Capitulo 10:Cara a Cara al peligro

Elizabeth dormía profundamente, su cuerpo cansado después de un largo día de exploración. El aire dentro de la tienda era fresco, y las sombras del anochecer proyectaban formas abstractas en las paredes. Pero, de repente, un peso suave se posó sobre su pecho, interrumpiendo sus sueños.

Confundida, abrió los ojos lentamente, y lo primero que vio fue una pequeña y curiosa criatura mirándola con ojos oscuros y brillantes. Una nutria diminuta, con su pelaje húmedo y brillante, estaba sentada sobre ella. El animal movía su diminuta cabeza de un lado a otro, como si evaluara a Elizabeth con curiosidad.

-¿Y tú quién eres? -murmuró Elizabeth, todavía adormecida.

La nutria, al parecer nada tímida, se inclinó hacia ella y movió sus pequeñas patas con una torpeza adorable. Elizabeth sonrió y, sin poder evitarlo, acarició al pequeño animal, quien dejó escapar un suave ronroneo.

Se levantó despacio, con cuidado de no espantar a la nutria, y la siguió hasta el borde del río cercano. Mientras la pequeña criatura chapoteaba felizmente en el agua, Elizabeth recordó haber escuchado que las nutrias podían ser domesticadas si se les ganaba con pescado. Decidida a hacer a esta nutria su nueva compañera, buscó en su inventario y encontró algunos pequeños peces que había recolectado durante sus últimas excursiones.

Lanzó los pescados hacia el agua, observando cómo la nutria los devoraba con gusto. Sonrió mientras veía cómo el animal poco a poco se iba acercando a ella, sintiendo que el vínculo entre ambas se fortalecía. "Te llamaré Fluffy", pensó con cariño, mientras la nutria continuaba disfrutando de su comida.

Animada por el éxito inicial, Elizabeth decidió adentrarse un poco más en el río para buscar más peces y seguir alimentando a Fluffy. Sin embargo, estaba tan concentrada en la nutria que no se dio cuenta de que algo peligroso la acechaba bajo la superficie del agua.

A medida que sus pies se sumergían en el agua más profunda, Elizabeth sintió un ligero escalofrío, pero lo atribuyó al frío del río. Sin embargo, de la nada, una mordida afilada se sintió en su pierna. El dolor la golpeó como una descarga eléctrica, y cuando miró hacia abajo, vio cómo un grupo de Mega Pirañas la rodeaba, sus dientes afilados y ojos hambrientos brillando en el agua turbia.

-¡No! -gritó, luchando por liberarse.

Las pirañas se abalanzaban sobre ella con una ferocidad aterradora, mordiendo su pierna con insistencia. Elizabeth intentaba patalear y defenderse, pero los depredadores eran rápidos y agresivos. El agua alrededor de ella comenzó a teñirse de rojo, y el miedo la invadió.

Mientras luchaba por su vida, sacó su arma improvisada, una lanza que había guardado en su inventario, y comenzó a golpear desesperadamente a las pirañas. El dolor en su pierna aumentaba con cada mordisco, pero su determinación no flaqueaba.

Fluffy, la pequeña nutria, se mantenía cerca, nadando nerviosamente alrededor de Elizabeth, como si entendiera el peligro que enfrentaba. Con un último esfuerzo, Elizabeth logró asestar un golpe decisivo a una de las pirañas, lo que asustó al grupo restante y las hizo retroceder momentáneamente.

Aprovechando la oportunidad, salió tambaleándose del río, su pierna gravemente herida y sangrando. Cojeaba mientras se alejaba del agua, con el corazón latiendo frenéticamente y la adrenalina aún bombeando por sus venas. Fluffy salió del agua y se acercó a ella, como si quisiera consolarla, con sus pequeños ojos llenos de preocupación.

-Lo siento, Fluffy -susurró Elizabeth, respirando con dificultad-. Parece que fue más peligroso de lo que pensé.

A pesar del dolor y el susto, Elizabeth sabía que había ganado una valiosa lección: en el Arca, siempre había peligros escondidos, incluso cuando las cosas parecían tranquilas. Pero ahora tenía a Fluffy a su lado, y esa pequeña criatura se había ganado su confianza.

Con Fluffy ahora siguiéndola como su fiel compañera, Elizabeth regresó a su campamento, decidida a curar sus heridas y a no dejar que los peligros del Arca la detuvieran.

Elizabeth se sentía agotada. El dolor en su pierna persistía, pero no quería alarmar a las chicas. Sabía que si se enteraban de la gravedad de su herida, detendrían todo para cuidarla, y no podían permitirse ningún retraso en su viaje hacia las Islas Olvidadas. Se limpió superficialmente la herida con el agua del río, asegurándose de que no quedaran rastros visibles de sangre. Luego, se acomodó en su tienda, con Fluffy acurrucada junto a ella, y se obligó a dormir.

La madrugada transcurrió en un descanso inquieto. A pesar del cansancio, el dolor de su pierna la despertaba cada tanto, pero Elizabeth se negaba a prestarle demasiada atención. "Solo es un rasguño", pensaba. "Puedo manejarlo". Sin embargo, al amanecer, el leve entumecimiento se había convertido en una punzada aguda.

Aun así, se levantó antes que las demás y ocultó cualquier rastro de su herida, apretando los dientes mientras se preparaba para el viaje. El grupo debía llegar a las Islas Olvidadas lo antes posible, un lugar lleno de recursos donde podrían establecerse mejor. No podía retrasarlas ahora. El paisaje era cada vez más desafiante y peligroso, y sabían que necesitarían estar en plena forma.

Mientras caminaban, Sam fue la primera en notar algo extraño. Elizabeth cojeaba ligeramente, su paso no era tan firme como de costumbre. Al principio no dijo nada, observándola en silencio, pero a medida que avanzaban, la cojera de Elizabeth se volvió más evidente. Finalmente, Sam decidió enfrentarla.

-Elizabeth, ¿qué te pasa? -dijo Sam, acercándose a ella y mirándola con preocupación-. No caminas bien. ¿Estás herida?

Elizabeth intentó restarle importancia, sacudiendo la cabeza.

-Estoy bien, solo un mal paso, nada grave.

Pero Sam no se dejó convencer tan fácilmente. Se detuvo y señaló la pierna herida de Elizabeth.

-Eso no es solo un mal paso. Estás cojeando y se te ve el dolor en la cara. Dime la verdad.

En ese momento, las demás chicas también se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Nina fue la primera en cruzar los brazos, mirándola con desaprobación.

-¡Elizabeth! ¿Nos has estado ocultando esto? -Nina la miraba, claramente molesta-. ¿Cómo puedes ser tan descuidada? Si algo te pasa, nos afecta a todas.

Lana y Iris se acercaron rápidamente. Sin darle tiempo a protestar, Lana tiró de la pierna de Elizabeth con suavidad, pero sin aceptar un "no" por respuesta. Cuando levantó el pantalón, todas pudieron ver la gravedad de la herida. Estaba inflamada y aún sangraba levemente.

-¡Esto no es un rasguño! -exclamó Iris, con los ojos llenos de preocupación-. Te podrían haber matado esas pirañas, ¡mira cómo está esto!

Elizabeth suspiró, sintiendo el peso del reproche de sus amigas. No era su intención preocuparlas, pero ahora sabía que ocultarlo había sido un error. Antes de que pudiera responder, Lana ya estaba buscando hierbas medicinales y vendajes en su inventario, mientras Iris preparaba algo para limpiar y desinfectar la herida.

Nina, mientras tanto, se acercó con los brazos cruzados, lista para soltar un sermón que Elizabeth sabía que merecía.

-¿Sabes lo irresponsable que fue esto? -comenzó Nina, su tono severo pero lleno de preocupación-. Estamos en medio del Arca, lleno de peligros, y lo último que necesitamos es que la líder del grupo se descuide de esta manera. ¡Podrías haber empeorado la herida o, peor, podrías habernos puesto a todas en peligro si no puedes defenderte correctamente!

Elizabeth, agotada tanto por el dolor como por las palabras de Nina, solo pudo asentir. Sabía que Nina tenía razón, y la culpa empezaba a acumularse en su pecho. A veces olvidaba que, aunque era fuerte y podía enfrentar muchos desafíos, no podía hacerlo sola, y que sus acciones afectaban a todo el grupo.

-Lo siento -murmuró Elizabeth, bajando la cabeza-. No quería preocuparlas. Solo... no quería retrasarnos.

-Bueno, ya nos hemos retrasado lo suficiente con problemas menores-dijo Lana, mientras limpiaba cuidadosamente la herida de Elizabeth-. Podrías habernos dicho y habríamos resuelto esto desde el principio. No eres invencible, Elizabeth, y no tienes que cargar con todo sola.

Iris, que estaba aplicando ungüentos sobre la herida, asintió.

-Deja que te cuidemos también. Esto se curará más rápido si lo tratamos adecuadamente.

Nina se relajó un poco, aunque seguía con los brazos cruzados, mirándola fijamente.

-Entiende esto, Elizabeth: no puedes tomar estos riesgos sin pensar en nosotras. Somos un equipo, y tu bienestar es tan importante como el de cualquiera de nosotras.

Elizabeth, sintiendo el alivio del tratamiento en su pierna y la calidez de las palabras de sus amigas, finalmente se permitió relajar un poco la guardia. Sabía que tenía que aprender a confiar más en ellas, en lugar de tratar de enfrentar todo por su cuenta.

-Lo entiendo -dijo finalmente, con una leve sonrisa-. Gracias a todas. No lo volveré a hacer.

Las chicas la miraron con un poco de alivio, y Lana le dio un suave golpe en el hombro.

-Eso espero, porque si lo haces, esta vez te arrastraré fuera del río yo misma.

Todas se rieron, aliviando la tensión del momento, mientras Elizabeth se sentía agradecida de tenerlas a su lado, cuidándola como ella también lo hacía por ellas.

Mientras Lana e Iris terminaban de vendar cuidadosamente la pierna de Elizabeth, un suave movimiento llamó la atención de Emily. Al girar la cabeza, notó que algo pequeño y peludo salía del bolso de Elizabeth. Sus ojos se abrieron de par en par al ver la diminuta nutria que emergía, mirando curiosa a su alrededor.

-¡Elizabeth! -exclamó Emily, señalando con entusiasmo-. ¿De dónde salió esa pequeña nutria? ¡No me digas que la domesticó mientras te ganabas esa herida!

Las demás chicas giraron la cabeza hacia Elizabeth y la pequeña criatura, sorprendidas. Fluffy, la otra nutria de Elizabeth, estaba echada cerca, pero esta nueva compañía definitivamente no era parte del grupo hasta ahora. Elizabeth, todavía con una mezcla de cansancio y alivio por el cuidado recibido, dejó escapar una pequeña risa mientras acariciaba la cabeza de la nueva nutria.

-Pues... no es exactamente la mejor historia, -admitió Elizabeth, encogiéndose de hombros-. Pero sí, la encontré anoche mientras dormía. O mejor dicho, ella me encontró a mí.

Nina arqueó una ceja, claramente curiosa, pero aún con un toque de severidad por la imprudencia de Elizabeth.

-¿Así que mientras nosotras dormíamos, tú te dedicaste a domesticar a esta criatura? Y de paso, te ganaste una herida grave, ¿es eso?

Elizabeth asintió, intentando no reír ante la expresión de Nina.

-No fue intencional, lo juro. Estaba dormida cuando de repente sentí algo sobre mí. Me desperté y vi que esta pequeña nutria estaba acurrucada en mi pecho. Me levanté para seguirla, y antes de darme cuenta, ya estaba a orillas del río buscando peces pequeños para dársela.

Sam cruzó los brazos y se inclinó hacia adelante, intrigada.

-¿Y en qué momento te atacaron las mega pirañas?

Elizabeth hizo una mueca, sabiendo que esa era la parte más cuestionable de la historia.

-Ah, bueno... ahí fue cuando todo se salió de control. Estaba tan concentrada en atrapar los peces para ella, que no me di cuenta de que me había metido más profundo en el río. Fue entonces cuando sentí la primera mordida en la pierna. Intenté salir rápido, pero las mega pirañas ya me habían rodeado. Logré espantarlas, pero no antes de que una de ellas me dejara esta herida.

Emily soltó un silbido bajo.

-Vaya forma de domesticar, ¿eh? Si no te conociera, diría que estás loca por arriesgarte así.

Elizabeth se encogió de hombros, aún acariciando a la nutria.

-Bueno, digamos que fue un precio que estuve dispuesta a pagar por ganarme su confianza. Después del ataque, la nutria se quedó conmigo, y aquí estamos.

Iris terminó de ajustar el vendaje y miró a Elizabeth con una mezcla de exasperación y admiración.

-Debes de tener un imán para el peligro, Elizabeth. Pero también tienes un corazón grande... aunque la próxima vez, tal vez trata de no arriesgar tu vida solo por una pequeña criatura, ¿sí?

Elizabeth sonrió, sintiendo el apoyo de sus amigas a pesar de su regaño.

-Lo tendré en cuenta, lo prometo. Pero miren, ahora tenemos una nueva compañera -dijo, levantando a la pequeña nutria, que la miraba con ojos brillantes.

Lana sacudió la cabeza con una sonrisa mientras se levantaba.

-De acuerdo, pero la próxima vez que decidas adoptar animales en medio de la noche, por favor, no te metas con pirañas asesinas.

Todas rieron mientras la tensión en el grupo se desvanecía poco a poco. Elizabeth, aunque agotada, se sentía mejor al haber compartido su pequeña aventura con ellas. Ahora, con la nueva nutria en su equipo, se sentían un poco más completas.

Después de que la risa y las bromas se calmaron, las chicas decidieron que era mejor armar un campamento provisional. Aunque Elizabeth había minimizado su herida, todas sabían que necesitaba descansar y recuperarse antes de seguir adelante hacia su destino: las Islas Olvidadas.

-Es mejor no arriesgarnos -dijo Sam, mirando a Elizabeth con seriedad-. No podemos permitir que esta herida empeore. Necesitamos que estés al cien por ciento para lo que venga.

Elizabeth asintió, reconociendo que su cuerpo ya estaba sintiendo los efectos del agotamiento. Aunque no lo quería admitir, las mordidas de las mega pirañas habían sido más profundas de lo que pensaba. Agradeció en silencio que sus amigas estuvieran tomando la situación con tanta seriedad.

-Yo me encargo de encontrar un buen lugar para montar las tiendas -dijo Iris, ya dirigiéndose hacia un pequeño claro cercano-. Está lo suficientemente lejos del río para evitar más encuentros con criaturas indeseadas, pero también cerca del agua por si necesitamos abastecernos.

-Yo empezaré a recoger madera para las fogatas -añadió Lana, estirándose antes de dirigirse hacia el borde del bosque.

Nina, siempre la más organizada del grupo, ya había sacado provisiones y estaba revisando lo que tenían para asegurarse de que podrían pasar un par de días sin problemas.

-Elizabeth, no te muevas más de lo necesario -le advirtió, mirándola con ojos severos-. Solo siéntate y relájate. Nosotras nos encargamos de todo. Y si te veo intentar hacer algo más, ¡te lo juro que te ataré a un árbol!

Elizabeth levantó las manos en señal de rendición.

-Está bien, está bien. No me moveré. Aunque no sé si me siento mejor con la amenaza de estar atada a un árbol...

Emily soltó una carcajada mientras ayudaba a Nina a organizar las tiendas.

-Hey, si te portas mal, siempre podemos recurrir a eso.

La pequeña nutria, que ya parecía haberse acostumbrado al grupo, se había instalado en el regazo de Elizabeth, haciéndole compañía mientras las demás chicas trabajaban. Elizabeth se inclinó hacia adelante para acariciarla, agradecida por el pequeño momento de calma.

A medida que el campamento se iba armando, los parasaurios se movían cerca, pastando y relajándose, mientras las chicas trabajaban juntas de manera eficiente. Pronto el campamento provisional estaba montado: las tiendas estaban alineadas en semicírculo, con una fogata en el centro, y un pequeño refugio improvisado para proteger los suministros.

Nina y Emily terminaron de montar la tienda de Elizabeth, asegurándose de que estuviera lo más cómoda posible para su recuperación. Mientras tanto, Iris ya estaba preparando algo de comida sobre la fogata, sabiendo que una buena cena levantaría los ánimos de todas.

-Bien, todo listo. -dijo Nina con un tono satisfecho, observando el campamento-. Ahora, solo queda que te recuperes, Elizabeth. No nos moveremos de aquí hasta que estés mejor.

Elizabeth sonrió, sintiendo el apoyo incondicional de sus amigas. Sabía que ellas harían cualquier cosa para asegurarse de que estuviera bien.

-Gracias, chicas. De verdad. -respondió con sinceridad.

Lana volvió con suficiente madera para mantener la fogata ardiendo durante la noche, y todas se sentaron alrededor del fuego mientras Iris les servía la comida. Aunque el día había sido largo y lleno de dificultades, el ambiente en el campamento se sentía cálido y relajado. Las chicas hablaban en voz baja, compartiendo anécdotas y haciendo planes para los próximos días, mientras Elizabeth descansaba y disfrutaba de la compañía.

El día había comenzado tranquilo. Elizabeth y su grupo avanzaban por la planicie a lomos de sus Parasaurios, disfrutando de un raro momento de calma en el mundo salvaje que las rodeaba. Las chicas llevaban varias semanas sobreviviendo en esta extraña tierra, domando criaturas y aprendiendo a valerse por sí mismas en medio del peligro. Cada día era un nuevo desafío, pero ese día, al menos por un breve instante, parecía que la paz las acompañaba.

Elizabeth, como era costumbre, iba a la cabeza del grupo, con su diario en el regazo mientras su Parasaurio avanzaba a un ritmo constante. El viento movía suavemente su cabello, y los sonidos de la naturaleza la envolvían en una especie de trance. Había estado observando con atención a los **Pteranodones** que sobrevolaban la zona, y no podía quitarse de la cabeza la idea de que algún día, de alguna manera, podrían domar esas criaturas.

-¿Te imaginas volar en uno de esos? -preguntó en voz alta, sin apartar la vista del cielo.

Sam, que cabalgaba a su lado, asintió con entusiasmo. -¡Sería increíble! Piensa en lo lejos que podríamos ir. Ya no tendríamos que preocuparnos por el terreno, solo volaríamos por encima de todo.

Nina, siempre más cautelosa, frunció el ceño desde su posición en la retaguardia. -No sabemos si se pueden domar. Quizá sean demasiado salvajes o difíciles de controlar.

Elizabeth sonrió mientras acariciaba el cuello de su Parasaurio. -Recuerdo que decías lo mismo de estas criaturas cuando las encontramos, y mira ahora. -Sus palabras tenían un toque desafiante, y aunque Nina no respondió, su mirada indicaba que comprendía el punto de Elizabeth.

Mientras avanzaban, Elizabeth no podía dejar de pensar en los Pteranodones. Sabía que debían tener algún tipo de patrón, algo que le permitiera acercarse a ellos sin asustarlos. "Debe haber una forma", pensó. Sacó su diario y, con una mano firme, comenzó a dibujar un boceto rápido del Pteranodón que volaba por encima de ellas. Su mirada seguía cada movimiento de la criatura, observando cómo se mantenía en el aire con largas y elegantes alas.

Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un ruido en el bosque cercano captó su atención. Los Parasaurios, sensibles a los peligros, comenzaron a inquietarse. Los movimientos de sus cabezas y el nerviosismo en sus pasos indicaban que algo no andaba bien.

-¿Qué pasa? -preguntó Iris, con los ojos abiertos de par en par.

Antes de que alguna pudiera responder, un rugido ensordecedor rompió el aire. Elizabeth sintió cómo su corazón se detenía por un segundo mientras todas giraban hacia la fuente del sonido. De entre los árboles, emergió una imponente figura: un **Carnotauro**, de aspecto temible, avanzaba hacia ellas con una velocidad aterradora.

-¡Cuidado! -gritó Elizabeth, tirando de las riendas de su Parasaurio para intentar alejarse del peligro.

El Carnotauro, una bestia depredadora de cuernos curvados y dientes afilados, se abalanzó directamente sobre el grupo. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban fijos en una de las monturas. No tuvieron tiempo de reaccionar antes de que la criatura golpeara con su enorme cabeza a uno de los Parasaurios, lanzándolo al suelo con una fuerza brutal.

-¡No! -gritó Sam mientras veía cómo su montura caía herida al suelo, chillando de dolor.

-¡Rápido, debemos ayudarlo! -exclamó Lana, sacando rápidamente su arco improvisado. Pero sabían que luchar contra un Carnotauro no sería fácil. La criatura se movía con una velocidad y fuerza descomunales, y con cada segundo que pasaba, el Parasaurio herido perdía fuerzas.

Elizabeth, sin pensarlo dos veces, asumió el mando de la situación. -¡Iris, distráelo por el flanco! ¡Nina, busca cobertura y ataca desde los árboles! ¡Lana, vamos por el frente!

Las chicas se movieron rápidamente. Iris, ágil y rápida, comenzó a lanzar piedras al Carnotauro para atraer su atención, mientras Nina, escondida entre los árboles, preparaba sus ataques. Elizabeth, con su lanza en mano, avanzó hacia el depredador junto a Lana, que tensaba su arco.

El Carnotauro, furioso y salvaje, lanzó un zarpazo hacia ellas, pero Elizabeth logró esquivarlo a tiempo. El depredador se tambaleaba, pero seguía siendo peligroso. Su mirada se cruzó con la de Elizabeth, y la joven sintió una oleada de adrenalina recorrer su cuerpo. Sabía que, si no actuaban rápido, estarían en serios problemas.

Fue entonces cuando recordó el implante que tenían en sus muñecas. A lo largo de las últimas semanas, habían aprendido que les proporcionaba información vital sobre las criaturas y su entorno. Quizá, solo quizá, el implante podría ayudarlas ahora. Sin perder un segundo, Elizabeth activó su dispositivo, y un pequeño holograma apareció frente a ella. Allí, en una figura tridimensional, estaba el Carnotauro, y junto a él, una serie de datos importantes.

-¡Apunten a sus patas traseras! -gritó, leyendo rápidamente la información. -Es su punto débil. Si lo hacemos caer, podremos huir.

Lana y Nina reaccionaron de inmediato, dirigiendo sus ataques hacia las piernas del depredador. Elizabeth también lanzó su lanza hacia una de las patas, logrando que el Carnotauro perdiera el equilibrio por un momento. La criatura rugió de dolor, tambaleándose hacia un lado, pero no se rindió.

-¡No es suficiente! -gritó Nina, con el rostro lleno de tensión.

-¡Otra vez, juntas! -ordenó Elizabeth, mientras preparaba otro ataque.

Con un esfuerzo coordinado, lograron herir aún más las patas del Carnotauro. La bestia, debilitada y tambaleante, finalmente cayó al suelo con un rugido atronador. Aunque seguía vivo, ya no podía levantarse con la misma rapidez. Estaba derrotado.

Las chicas, jadeantes y exhaustas, se reunieron alrededor del Parasaurio herido, que respiraba con dificultad pero aún estaba con vida. Elizabeth acarició suavemente su cuello, agradecida de que su montura hubiera sobrevivido.

-Debemos irnos antes de que el Carnotauro se recupere -dijo Elizabeth, consciente de que el peligro aún no había pasado por completo.

Con la ayuda de sus compañeras, montaron de nuevo en sus Parasaurios y comenzaron a alejarse del lugar. Mientras avanzaban, el silencio fue tomando el lugar del caos, y los sonidos de la naturaleza volvieron a envolverlas. Elizabeth, aún con el corazón acelerado, miró hacia el cielo una vez más. Los Pteranodones seguían volando con tranquilidad, ajenos al enfrentamiento que acababa de ocurrir.

-Un día -murmuró para sí misma-. Un día, también los domaremos.

Con esa idea en mente, Elizabeth se sintió más decidida que nunca. Habían sobrevivido a otro enfrentamiento mortal, y con cada paso que daban, aprendían algo nuevo. Sus implantes no solo les proporcionaban información, sino que les daban una ventaja que aún no habían comprendido del todo.

-Chicas -dijo, rompiendo el silencio-. Creo que estamos cerca de descubrir algo grande. Estos implantes son más poderosos de lo que pensamos.

Las demás asintieron, aún recuperándose del susto, pero sabían que Elizabeth tenía razón. Estaban aprendiendo, adaptándose, y cada día que pasaba, sentían que se acercaban más al control de este mundo misterioso y salvaje.

Elizabeth lideraba al grupo mientras las chicas cabalgaban en sus Parasaurios, alejándose rápidamente del lugar del enfrentamiento. Todas estaban tensas después del choque con el Carnotauro, pero la adrenalina comenzaba a disiparse, dando paso al agotamiento. Los Parasaurios respiraban pesadamente, recuperándose del esfuerzo de huir del depredador.

-Necesitamos parar -dijo Sam, su voz suave, pero llena de preocupación por el Parasaurio herido-. No podemos continuar sin ver si está bien.

Elizabeth asintió. Sabía que detenerse era necesario, pero la amenaza del Carnotauro aún resonaba en su mente. Decidió llevarlas hacia una zona más despejada donde pudieran tener una mejor visión del entorno y asegurarse de que no hubiera más depredadores al acecho.

Después de un rato, encontraron un pequeño claro bordeado de árboles altos y musgosos, el lugar perfecto para descansar y revisar las heridas del Parasaurio. Elizabeth desmontó, observando a las demás mientras también bajaban de sus monturas. Sam se acercó a su Parasaurio herido, examinando con cuidado el golpe que el Carnotauro le había propinado.

-No parece grave, pero necesitamos asegurarnos de que se recupere antes de continuar -dijo Sam, mientras Lana sacaba algunos de los suministros de primeros auxilios que habían recolectado en sus jornadas.

Mientras Sam y Lana atendían al Parasaurio, Elizabeth no podía dejar de mirar al cielo. Los Pteranodones aún sobrevolaban la zona, sus sombras proyectándose ocasionalmente en el suelo. El aire fresco y la tranquilidad del entorno contrastaban enormemente con lo que acababan de experimentar. Se preguntaba si esas criaturas voladoras también eran peligrosas o si podrían ser, como los Parasaurios, potenciales aliados en esta travesía.

-Esos Pteranodones... -dijo en voz alta, casi sin darse cuenta-. ¿Podrían domarse? Sería una ventaja increíble.

-¿Crees que sería posible? -preguntó Iris, que estaba cerca, intentando relajar la tensión del grupo.

-No lo sé, pero hemos aprendido que todo aquí tiene una manera de ser comprendido. Los Parasaurios parecían inalcanzables cuando llegamos, y ahora son nuestros compañeros -respondió Elizabeth, observando los movimientos en el cielo. Se acercó a su Parasaurio, acariciando su cuello con suavidad.

De repente, una idea cruzó por su mente. Activó su implante, el cual seguía siendo un enigma en muchos aspectos. Su pantalla se encendió, proyectando información sobre su entorno y criaturas cercanas. Había aprendido a usar algunas funciones básicas, pero todavía estaba explorando todo lo que podía hacer.

Con el implante activado, decidió apuntarlo hacia el cielo. El holograma proyectado comenzó a analizar a los Pteranodones. Una serie de datos y características aparecieron en su visión, detalles que podían ayudar a domarlos. Elizabeth sonrió, satisfecha con lo que estaba viendo.

-Parece que se puede hacer -murmuró-. Necesitan un tipo especial de carnada... pescado, probablemente. Y parece que debemos ser cautelosas, ya que son extremadamente ágiles en el aire.

-¿Cómo te das cuenta de todo eso? -preguntó Nina, acercándose con curiosidad.

-Es el implante. Nos da información sobre las criaturas, sus debilidades, cómo interactuar con ellas. Aún no he explorado todo, pero parece que tiene más funciones de las que pensábamos.

Lana, que había estado escuchando, se acercó también, interesada en lo que Elizabeth descubría. -¿Crees que nuestros implantes pueden hacer lo mismo?

Elizabeth asintió, animando a todas a activar sus dispositivos. Una a una, las chicas comenzaron a experimentar con sus implantes, descubriendo que podían proyectar hologramas similares a los de Elizabeth. No solo les brindaba información sobre las criaturas cercanas, sino que también tenía otras funciones útiles: desde la creación de pequeños mapas del terreno hasta la capacidad de escanear plantas y recursos.

-Esto es increíble -dijo Iris mientras estudiaba la información que aparecía frente a ella-. Podríamos haber usado esto desde el principio.

-Quizás todavía no estábamos listas -respondió Nina, su tono más reflexivo-. Todo lo que hemos pasado hasta ahora ha sido un aprendizaje. Ahora sabemos lo suficiente como para usar esta tecnología a nuestro favor.

Elizabeth estaba de acuerdo. Todo en esta tierra parecía tener un propósito, y era como si cada nuevo descubrimiento las llevara un paso más cerca de comprender el verdadero propósito de estar aquí.

Mientras las demás exploraban sus implantes, Elizabeth volvió su atención a los Pteranodones. Sabía que domar una de esas criaturas no sería fácil, pero tener la capacidad de volar podría cambiarlo todo. Quizás sería el próximo gran objetivo del grupo.

De repente, un ruido en los árboles cercanos las puso en alerta. Las chicas levantaron la mirada mientras los Parasaurios se tensaban. Pero, en lugar de un depredador, un **Paraceratherium** emergió de entre los árboles, su enorme tamaño imponiendo respeto. La criatura gigante, similar a un elefante pero aún más colosal, se movía lentamente, ignorando la presencia de las chicas.

-Este lugar nunca deja de sorprenderme -murmuró Lana, observando al Paraceratherium caminar en dirección al río cercano.

Sam, que ya había terminado de curar a su Parasaurio, se unió a las demás mientras miraban a la enorme bestia. -No podemos olvidar que, aunque hemos domado a varias criaturas, siempre hay algo más grande o más peligroso ahí fuera.

Elizabeth asintió. Estaban lejos de ser las únicas dueñas de esta tierra. La fauna del lugar era tan vasta y diversa que, por momentos, se sentían como simples visitantes en un reino que pertenecía a las criaturas que lo habitaban.

-Hay que seguir moviéndonos -dijo Elizabeth, aunque esta vez su tono era más tranquilo-. Pero con lo que hemos aprendido hoy, estoy segura de que podemos sobrevivir más tiempo. Quizá incluso prosperar.

Las demás asintieron, comprendiendo la importancia de los descubrimientos del día. Con sus implantes como guías y una nueva resolución en sus corazones, montaron nuevamente en sus Parasaurios, listas para lo que viniera.

Con un último vistazo a los Pteranodones en el cielo, Elizabeth pensó que pronto, con algo de suerte y estrategia, ellas también podrían volar por los cielos de esta tierra salvaje.

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Buenas noches gente,¿Como se encuentras?,yo agotada por la semana de regreso,quiero informarles que hay Artos cap en borrados pero tengo que editarlos y darles una última revisión,dejando eso de lado la próxima actualización sera entre jueves y sábado,ya que debo revisarlos bien a detalle,eso sería todo lo que debo decir hasta el momento sin más que decir me despido que tengan una linda semana✨🌸

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