Capítulo 55 (Parte 2)

—¿Qué haces aquí, Laura? —pregunté extrañado, más para mí que para recibir una respuesta. Supongo que no fue muy cortés de mi parte ser tan directo, no improvisar un mejor saludo, pero me había tomado por sorpresa su inesperada visita.

—Hola, Emiliano —me saludó tímida. Por el movimiento de sus manos noté estaba algo ansiosa—. Lamento molestarte tan temprano. Voy de camino a trabajo, pero quería hablar contigo —me explicó, volviéndolo aún más raro. No imaginaba cuál tema no podía esperar—. ¿Estás ocupado?

—Pues... —titubeé—. Algo —admití un poco aletargado, recordando estaban esperándome—. Es decir, ocupado, ocupado ahora no —admití—, pero tampoco desocupado —reconocí. No es que no deseara hablar, pero me parecía de mal gusto dejar a Pao mientras yo me ponía al día.

—Será un minuto —me prometió para tranquilizarme. Quise decirle que tampoco era necesario ir tan rápido, pero ella lo soltó sin esperar, como si no pudiera mantenerlo más dentro de sí—. Ya no quiero esconderme cada que cometo un error —determinó para sí misma—. Primero, quería saber cómo van las cosas con tu papá —lanzó, sacándome de base.

Mi rostro manifestó la confusión, sin entender el sentido de su pregunta, hasta que recordé ella había presenciado nuestro último conflictivo encuentro. Respiré, manteniéndome sereno, no dejaría que el pasado volviera a apoderarse de mí.

—Por fortuna no se ha vuelto a aparecer por aquí —contesté, para no mentir, pero sin entrar en detalles. No era mi tema favorito y supuse que mostrarme evasivo ayudaría a entenderlo. No me gustaba hablar de mi padre con el resto.

Ella asintió despacio, pero me pareció ni siquiera me escuchaba. Había algo más que no la dejaba estar en paz, el verdadero motivo de su visita. Por suerte, no lo retuvo para sí misma demasiado tiempo.

—¿Pao y tú cómo están? —preguntó cuidadosa. Alcé una ceja sin entender a qué se refería. Soltó un suspiro—. ¿Se molestó mucho por lo que pasó? —añadió, siendo más específica. Parpadeé un par de veces, analizándolo, hasta que entendí hablaba de la discusión que nosotros habíamos dejado en el pasado hace un buen rato.

—Las cosas van bien ahora —contesté enseguida. Eso era otra cosa que me gustaba de lo nuestro, ningún problema era lo suficientemente grande para que una charla no lo resolviera.

Laura respiró aliviada, una sonrisa fue brotando poco a poco en sus labios.

—Me alegra mucho escuchar eso —reveló más animada, como si se hubiera quitado un gran peso de encima—. Yo ayer intenté hablar con ella para disculparme por la confusión, pero aún no ve mi mensaje —me contó—, o quizás lo hizo, pero está enfadada conmigo —dijo, hablando consigo misma hasta que reparó seguía delante de ella—. Lo cual sería completamente natural —aclaró deprisa, creyendo me molestaría—. ¿Tú podrías decirle, cuando la veas, que en verdad lamento haberles dados problemas? —pidió—. La disculpa es para ambos —comentó.

—¿Por qué lo hiciste? —la cuestioné de vuelta. La tomé por sorpresa, Laura me estudió extrañada—. ¿Por qué me dijiste que Pao se había visto con mi padre? —quise saber.

Me dio la impresión por la forma en que su semblante se ensombreció que se lo preguntó por primera vez.

—No lo sé, lo hice sin pensar —admitió—. Es decir, no creí que fuera malo —explicó—. Puede que no me creas, pero nunca fue mi intención lastimar a nadie. Aunque, ya sabes —murmuró para sí—, no vale la intención, sino el resultado al final. Supongo que al hacerlo durante tanto tiempo, termino repitiendo mi tendencia de arruinarlo sin darme cuenta —reconoció, reprochándoselo. Yo también pecaba de imprudente, así que no me resultó descabellada su versión. Sin embargo, no logré decírselo porque algo dentro de mí me lo impidió. No sé exactamente qué—. ¿Le dirás que lo siento? —repitió, concentrándose de vuelta

—Le diré a Pao que lo lamentas —acepté—, cuando la vea —añadí casual. 

—Es suficiente para mí. Eres increíble, Emiliano. Muchas gracias —repitió entusiasmada, me agradeció con una sonrisa que se borró al reparar en la hora—. Ahora debo irme o llegaré tarde —mencionó apurada. Caminó sin darme la espalda, agitando su mano—. ¡Nos vemos luego!

Últimamente Laura siempre estaba corriendo, parecía no tener un minuto para descansar, y aunque el cansancio inundaba su rostro, no lo hacía con mayor fuerza que la alegría al estar recuperando el sendero de su vida. Me hubiera gustado felicitarla, en el fondo me alegraba por ella, ver a las personas cambiar para mejor siempre me resultaba esperanzador, pero la sonrisa no terminó de aparecer porque todo fue demasiado rápido y mi cabeza seguía en otra parte.

Descubrí en dónde cuando al regresar encontré a Lila corriendo por toda la casa, intentando a alcanzar una juguetona Pao. Sonreí, sin que ninguna pudiera verme, al escuchar la mezcla de su tierna risa y los ladridos emocionados de la más pequeña luchando por alcanzar a una ágil Pao que parecía estar divirtiéndose como una niña. Su carrera terminó cuando reparó en mí y al frenar, Lila la atrapó. Reconoció la derrota levantándola del suelo antes de abrazarla contenta contra su pecho.

—Pensé que ya te habían embargado —lanzó divertida Pao recuperando el aliento.

—No tienes tanta suerte, mi Pao —admití—. Tendrás que soportarme un rato más —le informé—. Estaba hablando con Laura —mencioné, poniéndola al tanto.

Entonces, sin razón aparente, la sonrisa perdió fuerza. Lila siguió exigiéndole atención, pero a Pao le costó mantenerla entre sus brazos porque mi comentario la había desconcentrado. 

—¿Laura? No sabía que te visitaba tan temprano —comentó distraída, al reponerse.

—En realidad quería hablar contigo —aclaré.

Eso la puso peor.

—¿Ella sabe que dormí aquí? —me cuestionó alarmada. Abrió sus ojos al grado que creí se escaparían y saldrían corriendo en círculos. Cualquiera hubiera creído le había confesado un crimen digno de titular. 

—Por teléfono —añadí, disimulando la sonrisa por su imaginación. Volvió a respirar—. Me dijo que ayer te escribió —le conté, recordándolo. Pao contrajo el rostro, no fue hasta que repasó con su mirada la mesa que descubrió no traía consigo su celular, lo había dejado anoche sobre el buró.

Se puso de cuclillas para depositar con cuidado a Lila en el suelo. Le pidió se quedara tranquila conmigo, pero ella no lo entendió (o tal vez sí, sin embargo, le gustaba más estar con ella) y fue tras ella. Sonreí escuchándola reprenderla con más cariño que severidad y cuando caí en cuenta ambas ya estaban de regreso. Aunque la expresión de Pao, fija en la pantalla, no me dio buena espina.

—Tienes razón —habló en voz alta—. Tengo tres mensajes de Laura y... —Calló un instante, frunciendo las cejas—. ¿Por qué me está pidiendo disculpas por lo de tu padre? —preguntó confundida, no esperó respuesta. Ella misma lo dedujo. Alzó la mirada para encontrarse con la mía—. ¿Ella te lo dijo?

—Laura estaba aquí cuando él me hizo una "agradable visita de cortesía" —le expliqué.

—Pensé que había sido tu padre quien te lo contó —murmuró aletargada.

—No, tal parece que entre sus defectos no está ser un soplón —reconocí con una mueca. Lástima que contra esa cualidad debía enfrentarme a todo lo demás—. Laura comentó que lo reconoció porque los vio hablar una tarde. Según ella no fue intencional —añadí sus propias palabras, sin ninguna opinión de por medio. No quería confundir las cosas, ni que discutiéramos de nuevo.

Pao torció sus labios, meditándolo. Tras un instante pareció llegar a una conclusión. No compartió conmigo cuál. Respiró hondo, negó con la cabeza y me dio una débil sonrisa.

—Ya no quiero hablar de ese día —aceptó. Asentí, a mí tampoco me daba orgullo recordar lo idiota que me comporté—. Mejor explícame, ¿por qué hay más de cien mensajes del club? —cambió de tema por uno más agradable. 

—Un dilema bastante extraño —respondí de buen humor, dejando claro no debía preocuparse. No era nada serio. Éramos el club, nunca lo hacíamos—. Estaba por platicártelo esta mañana —aseguré—, antes de que llegara la notificación de papá.

Pao asintió distraída leyéndolo por su cuenta. Una sonrisita se fue pintado en su rostro a medida avanzaba y en ese corto silencio, mi cerebro tuvo un irracional impulso de lanzar un comentario que apareció de la nada en mi cabeza, pero necesitaba soltar. 

—Confieso que cuando tocaron lo primero que pensé fue que se trataba de él —admití en voz alta—. Creo que ya me tiene traumado —dije riéndome de mí. Pao dejó de prestar atención a sus cosas para mirarme de reojo—. ¿Pao, puedo hacerte una pregunta? —murmuré, aprovechando sus ojos estaban puestos en mí—. Además de esta, claro está —bromeé para romper la tensión.

—Sabes que puedes preguntarme lo quieras —respondió comprensiva.

—¿Qué fue lo que habló contigo mi padre? —lancé sin contener la curiosidad. La cuestión la hizo echar la mirada a un lado con un mohín en los labios, incómoda—. No me enfadaré — prometí, entendiendo que era un tema complicado por mis antecedentes.

Ella volvió a mirarme estudiándome para ver que tanto podía fiarse de mi palabra. Supongo que notó estaba decidido a pensar con la cabeza fría, a no dejarme llevar por las emociones porque al final decidió responder.

—Si te digo la verdad fueron cinco minutos que me parecieron eternos —admitió—. ¿Quieres la versión resumida o prefieres te dé los detalles?

—Te agradecería los detalles —respondí. La única manera de poder tomar buenas decisiones es tener la información completa, aunque nos duela un poco—. Claro si tú quieres contármelos —aclaré deprisa sin presionarla.

Pao asintió, di por hecho sería una charla larga cuando me guio a la sala. Yo la seguía junto a Lila, sin hacer preguntas, hasta que la vi sentarse en el sofá. Golpeó suavemente el lugar a su lado para invitarme a acompañarla. Dejé la silla sin prisas y ella esperó paciente. Bueno, no tan paciente porque apenas me acomodé lo soltó sin más, como si tenerlo dentro le incomodara.

—Me encontró cuando bajé del camión. Estaba esperándome —mencionó—, confieso que me asusté cuando se atravesó en mi camino porque creí era un ladrón o algo por el estilo —contó avergonzada. Sonreí. Aunque me hubiera gustado catalogar la opción como una exageración por su gran imaginación, en un barrio como el mío no sonaba nada fuera de lo común—. Sin embargo, apenas lo vi a la cara lo reconocí. Él pensó que no, así que al notarme un poco asustada aclaró que era tu papá y me recordó nos habíamos visto en el encuentro que tuvieron fuera de casa —me contó.

—¿No usó la palabra "épico" para describirlo? —me burlé, porque a estas alturas reía para no llorar. Ella negó suavemente—. Que decepción.

—Le dije que sí sabía quién era y me pidió hablar. Yo inventé no podía porque llegaría tarde al trabajo...

—Y tu jefe es un maldito explotador —completé.

—Eso me lo guardé porque le tengo cierto afecto a ese insensible —reconoció siguiéndome el juego. Sonreímos—. De todos modos, insistió bastante y me aseguró que no me quitaría ni cinco minutos.

—Siempre utilizan la misma...

Pao ladeó el rostro antes de colocar su índice sobre mis labios, indicándome que me callara porque a ese paso nunca terminaríamos. Okey, no más interrupciones cómicas, le cortaba la inspiración. Sin embargo, había una pregunta importante que no podía guardar solo para mí.

—¿Al menos fue amable contigo? —le pregunté. Más allá de nuestros problemas esperaba se comportara bien con ella, que era inocente de nuestros viejos líos. Ya no importaba si la buscaba o no, solo que no le hiciera daño de cualquier forma.

—No puedo quejarme —aceptó, encogiéndose de hombros—, pero siendo honesta no hablamos sobre mí, todo giró en torno a ti —señaló.

—¿Te dijo por qué volvió? —curioseé intrigado.

Esa era la pregunta que me daba vueltas por la cabeza. Lila, que se había mantenido atenta al borde del sofá, se aburrió de nuestro drama y se marchó. Supongo que adelantó la respuesta no resolvería nada.

—Nada que no te dijera antes a ti —repitió sin poder darme la respuesta que buscaba.

Chisté por lo bajo antes de echar la cabeza atrás, derrotado. Respiré hondo, sintiéndome atrapado en un laberinto, sin encontrar la salida, sin saber qué camino tomar. Todos parecían ir al mismo punto, al final que había intentado evitar. Estaba preguntándome si valía la pena retrasar lo que acabaría sucediendo, tal vez solo estaba engañándome y alargando una agonía que tenía el último capítulo ya escrito.

—Quiero hallar una razón —murmuré con la mirada clavada en el techo, sin querer guardarlo solo para mí—. No puede aparecer simplemente porque quiera enmendar los errores, ¿verdad? —expuse, pero había duda.

Pao, que notó estaba preguntándole si podría ser posible, dibujó una débil sonrisa al entender mi debate.

—No lo sé —admitió honesta, sin poder mentirme. No tener la verdad, jugar a ciegas, me frustró un poco—. A veces lo que hacemos no tiene sentido, en muchas ocasiones las personas somos impredecibles —mencionó. Cerré los ojos, sin querer aceptar esa dura realidad—. Emiliano, no intento justificarlo, solo intento dar con la razón, si es que la hay.

—No puedo imaginarlo arrepentido —escupí en un arrebato de sinceridad. Estaba fuera de mi capacidad creativa—. Juro que me esfuerzo por visualizarlo, pero simplemente me parece tan rebuscado que alguien pueda contradecir sus propios hechos de un momento a otro." Siento haberte abandonado, volvamos a empezar". Tuvo ocho años, Pao, ¿por qué ahora?

—Quizás cambió... —expuso una opción.

Negué sin siquiera considerarlo. No tenía lógica. 

—Pao, la gente no cambia —dicté.

Solo es un engaño que utilizan para obtener el perdón de alguien al que lastimaron, aprovechándose de su amor con el fin de seguir haciéndoles daño.

—Tú lo hiciste —argumentó dando en el clavo. El comentario fue tan acertado e inesperado que alcé la cabeza, mirándola aletargado. Admito lo primero que me invadió fue enfado porque me comparara con él, pero después caí en cuenta no lo había hecho, solo expuso una realidad—. Ahora eres una mejor persona —repitió mis propias palabras.

—Pero no fue fácil, Pao, tardé años.

Las personas no se reconstruyen de la noche a la mañana, la mayoría no lo hacen hasta que algo las hace cuestionarse todo lo que son. Y la respuesta siempre termina doliendo.

—Tú lo has dicho, yo no —expuso.

Reflexioné en silencio la indirecta. No, no era posible.

—Y fue a causa del dolor —destaqué para marcar la diferencia. Dudaba que la pena, la cual evadió, fuera tan intensa para transformarlo—. Nosotros no somos iguales —concluí. No quería parecerme en nada a ese hombre.

—Claro que no, si intenta ganarse tu perdón es porque él lo sabe —mencionó con una sonrisa melancólica. En otras palabras, asumían que yo sería el débil que cedería—. También parece tener claro se equivocó. No sé si eso es arrepentimiento o solo ver la realidad —admitió.

¿Cómo confías en un mentiroso? Nunca lo haces del todo, solo te pasas la vida intentándolo, esforzándote porque vuelva a ser igual a sabiendas nunca lo será. Clavé la mirada en la nada, agobiado entre el deber y el querer que no llegaban a un acuerdo.

—Emiliano, aunque él esté arrepentido —comenzó al verme contrariado, rozando con su índice mi mejilla para que girara la cabeza en su dirección—, no tienes obligación a perdonarlo —me recordó, sonriéndome comprensiva—. Eso debe ser algo que nazca de ti —remarcó colocando su palma en mi pecho—, no porque sea lo correcto, sino lo que tú deseas.

—¿Qué debo hacer? —le pedí un consejo, desesperado.

Ella siempre sabía cuál era el mejor camino y me sentía tan perdido que me aferraba a su mano como un niño que pierde el rumbo. Sus enormes ojos miel, en los que parecían esconderse todos los secretos mágicos del mundo me estudiaron.

—Daría lo que fuera por tener esa respuesta —admitió, recordándome era tan humana como yo. Hay cosas que simplemente están fuera de nuestras manos—. Creo que hablar ayudaría —reveló lo que sabía mejor que nadie. Aunque me hacía el tonto era consciente que mientras no charláramos no podría cerrar el capítulo—, pero no tiene que ser ahora —aclaró—, ni mañana. Tal vez en un mes, o en diez, quizás en años. Emiliano, es hasta que te sientas listo.

—Tengo miedo —solté sin callármelo. Eso era lo que me impedía saltar. La oscuridad en el fondo del abismo, donde no se asomaba una sola pista de lo que podía encontrar.

Y aunque se trataba de una confesión de lo más patética Pao mantuvo su tierna sonrisa.

—¿Quieres contarme de qué? —preguntó despacio.

—De enterarme de algo que pueda doler, de escuchar una verdad para lo que no estoy preparado —confesé.

Asumí durante ocho años lo que causó que papá nos abandonara, pero escucharlo de su boca me aterraba. Sabía que me quebraría al oír en su voz las razones, recitándolas como la condena a un reo de muerte.

—Sé que no son más que palabras —reconocí siendo objetivo. Los hechos los había padecido en carne viva, ¿qué daño podían causar un par de frases vacías?—, pero aún así van a herirme.

—El silencio también lastima al final —me hizo ver.

—Pero los cobardes lo preferimos —hablé para mí, sin orgullo—. En él te refugias, te encierras para no enfrentar lo que sabes terminará acabando contigo. Te hace creer podrás evitarlo de alguna manera, aunque sea un engaño —expuse. Sin embargo, la verdad siempre encuentra la manera de llegar a ti, pese a tus intentos de ignorarla.

—Tienes razón —concedió, asintiendo pensativa—, pero en el silencio toca asumir cargas que no nos corresponden, completar las dudas con respuestas que a veces resultan más dolorosas —describió—. Emiliano, tú ya no mereces llevar esta cruz solo. No es justo para ti no estar en paz porque hay respuestas que necesitas. Ahora sabes dónde están —me recordó arrebatándome un suspiro.

—Pao, aunque tú no lo creas, muchas veces deseé tener la posibilidad de hablar con él, pero siento que si lo hago, estaría traicionándome a mí mismo, a mi honor, a mi dignidad —expuse. Callé, hallando el verdadero punto—, a mi mamá. Después de todo lo que ha hecho por mí, ¿cómo le explico volví a sentarme con el hombre que más daño le hizo?

Dentro de mí sentía le fallaba por mi necesidad irracional de lograr llevar una vida en paz.

—Dignidad... Honor... —repitió con una mirada especial—. Emiliano, eres un hombre con dignidad por lo que haces todos los días. Por la manera en que tomas tus decisiones. Eres un hombre honorable porque jamás has pisoteado a nadie para conseguir lo que deseas...

—En mis condiciones está difícil eso último —hablé para mí.

Fue una buena señal que ambos sonriéramos.

—Y sobre lo de tu madre, el simple hecho que pienses en ella antes que en ti es la muestra de lo mucho que la amas —mencionó  mirándome directo a los ojos—. Emiliano, nadie podría poner en duda tu adoración por ella. Sé que no puedo hablar en su nombre, pero si esto es bueno para ti jamás te lo reclamará. Apuesto que lo único que busca es que seas feliz y una charla no puede borrar el amor que le das todos los días —declaró con total seguridad que me fie de su versión—. ¿Tú te molestarías si ella decidiera un día citarse con él? —me cuestionó, reacomodándose en el sofá.

—No —respondí sin pensarlo, jamás me sentiría con la autoridad moral para reclamarle algo.

—¿Lo ves? Lo suyo es más fuerte que tu padre, que cualquier persona —se corrigió—. Tampoco es como si fueras a despedirte de ella para seguirlo por el mundo —comentó. Hice una mueca de asco que la hizo reír.

—Deberías ser abogada —comenté. Sabía ganarme cualquier discusión y ni siquiera me daba cuenta. Ella negó con una débil sonrisa.

—A mí tu padre, con todo el respeto que él merece —aclaró para no ofender. Reí porque por mí no había problema—, me importa muy poco, solo creo que te hará bien y que tú seas feliz es lo único que me interesa. Piensa que esto no es por él, sino por ti. El perdón nos libera, nos hace sentir menos presos del pasado y nos ayuda a continuar —recitó con sabiduría—. Eso no quiere decir que las cosas deban ser como antes, ni que reconstruirán su relación, solo que las cartas estarán sobre la mesa, te contará su versión, tú podrás decirle lo que sientes y te liberarás de lo que has guardado por tanto tiempo. Cuando al fin puedas sacarlo verás que te sentirás mucho mejor —aseguró tomando mi mano para mostrarme su apoyo.

—Sé que no voy a sentirme en paz hasta que pueda ver ese hombre a la cara —tuve que darle la razón porque de nada me servía negarlo—. Aunque tengo la corazonada que para llegar a esa famosa calma primero debo atravesar la tormenta —adelanté—. Y los fenómenos meteorológicos y yo nunca hemos sido un buen equipo.

—Es posible —reconoció con una risita—, pero si te sirve de algo puedes apoyarte en mí —propuso—. Tal vez no puedo borrar el dolor, eso es muy difícil, sin embargo, yo siempre estaré dispuesta a escucharte, siempre. Conmigo puedes hablar, hablar, hablar hasta que esa piedra a tu espalda pese un poquito menos —me ofreció su consuelo.

—¿Te quedarás conmigo aunque me comporte como un idiota? —le pregunté estando seguro de la respuesta. Ya no tenía miedo de nosotros.

—Bueno, te conocí de ese modo —admitió risueña, arrugando su naricita de muñeca. Sonreí admirando la transparencia de su mirada—. Emiliano, yo quiero estar contigo en los momentos buenos o malos —dictó sin dudarlo, asintiendo con decisión—. Cuando rías o necesites llorar. Soy tan feliz a tu lado que acepto los días oscuros sin quejas a cambio de que nos mantengamos unidos —mencionó—. Porque aunque suene cursi quiero que estemos juntos toda la vida — murmuró apoyando su cabeza en mi pecho antes de abrazarme—. Tu presencia me haces tanto bien, y yo quiero ser lo mismo para ti.

—Cuando hablas así me siento un súper hombre —pensé en voz alta riéndome de mí mismo. Me daba la sensación que si podía despertar un amor tan puro en ella, algo bueno (así fuera una pizca), debía haber en mí.

—Eres más que un "súper hombre", Emiliano. Eres un chico de buen corazón y eso es lo que necesita el mundo. Mi mundo —repitió mis propias palabras—. Es tu autenticidad en todas esas cosas lindas que haces, que nacen sin explicación, la que te vuelve tan especial.

—¿Hablas de los Hot-cakes? Porque déjame confesarte que lo hice con la intención de que me besaras como agradecimiento —reconocí de buen humor. Lo que recibí fue un empujón. Dios, para ser tan pequeña Pao golpeaba duro—. Pero mira como son las cosas que siempre terminan distintas a como una las planea, por ejemplo, yo con el brazo hecho pedazos —exageré mi dolor. Soltó una adorable risa, burlándose de mis dramas—, y en deuda contigo —terminé hablando en serio. 

No existía forma de pagar lo que ella hacía por mí. Pao quiso protestar, pero me adelanté sonriéndole.

—Gracias por hacerme ver que lo mejor es no seguir haciéndome daño a mí mismo, que hay decisiones que debo tomar aunque duelan. Y sobre todo, gracias por quedarte conmigo sin importar si salen bien o mal —destaqué. Existe una diferencia abismal en tu seguridad cuando sabes que alguien tomará tu mano en caso de que el salto deje alguna secuela. Era consciente de que hay guerras que uno debe pelear en solitario, pero que te acompañen mientras curas tus heridas te impulsa a ser más valiente.

—Todo saldrá bien, Emiliano —me animó con una brillante sonrisa, tan digna de ella—. Piensa que lo que suceda con el pasado no puede cambiar el extraordinario hombre que eres ahora —apostó—, la mejor versión de ti mismo. El dolor nos transforma, para bien o mal, tú decidiste hacerlo para bien, sin importar lo mucho que costó, así que debes estar orgulloso de ti —concluyó cariñosa—. Cada que una duda te asalte recuerda lo mucho que creciste y no dejes que nada cambie lo que tanto has luchado por construir.

Reflexioné sus palabras. Mis decisiones me habían llevado a ese momento, también estaba en mis manos determinar si le daba poder al pasado o me aferraba a mi presente.

—Tienes razón —acepté, sonriendo más relajado—. No voy a pensar en el pasado como algo que me gustaría cambiar, porque es imposible, sino en lo que empujó para lo que soy en el presente. Después de todo, ayudó un poco. Vamos, tampoco diré: "Dios, ojalá me atropelle otro camión" —admití sin mentir—, pero sí en todo lo bueno que vino después.

Pao asintió despacio, pero noté estaba apretando sus labios. No fue hasta que, sin importar su esfuerzo por guardar silencio cubriendo su boca, dejó ir una carcajada que entendí que sucedía.

—Perdón, perdón —me pidió avergonzada, abanicándose el rostro—. No quería reírme, no pienses que estaba burlándome, pero es que lo dijiste muy gracioso —me explicó. 

—No te angusties, hazlo todo lo que quieras —la animé—. No sabes lo mucho que me gusta escucharte reír —admití. No había un por qué, pero sonreía sin poder evitarlo—. A veces pienso que es una especie de medicina para mi corazón —le conté tomando confianza, sin importarme si sonaba patético—, así que ahora me viene muy bien.

—Emiliano, no te preocupes, piensa que tras los momentos terribles siempre hubo algo que te hizo sonreír después —me recordó cariñosa—. Tu madre y yo vamos a estar aquí para ayudarte a buscarlo —aseguró. Sonreí escuchándola hablar sin sospechar que ella era el sol tras mi tormenta, lo que le devolvió la esperanza a mi día a día.

—Soy lento —le advertí porque avanzaba, pero no tan rápido como me gustaría.

De todos modos, Pao no borró su dulce expresión.

—No importa cuanto tardes.

—¿Piensas quedarte?

—Toda la vida, o hasta que tú me quieras —declaró mirándome directo a los ojos, tan bella y tierna que fue imposible no sonreírle.

—¿Hasta que yo te quiera? —repetí, meditándolo con una media sonrisa—. Entonces creo nos faltará tiempo. Tal vez una o dos vidas más —acepté porque dudaba tener algún día suficiente de ella. Cada día sentía que una parte más grande de mi corazón le pertenecía—, pero como no sé qué vendrá después —reconocí—, lo único que me queda ahora es amarte cada minuto como si fuera el último.

Pao, ladeó el rostro fingiendo pensarlo, pero la hermosa sonrisa que se le escapó delató su respuesta.

—Me parece un trato justo —concedió.

—No es un trato, Pao —mencioné sincero, negando suavemente—, es una promesa.

Una promesa que no necesitaba una firma o un anillo para tener mi convicción de hacerla valer. Quería a Pao conmigo, todo el tiempo que la vida me permitiera, porque su sola presencia me ayudaba a ser una mejor persona. Cuando la veía, cuando escuchaba su voz sentía que no había dolor que pudiera destruirme.

Ella sonrió tal como lo hacía cada que me escuchaba declararle cuánto la quería. Sin aviso acunó con sus suaves manos mi rostro y acortó la distancia para alcanzar mi boca, besándome para sellar esa promesa entre los dos. Sonreí, cautivado por sus dulces besos que susurraban mi nombre, por la calidez que me inundó al repasar con mis manos su piel y la forma en que pareció buscar mi corazón como si este fuera su refugio. Descubrí que los problemas, las tristezas del pasado, no valían más que las alegrías de mi presente. El presente que ella misma me había ayudado a escribir.

¡Hola! Un nuevo capítulo está aquí. Se vienen dos conversaciones importantes en los próximos capítulos. Una, creo que ya la podemos dar por hecha, la otra es una sorpresa. Preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Cuál es tu olor o aroma favorito? ❤️

Los quiero mucho. Cuídense mucho. 

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