Capítulo 36: Ubicación.

Abrió los ojos poco a poco, parpadeando unas cuantas veces para acostumbrarse a la tenue luz que emanaba ese lugar. Se paró despacio tambaleándose de vez en cuando debido al mareo que estaba teniendo, sosteniéndose de la pared evitó caerse mientras su vista se enfocó mejor.

Estaba en una especie de prisión o calabozo por lo que podía visualizar. Paredes de piedra, una gran reja que daba a un pasillo alumbrado solamente por antorchas colgantes. Si era un calabozo.

"¿Keira?" escuchó en su mente la voz de Kellan.

— ¡Kellan!— gritó alegre, debido a eso se cubrió la boca con ambas manos por reflejo del temor que la hayan escuchado.

—Keira... —su voz sonó como eco. Ahí es cuando se dieron cuenta que estaban uno al lado del otro. Keira se acercó la reja sacando su mano haciendo algunos movimientos para que la luz le hiciera sombra y Kellan la pudiera ver si es que estaba a un lado de ella. —Keira, estás aquí. —también sacó su mano intentando tomar la de ella, sin embargo, los barrotes los separaban.

— ¿Estás bien? —fue lo primero que salió de los labios de Keira, la preocupación la estaba carcomiendo en ese preciso instante que no tenía cabeza si para preguntar en dónde se encontraban, eso pasaba a segundo plano.

—Eso debería de preguntarlo yo. —comentó soltando una risa que hizo sonreír a Keira. —Estoy bien, ¿tú estás bien?

—Sí. Pero... ¿dónde estamos?

—No lo sé. —vio a todas partes. —Algo bloquea mi sentido de la orientación.

—Yo tampoco puedo comunicarme.

Ambos miraron alrededor intentando encontrar una salida, algún método que pudiera ayudarles para abrir la reja, o hacer un hoyo o algo por el estilo.

—Keira, intenta comunicarte de nuevo, yo voy a intentar de hacer una apertura. —mencionó con voz calmada para no alterar más a Keira debido a la situación.

Intentó usar un poco de su control de fuego para crear algún pasadizo o escape, más no tuvo el éxito deseado. Algo bloqueaba cualquier intento de daño hacia la celda, una especie de escudo protector. Keira sentía el mismo efecto, no podía comunicarse con Athan o con ninguno de los demás, era el mismo efecto que cuando estaba en la casa de Kellan.

Su concentración fue interrumpida por el fuerte sonido de la puerta rechinando al abrirse. Por inercia, ambos se acercaron a los barrotes para ver mejor a su captor. La sorpresa fue de Keira al reconocer aquellos rostros y cabelleras rubias.

Eldan y Belden.

—Nos volvemos a ver. —dijo Eldan parándose frente a los barrotes de la celda de Keira.

—Así que eras tú, debí imaginarlo. —frunció un poco sus labios sin quitar su vista del elfo.

—Has cambiado desde aquella vez en el callejón, Keira. —esbozó una sonrisa de medio lado.

Keira levantó la ceja izquierda con un poco de confusión. No se había percatado que había cambiado, era natural que lo hubiera hecho dados los acontecimientos ocurridos últimamente.

—Me buscabas a mí, déjalo ir a él. —trató por un momento negociar con él, ganándose solamente un sonrisa ladina de su parte.

— ¿Enserio creíste que eras a la única que perseguíamos?

No necesitó decir nada más para que Keira se pudiera dar cuenta que ya sabían de la existencia de Kellan incluso mucho antes que ella. Lo estaban buscando también a él, después de todo era el complemento de su propia naturaleza, el sol. Con eso en mente era sencillo suponer e, incluso asegurar, que si iban por ella primera lograrían que Kellan fuera por ella ocasionando que capturaran a ambos matando dos pájaros de un tiro.

Era obvio si le ponía mucha atención, sin embargo, como ella no conocía de su existencia nunca se le cruzó por la mente aquel echo tan importante.

Belden abrió la celda de Kellan y Eldan la de Keira. No pudieron ni siquiera intentar escapar ya que ambos elfos los ataron imposibilitando cualquier movimiento que quisieran hacer para logar conseguir su libertad.

—Mejor se quedan quietos, de no hacerlo nosotros seremos el menor de sus problemas. —comentó Belden con una sonrisa burlona al mismo tiempo que empujaba a Kellan para caminar.

Salieron del calabozo prácticamente a empujones, solamente el eco de sus pasos se podía escuchar siendo el perfecto acompañante de aquella aura fría que se podía sentir en el aire. Todo el lugar era oscuro, solamente iluminado por la luz tenue del rubí incrustado en las paredes, esa ligera luz le daba un toque más siniestro al lugar.

Bajaron las escaleras para encontrarse con dos chicos dándoles la espalda mientras veían un pequeño lago en el centro de color rojo carmesí. El frío se intensificó en ese sitio al igual que se hizo presente una sensación de alarma en Keira.

—Los sacerdotes, amos. —anunció Eldan empujando a Keira y Kellan al frío piso.

—Retírense. —se oyó la voz gruesa perteneciente a uno de los chicos que estaban ahí.

Ambos elfos inclinaron la cabeza, dieron una última mirada hacia ambos chicos que yacían en el suelo esbozando una sonrisa algo burlona y se fueron. Kellan y Keira pusieron sus manos en las rocas que tenían por suelo para poder tener el apoyo necesario para levantarse sin contratiempos. Una vez que estuvieron de pie uno de los chicos se volteó, era pelirojo y con unos ojos verde aceituna que profesaban intimidación con apenas mirarlos.

—Hubiera sido más sencillo que ustedes vinieran por cuenta propia. —esbozó una sonrisa de medio lado.

— ¿Quién eres tú? —se atrevió a preguntar Kellan.

—Que malos modales tengo, que desconsiderado. Mi nombre es Laertes, el dragón rojo. —hizo una especie de reverencia con una sonrisa ladina, como si se burlara de su propia presentación. —Vamos preséntate, no hay que ser maleducados con nuestros invitados.

El otro chico se dio la vuelta, Keira abrió los ojos por el extremo parecido a...

—Me llamo Mecancton, el dragón negro. —imitó la acción de Laertes igual con una sonrisa ladina.

—Ya que nos hemos presentado, los trajimos aquí para un solo propósito. —sonrió el rojo con cierta malicia en su voz.

— ¿Y ese propósito cuál sería? —Kellan era el que decía las preguntas, Keira intentaba comunicarse sin éxito.

—Ustedes nos guiarán ante la piedra benevolente.

— ¿Y si nos negamos?

—Entonces, tendremos que tomar medidas drásticas. —habló Mecancton haciéndose a un lado junto con Laertes para que ambos sacerdotes pasaran a ver al lago.

Al momento de acercarse se proyectó imágenes de las personas más importantes para ellos. Sus madres. Estaban en el mismo calabozo en donde habían estado ellos, en otro extremo al parecer ya que no las habían visto al momento de estar ahí y tampoco los habían escuchado.

—Así que —habló Laertes a un lado de Kellan mientras que Mecancton estaba del lado de Keira. —Mejor cooperan, ¿no creen?

Kellan había notado lo atenta que estaba Keira ante ese hombre de nombre Mecancton. De seguro tenía un parecido a alguien que ella conocía, o tal vez se dio cuenta que había sido engañada por uno de los dragones benevolentes y que en realidad fuera un infernal. Él tampoco podía decir mucho ya que cuando fue por ella apenas si pudo verlos debido a los constantes ataques, así que una imagen clara del rostro de los dragones no tenía en lo absoluto guardada en su memoria.

—Laertes, creo que hay que darles un poco de tiempo para que lo piensen. —mencionó el moreno esbozando una sonrisa. —Estoy seguro que tomarán la mejor decisión.

—Te tomaré la palabra, Mecancton.

Unos elfos aparecieron de inmediato al llamado que hizo Laertes para llevárselos. Ambos sacerdotes forcejeaban para los soltaran ya que habían decidido no poner resistencia, los tenían atados de manos, no les quedaba otra opción más que acatar lo que ellos decían para poder ver a salvo a sus madres.

—Debo admitir, que usaste mucho a tu favor aquel detalle. —habló Laertes una vez que ambos chicos se fueron.

—Debía tomar ventaja de nuestro parecido, ocultar mi ojo no fue ningún problema. Al fin de cuentas, es lo que más le gustaba a ella. —vio su reflejo en el lago. Sus ojos eran diferentes, el derecho azul zafiro y el izquierdo casi blanco en su totalidad, solamente eso le recordaba a su madre. —Iré a verlos.

Laertes soltó una pequeña risa al escuchar como Mecancton se iba.

Para el moreno era despreciable tener que hacer uso de su parecido, odiaba ese aspecto, lo aprendió a odiar desde aquel día. Ni siquiera soportaba verse en un espejo porque siempre lo veía a él, a su pequeño hermano.

Entró a los calabozos parando frente a la celda donde estaban ambos sacerdotes, que al verlo de inmediato se pararon.

— ¿Ya tomaron una decisión? —claro y directo.

—Si los ayudamos, tienen que asegurar que ellas estarán bien. —respondió esta vez Keira.

Mecancton sonrió.

—Claro, tienen mi palabra.

No eran una palabras que brindaran confianza pero debían arriesgarse, tal vez al salir de ahí rumbo a la piedra podrían comunicarse y avisarles a los benevolentes para que fueran a su ubicación. Protegerían la piedra, rescatarían a sus madres y todo se resolvería. Aunque pareciera peligroso y algo absurdo tan solo pensarlo, era un plan.

— ¿Te recuerdo a él, no es así? —sacó a Keira de sus pensamientos. La chica abrió y cerró su boca intentando decir algo pero ningún sonido fue efectuado por sus cuerdas vocales. —Es normal, después de todo Athan y yo somos gemelos.

El sorprendido fue Kellan, por su parte Keira no se sorprendió en lo absoluto. Solamente esa era la explicación para aquel parecido tan increíble -salvo por los ojos- que tenía con Athan. No iba a negar que al principio cuando fue por ellos al reconocer que era el dragón plateado que ella conocía pensaba que solamente había sido un disfraz con el solo objetivo de atraparlos, y al momento de volverlo a ver y notar que el parecido seguía ahí no fue difícil adivinar que se trataba de un gemelo. O al menos era lo primero que podía explicar aquel parecido físico como si fuera su propio reflejo.

—No sabía que Athan tuviera un hermano. —esperaba que diciendo esas palabras pudiera sacar un poco de información o algún dato que pudiera serle de utilidad de alguna debilidad que pudiera poseer aquel chico ahora dragón negro.

—Claro que no lo sabías, después de todo yo estaba muerto.

Aquella contestación tomó desprevenida a Keira y a Kellan, sin duda alguna tenía doble sentido o algo ocultaba aquella respuesta solo debían averiguar qué.

Mecancton abrió la celda para que salieran. Ambos chicos lo vieron interrogantes.

—Ya que van a cooperar, nos dirán la ubicación de la piedra a todos nosotros. Así que apúrense.

Lo siguieron sin emitir queja alguna. Fueron a la parte superior de la cueva entrando a un salón solamente iluminado por el rubí en el techo, alrededor habían algunos libreros negros que debido a la oscuridad no se alcanzaban a ver; en el centro una gran mesa color vino con un grabado de fuego color naranja. Era parecida a la que tenía Karsten, con la diferencia que tenía colores oscuros.

En la mesa estaban sentados otros chicos aparte de Laertes, uno moreno y ojos café, otro castaño de ojos miel, y por último uno rubio casi albino de ojos azul-grisáceo. No era difícil adivinar que eran los otros dragones infernales.

— ¿Y bien? —habló Laertes fijando su vista en ellos una vez que se acercaron lo suficiente. — ¿Van a cooperar?

Ambos sacerdotes asintieron.

—Te dije que iban a tomar la decisión correcta. —sonrió Mecancton colocándose a un lado de Laertes.

— ¿Y bien? —habló el moreno, Urian. — ¿Dónde está? —señaló el mapa que estaba encima de la mesa.

Keira y Kellan se voltearon a ver suspirando y acercándose a la mesa. Iban a decirles, no era correcto, no debían hacerlo, esa piedra era importante y sus padres habían dado la vida para protegerla. Sin embargo, era su única esperanza de salir de ese lugar y poder comunicarse. Tenían que hacerlo.

Recorrieron con la mirada el mapa, cuando encontraron el lugar lo señalaron.

—Eltriángulo del dragón. 

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