La señora lastoz

Tras dos semanas de lento papeleo, el detective comienza a sentirse frustrado. Es innegable la realidad a la que se enfrenta, contrastada con las historias que leía de niño, su vida llega a parecer insulsa.

Desea ahondar mucho más en el caso del señor André y sin embargo necesita trabajar en otros casos burocráticos. Desearía dejarlos, pero sabe que no puede. Es apenas la primera hora de la mañana y siente que ya ha perdido gran parte del día.

Un contacto de México ha quedado en enviarle expedientes del año 1958. Un par de casos sin conexión y sin embargo la misma marca que pasa inadvertida para los encargados de la morgue. Una bola en la espalda que suele ser ignorada debido a que no pudo ser causa de muerte.

Ha sido difícil obtener aquella información sin levantar sospechas, al menos ha intentado pasar desapercibido.

Alguien toca a la puerta de su oficina y su asistente se asoma tímido.

–La señora Lastoz ha vuelto

El detective pide que la hagan pasar.

Una mujer demacrada y con un aspecto casi mortuorio entra por la puerta. Apenas puede reconocerla.

–Señora Lastoz, sea bienvenida. Gusta un vaso de agua.

La mujer niega con un movimiento de cabeza.

–Hola, me gustaría saber que avances ha tenido la investigación de mi esposo.

–Me gustaría tenerle mejores noticias pero me temo que por ahora no son muchas. La información que nos ha dado nos ha sido de ayuda pero por ahora no tenemos nada nuevo.

–Me lo temía.

El detective siente un nudo en la garganta, a pesar de sus años en esta profesión, de vez en cuando no puede evitar la empatía hacia las personas que buscan de su apoyo. Y la señora Lastoz es alguien por quien es difícil no sentir dolor.

Nuevamente la mujer rompe el silencio.

–No he podido dormir en estas semanas. Despierto en las noches y durante un segundo siento que él estará ahí. Para abrazarme y decirme que nada malo pasará. Que todo fue una mala pesadilla. Pero eso nunca ocurre. ¿Sabe? Habíamos escondido nuestros anillos de bodas en el patio de nuestra casa junto a un hermoso árbol de lavanda. Los íbamos a desenterrar cuando tuviéramos 80 años. De alguna manera creíamos que iba a pasar.

Otra vez la mujer aprieta un pliegue de su vestido mientras ahoga su voz quebrada.

–Yo sabía que no íbamos a vivir 80 años, pero mi André no merecía morir en la calle como un perro. Asesinado por la espalda por no sé qué maldito. Porque a él me lo mataron con toda la saña del mundo.

El detective quiso decir algunas palabras pero ese dolor no merecía ser interrumpido, sabía que intentar animarla solo le volvería un profanador de su pena.

–Pero no vine con usted para desahogar mis tristezas. Eso me encargaré de llevármelo sola. Yo vine a darle más información y hacer un trato.

– ¿Qué clase de trato?

–Uno que sé que no podrá rechazar.

–Hábleme sobre la información

La mujer buscó entre sus ropas y sacó lo que parecía una caja de zapatos envuelta en plástico para comida.

–He llegado a mi casa esta mañana después de mi turno nocturno de guardia de seguridad. ¿No le parece curioso que hasta en eso nos parecíamos? He encontrado mi hogar completamente revuelto.

– ¿Quiere agregar un robo a la investigación?

–Detective, no me robaron nada. No falta nada de valor. Comencé a revisar todos los cuartos. Después la cocina y finalmente el patio. Me tomó un par de vueltas percatarme de que la tierra estaba removida. Y Me aterré de pensar que alguien se había llevado el último recuerdo de mi esposo. Pero, no fue así.

Hasta ese momento el hombre no lograba entender las intenciones de la señora Lastoz. Incluso pensaba que todo se debía a la tristeza que la había enloquecido.

–En esta caja encontrará más información para el caso de mi esposo. Y dentro una carta con la oferta del trato que le he sugerido.

El detective extendió su mano pero fue detenido en seco

–Hay una sola condición por el momento. Esta caja debe ser abierta por usted mañana a las 10 de la mañana. Si lo hace antes yo me daré cuenta y entonces llevaré mi caso a alguien de mayor confianza. Estoy hablando muy en serio detective. ¿Acepta la condición?

El hombre meditó las palabras de la mujer y supo que ella hablaba muy enserio, asintió con su cabeza y tomando la caja la metió en un cajón de archivero, se acercó a un cuadro y escondió detrás la llave.

–Esta llave se quedará aquí hasta el día de mañana. Puede confiar en mí.

–Más le vale detective.

Tan pronto la mujer se fue, el detective pasó todo el día luchando contra el deseo de abrir aquella caja, sin embargo mantuvo la serenidad hasta finalizado el día. La cena. Y la hora de dormir le pareció eternos.

Permaneció entre la vigilia y el sueño toda la noche, como niño que espera a santa Claus. Por su ventana una luna enorme y brillante iluminaba su cuarto y le recordaba que allá afuera alguien había asesinado a André. La pregunta era ¿Quién?

Una mujer mira a la luna. Es brillante. Y como es costumbre de la nostalgia humana, ahora sumida en sus tristezas recuerda con intensidad todas las escenas que vivió con su esposo André. Fue en luna llena cuando tuvieron su primera cita, fue en luna llena cuando le pidió matrimonio. Fue en luna llena cuando hicieron el amor por vez primera. Ella parecía cómplice de ellos dos y sin embargo ahora ya estaba sola. Y nunca lo había notado con tanta intensidad, pero lo amaba. Sabía que no podría vivir el resto de su vida extrañándolo.

Tampoco concebía la idea de estar con alguien más. Ya era tarde para eso. Además, no lo deseaba.

Que hermosa luna lograba ver por la ventana. Sus pies descalzos sentían el frio del banco sobre el cual estaba parada. Se había puesto su vestido de bodas. No había logrado cerrarlo ya que habían pasado muchos años y muchos kilos. Además, André era quien hubiera cerrado su vestido mientras acariciaba sus caderas que (según él) aún seguían siendo sexys.

Que hermosa luna.

A primera hora de la mañana el detective se dirigió a su oficina a abrir la caja. Eran las 9 y media pero no podía soportarlo más. Abriría esa caja sin esperar la media hora faltante.

En aquella caja encontró una hoja doblada como una carta con la frase "Condiciones". Debajo unas fotografías y recortes de periódico. Papeles y demás cosas. También una grabadora. El detective había deducido que esa era la caja de los anillos de la mujer y sin embargo no los encontró.

Desdobló las "Condiciones" y comenzó a leer A medida que leyó la carta su corazón se aceleró. En la carta figuraba el nombre completo del detective y debajo, con una letra que reflejaba tristeza y desesperación decía.

"He pasado el infierno más grande en las últimas semanas. Siempre creí que sería valiente pero nada me preparo para esto. Sería valiente si André moría en su cama, conmigo tomándole su mano. Pero no de esa manera.

Quiero que encuentre a los culpables. Me gustaría acompañarlo pero no voy a reunir las fuerzas para hacerlo. Cada día me desvanezco más y la gente me mira con lastima. Ni André ni yo tenemos familia cercana en el país. En su momento mudarnos de lugar nos pareció una buena idea. Eso fue antes de saber que no podíamos tener hijos.

Finalmente encontrará un testamento en esta caja y la dirección del notario que lo avala. Le pertenece a usted bajo la condición de ocuparlo única y exclusivamente con el paradero de quienes asesinaron a mi esposo.

Ahora puede hacer usted lo que bien le plazca.

He pensado la misma idea en todos estos días. Y creo que esta noche es la mejor para llevarla a cabo. Algo me lo dice. Quizá al final me acobarde y no sea capaz de llevarlo a cabo. Quizá si tenga éxito.

No lo sé. Pero de algo estoy segura. Me siento cansada. Y ya no quiero esto. No sin él"


El detective se agita y busca el número de la señora Lastoz en su celular.

–No, no, no. Por favor, conteste, por favor.


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