Dos


María se le quedó mirando sin entender a qué se refería, esa criatura, con eso de ser un dios de la destrucción.

En las pupilas de la muchacha, Bills pudo reconocer ese matiz de ingenuidad e ignorancia tan propio de los humanos ordinarios, cuando se encuentran ante lo divino. Después aparecía esa mezcla entre la incertidumbre y la incredulidad que es lo que termina por volver vulnerable la mente humana, haciendo que el individuo experimente una sola sensación ante la posibilidad de que realmente pueda estar ante un dios: temor.

-¿Un dios?- cuestinó María en su proceso de digestión de aquella declaración.

-Sí, un dios, niña- reafirmo Bills y dejo caer la mochila.

María lo miró de pies a cabeza. Desde la primera vez que lo vio sintió una sensación muy peculiar al estar en su presencia. Algo parecido a estar ante un juez que dicta callada sentencia y no una condescendiente. Pensó que era por esa mirada profunda y misteriosa que se sintió así. Sin mencionar el hecho de que ese sujeto la obligó a darle de comer bajo una muy atemorizante amenaza. Aún así no podía asimilar el que verdaderamente hubiera un dios en su casa.

-Le daré de comer- balbuceo la muchacha. Dios o no, la última vez, ese sujeto se fue cuando estuvo satisfecho y ella quería que se marchara.

Bills la miró ponerse un delantal de cocina y hacerse una cola en el cabello. Había un pequeño taburete de madera, junto al refrigerador, que la mujer arrastró con el pie para subirse sobre el y alcanzar la parte alta del mueble donde guardaba las ollas. Cuando intentó sacar una, acabó tirando todas. Las ollas cayeron haciendo un ruido bastante molesto, que disgusto al dios que se había ido a sentar al sofá.

-Lo siento- exclamó la muchacha, él sólo le dió una mirada de molestia.

En el sofá estaba el control de la televisión y Bills lo tomó para ver que transmitían en ese planeta. En casa de Bulma nunca tuvo la oportunidad de hacer eso.

-Oye ¿No hay algo interesante que ver en este aparato? ¿Algo como un anime o..?

-No lo sé- le contestó María desde la cocina- Quiero decir, lo que yo considero interesante puede que para usted sea aburrido o basura...

Bills volvió sus ojos a la pantalla de televisión, pero siguió muy pendiente de esa mujer cuya respuesta le dijo más de lo que expresaron las palabras.
María, en cambio, se concentró en lo que hacía para escapar de la sofocante presencia de ese sujeto. Pensó en cocinar algo rápido y abundante para no postergar esa indeseada visita más de lo necesario. Por eso preparó pasta. Treinta y cinco minutos después, con un tono dócil y tranquilo, María le anunció al dios que la comida estaba lista.

Bills, que terminó viendo un programa algo aburrido, fue hacia la cocina acariciado por el olor de la comida fresca, que acabo siendo un solitario plato con pasta.

-¿Esto es todo?-le cuestionó.

-Hay más en la olla...

-Me refiero a que esto es solo un plato. Una buena comida esta compuesta por un mínimo de tres- le señaló el dios subiendo un poco el tono de voz.

-Es lo normal para una persona y...

La frase de la muchacha fue cortada con brusquedad. Bills la tomó por la ropa, levantandola unos centímetros del suelo, para gritarle en la cara que él no era una persona ordinaria, que no podía ofrecerle lo mismo que a los demás y como un recordatorio de ello, destruyó la pared que separaba la cocina de la sala con un hakai. María lo había visto hacer eso antes con su anterior sofá, pero en ese momento el acto se sintió más terrible.

-Es todo lo que tengo- le dijo al fin- Estamos a finales del mes y todavía no me pagan ¿Sabe? El mundo humano funciona con dinero. Si desea una comida más abundante, debería ir con personas de un estrato social más alto...Después de todo es un dios ¿No? ¿Por qué querría ser atendido por gente que no puede darle lo que merece?

Bills apretó la mano tirando más de la camiseta de la muchacha, que lo veía verdaderamente asustada, pero que no perdió la calma ni la lógica. Es que bastaba ver esa pequeña casa para darse cuenta que ella no era una persona adinerada. Bulma podía darle todo lo que él demandará, pero María no. Sin cuidado y con una actitud despreciativa, Bills soltó a la muchacha que terminó cayendo sentada en el piso. Desde allí lo vio pasar hacia la mesa, frente a la cual se sentó para comer. La pasta estaba buena y rápidamente olvidó su disgusto.
María se levantó, sacudió su ropa y se quedó allí esperando que le pidiera servirle más. Bills la miraba a ratos, ella no hacía contacto visual con él. Los ojos marrones de esa mujer estaban viendo algo que ni siquiera estaba allí. Se había ido a sus pensamientos.

La muchacha era enmarcada por la luz de la televisión en la sala. Su figura parecía una ornamenta en ese espacio pequeño y sencillo, un tanto inusual para Bills, quien volvió allí sin meditar demasiado en el motivo. La respuesta a la pregunta no hecha, en verdad era bastante simple. Quizá un poco estúpida de ser oida por alguien ajeno a él.

-Oye, mujer- la llamó y ella volteo a él como si acabará de salir de un sueño- Tengo sed...

-¿Sed?...espere un momento -le contestó, levantó su mochila y extrajo una botella pequeña con la que fue por un vaso.

Bills la vio vaciar el contenido de aquel recipiente en el vaso, cortar unas rebanadas de naranja, echarlas dentro e ir hacia él para ofrecerle la bebida.

-¿Qué cosa me estas dando?-le preguntó con cierto recelo.

-Agua mineral- le respondió María y se apartó un poco.

Bills tomó el vaso y le levantó a la altura de su rostro con recelosa curiosidad. Examinó el recipiente de cristal un momento, después bebió. El sabor era simple, pero bueno.

-Quiero más- le dijo al darle su plato vacío.

María le sirvió más pasta y miró la olla vacía con cierta resignación. A un lado del mueble de la cocina se quedó esperando que Bills acabará de comer para que se marchara. Cuando al fin acabó y lució satisfecho, mostraba una sonrisa un tanto agradable. Se levantó sin prisa y poniendo una mano en su espalda, pues jugaba con el tenedor con la otra, le preguntó:

-¿Dónde esta tu habitación?

La muchacha le señaló arriba y él fue hacia la escalera.

-Disculpe...señor ¿Qué va hacer en mi cuarto?- le preguntó María yendo hacia tras él.

-Quiero tomar una siesta- le contestó Bills al voltear a verla, lo que causó que la mujer diera un paso atrás.

El dios siguió su camino y al llegar al cuarto de la mujer se encontró con un sitio un tanto desordenado. Con las manos en las caderas giró la cabeza de lado a lado para examinar bien el lugar, antes de ir a la cama donde empujó las almohadas hacia la cabecera descubriendo un sostén de la muchacha allí. Tomó la prenda con la punta de sus garras y se le quedó viendo de una manera un tanto peculiar.

Durmió por casi cuarenta años y desde su despertar no había tenido compañía femenina. Aunque la verdad mucho antes de su breve siesta, no había estado con mujer alguna. En lo que a eso tenía que ver, Bills era muy cuidadoso de como y a quien le revelaba quien era, pues odiaba que aceptarán dormir con él por miedo. Si bien disfrutaba de una actitud complaciente, en esos casos, la pleitesía nacida del miedo le era algo muy desagradable. Tampoco era alguien que buscará los brazos de una mujer con avidez o de forma frecuente, sin embargo, si la oportunidad se le presentaba y tenía el ánimo indicado no dejaba pasar ese momento. Cuando María llegó al cuarto Bills arrojó el sosten, como basura, al suelo y se quedó mirando a la mujer. No la hubiera definido como una hembra atractiva, pero tampoco tenía un aspecto desagradable. Era joven y estaban completamente solos sin la posibilidad de ser interrumpidos, pues él se encargó de que Whis no llegará a molestarlo y, por lo que había observado, ella no vivía con alguien más. Se llevó la mano a la barbilla, considerando varias osadas ideas, pero al notar que ella pareció haber advertido sus intenciones y estas cambiaron su miedo cauteloso por algo mucho más profundo, Bills perdió interés. Esa mujer se le hacía alguien inteligente, pero con un carácter demasiado blando. Muy sumisa. Y eso estaba bien. De hecho en muchos aspectos prefería esas personas, pero en otros le generaban un fuerte desprecio y eso ocurría con María.

-Lárgate- le ordenó y ella, aliviada, dejo la habitación permitiéndole saltar a la cama y tenderse allí a gusto.

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