Capítulo 8
Tomás tragó saliva cuando lo vio sentado en la silla del escritorio del profesor. Lo primero que atinó a hacer fue buscar a Luisana con la mirada, pero ella estaba tan concentrada en sus apuntes que no levantó la vista en ningún momento. Por un instante pensó que quizás se trataba de un error; habían estado hablando tanto sobre el tema, que quizás su mente le estaba haciendo una jugarreta. Pero cuando Efialtis lo saludó con la mano, luego enseñó sus dientes blancos en una sonrisa pícara, Tomás supo de inmediato que él de verdad se encontraba allí.
Efialtis se paró de su asiento, pasó por delante del profesor, que seguía dando su clase, y caminó por el pequeño pasillo que había entre las filas de bancos para llegar hasta él. Tomás estaba duro como una estatua.
—Hola, Tomás —le dijo, con aquel tono de voz que le ponía la piel de gallina, apoyando una mano sobre la mesa del pupitre—. Luces sorprendido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró Tomás, intentando disimular lo más que podía.
Agradecía infinitamente haber escogido los asientos del fondo, de otra forma, todo el mundo pensaría que estaba loco o algo por el estilo.
—Vine a verte.
—¿Cómo es que puedes salir de mi casa?
Miró a los lados para asegurarse de que nadie estaba mirando.
—Hay muchas cosas que puedo hacer.
En un pestañeo, Efialtis desapareció de su vista. Tomás lo buscó con la mirada por todo el salón, pero cuando estuvo a punto de levantarse, sintió un par de manos tocando su entrepierna.
—No, no, aquí no... —susurró, apoyando los brazos sobre la mesa.
La desesperación se apoderó de él en cuanto aquellas manos invisibles comenzaron a estimularlo. Se pasó la mano por el pelo, tosió, se aclaró la garganta, todo para intentar disimular los jadeos que insistían en agolparse en su garganta cada vez que el cosquilleo subía por su vientre. De pronto, las manos fueron sustituidas por una boca, y en ese momento, Tomás sintió que iba a morirse de vergüenza allí mismo si a alguien se le ocurría mirarlo.
Apoyó el codo sobre la mesa y se llevó la mano a la boca para intentar disimular. Dejó de escuchar la voz del profesor, ya que se había centrado completamente en aquella boca que succionaba y lamía su miembro con hambre. Ni siquiera se había atrevido a mirar bajo su pupitre, y cuando lo hizo, descubrió con espanto que Efialtis no estaba allí, aunque Tomás sabía que era él quien le estaba haciendo eso.
Apoyó ambas manos sobre su pupitre, cerró los puños y se mordió el labio cuando el orgasmo finalmente llegó. Lo hizo con tanta fuerza, que el sabor a sangre invadió su boca de inmediato.
Soltó un suspiro pesado cuando la sensación de cansancio se apoderó nuevamente de su cuerpo. Cerró los ojos unos instantes, y al abrirlos, Efialtis estaba sentado sobre su pupitre.
—Qué lástima... —dijo, relamiéndose los labios —me gusta más cuando puedo escucharte.
Tomás lo miró con reproche, pero Efialtis solo le devolvió otra de sus sonrisas.
—Lárgate.
. . .
—¿Qué te pasó en la boca?
—Si te lo digo te vas a poner histérica.
—¡Tiene que ser una maldita broma! ¿Estuvo aquí? ¿Qué mierda te hizo?
—Mira, a estas alturas yo ya no bromeo, ¿sabes? estuvo aquí, sí. Maldita sea, me la chupó en clase, ¿entiendes lo que digo? ¡Él realmente lo hizo!
Su amiga se peinó el pelo hacia atrás con los dedos, mientras soltaba un resoplido.
—¿Por qué demonios yo no lo vi?
—¡Y yo qué sé! Nadie más que yo lo vio, supongo que él es capaz de controlar eso.
—Esto no debería estar pasando. Se supone que los espectros que invocas no pueden andar por ahí como si nada. Es una maldita locura.
—Yo ya estoy harto de esto. Hablamos del maldito Efialtis todo el tiempo, sueño con él, viene a la universidad, me hace una mamada y luego se esfuma. Me perturba pensar que puede andar suelto por ahí haciendo vaya a saber qué cosa.
—Ah, ahora resulta que abriste los ojos y dejaste de pensar con el pene. Bien, estamos avanzando —replicó Luisana.
—Te recuerdo que fue tu idea todo esto, ¿sabes?
—Pero a ti te entusiasmó bastante cuando comprobaste que sí funcionaba.
Tomás chistó.
—Es inevitable. Estoy decidido a pararlo pero cada vez que aparece... Estoy seguro de que me hace algo para que yo no pueda negarme. Me seduce de tal manera que es imposible poner resistencia.
—Lo sé. Cuando lo vi por primera vez me sucedió algo así. No sé qué diablos hace esa cosa con nosotros, pero cada vez que se te acerca o te toca... —Se frotó los brazos con energía—. Se me pone la piel de gallina de solo recordarlo.
—Lu, no voy a entrar a la siguiente clase. Tengo tanto sueño que siento que terminaré quedándome dormido en cuanto me siente. Me voy a casa, a ver si puedo dormir un poco. En la noche te escribo para darte mi reporte y que sepas que estoy vivo, ¿está bien?
Ella asintió.
Tomás había resuelto darle una copia de llaves a Luisana luego del último incidente. Sabía de sobra que su cansancio era por lo que Efialtis había hecho; había comenzado a sospecharlo, y lo confirmó cuando su amiga le dijo que había dormido durante dos días seguidos.
Se despidieron en la cafetería. Luisana tomó la última clase y regresó a su casa. Al llegar, dejó sus cosas en la habitación, y se metió al baño con el teléfono en la mano.
Su apartamento, si bien era bastante pequeño, tenía todas las comodidades que ella necesitaba, y el precio tampoco estaba tan mal. Podía, por ejemplo, darse el lujo de tomar un baño en la tina, y a ella le encantaba agregar sales minerales, esencias y esas cosas. Era la forma que tenía de relajarse después de una agotadora rutina de trabajo y estudio.
Se quitó la ropa, puso a llenar la tina y cuando estuvo lista, se metió, aun con el teléfono en la mano. Revisó sus redes sociales, y justo cuando estaba por entrar a su correo, escuchó un susurro que pronunciaba su nombre. Lo primero que hizo fue recorrer el baño con la mirada, mientras estiraba la mano para atrapar la toalla, que había dejado sobre el inodoro. No le tranquilizó en absoluto comprobar que no había nadie allí, porque a pesar de que sus ojos no la estaban engañando, ella sabía que Efialtis podía aparecer en cualquier momento, y en cuanto bajó la guardia para regresar la vista al celular, con la firme intención de marcarle a Tomás, Efialtis apareció sentado sobre el borde de la tina.
—¿Me buscabas?
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