Capítulo 16




1994

Helena


Acababa de llegar de mi vuelo y estaba acomodando todo de nuevo en los armarios, lo cual me daba una tremenda pereza, ya que solo estaría para los exámenes finales y tendría que volver de nuevo. Pero la oportunidad del director Thomas era algo que no podía dejar pasar, porque ya la había cagado lo suficiente este año.

Llamaron a mi puerta y extrañada la abrí. Vi a Alek de pie en el pasillo con un par de flores que reconocí de los arbustos del jardín del ala este. Tenía la mirada cabizbaja y movía los dedos con nerviosismo alrededor de los tallos.

—¡Alek! Me da gusto verte, creí que ya no lo haría nunca más.

—Lo sé. También yo... —dijo decaído.

Coloqué mi mano en uno de sus hombros para tranquilizarle.

—Hey, perdona que no me despidiera. Ha sido todo tan rápido.

—No —se apresuró a decir—. Está bien que no te hayas despedido.

Lo miré confundida, sin entender a dónde se dirigía.

—E-Es decir... No me da gusto que te fueras, o sea... El que te fueras me hizo... me hizo ver...

Alek tropezaba las palabras y notaba un ligero temblor en él. Quise abrazarlo para tranquilizar a mi amigo, pero de manera acelerada, llevó su mano a mi mejilla jalándome hacia él y chocando sus labios con los míos. Su acción fue tan repentina que no me dejó reaccionar.

Estaba ahí parada, tiesa y sorprendida, sin saber qué hacer, ya que para nada vi venir un beso de su parte, y mucho menos algún tipo de interés que no fuera una amistad.

Lo empujé levemente con las manos en su pecho para poder oxigenar las ideas y lo que acababa de pasar. Empecé a temblar de los nervios, puesto que de repente me pareció estar frente a un completo extraño y no con mi mejor amigo.

Mis ojos bailaban de un lado a otro, buscando palabras cuando me encontré con la mirada que menos hubiera querido ver en ese momento.

Jean estaba al final del pasillo y por su expresión, estaba segura de que lo vio todo. Sentí un golpe en el estómago y un apretón en el corazón por querer alcanzarlo, pero él no me dejó aterrizar las ideas cuando se retiró presuroso.

Mis pensamientos revoloteaban por mi cabeza, sin saber qué camino seguir, mucho menos que idea asentar, cuando Alek me interrumpió:

—Perdona...

Voltee a verlo, y por un segundo, había olvidado que lo tenía enfrente, mientras mi cabeza se convertía en un nudo, siguiendo con la mirada al fisgón de rulos desbaratados.

—P-Perdóname Helena, no sé por qué he hecho eso... estaba muy nervioso y no sabía qué decir... Perdóname.

—Tranquilo —apresuré a decir—. Tranquilo... N-No pasa nada...

Su cara estaba colorada de la vergüenza, su mirada divaga de un lado a otro por el suelo. Sentí pena por él, porque parecía un niño perdido.

—¿Qué ha sido eso?

Tragó saliva y levantó la mirada.

—Te quiero Helena.

Lo dijo tajante, sin titubear. Seguro de sí mismo, y con una mirada tan sosegada que la sentí atravesarme la cien. Sabía que su te quiero tenía un sabor distinto al de la amistad, pero me rehusaba a verlo de esa manera. Y en parte, porque no me sentía lista para enfrentar esto que crecía en él.

—Y-Yo también te quiero —dije nerviosa.

—No, Helena. Te quiero de verdad. Me gustas mucho, más que eso.

Abrí los ojos y sentí que la sangre desaparecía de mi cuerpo.

—Y-yo... tengo todo el año viéndote sufrir por ese cabronazo al que no le importas...

Sus palabras me atravesaron el pecho como mil espadas. El escucharlo de alguien más lo convertía en algo tan real y palpable, que me mataba por dentro.

—... y no solo eso, sino que ni siquiera respeta tu corazón como su amiga. Yo sí lo haré. No importa si tú no me quieres de la misma manera. El día que te fuiste, yo... Yo me di cuenta de que no podía vivir tranquilo conmigo mismo si no te lo decía. Y quiero que sepas que... —tomó una bocanada de aire.— Yo voy a cuidarte si tú me lo permites. Jamás dejaría que alguien se burle de ti como hizo ese idiota.

—Basta Alek...— tartamudeé con la voz quebrada.

Él rápidamente me abrazó y me presionó contra su pecho.

—Déjame quererte Helena. Tú y yo lo compartimos todo sin esfuerzo. Ya fuimos amigos, confidentes, compañeros... Permíteme ser algo más.

Sus palabras comenzaron a calentarme el corazón.

Alek tenía toda la razón. Él y yo fluíamos de una manera tan natural y sincera que me sentí una tonta por no haberlo visto antes. No era una experta en el amor, pero si de algo estaba segura, era que no debía doler. Y con Jean siempre dolía.

Estar con él era como una corriente eléctrica, un temblor constante lleno de emoción y nerviosismo. Un chispazo, como tocar un cable mal conectado con las yemas.

Pero con Alek, no había necesidad de conectar, ya que fluíamos juntos, en una sola energía.

Todo era fácil, tranquilo. Todo era paz.

La idea comenzó a parecerme buena. Más que buena.

Y como un rayo, la imagen de él al final del pasillo me vino a la mente, con su rostro sorprendido de encontrarnos así. Tragué saliva con dificultad, fruncí las cejas, y me dije a mí misma, que ya era mi turno de tener un poco de felicidad.

Levanté mis brazos y le devolví el abrazo. Alek me apretó con más fuerza y me levantó del suelo mientras tronaba una carcajada junto a mi oreja.

1996

Agosto


Así fue como Alek y yo comenzamos a salir de manera oficial.

Ese mismo día más tarde me encontré con Jean en la clase de violín, con quien intenté hablar, pero rápidamente me interrumpió aclarando que todo estaba bien y que solo se sorprendió de vernos juntos. Justificó que nunca notó una atracción entre nosotros por estar tan distraído con Nadya, y simplemente me deseó que todo saliera bien. Yo también se lo deseé desde el corazón.

Después de los finales que regresé a casa y todos se fueron al viaje de fin de cursos, me llegó una carta de Malika donde me cotilleaba que Jean y Nadya ya no paseaban juntos como antes, y no pude evitar sentir un cosquilleo en el corazón y repentinas dudas hacia Alek.

Sentimiento que eliminé en cuanto llegó. Porque de todos modos Jean pasaba a la orquesta mayor el próximo año, lo vería muy poco, y lo más importante... Él no me correspondía.

Alek y yo estuvimos saliendo por poco más de un año. Si bien al inicio fue raro intentar tratarlo diferente, pronto me di cuenta de que no había nada que modificar, que la relación seguía siendo la misma, pero agregando muestras de afecto a las que pronto les tomé el gusto.

A pesar de que después de nuestro primer año juntos, él pasó a la orquesta mayor. Se esforzaba mucho por disfrutar cada minuto que podía, en cada receso y cada comida.

Y justo como pensé, nuestra relación era casi perfecta. Nos divertíamos mucho, teníamos nuestros propios juegos y bromas, largas pláticas, y todo fluía de una manera tan sana y hermosa que realmente disfruté cada día que estuvimos juntos.

Me sentía querida, respetada y en completa paz.

Por otro lado, May no había vuelto al internado. Su madre cayó en una depresión después de perder a su primogénito, y eso tenía la vida de mi amiga dando giros constantes, llevándola contra corriente sin tener idea de qué esperar.

El tiempo que ella estuvo fuera, Beth y yo fuimos compañeras de cuarto nuevamente. Y a diferencia de nuestro primer año que lo fuimos, estos ciclos escolares comenzamos a llevarnos realmente bien. Descubrí que detrás de esa coraza, había una persona interesante y divertida.

Este nuevo año escolar, las chicas y yo por fin pasábamos a la orquesta mayor. Estaba muy emocionada por volver a compartir algunas clases con Alek, y en parte, volver a ver a los chicos con regularidad, como lo hacíamos antes. Tenía fe de que las cosas volvieran a ser un poquito como al inicio de todo.

Cosa que no sucedió. Ni ese año, ni nunca.

Hedric llevaba un par de meses saliendo con una chica de nombre Karen, igual de insoportable que él. En los pasillos se les veía más discutiendo, que dándose mimos. Eran el uno para el otro, nadie los toleraba más que entre ellos mismos.

Steve y Jean eran los amigos más unidos que podías ver, pero a un grado que ya no permitían a nadie entrar en su reducido círculo.

El primer día llegué a mi habitación, Beth ya estaba ahí. Le di un abrazo grande, y le entregué una playera conmemorativa de Long Beach. Habíamos bromeado durante las vacaciones sobre lo impacientes que estábamos porque nos crecieran los pechos, y yo bromeaba con que nuestra única oportunidad era usar una de esas playeras para vacacionistas con la pintura de una chica de cuerpo curvilíneo y en bikini.

Soltó una carcajada en cuanto la vio.

—Los chicos caerán de rodillas ante mi pronta madurez —dijo entre risas.

Tocaron la puerta, la cual ya estaba abierta. Alek estaba recargado en el arco con un ramo de rosas y una caja dorada con chocolates que se lograban ver a través de la tapa de acetato.

—Hola preciosa —dijo con esa enorme y simétrica sonrisa que lo caracterizaba.

Corrí y me abalancé sobre él abrazándolo por el cuello, me alzó con ambos brazos y me dio una vuelta completa.

—¡Te extrañé mucho! —dije expresiva.

Y era real. Llevábamos dos meses sin vernos. Me separé de él y lo analicé de pies a cabeza, estaba distinto a pesar del poco tiempo. Había crecido, me superaba por un poco más de media cabeza, su espalda estaba más ancha, sus facciones se habían endurecido, más toscas y maduras. Su nariz seguía siendo respingada y pequeña, y su mentón, estaba más marcado y cuadrado.

Su noble mirada, de ojos caídos y azul brillante, se entrecerró al sonreír al ver mi expresión.

—Estás hermosa —dijo acomodando sus gafas, fingiendo verme mejor con ese acto.

Me sonrojé y escondí mi rostro en su pecho.

—Has crecido —dije.

—Lo sé. ¿Qué esperas para hacerlo? Te estás quedando atrás.

Le di un golpecito en el hombro como respuesta y él sonrió. Me respondió con un suave beso en la punta de la nariz.

El carraspeo de garganta de Beth nos interrumpió.

—Oh, por favor, ¡consigan un cuarto!

Ambos soltamos una carcajada.

—Por cierto, ya que te disfruté un poco, hay algo que estoy seguro que, ¡va a reventarlas de gusto!

Beth y yo compartimos una mirada de confusa complicidad.

—Qué te traes entre manos Aleksi... —dijo Beth.

—¿Yo? Nada... Solo fui testigo cuando pasé por el pasillo y quiero ser yo quien de la primicia.

Nos hizo una seña de que lo siguiéramos y nos llevó a dos puertas de nuestro dormitorio. Tarareó un sonsonete triunfal e hizo una reverencia dramática hacia la puerta. Nos asomamos curiosas en el dormitorio y vimos a May ordenando ropa en la cama del fondo.

—¡¡MAY!! —grité emocionada y ella se giró de golpe.

Ambas nos abrazamos totalmente extasiadas entre risas.

—¡Porque no me lo dijiste! —reclamé eufórica.

—¿Y perderme tu cara de sorpresa?

—Yo también quiero un abrazo —reprochó Malika desde la otra cama.

Fui a saludarla mientras Beth saludaba a May, quien por cierto no se notaba tan feliz por la sorpresa.

—Vaya, ustedes son compañeras y Beth y yo lo somos, justo como el primer día que nos vimos —recordé.

—Justo no... casi —dijo Alek rodeándome la cintura.

May fingió una arcada y las chicas rieron.

—Va a ser rarísimo verlos juntos.

—Te acostumbrarás —dijo Beth.

—¡Abrazo grupal! —chilló mi novio.

Alek nos abrazó a todas y May soltó un quejido por el apretón.

Nos sentamos en la mesa del comedor que siempre habíamos usado y que por fin estaba completa de nuevo. Bueno, casi.

Entonces lo vi entrar, y la corriente eléctrica me traicionó después de mucho tiempo. Me recorrió todo el cuerpo estremeciéndome en un escalofrío.

Había cambiado muchísimo. Era el más alto de su grupo de tres: un metro noventa, cuando menos. Su espalda se había ensanchado y acentuaba su delgada cintura. Sus piernas eran alargadas, al igual que sus brazos y dedos. Lucía mucho más maduro de lo que le recordaba. La nariz recta, el mentón afilado, las cejas pobladas y angulares le daban un semblante serio, misterioso. Llevaba el cabello largo, ondulado y revuelto, con los rulos estirados y café, meciéndose sobre sus cejas.

Por lo que noté, ahora no solo yo lo veía apuesto, sino toda la escuela. Los años sin duda lo habían favorecido.

A su lado, caminaba Steve entre risas, quien también se había dado un buen estirón, quedando por debajo de Jean por solo unos pocos centímetros. Su cara aún lucía con facciones infantiles a pesar de compartir edad con su compañero. Llevaba los elásticos rizos rubios y alborotados debajo de una gorra percudida con la visera hacia atrás.

Por detrás iba Hedric, con su brazo rodeando la espalda de su novia. Él, que era de una estatura poco mayor a la de Alek, seguía siendo en extremo delgado, pálido y de cabello lacio negruzco. Karen era pequeña como un elfo, sus caderas pronunciadas y piernas cortas caminaban con una gracia que la caracterizaba. Su cabello lacio y oscuro le llegaba un poco más abajo de los hombros, y ambos compartían un semblante de superioridad que irritaba a cualquiera.

Noté a Alek con aspecto serio observándome analizar su entrada. Traté de darle una sonrisa tranquilizadora, pero solo logré sacar una torcida e incómoda. Él apretó los labios y desvió la mirada hacia el director Thomas, quien acomodaba el micrófono para dar los avisos de bienvenida. El director buscó a May con la mirada y la saludó con la mano y su cálida sonrisa que tanto extrañaba.

Jean vio su acción y siguió con la mirada hacia quien se dirigía, vio a May y dibujó una sonrisa gustosa en su rostro, noté sus ojos seguir en dirección de Alek y recorrer su brazo que rodeaba mis hombros. Su sonrisa fue desapareciendo al mismo tiempo que su mirada seguía ese curso. ¿O tal vez eso quería ver yo? Sacudí la cabeza evitando el pensamiento traicionero.

El director Thomas y la directora Judith nos dieron la bienvenida con un efusivo mensaje como ya es costumbre cada ciclo escolar. De repente, la ceremonia a la que estábamos acostumbrados cambió.

Un grupo de cinco chicos subieron al pequeño templete, reconocí a la mayoría, empezando por Nadya, la amiga de Jean, a la que ya había confirmado que se le veía menos unida a él.

El director los presentó por nombres e instrumentos, y dio el aviso de que todos ellos habían sido seleccionados para trasladarse el próximo año a diferentes orquestas. Al parecer, eran superdotados de la música, y habían sido los mejores de sus audiciones.

Y aunque ya todos la conocíamos, no sabía si debido a las vacaciones o a que se encontraba sobre aquel escenario bajo las luces, pero Nadya lucía escandalosamente imponente. Si no se dedicara a la música, estoy segura de que sin complicación podría dedicarse al modelaje.

Porque ahí arriba, con el foco del techo iluminando su rostro que parecía de porcelana, completamente terso, podíamos ver su respingada nariz y mejillas que se cubrían por un cúmulo de pecas que en ella lucían preciosas, dándole un aura de criatura mágica. Su piel pálida hacía que su cabello resaltara como un potente reflector: rojizo como el fuego, largo a la cadera y muy abundante.

—Se ve guapísima —dije mientras comía justo después de que la bienvenida terminara.

—Meh —se quejó Beth con indiferencia.

—Tú lo eres más —dijo Alek continuando con un beso en mi mejilla.

Le di un suave codazo en las costillas.

—¡Qué asco! Respeten la comida —riñó May.

—Guapo está Jean —aseguró Beth.

El simple hecho de escuchar su nombre me provocaba un leve pellizco en el corazón, que me hizo revolverme sobre mi silla.

—La verdad que sí, luce muy maduro —acompañó Malika.

—Es solo porque está alto... —respondió Alek con molestia.

Su enojo era más que palpable. Si bien él también lucía mayor, en lugar de apuesto era más bien mono. Aun con la infancia pintada en algunos de sus rasgos: un chico tierno, como un cachorrito al que querer. Muy diferente al aspecto de Jean, que tenía las facciones filosas, marcadas, tan masculinas que intimidaba.

Habíamos terminado de comer y conversábamos cuando los tres chicos se acercaron a nosotros. Steve se abalanzó sobre May y le pasó el brazo por la espalda.

—¡Eh! ¿Cómo está nuestra chica favorita? Creímos que no te volveríamos a ver.

May le apartó el brazo con un rostro exagerado de repulsión.

—Para abrazarme primero báñate.

Todos reímos.

—Me da gusto que hayas vuelto, May —dijo Jean.

Tenía mucho tiempo sin escucharlo, y su voz ahora sonaba más grave y áspera, provocándome un ligero temblor nervioso en el cuerpo.

—Gracias. También me da gusto verlos... pero ni crean que seremos amigos.

Los chicos rieron y Steve se puso de pie despeinando el cabello de May de manera familiar, a lo que ella gruñó.

—¿Van a la bienvenida? Ya saben... a nuestra "dinámica"... ¡Tienen que ir! Es su primer año y aquí es diferente a lo que conocen —dijo alzando ambas cejas de manera tentativa.

Nos volteamos a ver entre nosotras.

—Claro que van a ir. ¡Es mi despedida! —dijo un chico tan alto como Jean, de piel oscura, y cabello crespo.

Se acercó y posó su brazo sobre él. Tardé en reconocerlo, pero era Alby, el mismo imbécil que dirigía la dinámica en la orquesta menor.

—¿Helenita bebé? ¡Vaya! Sí que has cambiado. Espero que esta vez no huyas lloriqueando —dijo riendo.

Lo fulminé y él entornó los ojos con reto en la mirada.

—No participaré Alby, y no jodas más.

Alek posó su brazo sobre mi espalda y jalándome hacia él, marcando terreno y levantando ligeramente el mentón con la boca fruncida, dando un semblante molesto, como un león protegiendo a su manada. Solo que yo no era una manada, ni él un león.

De repente, su roce me hizo sentir incómoda, como si debilitara mi capacidad de defenderme por mí misma. Moví el hombro tratando de librarme de su abrazo, a lo que él se rehusó, apretando ligeramente para evitarlo.

Alby juntó ambas manos y se las colocó de un lado de la mandíbula haciendo un puchero.

—Aww... ¿Nuestra pequeña Helenita tiene novio? —soltó una carcajada—. ¡Con mayor razón vengan! Les haré el honor.

Nos guiñó un ojo pícaro y se fue despreocupado. Me pareció ver incomodidad en Jean, quien inmediatamente se fue detrás del chico y sus amigos lo siguieron.

Hedric ni siquiera saludo. Seguía siendo el mismo bruto.

Mi novio me acompañó a mi habitación y no dijimos palabra en el recorrido. Al llegar a la puerta, él me miró a los ojos y sabía que albergaba reproche en ellos. No quise esperar a que preguntara o reclamara, por lo que me adelante.

—¿Qué ha sido eso?

Él fingió desconocer la acción de la que hablaba, se limitó a encoger los hombros fingiendo demencia.

—¿Por qué has hecho eso? Enfrente de todos, como si yo no pudiera defenderme... ha sido muy bochornoso.

Alzó las cejas incrédulo.

—¿De qué hablas Helena? Solo he recargado el brazo en ti, como siempre lo hago... ¿No será porque lo hice frente a Jean? —acusó filoso.

Abrí mis ojos y la boca ofendida.

—Dime que no acabas de decir eso.

Pasé ambas manos por mi cabello y di una media vuelta por la habitación para circular las ideas.

—¿Qué quieres que diga? ¡Es cierto! Siempre te abrazo y jamás te ha molestado —defendió.

—Sí, pero da la casualidad de que no lo hacías antes de ellos. Solo lo has hecho por marcar tu territorio, ¿era necesario?

—Helena, ¿has visto los ojos que te han echado? Eres la única que no se entera que has cambiado y todo el mundo te ve —dijo señalando mi cuerpo con un movimiento de mano de mis pies a la cabeza.

Su comentario me tomó por sorpresa, ya que tenía razón. No tenía idea de que eso estaba sucediendo.

Comencé a mordisquear una uña tratando de pensar mi respuesta.

—¿Y eso qué? Yo no veo a todo el mundo, Alek, solo te veo a ti. Tengo más de un año haciéndolo... No entiendo qué te pasa.

Él bajó la mirada, con una expresión que parecía envuelta en vergüenza. Entonces tomé su rostro en ambas manos y lo levanté para poder mirarlo a los ojos.

—Tú y yo nunca habíamos discutido, ¿por qué lo hacemos ahora?

Tragó saliva y su mirada divagaba. Soltó un soplido frustrado.

—Es que estás preciosa Helena, de verdad. Y no lo digo porque seas mi chica... No me tomes a mal, para mí siempre lo has sido... pero ahora parece que todo el mundo lo empieza a notar. Y... y...

—¿Y qué?

Chasqueó la boca.

—Temo que él se dé cuenta también.

Le regalé una media sonrisa, porque no pude completarla al sentir el pellizco que me provocó su comentario. Sin embargo, yo estaba con él, y era realmente feliz, no buscaba más. Ni a Jean ni a su estúpida aprobación. Hacía mucho tiempo que había tomado esa decisión y no había flaqueado lo más mínimo de ella.

Me acerqué y lo besé suavemente en los labios.

—Que se dé cuenta él o Leonardo DiCaprio, da lo mismo... yo quién quiero que se entere de una buena vez que le quiero, eres tú.

Él me sonrió tanto que sus ojos se entrecerraron. Enredó sus brazos en mi cadera, me beso la mejilla y enterró el rostro en mi cuello.

—Te quiero... y perdóname. Tienes razón, me comporté como un idiota.

Solté una risita por el cosquilleo de su aliento bajo mi mentón, y dejando de lado la discusión sosa, nos fundimos en un beso húmedo.

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