Martes, 26/04/16, Oficina del director.


—Vamos, tienes mi permiso.

—Que no, mierda.

—Solo es un golpe.

—¡No quiero golpearte!

—Pues yo tampoco quiero golpearte a ti, —Will se mordió el labio inferior—, créeme que es lo que menos quisiera hacer en el mundo. Pero lo haría. Lo haría ahora porque no me queda de otra.

El comentario descolocó a Nico, visiblemente. Había abierto la boca para responder y se abstuvo antes de empezar, cambiando las palabras y el tono con que las pronunciaba.

—¿Solo para evitar que piensen que dos chicos follaban en el auto de uno de ellos? ¿Es por la parte sucia o es por el «dos chicos»?

Will intensificó la fuerza de su mordida. La mirada de sus ojos azules que se posaba sobre Nico se consumía por el pánico, distanciándose de su focalización. Nico no sabía qué pensar, empezaba a temer a las palabras que Will podría expresar a continuación. De un momento a otro, tan imprevisiblemente como comparece una brisa veraniega, tenía frente a sus narices a una persona que le costaba reconocer.

—Por ambas. No quiero problemas. Y, aunque no quisiera hacerlo, si tuviera que sacar algo a relucir para respaldarme diría que tú fuiste el de la idea. Me lo debes.

—Me lo debes mis pelotas, Will. —Ahí estaba, justo lo que temía. Nico se sintió mal. Nauseabundo. Herido. Enojado. Impotente. No sabía si vomitar, correr, zarandear, o llorar. Cuando se sentía así, hablaba sin contenerse; y es que no le nacía hacer uso de palabras vulgares porque ni si quiera le era necesario usarlas para resultar hiriente, pero las expresiones vulgares y displicentes se convertían en su recurso desesperado por hacer rebotar esas emociones que lo asfixiaban—. Esto no es cuestión de deber o no. Es cuestión de tener dignidad.

Will no lo estaba viendo, aunque su rostro estuviera de frente. No veía hacia ningún punto específico de esa sala de espera, sino que sus ojos bailaban por todas partes, como si así pudiera cambiar la realidad donde se encontraba. Tenía los ojos turbios y ausentes, sumergidos en turbulencias de pensamientos de desconocido contenido para Nico. En su labio inferior erupcionó una bola de sangre que chorreó por su barbilla. Nico vio la gota roja caer en la silla revestida en cuero azul marino, haciéndose plana, ancha y deforme.

—No lo entenderías...

—No puedes decir eso sin intentar hacerme entender. ¿Will...?

La puerta externa se abrió al mismo tiempo que el rubio atentaba a responder. El director ingresó a zancadas presurosas y Nico alcanzó a vislumbrar cómo los labios de Will cambiaban las palabras que iba a decir por un silencioso «por favor» antes de que lo cruzase, rumbo a su oficina.

Ocurrió en segundos. El puño de Nico se estrelló contra la quijada de Will, captando la atención del hombre. El rubio se levantó del asiento, casi saltando, con una mano posada sobre el lugar afectado, pero cuando hizo su amague que ataque hacia Nico, quien había agachado la cabeza sombríamente, la voz del director lo detuvo.

—¡Ya basta!

Incluso Will miraba a Nico sorprendido. El ardor en ojos, ocultos tras la densa cortina negra de su cabello, dirigido a su persona. Dolía. Física y psicológicamente. Fue de esos golpes súbitos que te descolocan por un segundo irreal en el que te parece que sigues ileso y entonces estallan en dolor con la misma brusquedad. Al día siguiente estaría amoratado e hinchado. Pero eso no le importaba tanto como el miedo que le produjo la mirada de Nico.

—¡Señor Di Angelo, respóndame! ¿Por qué golpeó al señor Solace?

La boca de Nico no tembló un ápice. Ningún componente de su rostro lo hizo. Parecía alguien nuevo, completamente hermético, como un caracol que se mete en su caparazón ante las señales de peligro. Como quien desafía a Medusa con los ojos y se convierte en una estatua, desprovista de alma y corazón, congelando una expresión amarga que petrificada se apercibe sombría.

Era una faceta que Will hubo desconocido hasta ese momento, físicamente hablando, pero que conocía bien de los primeros mails que intercambió con Nico y recibió esa realización como un aguijonazo gélido en el pecho.

Rindiéndose, el director inclinó el interrogatorio hacia Will, quien respondió torpemente las mejores mentiras que pudo urdir. Notó los ojos de Nico clavados en su persona, enturbiándose más ante cada mentira. Will intentó arreglarlo, diciendo que fue su culpa que lo hubiesen golpeado, pero aquello solo avivó el enfurecimiento de Nico.

Cuando terminaron, el director sentenció detención para ambos, dos días para Will y tres para Nico. A continuación llamó a los padres de ambos y se evidenciaron las tensiones entre ellos tanto como la que había entre sus hijos.

Vinieron a enterarse del desliz de sus hijos en aquella mañana, de que las calificaciones de ambos había descendido, entre otros detalles que no sumaron bien al caso. El padre de Will apretó sus hombros con fuerza mientras lo guiaba al auto y Will supo desde ya que su hogar no le deparaba nada bueno. Nico se marchó por delante de su padre, sin que ninguno buscase tocar al otro, aunque el señor Di Angelo no despegaba la mirada de fría severidad de su hijo desde su posición.

Nico no volvió a dirigirle palabra o mirada.

Como había supuesto, sus padres lo llevaron derecho hasta su habitación, cerraron la puerta detrás de ellos y le decretaron un castigo. El castigo que Will más temía.

—No volverás a tener contacto con Nico otra vez hasta que aprendas a manejar su relación con más madurez. Nada de correos, nada de citas, nada de visitas. Confiscaremos la llave de tu auto y tu celular. Vigilaremos que cuando uses la laptop únicamente lo hagas por las tareas. No esperaba esto de ti, Will.

Lo último lo dijo en voz más baja, lo cual solo lo hizo peor. Luego el hombre se marchó con el celular y las llaves de su hijo en las manos, mientras el mismo cerraba los ojos, trémulo. Respingó cuando la puerta fue cerrada con fuerza y escuchó a su padre reprender a alguna de sus hermanas afuera. Reconoció la voz de Danuska cuando se quejó, preguntando por su hermano, y luego la de Sofía, secundando la petición, pero dejó de escuchar la conversación al percatarse de que su mamá seguía parada delante suyo, mirándolo, vacilante.

Will no quería tener que enfrentarla a ella y a su decepción condescendiente, pero no podía hacer nada por evitarlo. Conocía a su madre y ella conocía a su hijo. Habían pasado por mucho para aprender a conocerse mejor.

—Deja que se le pase el enojo a tu padre, ya sabes cómo es.

—Tiene razón —declaró Will con voz ronca.

—Es normal enamorarse en secundaria, Will. Es normal que pasen estas cosas cuando los chicos se enamoran. —Pero aun afirmando esas palabras, su madre no podía ocultar el deje inseguro de su voz, como si hablara para convencerse a sí misma o estuviera repitiendo lo que escuchó en algún lugar, sin sentirlo realmente.

Los ojos de Will brillaban, pero se negaba a llorar, al menos en frente de su mamá. Sobre todo frente a su mamá. Tenía debilidad por llorar frente a su familia, y Will quería ser fuerte. Por una vez. Hizo batir sus pestañas y fijó la vista en el suelo, por debajo de las zapatillas de enfermera de madre, unas deportivas blancas que ella mantenía impecable y hallaba cómodas para el diario. Eso le restaría oportunidad a su debilidad de salir, le cortaría las alas antes de que pudiese volar fuera de la jaula de su cabeza.

—No he sabido manejarlo bien... —Pensaba en la cara de su padre al recibir la novedad del descenso de sus calificaciones por la boca del director y en cómo aquello afectaría a largo plazo sus posibilidades de entrar a estudiar medicina en Harvard. La decepción impresa en su rostro y la culpabilidad que creó dentro de sí.

La señora Solace se quedó muda. Pero puso una mano sobre el hombro de su hijo, y en el momento en que éste la miro, atónito, la otra, para luego estrecharlo contra sí.

—Lo harás. No tienes que ser tan duro contigo mismo. Eso fue nuestra culpa... —La voz de su madre se quebró.

—No, no. Ma. Está bien, ¿sí? —Will la apartó, sujetándola por los hombros y le dedicó una sonrisa apagada. Su madre era una mujer alta pero Will ya la había dejado atrás desde los quince años y ahora ella tenía que estirar el cuello para mirar a su hijo a la cara—. Lo pasado es pasado, ¿okay?

Su madre se paró de puntitas y sus pulgares le acariciaron los pómulos con dulzura, cuidándose de no hacerle daño allí donde Nico le había golpeado y sostenía una pila congelada envuelta en una toalla, esta vez tan genuinamente que pudo acariciar también el corazón de su hijo.

Will quería creer en sus propias palabras y en las de su madre pero sus pensamientos no. No querían creer ni escuchar nada más de lo que le gritaban, una y otra vez, como una grabadora destartalada que no sabía cómo apagar. Gritos reflejo de cosas que le habían dicho alguna vez, que transformaban las voces de sus emisores para convertirse en la suya. Ya no eran las cosas que a Will le decían, eran las cosas que Will se decía.

En el momento en que su mamá volvió a prorrumpir en su habitación, Will abrió los ojos. La preocupación se asentó en las facciones ya desgastadas de la mujer mientras Will se daba cuenta de que había anochecido y seguía parado en el mismo lugar, la toalla empapada y la pila que se resguardaba en ella tibia.

Carraspeando y parpadeando para calmar el ardor de sus ojos, recibió el teléfono convencional inalámbrico que su madre había ido a entregarle y volvió a sonreírle lo mejor que pudo para tranquilizarla.

Si antes funcionó, esta vez no lo hizo. Will ni si quiera estaba seguro de haber logrado que sus labios formaran algo que podría denominarse como sonrisa. Incluso así, la mujer respetó su espacio y se marchó.

Will dejó sobre su escritorio la pila envuelta en la toalla y atendió el teléfono, esperanzado, por el lado no hinchado de su cara, pero sus esperanzas fueron destruidas cuando le habló la voz de Charlie y solo pudo sentirse más decepcionado de sí mismo por no alegrarse de recibir una llamada de su mejor amiga.

Caramba —dijo— tus padres se toman demasiado en serio el asunto de tu desempeño académico. Mi madre estaría bailando de felicidad si tuviera tus calificaciones. Las actuales. Se pondría su sombrero mexicano y me dedicaría una serenata al estilo mariachi mientras me invita unos tacos con chili. Pero no te preocupes. Seguiré molestándote por convencional hasta que te devuelvan el celular, como en los viejos tiempos.

Logró arrancarle a Will una sonrisa que le dolió por la hinchazón.

—¿Ya se lo dijiste? —La voz de Charlie se tornó seria.

Will suspiró contra el teléfono y miró por sobre su escritorio la ventana, que estaba medio abierta y dejaba entrar el viento, flameando las cortinas para mostrar las fuentes de luz de distintas tonalidades de la noche.

—No.

—¡¿Qué?! —Charlie se exaltó y Will prácticamente podía verla poniéndose de pie—. ¡Pero tienes que hacerlo! ¡Es tu novio!

«De lo último ya no estoy seguro».

—Por lo mismo no quiero hacerlo. Nico no tiene la culpa de nada.

—Tú tampoco tienes la culpa, pinche pendejo. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo de ayer? —«No lo estoy, después de lo de hoy.»

—Estuve con Nico y eso me hace feliz —contestó con dificultad, en parte por la hinchazón de su cara y en parte por las palabras que pronunciaba—. Puedo ignorarlo, Charlie. Si estoy con Nico... —vaciló, cerrando los ojos— puedo ignorarlo hasta que pare. Puedo aprender a ser fuerte.

—Will...

Will volvió a mirar a la ventana, rodando la lengua por la parte interior de su mejilla.

—Tengo que irme. —Y colgó de inmediato, inhibiendo cualquier réplica de su amiga. Ella volvió a llamar, pero no contestó. Pensó en llamar a Nico para pedirle disculpas, pero sabía que no lo iba a escuchar y que también tendría que haberse llevado su propia repelada de parte de su padre en su casa que habría empeorado su humor.

Al final del día, Will se sentía explícitamente una mierda. En lo que pareció un instante, lo había arruinado todo, en el momento menos apropiado. Aún saboreaba el tacto de Nico, su sonrisa tras el volante, el sonido alegre de su voz. Y entonces su expresión se ensombrecía, sus ojos se cargaban de resentimiento y de sus labios no salía una palabra. Rodó en su almohada hacia un costado y, apretando la cara contra su suave superficie. Por fin, permitió que las lágrimas borbotearan fuera de sus ojos, desgañitándose en la soledad y la oscuridad, hasta que el inconsciente le hizo el enorme favor de lo desconectarlo de la realidad.

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