Capítulo 25
Dormía plácidamente en mi cama cuando escuché la puerta chirriar seguido de unas pisadas que rápidamente pararon. Me desperté algo adormilada y pude ver a Arturo en el marco de la puerta, al ver que me había despertado me hizo un ademán para que fuera con él y con cuidado de no despertar al resto, salí en silencio de la habitación donde dormíamos todos.
El cuarto donde nos estábamos quedando se encontraba en penumbra casi todo el día, había algo de moho por las esquinas de la habitación y el suelo estaba bastante deteriorado, tanto que debíamos tener cuidado por donde pisábamos para evitar tropezar y caer al suelo.
Salí de la casa y en seguida noté el cambio de temperatura, además de una espesa niebla que se había situado en el pueblo, haciendo que no viéramos bien lo que teníamos enfrente. El clima era frío y húmedo, todos los compañeros de Arturo que habían madrugado vestían con ropa hecha de diferentes pieles de animales para mantenerse en calor.
–El clima ha cambiado, pienso que se debe a que nos hemos acercado más a la costa. –comentó Arturo, con la mirada perdida en la niebla. –¿Cómo se encuentra mi hermana?
–¿A qué te refieres? –pregunté al lado suya, y cruzándome de brazos.
–He estado diez años sin verla, y ahora se siente raro hablar con ella. –explicó algo afligido. –Me escapé del castillo en cuanto supe que tendría que casarme con Amelia, no me mal entiendas, es una gran mujer pero no la amo. Es por eso que decidí huir de palacio y hacer como si me hubieran secuestrado.
–Ella está bien, es la mujer más fuerte que he conocido. –sonreí y le dediqué una mirada amistosa. –Creo que vosotros dos volveréis a ser esos hermanos que erais antaño. Unidos y felices.
–Siempre que tú estés ahí también. –lo miré nerviosa, no creí que se diera cuenta tan rápido. –Me alegra que Cassandra haya encontrado a alguien como tú para ser feliz, se lo merece.
–¿No te molesta que esté con una mujer y no con un hombre?
–El amor viene de maneras misteriosas, no soy nadie para impedirle ser feliz. –me sonrió. –Solo te pido que la hagas feliz y la cuides, eso es lo más importante para mí.
–Lo haré, te lo prometo. Aunque sí eres alguien, eres el futuro Rey del reino. –comenté divertida, él rio y ambos miramos como la niebla iba amainando.
Le acompañé al bosque para conseguir algo de leña, estábamos seguros de que los demás despertarían con frío. Tras un tiempo recolectando la leña regresamos al pueblo, donde Cassandra nos esperaba con una expresión preocupada.
Miré a Arturo pero él solo se encogió de hombros y no supo qué decir. La princesa se abalanzó sobre mí para abrazarme, por poco tiro la leña pero conseguí evitar que cayera al suelo. El príncipe nos miraba con una sonrisa cariñosa y no pude evitar sonrojarme, cuando ella me abrazaba me sentía como un oso de peluche achuchable.
–¿Dónde estabais? Me he asustado al despertar y no veros por el pueblo.
–Sólo hemos ido a por leña, no hace falta que te preocupes tanto. –comenté como si nada, me arrepentí a los segundos al ver la cara de Cassandra, ahora mostraba enfado.
–¡Pues bien! Ya no me preocuparé más por vos. –replicó molesta, dio media vuelta y se marchó.
–Creo que está molesta. –me susurró Arturo.
–No me digas. –le respondí con sarcasmo. –Cassandra es muy cabezota para aceptar mis disculpas, tendré que dejar mi orgullo a un lado para conseguir su perdón.
Me despedí de él y entré en la casa donde mis amigos seguían durmiendo. Al entrar en la habitación donde todos dormíamos me divertí con la escena que estaba presenciando, Dana tenía a Eros agarrado por el cuello y este respiraba con dificultad, sus mejillas se tornaron rojas y comenzó a sudar. Les desperté poco a poco, Dana se disculpó con Eros cuando vio en la situación en la que estaba su amigo, y este aceptó sus disculpas, aclarando que no dormiría al lado de ella nunca más.
Mis amigos notaron la tensión que había con Cassandra pero decidieron no preguntar, Imra regresó con pescado fresco. Ella había salido al alba junto con Jun, uno de los amigos más cercanos a Arturo y consiguieron pescar varios peces, además de recolectar diversas frutas. Me acerqué al pozo para llenar un barril y así tener agua potable, Parzival decidió ayudarme y pese a que el pozo se encontraba en mal estado, el agua salía cristalina.
–¿Qué ha pasado con la princesa? –preguntó mi amigo con algo de cautela. –Creí que todo estaba bien entre ustedes.
–Y así lo era, pero creo que he metido la pata. –él me miró confundido pero asintió. –Le he dicho que no se tenía que preocupar por mí ya que solo había ido con Arturo a recolectar algo de leña, y se lo ha tomado mal.
–Bueno, es normal que haya reaccionado así. –dijo Parzival, mirando de reojo a nuestros amigos. Vi como Cassandra hablaba con normalidad con los demás pero a mí me ignoraba. –Cuando su hermano desapareció estuvo recluida en su habitación durante mucho tiempo, nadie en el pueblo supo de ella hasta tres años después. Creo que a ella le asusta que te vayas y no regreses.
–Creo que lo entiendo. Ahora solo disculparme, pero sé que ella no hablará conmigo. –suspiré deprimida, la miré pero ella evitó mi mirada.
–En eso te podemos ayudar. –Parzival me sonrió y abrazó por los hombros. –Sólo tienes que hacer lo que te digamos.
El resto de la mañana la pasé al lado del príncipe Hans y con Amelia, ellos dos estaban al tanto del misterioso plan de Parzival, el cuál no me quisieron decir. Recogimos algo de agua y víveres para el viaje hacia la montaña prohibida y partimos viendo que el tiempo había mejorado.
Arturo nos quiso acompañar para que no fuéramos solos mientras que Gus e Imra se quedaron con los demás en el pueblo para no tener a las personas desprotegidas. El camino a caballo fue tranquilo, de vez en cuando echaba miradas hacia Cassandra pero ella me seguía ignorando.
Le indiqué a mi caballo que fuese más rápido y me asenté al lado de Arturo, quién iba el primero abriendo camino. Él me miró y sonrió con tristeza, a los minutos de cabalgar me indicó que me detuviera y así lo hicimos todos.
–¿Qué ocurre? –preguntó Hans. Los demás nos miraban en alerta a excepción de Parzival y Amelia.
–Creo que alguien nos está observando, estad atentos. –ordenó el príncipe con el rostro serio.
Me bajé del caballo para ir de avanzadilla y verificar si todo estaba bien. Al comprobarlo me di la vuelta para hacerles una seña a mis amigos, cuando un chico encapuchado saltó del árbol cercano y me cogió de la cintura para luego ponerme un puñal en el cuello.
Que manía que tienen con ponerme puñales en el cuello.
–Será mejor que no os mováis. –habló con cautela.
–¡Liz! -gritó asustada Cassandra, mirándome con temor.
–Creo que será mejor para ustedes no seguir viajando con la heroína, Lizbeth Jones.
El chico me empujó al pequeño terraplén que había al lado nuestra y él se tiró tras de mí. Escuché los gritos de mis amigos pero no los pude ver, caía entre los matorrales tapándome la cara con las manos para no hacerme heridas, hasta caer en un claro. Me quejé ya que me había clavado una rama en los riñones, me levanté con cuidado y miré al chico, él también sufrió algunos golpes y se levantó con dificultad.
–Oh Dios. ¿Te encuentras bien, Lady Jones? –preguntó el chico, esta vez pude reconocer la voz.
–¿Jun? –pregunté asombrada. Él se retiró la capucha para revelar al soldado más confiable del príncipe Arturo. –¿Qué significa todo esto?
–Es el plan del Señor Parzival. –se explicó con rapidez, por miedo a mi reacción. –Él me comentó que esta era la única forma de hacer que la princesa Cassandra le volviera a hablar.
–Tenía que haberlo visto venir. –gruñí mientras me frotaba la cara, lo miré y suspiré. –¿Y ahora qué hacemos?
–Me dio órdenes de ir por un atajo hasta la montaña prohibida.
Jun tenía listo otro caballo para mí, al parecer lo tenía preparado ya que estaba planeado que cayera en este lugar, estos amigos sí que eran astutos, lo tenían todo preparado y sólo habían tardado una mañana en realizar el plan. Cabalgamos sin descanso hasta llegar a las faldas de la montaña pero no había rastro de mis compañeros, estaba segura de que no tardarían en llegar.
El cielo estaba nublado y no habían señales de que se fuera a despejar. Había una entrada custodiada por dos guardias, sus armaduras eran de color negro en vez de metal, como era lo normal. Retrocedimos un poco para no ser vistos, quería que estuviéramos todos para ir a hablar con ellos.
Esperamos en un lago que había cerca de la entrada, el agua parecía fango, estaba de color marrón y era espesa. Estaba segura de que aquí no podría vivir ninguna criatura marina, pero al parecer habían plantas que sí lo habían conseguido. El suelo comenzó a temblar pero lo ignoré pensando que era un pequeño terremoto y seguí afilando mi espada por si fuera necesario usarla. Los caballos relincharon asustados y se marcharon sin darnos oportunidad de evitar que se fueran.
–Lady Jones. –dijo Jun, asustado. Su voz temblaba y parecía que fuera a llorar en cuestión de minutos.
–¿Qué ocurre? –al girarme me quedé sin palabras.
Una gran Hidra salía del agua y se alzó frente a nosotros, sus siete cabezas nos miraban amenazantes. Su cola se movía agitando el agua del lado y parecía afilarse las garras con la tierra. Tragué hondo y fuimos retrocediendo despacio para evitar molestarla.
–¿Por qué siempre atraigo a los monstruos más temibles? ¿Por qué no puedo atraer a un pegaso? –me quejé mientras sujetaba con fuerza mi espada.
–¿Qué hacemos, Lady Jones? –me preguntó el soldado, totalmente asustado.
–¿Por qué me lo preguntas a mí? –lo miré nerviosa. –Que haya sido amiga de un Troll, haya hablado con criaturas increíbles y sea amiga de una Grifo. No quiere decir que me vaya a hacer amiga de una Hidra.
–Tiene razón. ¿No puede luchar contra ella?
–¿Con una espada? ¿Cómo podría hacerle daño a una criatura de siete cabezas con una espada? –pregunté histérica, retrocedimos hasta chocar nuestra espalda con la pared rocosa y gemí asustada. –Una Hidra, no podía ser un unicornio.
Mientras que Jun se dedicaba a abrazarme y a gritar, se me ocurrió una idea, la cuál mataría dos pájaros de un tiro. No literalmente. Agarré la mano de mi compañero y comenzamos a correr hacia la entrada donde aguardaban los dos soldados, estos al vernos empuñaron sus espadas.
–¡Hay una Hidra! –grité asustada, y en verdad lo estaba. Ellos nos miraron confundidos hasta que la gran criatura hizo acto de presencia.
–Maldición. Id dentro, nosotros nos ocuparemos. –nos ordenó un guardia, mientras el otro daba la voz de alarma con una corneta.
Ambos entramos dentro del recinto amurallado y varios soldados salían a la puerta principal. Llegamos a un pasillo al lado de un gran patio, donde estaban algunos de los prisioneros y estos dejaron sus quehaceres para observarnos con confusión. Muchos se asustaron al sentir el suelo temblar y escuchar los rugidos de la Hidra.
Uno de los guardias de antes cayó al patio, todos comenzaron a huir en diferentes direcciones e intenté localizar con la mirada alguna salida pero entre tanto caos me era imposible. Una chica de cabello rubio y ojos grises me cogió de la mano, Jun la miró confundido pero se asustó al ver cómo el muro era destruido por la criatura, una de sus cabezas entro mientras mostraba sus afilados dientes.
–Venid conmigo. –nos dijo la chica viendo aterrada a la Hidra.
Seguimos a la chica a través de unos estrechos pasadizos que parecían llevar a las entrañas de la tierra, Jun encendió una antorcha para alumbrar el camino. La chica abrió una gran puerta de madera y salimos a una pradera que estaba a varios metros de la catástrofe.
A lo lejos podía observar cómo la Hidra se hacía con la prisión, sus rugidos se escuchaban hasta donde estábamos pero por suerte ya nos encontrábamos a salvo. Jun se sentó en el suelo mientras intentaba regular sus respiración.
–¿Qué hacíais allí? No tenéis pinta de ser ladrones o mercenarios.
–Pues hemos ido para rescatar a una chica de la cual mi amigo Hans está enamorado, pero hace dos años que no la ve. –expliqué más tranquila. –Pero creo que hemos empeorado la situación.
–Aguardad. ¿Habéis dicho Hans? –preguntó con una sonrisa. –¿Os referís al príncipe Hans?
–A ese mismo. –comentó Jun, levantándose y limpiándose la ropa.
–Creo que soy la chica que buscáis. Me llamo Aurora, un placer conoceros. –se presentó la chica con una gran sonrisa.
–Me llamo Lizbeth Jones, y él es Jun, uno de los mejores guardias del príncipe Arturo. –le presenté. –Es una larga historia.
–Creo que tenemos tiempo. –sonrió.
El atardecer se iba dando paso a través de las horas, nos alejamos del lugar para no levantar sospechas ni que los soldados que habían allí nos descubriesen. La Hidra parecía haberse hecho con el control de aquel lugar, aún oíamos los gritos de los soldados que todavía luchaban.
La noche nos encontró a mitad de camino, hicimos una pequeña hoguera para calentarnos y Jun consiguió cazar dos conejos para poder cenar algo esta noche. Aurora no parecía disgustarse cuando el chico comenzó a despellejar a los conejos
Le expliqué todo por lo que había pasado, cómo conocí a Hans, su plan para evitar casarse con Cassandra y cómo nos contaba que seguía enamorado de ella. Aurora sonreía con cada cosa que le contaba sobre Hans y no pudo evitar llorar.
–Estoy segura de que los encontraremos pronto, no te preocupes. –la intenté animar, ella sonrió y me contagió su sonrisa.
–La cena ya está, señoritas. –anunció Jun, evitando que la carne se chamuscara.
Cenamos mientras escuchábamos las anécdotas que tenía Aurora sobre la montaña prohibida, muchas personas que estaban allí eran inocentes y no habían hecho nada malo. Nos contó que una señora de avanzada edad fue enviada allí por saber usar plantas como medicina, no me tenía que sorprender ya que todo eso ya lo sabía de mi época y sabía las consecuencias de sobresalir aquí, pero de leerlo a vivirlo son cosas muy diferentes.
Jun se quedó haciendo guardia hasta la mitad de la madrugada y luego cambié el lugar con él. Con los primeros rayos de sol partimos hacia una fortaleza que Aurora conocía, ella estaba segura de que si no habíamos visto a mis compañeros por los alrededores, lo más seguro es que se hubieran ido a la fortaleza más cercana. Por el camino me encontré con plantas de anís, sonreí por los recuerdos que me traía y no pude evitar cortar una ramita para saborearla, mis amigos se quedaron confundidos por mi acto.
–¿Por qué se está comiendo una planta? –preguntó Jun, algo asqueado.
–Se llama Anís, y está muy bueno. Todas las partes vegetales de la planta son comestibles. Probadlo y veréis. Confiad en mí. –les alenté a probar con una sonrisa.
Aurora fue la primera en probar, al principio hizo una mueca de asco pero al final sonrió y disfrutó del sabor. Jun fue un poco más reacio a catar pero conseguí convencerlo, a él no le gustó tanto el sabor pero aceptó que era bueno degustar cosas nuevas. Tras unas horas de viaje conseguimos llegar a la fortaleza, allí los guardias nos amenazaron con sus armas. Tuve que presentarme y fue entonces cuando el alcaide del lugar nos dejó pasar, parecía saber quien era.
–Bienvenidos a la fortaleza del atardecer. –comentó con una sonrisa. Era un hombre regordete y algo bajito, su pelo era castaño claro con algunas canas y era peculiar su espeso bigote. –Soy el alcaide Jonathan Spark, un placer.
–El honor es nuestro, Señor Spark. –hicimos una breve reverencia haciendo que él riera. –Me llamo Lizbeth Jones, ellos son Jun Dion y Aurora Blair.
–Un momento. ¿Has dicho Aurora Blair? –preguntó confundido y frunciendo el ceño. Miré a mi amiga asustada por el cambio de ánimo del noble. –¿La misma Aurora que conocí cuando solo era una cría?
–Soy yo, señor Spark. –dijo mi amiga con una sonrisa.
–¡Cómo me alegro de veros nuevamente! –se acercó a ella y la abrazó, parecían padre e hija. –Tienes muchas cosas que contarme. ¿Cómo está tu padre?
–Pues verá, hace dos años que no le veo. –respondió algo apenada.
El señor Spark y Aurora se marcharon para ponerse al día, por mi parte fui a dar una vuelta por la fortaleza para conocer el lugar. Todavía no habían llegado mis amigos pero estaba segura de que llegarían sanos y salvos. Jun me explicó que a las tropas que habían aquí se les conocía como guarnición, eran destinados a proteger un palacio. Era bastante grande ya que vivían aquí muchas personas, una criada me comentó que tenían mi habitación preparada por orden del señor Spark.
Dejé mis pertenencias en la cama y me dispuse a darme un baño rápido, al terminar me vestí con un vestido de terciopelo rojo largo y encima me puse una túnica ya que por las noches solía refrescar. Me dejé el pelo suelto y salí de mi alcoba para seguir viendo la fortaleza, cuando llegué a la parte más alejada escuché cómo varias personas tosían. Entré en la habitación y vi a varios soldados enfermos, siendo atendidos por algunas mujeres que hacían su mejor esfuerzo por curarles.
–La mitad de mi tropa ha caído enferme. –comentó Jonathan a mi lado, él era acompañado por un guardia, Aurora y Jun, quien había llegado al momento. –Hemos probado todas las medicinas que sabemos pero nada parece hacerles mejorar, me temo que tendremos que comenzar a cavar sus tumbas.
–Yo sé que podemos hacer. –sonreí, miré a Jonathan y él me miró confundido. –Pero necesitaré que me preste a varios de sus hombres.
–Si así puedes hacer que mejores, puedes pedirme lo que sea.
Reuní a un pequeño grupo de soldados, les enseñé la planta de Anís que me había llevado y les indiqué que cogieran varias. Cuando recolectamos varias regresamos y me dispuse a calentar un cuenco de arcilla a fuego lento.
Lo rellené con agua y fui echando las pequeñas semillas de Anís, haciendo una infusión. Vertí el líquido en varios vasos que me dejaron y les indiqué a las enfermeras que se lo administraran, muchos se negaban a tomarlo pero Jonathan me ayudó a que se los tomaran, más bien les obligó y amenazó con la muerte.
Al cabo de unos minutos todos parecían más tranquilos y ahora solo dormían. Sonreí y les indiqué que saliéramos de la habitación, las chicas se marcharon menos mis amigos y el señor Spark.
–Parece que ya no se quejan tanto, esperemos que mejores. –comentó Jonathan. –¿Qué has utilizado?
–La planta se llama Anís, es carminativo por lo que favorece a la digestión, mejora el apetito y alivia los cólicos. También se puede usar cuando tienes tos. –expliqué bajo la atenta mirada de los presentes.
–Eres increíble, Lizbeth. –Aurora aplaudió emocionada.
–Bueno, mañana veremos como están. Por ahora será mejor que descanséis, sé que habéis tenido un día ajetreado y no quiero que ustedes enfermen también.
Jonathan se despidió de nosotros y cada uno se marchó a su dormitorio, los tres estaban al lado unos de otros por lo que no teníamos pérdida. Cené un poco de fruta que traía en la bandolera, me cambié de ropa a una más cómoda y caí en un profundo sueño.
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