051
Seguí los pasos de Polina hasta que llegamos a una puerta de metal que ella abrió usando un código. Estando dentro de la sala mis ojos se ajustaron a la poca luz que había hasta encontrarla inconsciente sobre un colchón.
Estaba amordazada, atada de pies y manos con unas cadenas y unas heridas que parecían muy recientes.
Polina soltó una maldición por lo bajo antes de caminar hacia ella.
—No estaba así cuando la dejé. Te lo prometo. Yo no...
—No la toques. —hablé en el momento de ella acercar sus manos a su cuerpo.
Un movimiento de cabeza fue suficiente para que se alejara del colchón. Cuando las piernas por fin me respondieron me acerqué a ella con un peso oprimiendo mi pecho y mis pulmones.
Todo a mi alrededor me daba vueltas, pero aún así cada paso que daba hasta ella era firme. Con cada segundo que pasaba sentía mi alma estancarse un poco más en un hoyo sin salida. Agradecí que mis ojos comenzaran a humedecerse, porque de otra forma no sabía qué era capaz de hacer si veía las heridas de su piel de cerca.
Las piernas comenzaron a fallarme poniéndome de rodillas ante ella como a un hombre derrotado. Luego hice a un lado los guantes y la máscara negra, mis dedos rozaron su mejilla malherida con miedo de romperla en cualquier momento.
—Moya lyubov'. —susurré con una voz estrangulada enterrando mi cara en su cabello enmarañado que ahora se entremezclaba con mis lágrimas.
—Tenemos que irnos. —habló Polina lanzando una pequeña llave al colchón.
Antes de abandonar su piel por completo rocé mia labios en su frente. Después deshice el nudo del trapo que la tenía amordazada y abrí el candado de las esposas.
Tras cubrir su cuerpo desnudo con mi camiseta la cogí entre brazos, acurrucándola en mi pecho y creando una fortaleza para ella en la que nadie pudiera siquiera mirarla.
—Hablaremos de esto. —determiné con una mirada severa.
En ese instante me hubiera gustado arrancarle la cabeza por no haberla protegido lo suficiente, pero mi única y total prioridad era ella. Ahora y siempre.
Bajando las escaleras ignoré la carnicería a la que estaba siendo sometida el lugar. Habían cuerpos despedazados por doquier y un incendio comenzaba a arrasar todo a su paso.
Me detuve con ojos recelosos al ver a Jason aproximarse a nosotros con una cara preocupada.
—Estará bien. —le dije caminando hacia el coche, dejándolo con la palabra en la boca.
Denis, que sostenía un machete ensangrentado, detuvo sus planes de cortar la cabeza de un hombre ya sin vida al verme pasar a lo lejos con ella en brazos.
Luego soltó un suspiro resignado y se colgó el cuchillo al hombro teniendo el filo a pocos centímetros de su cuello.
—¿Cómo de mal está? —preguntó una vez que estuvo a mi lado sin recibir más que una mala mirada de Jason. —Joder, ni preguntar puedo.
—¿Siempre eres así de idiota? —habló su hermano entre dientes subiéndose al vehículo junto a los demás.
Polina, que ya estaba sentada en el copiloto, le dió una mirada de reojo.
—Si, pero te acostumbras. —respondió moviendo los hombros de una forma desentendida.
Acomodé su cuerpo encima del mío, poniendo un brazo bajo su cabeza y teniendo cuidado de no romper alguna hebra de su rojizo cabello.
Después abroché el cinturón siendo lo más delicado posible para no rozar alguna de sus heridas bajo la camiseta.
—Lo tenemos. —habló Denis con una sonrisa adornando la mitad de su cara.
—No lo toquéis. Es exclusivamente mío. —le dije en un tono neutro con mis ojos aún pegados en su rostro.
Era incapaz de alegrarme por nada ahora mismo, ni siquiera porque por fin cumpliría con el objetivo que le dió significado a mi vida durante toda mi infancia.
—¿Puedo participar? —el ceño de su frente se arrugó cuando no obtuvo ninguna respuesta. —Es mi hermana, tengo derecho.
—¿Ah si? Y cuéntanos. ¿Cuantas veces te has manchado las manos? —habló Denis con una irónica.
—Eso no te importa, rubio de bote.
—¿Qué me has llamado? —refutó él levantando las cejas.
—Lo que...
—Está bien, puedes venir, pero cállate de una vez. —le interrumpí haciendo el esfuerzo de poner una sonrisa amable volviendo a poner mi atención en ella.
Denis me dijo desde un principio que no era buena idea traer al niño zanahoria a vivir con nosotros. Me temo que tenía razón.
Unas manos en mi cara hicieron que abriera los ojos viendo una superficie negra con mi cuerpo estando alerta. Al momento de hacerlo me ahogué con mi propia respiración y tosí, mi garganta dolía al igual que mis labios y todo el cuerpo. No podía respirar demasiado porque sentía que mis costillas se romperían en cualquier momento.
Aún así hice un mínimo intento por estabilizarme. Supe por la superficie en la que estaba que ya no estaba en ese cuarto sucio y tuve miedo de que me estuvieran llevando a otro lugar.
Sin embargo, al encontrarme con su mirada azulada mis párpados se llenaron de unas lágrimas de alivio y frustración. No quería que me viera así, tenía miedo de que cambiara su imagen de mi, pero sobre todo odié lo que vi en sus ojos.
Los dos nos observamos en silencio sin decir nada mientras él seguía tocando mis mejillas limpiándolas del agua salada hasta que se inclinó y posó sus labios sobre mi boca en apenas un roce. Sus ojos también brillaban, incluso estaban un poco hinchados. Después me ayudó a quedar sentada en sus piernas llamando la atención de mi hermano que en cuanto percibió sus movimientos desvió su mirada hacia mi.
—¿Cómo te encuentras? —cuando quiso acercar su mano hacia mí se lo impidió acercándome más a su pecho y haciendo que Jason le diera una mala mirada.
Esbocé una sonrisa débil. Tenía la garganta demasiado adolorida como para hablar así que esperé que eso le hubiera sido suficiente para eliminar su preocupación.
—Te estamos llevando a un hospital para curarte. —avisó Jas con una mirada entristecida.
Alek me acercó más a su pecho antes de coger una pastilla de uno de los bolsillos del chaleco que traía puesto y cogió una botella de agua del compartimento que había en medio de los dos asientos de delante.
Entreabrí los labios antes de que me dijera de hacerlo, en parte porque no creía ser capaz de seguir aguantando todo el dolor de mi cuerpo. ¿Esto es lo que Polina me había estado evitando en mi estancia en aquel lugar? Mierda.
Cuando puso la pastilla sobre mi lengua abrió la botella y la puso en mi labio inferior de forma que apenas pude sentir el plástico rozando mi piel aún adolorida.
—Bebe. —susurró en un hilo de voz, sus ojos me seguían viendo afligidos.
Gemí adolorida al pasar la pastilla por mi garganta.
Luego volví a recostarme sobre su pecho cerrando los ojos y a duras penas aferrando mis manos a él ignorando ese cosquilleo que me atravesaba el brazo a la vez que él arrastraba las suyas por mi cabello.
—¿Te duele? —negué con la cabeza ante su ronca voz en una verdad a medias.
Aunque el problema ahora era el temblor y la palidez que había aparecido en mi cuerpo largos minutos después. Tenía más frío que antes pero sentía el cuerpo caliente, entonces supe que algo malo estaba pasando con las heridas de mis brazos.
Él tocó mi frente, enseguida sus músculos se tensaron y susurró una maldición antes de dirigirse a Polina pidiéndole algo en ruso.
Cerré los ojos cuando los temblores de mis dedos se hicieron más insoportables junto a ese escalofrío que recorrió mi espalda. Lo único que sentí antes de abandonar todo a mi alrededor fue algo frío en mi frente y unas voces distorsionadas.
El poco ruido de la sala de hospital fue opacado por el pitido que cruzaba mis oídos. Apenas me di cuenta de cuando un par de enfermeras se acercaron, y el peso de su cuerpo en mis brazos desapareció al ser colocada sobre una camilla.
La seguí con ojos desesperados hasta que atravesó una puerta azulada. Mis pies se movieron inconscientemente, pero una joven me impidió el paso con una sonrisa amable forzada mucho antes de que pusiera un pie del otro lado.
—Disculpe, no puede entrar ahí.
A cada paso que daba hacia ella mi respiración era más pesada y la sangre por mis venas corría con más rapidez como una promesa de que pronto tendría la suya si se seguía interponiendo.
Para su suerte Denis se puso entre los dos poniendo una mano en mi pecho.
—Vamos a esperar, sea lo que sea pronto nos dirán algo. —ignorando lo que había dicho aparté su mano y empujé a la chica haciendo que casi se caiga al suelo.
Después crucé las grandes puertas azules buscándola por las distintas salas de urgencias que habían.
—Discúlpalo, no le hemos dado el tranquilizante esta mañana. Por cierto, ¿A qué hora sales hoy? —escuché que le dijo Denis a mis espaldas.
Cuando la encontré no me molesté en saludar al doctor que ya conocía o a los otros enfermeros que tenían toda la intención de echarme de aquel lugar sin saber que el hospital me pertenecía.
—Dejadlo pasar. —dijo el hombre que había dejado de revisar las heridas de sus brazos.
Acercándome a la camilla distinguí varias tiritas blancas esparcidas por su rostro.
—Está hecha mierda, pero lo más importante ahora es llevarla a cirugía. Tiene los nervios de los brazos totalmente destrozados y me temo que las cortadas se hayan infectado. No es muy grave pero está jodido. —lo miré de reojo tensando la mandíbula hasta que mis dientes rechinaron.
—Iré.
—No sé si sea buena idea, Alek. Sabes que no se debe mezclar lo personal con lo profesional en el trabajo. Estás alterado. —murmuró con una mueca disconforme en los labios.
—Jodidamente iré. Preparad las cosas, nos vemos en cinco minutos. —refuté antes de salir de la sala y cambiarme a unas prendas más adecuadas.
Había hecho y presenciado bastantes cirugías a lo largo de mis veintitrés años, pero definitivamente esta había sido la más complicada.
Por un momento se me había olvidado cómo suturar una herida y el nudo en mi garganta no me dejó respirar con normalidad hasta que terminamos después de unas largas horas. Quería asegurarme de que todo quedara a la perfección.
Los estúpidos celos punzantes que se asentaron en mi cabeza al ver a otros indagar y ver dentro de su cuerpo tampoco me fueron de demasiada ayuda, pero hice un esfuerzo por ignorarlos. No podía permitirme ningún fallo cuando se trataba de ella.
Cada día que pasaba ese sentimiento dentro de mi crecía. Habían días en los que no sabía qué hacer para controlarlo y simplemente pasaba más horas de las que debía trabajando para estar lejos y evitar una muerte prematura en manos de sus preciosos ojos.
Puede que alguno de esos días ella, sin saberlo, ocasionara una explosión en mi pecho acabando con mi vida, pero una cosa era clara y es que ella era jodidamente preciosa, tanto por dentro como por fuera. Más que preciosa.
La luz tan intensa que había en la sala me incomodaba para abrir los ojos con normalidad, moví mi cabeza a un lado al escuchar a alguien moviéndose de una silla. Era él.
Se había levantado para bajar un poco la persiana de la ventana, después volvió a sentarse junto a mi sosteniendo mi mano entre las suyas mientras inspeccionaba mi rostro. Yo me senté agradecida de poder hacerlo con mediana normalidad, fue entonces cuando me di cuenta del material que rodeaba mis brazos que todavía sentía adormecidos.
—Tienes que llevarlas unas semanas. Nada de quitártelas. —avisó con una mirada suave. —¿Cómo te encuentras?
—Bien. —respondí con una mueca agachando la cabeza mirando el cable intravenoso que había en mis manos.
Aunque eso está lejos de la realidad, porque ahora mismo estaba de todo menos bien sabiendo que él seguía vivo y podría intentar venir a por mí en cualquier momento.
—¿Cuánto tiempo estuve allí? —hablé en un hilo de voz.
—Ocho horas. —respondió con una voz sombría y lo miré en silencio.
No me quería ni imaginar la de cosas que tendría que haber aguantado si no hubiera llegado a tiempo de evitar que todo fuera a peor. Ocho horas y habían sido las peores de toda mi vida.
El colchón de la camilla a mi lado se hundió con su peso y mi rostro recibió sus dedos encantado.
—Fue horrible. —susurré con ese ardor en mis párpados.
—Pagará. Sufrirá un millón de veces más de lo que te hizo. —murmuro apoyando su frente en la mía haciendo que nuestras narices se rocen.
Al cerrar los ojos una lágrima rodó por mi mejilla humedeciendo también parte de su rostro. Él la limpio con su pulgar antes de que fuera más lejos y me abrazó como si la vida le dependiera de ello sin tocarme demasiado por las heridas.
—Gracias. —dije con una leve sonrisa una vez nos separamos, aunque él seguía con sus dedos en mi piel como de costumbre. —Por todo.
Estaba omitiendo todas las razones por las que me sentía agradecida de tenerlo conmigo. Una de esas era su forma de cuidar mis heridas como si fueran suyas, porque por más que siempre quisiera protegerme de todo y todos era algo que no podría suceder nunca a menos que estuviéramos pegados el uno al otro, y aún así la gente encontraría la forma de hacerme daño.
Sus orbes azules se estrecharon en la pequeña tirita que tenía en mi labio y su mandíbula se tensó abandonando sus dedos de mi mejilla.
—Puede que no sienta el dolor físico de tus heridas, pero las tengo incrustadas en el alma, y créeme que me está matando por dentro. —habló en un susurro con una mirada mortificada.
—No me duelen. —aseguré sonriendo. —Además, estaré bien. Te lo prometo.
Él no respondió, parecía demasiado metido en sus pensamientos como para si quiera escuchar lo que había dicho, así que me abalancé a sus labios sabiendo que él no lo iba a hacer en todas estas horas.
Cuando quiso alejarse de mi profundicé el beso poniendo mis manos en su cuello atrayéndolo hacia mi hasta que no quedara espacio separándonos.
Al rozar mi lengua en su labio inferior la puerta se abrió. Desvíe mi mirada a la enfermera que había entrado con una bandeja de comida en sus manos y mis mejillas se sonrojaron.
—Dejaré esto por aquí. —dijo antes de irse con rapidez y pasos torpes.
—No tengo hambre. —declaré al verlo caminar hasta la mesita en la que estaba la bandeja.
Si tenía hambre, pero de otra cosa.
—Tienes que comer. —fruncí los labios al ver la crema de verduras a escasos centímetros de mi.
Luego me hice a un lado para que él pudiera tener más espacio y abrí la boca todas las veces en las que me acercó la cuchara. No sabía tan mal. Mejor que los órganos de Leto definitivamente era.
Sacudí la cabeza cuando cogió un yogur, esa vez hizo caso a mi negativa y se acostó a mi lado haciendo que mi cabeza estuviera sobre su pecho.
—Me gustaría enterrar lo que queda del cuerpo de Leto. —murmuré sintiendo mis párpados ligeramente pesados.
—Lo haremos juntos.
Un par de minutos después caí dormida teniendo por primera vez en muchas horas un sueño capaz de hacerme descansar de verdad, aunque mi mente estuvo a cada minuto repitiendo las sonrisas malignas de su padre. Por lo menos ya no me despertaba con miedo, todo lo contrario. Su cara alimentaba mi odio hacia él fortaleciendo mis ganas de tener su cabeza entre mis manos.
Podría decir que incluso me gustaría infligirle una mínima parte del dolor que me causó, pero sabía con certeza que Alek no dejaría que me ensuciara las manos de esa manera. O tal vez si.
Para cuando me desperté había comenzado a anochecer y él ya no estaba a mi lado pero alguno de sus escoltas si. Tres pares de ojos me miraban atentamente y aburridos. Yo me centré en los de Denis que estaba a punto de caerse del sueño en el sofá.
—¿Dónde está? —le pregunté mientras me incorporaba en la cama.
—¿Quién? —Sergey a su lado lo miró con una cara disgustada antes de negar con la cabeza. —Ah, está haciendo un recado.
—¿Un recado? —repetí incrédula. ¿Me había dejado para ir a hacer la compra? Denis asintió antes de ponerse de pie.
—Iré a por un café.
—Tráeme uno. Por favor. —pedí antes de que cruzara la puerta.
—¿Café?¿Por la noche? —cuestionó Sergey con una ceja alzada.
—Como ordene, mi lady.
Al cerrarse la puerta fijé mis ojos en Sergey.
—¿Me vais a decir dónde está? —hablé cruzada de brazos.
—¿No se supone que estás mal? Descansa, duérmete otro rato y tal vez así te recuperes antes. —replicó él con los ojos cerrados echando la cabeza hacia atrás.
—¿Y no se supone que tenéis que vigilarme? Dudo mucho que lo hagas con los ojos cerrados. —respondí con sorna, él abrió los ojos tras soltar un suspiro y volvió a clavar sus ojos en mí de forma no muy amigable.
El otro chico con pelo largo que estaba al otro lado de la sala no dejaba de mirarme, ni siquiera se movía. Era como una estatua. Mierda, daba miedo.
Las voces detrás de la puerta se hicieron más fuertes haciendo que dirigiera mi vista hacia allí, esperando que en algún momento se abriera y revelara los dueños de aquellas voces. Me tensé al verlo entrar junto a Denis. Sergey tampoco lo recibió con demasiada amabilidad.
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