si la fallas, me tienes que dar un abrazo, ¿vale?— me miró de reojo, fue raro y me ofreció su mano para sellar el trato— . Estréchame la mano si aceptas mi propuesta.
— De acuerdo, soy bueno con las adivinanzas— acepté el reto estrechando con decisión su mano.
— ¿Preparado?— hizo un gesto y cuando vio mi afirmación con la cabeza, se aclaró la garganta y procedió a pronunciar la adivinanza— . ¿Qué será? ¿Qué será? Mi adivinanza tienes que adivinar, ¿qué será? Una pequeña liebre francesa, que no sabe cantar, pero que baila elegantemente de pie, ¿lo sabes? ¿No lo sabes? ¿Lo sé? ¿No lo sé?— me estaba empezando a distraer con tanta preguntita seguida, pero la adivinanza era complicada, le di vueltas y vueltas en la cabeza y por más vueltas que le di no hallé la solución, iba a tener que abrazar a ese tipo, debido a este contratiempo inesperado, tomé la decisión de escoger una de las tres opciones que tenía en mi cabeza al azar y decirla en voz alta.
— La escoba— dije con voz sincera, aunque estaba bastante seguro de que me había equivocado y que tenía que haberlo pensado un poco más.
— No es correcto, no es correcto, no es correcto— lo dijo tres veces en mi cara, girando el dedo de un lado a otro, por lo que además de derrotado me sentía nervioso, y estaba comenzando a enfadarme, porque no sabía si era una adivinanza real o me estaba tomando el pelo o el hombre disfrazado de estatua carecía de inteligencia alguna.
— ¿Cuál era la respuesta?— pregunté interrumpiendo sus incesantes bailes, porque quería saber la respuesta y porque quería marcharme cuanto antes.
— El helecho— dijo mientras ponía una mano para taparse la boca mientras se reía por lo bajo— . Sabía que no lo acertarías, nadie nunca acierta.
Como quería marcharme de allí cuanto antes, le di el largo abrazo que me había exigido por perder y me marché.
El largo abrazo había sido una trampa, el hombre disfrazado de estatua, me había robado la cartera del bolsillo trasero de mi pantalón, lo supe nada más que llegó la hora de enseñarle al revisor de tickets el papel que contenía la información sobre el segundo vuelo que me habían dado nada más aterrizar previamente.
Lo más preocupante no era el hecho de haber perdido mi vuelo, lo que de verdad me molestaba era que me había quedado sin dinero para continuar el viaje, por lo que tendría que hablar con Ana y pedirle un adelanto. El aeropuerto tenía al lado una estación de tren antigua, lo que hizo que una de mis ideas aflorara, elegí caminar hacia allí para ver si existía la posibilidad de que algún tren pudiera llevarme a un sitio cercano a mi ciudad natal.
Había sido una mala idea, porque no tenía un euro, más que nada porque no tenía mi cartera, pero lo recordé cuando ya estaba dentro de la estación de tren, mirando los precios de los tickets.
En ese momento, la depresión que había tratado de olvidar, vino de golpe, se me acumularon varios sentimientos a la vez, derrotado y débil, me dejé caer en uno de los bancos de la estación. Dubitativo y sin opciones, decidí dejar que la suerte escogiera mi camino por mí, cogí la moneda en mi bolsillo y la lancé con las siguientes condiciones: dibujo, es hora de volver a casa y dejar el viaje, borrado, continuar el viaje sin volver a quejarme.
La moneda cayó por el lado borrado, y no se quedó ahí, porque cuando fui a hacer el intento de recogerla, una niña pequeña paseando con su madre, sin querer le pegó una patada, luego un hombre viejo con un traje marrón le pegó nuevamente una patada, hasta que se quedó en una esquina de una vieja tienda.
— Chico, eso que es— me señaló el dueño de la tienda al ver que recogía la moneda.
— Es una moneda, creo que antigua, me la regaló un amigo antes de venir aquí.
— ¿Antigua has dicho? Estás en el lugar adecuado, yo puedo decirte si es o no es antigua— me observó atentamente y me indicó que pusiera la moneda en la palma de su mano.
El hombre se metió en su tienda y se colocó sus gafas, para a continuación, ponerse a observar la moneda detenidamente, incluso intentó hacer un arañazo en el borde. Cuando hizo todos los experimentos que quiso, se volvió a dirigir a mí:
— ¿Es de España?— ¿cómo había adivinado su procedencia?
— Sí— me limité a decir al ver el nerviosismo y cuidado con el que aquel anciano trataba a la moneda.
— Te doy dos mil quinientos euros por tu moneda, chico— me ofreció.
Empecé a pensar, con ese dinero podía marcharme, comer bien, podía continuar mi viaje y me permitiría dormir en un buen sitio.
— Tres mil y es tuya— hice una contraoferta, porque había hecho unos cálculos aproximados y esa cantidad era perfecta para los planes que mi cabeza estaba haciendo sobre la marcha.
— Te doy dos mil ochocientos, ni para ti, ni para mí— Sol acababa de salvarme la vida, no me interesaba si la moneda podía valer más, solo quería largarme de allí.
— Es suya, dije estrechando su mano sin pensármelo demasiado.
— Excelente, ¿lo quieres en efectivo?— arqueó una ceja el anciano.
— Sí, voy a hacer una serie de operaciones con ese dinero— sonó a contable, pero ya no podía esconderlo, había salido al exterior mi personalidad más matemática.
— Como quieras— me dio el dinero.
Salí de la estación y pude pagarme un vuelo a Quebec, sobre las cuatro de la madrugada estaba en mi casa. Me eché en el sillón, no me dio tiempo ni de llegar a mi cama.
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