PRÓLOGO
Novela dedicada a mi madre, con mucho cariño. Gracias por existir y por haberme inculcado ese amor tan grande que le tengo a la literatura. Por haberme enseñado a amar y a valorar las novelas de Jane Austen, Charlotte Brontë, Amanda Quick y Julia Quinn. Te quiero.
BOOKTRAILER:
https://youtu.be/oLn1xTeqw8I
LONDRES, INGLATERRA (Mes de julio)
WIL
—Alteza...
Se oyen unos golpes sucesivos en la puerta, acompañados de una voz bastante familiar, sin embargo, me es imposible detenerme. No me detendría ni siquiera si hubiera un ataque terrorista en el Palacio de Wandor, un desafortunado evento que no está excluido. Carraspeo ofuscado y me pregunto cuál podría ser la razón detrás de tanta urgencia. En teoría, todavía me queda más de media hora de reunión con la directora del orfanato de Notting Hill.
—¡Es urgente! —oigo de nuevo la voz molesta de Antoine, la cual llega desde el exterior de la ridícula oficina en la que me encuentro.
Jadeo exasperado y alzo mi entrecejo con enojo mientras tenso mis manos sobre el trasero redondo de la exuberante pelirroja que está inclinada sobre una jodida mesa inestable, con el sujetador a la vista y los pechos fuera.
—¡Jesús! —junto la boca en un gesto desesperado y agudizo mi timbre bajo una orden ruda—. ¡No es el momento!
No me gusta que me interrumpan y bastante tengo con que ese pingüino que tengo por consejero me persigue a cada paso, para que ahora encima me esté metiendo prisas. Seguro que es una idiotez, como casi todos los compromisos que tengo previstos diariamente. Menos mal que lo tengo todo bajo control y Anto, —aunque me odie profundamente por llamarlo así—, se ha convertido en mi fiel cómplice. Y no por gusto, sino porque está coaccionado. Es lo que hay y, si lo pienso objetivamente, no es mi culpa que rechazara el despido cada vez que se lo ofrezco.
—Su Alteza... —su voz tiembla y eso me indica que es algo de suma importancia— ¡Es urgente!
—¡Ahhhh! —gime la pelirroja y gira su cabeza en mi dirección—.Alteza, debería abrirle. Quizás sea importante —añade con cierto sofoco.
La muñequita de porcelana de constitución delgada, pero con un excelente trasero habla con voz trepidante entre gemido y gemido, mientras que nos tambaleamos los dos sobre el escritorio de las narices, el cual parece que se desplomará de un momento a otro.
¡Diantres!
Esta mesa es pura basura, al igual que este sitio de mala muerte, la oficina de la directora siendo más pequeña que una cajetilla de cerillas.
—No me gusta que me den órdenes, ¿vale? —me relamo los labios y la embisto furioso y ansioso por terminar con lo que he empezado. Mi miembro baila con vigor dentro de ella.
Otro gemido agudo por su parte, posiblemente le esté haciendo daño, ya que estoy que me lleva el diablo. Cada vez que la rabia me fulmina, ahogo mi enojo mediante embestidas potentes, es mi manera de exteriorizar mis frustraciones y lo cierto es que es una manera muy placentera. Enseguida aprieto más su hombro y empotro sus nalgas en mi pelvis, a la vez que pienso decidido que no me iré excitado de aquí, como que arde Londres entero. Está demasiado buena esta chica, a pesar de lo venenosa que es y el disgusto que me ha provocado.
—No era una orden, yo solo pienso que...¡ahhh! —la escucho murmurar y hablar en voz demasiado alta.
Entonces aprieto mi mano en su boca y me inclino un poco sobre ella, de manera que mis labios casi rozan su oreja, al mismo tiempo que me muevo ágil, entrando y saliendo de su cuerpo en busca de mi droga.
—Hablas demasiado —bufo irritado cuando mi excitación disminuye—.Agradece que ahora mismo te está montando el futuro rey, aún después de todo lo has hecho —mi voz suena implacable—. Y encima te dará un cheque, por lo que hazme el favor y cállate. ¡Me desconcentras!
Otra vez los golpes que están por derrumbar la dichosa puerta, golpes que se me antojan más intensos que antes. Me paso una mano por la frente y con la otra aprieto la diminuta teta de la tipa entre mis dedos. Sus pechos son demasiado pequeños, parecen dos nueces, aunque confieso que tiene suerte con sus nalgas musculosas que se me antojan bastante sensuales al brincar turbulentas con cada embestida.
—¡La chica está en Northampston! —el grito del pingüino hace que me detenga bruscamente.
«¡What the fuck!», pienso en mi mente. ( Trad. ¡Qué puñetas/coño!)
Me despego de la pelirroja y me deshago con una mano de aquel plástico que me aprieta, para después lanzarlo rabioso a una pequeña papelera repleta de folios arrugados, que yace al lado del escritorio. Veo que ella endereza su espalda y empieza a colocarse la ropa interior y acomodarse la falda mientras yo me subo la bragueta de mi pantalón de Savile Row. Me arreglo la chaqueta de traje extremadamente alterado y sin dejar de darle vueltas.
«Ella está en Northampton... ¡Seguro que es una jodida broma sin sentido!», me animo por dentro.
—Toma —le tiro el sobre con el dinero al suelo, el cual cae justamente al lado de sus pies—. Con esto tendrás suficiente. Y espero que nunca más... —la amenazo y agito el dedo delante de su morro—. ¡Jamás se te ocurra volver a pronunciar mi nombre delante de las putas cámaras!
—Su Alteza... —intenta hablar y mi rostro se enciende más por la frustración del escándalo que esta mujer ha provocado en los últimos tres días.
No soporto que se hable mal de mí, tengo una imagen que conservar y no tolero la gente mal intencionada, personas sin escrúpulos que quieren hacerse de oro a costa de la Familia Real.
—Ehhh, gracias... —tartamudea—. Y... ¿cuándo lo volveré a ver?
«¿Esta tiparraca se ha fumado algo, o qué?»,
Me muestra una sonrisa de satisfacción al instante, sonrisa que me parece despreciable. Comprendo su alegria, ha conseguido bastantes billetes y ha probado un pene real. Sin embargo, yo me voy hinchado e insatisfecho, la mujer ha despertado mis instintos de verdad y no soy de los que me reprimo mucho cuando se trata de los asuntos de alcoba.
—¡Nunca!—contesto contundente y, acto seguido, me doy la vuelta y agarro el pomo de la puerta.
«¡Mujer idiota!»
Recuerdo de nuevo que esta muñeca pelirroja me humilló en la prensa días atrás. Aprieto el puño cuando recuerdo cómo Su Majestad me obligó a venir hoy aquí, al orfanato donde esa tipa trabaja, para pedirle disculpas y reparar "el daño que he hecho con mi insensatez". Palabras textuales del rey Jaime. Mi padre.
«¡Vaya follada más insípida» , me lamento frustrado.
¿Para esto he perdido el tiempo?
—Ohhhh, Su Alteza —lo primero que veo cuando abro la puerta es la nariz de Anto, pero ni caso, simplemente arreglo mi corbata y giro a la derecha, encaminándome a la salida.
Él sale disparado detrás de mí.
—¿Ha solucionado el asunto con la señora Roten?
—Más que solucionado —respondo evasivo.
—Los periodistas están en la puerta, quieren saber como ha ido la reunión —agiliza sus pasos, intentando alcanzarme y seguir mis zancadas. En cambio, yo solamente miro mi reloj marca Luminoir, intentando averiguar la hora, pero noto que no funciona, por lo tanto le doy un golpe seco con dos dedos. No sé porqué pagué más de veinticinco mil libras por un reloj si ni siquiera funciona. De momento pienso que llevaría un reloj inteligente si el protocolo no lo impidiese.
La pura realidad de mi jodida y a la vez deseada vida —por muchos—, es que la etiqueta rige mi mundo. Y también me rige a mí. Todos deben respetar el protocolo, aunque en gran parte sea una estupidez a niveles inalcanzables, como por ejemplo, en los actos públicos debo llevar traje de alta costura, camisas en tono neutro tipo blanco y...
Aclaro mi garganta, todavía furioso.
Bueno, solo puedo llevar camisas blancas. Además, no está permitido desabrocharme los botones en la parte alta del cuello, aún si estuviera empapado de sudor. Por último, debo llevar un reloj clásico de alto standing, nada de nuevas tecnologías ni redes sociales. Es más, todas mis redes sociales son oficiales y las lleva el encargado de prensa del palacio.
En resumen, deciden hasta sobre los calzoncillos que me debo poner por la mañana y no es ninguna jodida broma. Es Anto el que se encarga de mi ropa, junto a mi estilista y, a decir verdad, creo que se ha empeñado en elegirme todas las mañanas unos putos calzoncillos de viejuno de ochenta años. Así que, para evitar que mi ropa interior sea objeto de disputa en el gran palacio de Wandor, he decidido no llevar. Así tal cual. Nunca llevo puestos ni calzoncillos, ni bóxer.
—Su Alteza...
Cuatro hombres robustos me están esperando en la entrada principal del orfanato, fuera del área de la prensa e inclinan la cabeza mostrándome respeto al verme llegar.
—Nos vamos ya —aviso y aliso mi corbata con la palma de mi mano.
Mis hombres me rodean completamente y nos acercamos a un elegante Rolls Royce que está esperando en la puerta. Saludo a la prensa con la mano y me pongo en modo "futuro heredero de la corona".
—Su Alteza, príncipe Wilhem...príncipe... —escucho de fondo y bufo con disimulo ante semejante cuadro familiar—. ¿Ha llegado a un acuerdo con la señora Roten?
—Sí —les sonrío muy amable—, está todo solucionado. La señora Roten ha asumido su culpa y me ha pedido disculpas.
—¿Le ha explicado por qué le llamó arrogante e insensible? —otra voz intensa desde el fondo, mientras soy testigo de cómo los jodidos periodistas se matan literalmente por llegar a mí.
«Si fuera Hitler, vosotros seríais los primeros que entraríais en la cámara de gas, imbéciles», pienso furioso.
—Para llamar la atención... —me encojo de hombros despreocupado antes de montarme en la parte de atrás del Rolls Royce—. No sería la primera vez que usan palabras despectivas para captar mi interés y conseguir algo a cambio. Pero mejor dejarlo todo atrás, solamente me gustaría añadir que me siento muy feliz de haber podido ayudar a esos pequeños —les guiño el ojo y todos ellos me sonríen. Las periodistas las que más, además de agitar las pestañas sofocadas ante mi impetuosa presencia.
Siempre me los meto en el bolsillo a todos. Debe ser así.
Me abrocho el cinturón tras despedirme con un gesto elegante.
—¡Habla! —vuelvo a tomar mi pose no ficticia y miro a Anto con las cejas encrespadas, una vez que el automóvil se pone en marcha—. ¿A qué demonios te referías con que la chica está en Northampton?
Este me mira incómodo, preparándose para el inevitable terremoto de diez grados escala Richter que sacudirá el coche y después el Palacio de Wandor.
—Lo cierto es que...
—¡¿Qué?! —le grito con impaciencia.
—Ha aparecido, y esta vez es de verdad.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque se ha hecho una prueba de ADN.
—¡Mentira! —muevo la cabeza agitado y aprieto mi mano en mi rodilla, mientras chirrío los dientes.
—Ojalá, pero no.
Lo miro incrédulo y un tanto sospechoso.
¿Será verdad?
Miro por la ventana al borde de la histeria y enlazo mis manos con nerviosismo.
—Quiero saberlo todo de ella —dictamino—. ¡TODO!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top