Capítulo 21
Las lágrimas caen desde mis ojos como una cascada. Sin cesar, con fuerza y rabia. Mi rostro está caliente, ardiendo por la furia y la frustración. Corro a ninguna parte en concreto mientras a mi espalda oigo las voces que gritan mi nombre.
Pero ninguna me detiene.
Sigo corriendo a pesar de que mi visión es cada vez más reducida y sólo me detengo para dejarme caer al suelo. Con el reverso de mis puños golpeo la tierra mientras grito y el dolor escapa por mis poros. Los recuerdos llenan mi cabeza y todo parece encajar de repente.
Mi vida entera es un puzle y las piezas por fin han comenzado a encajar.
Sus ojos son de un profundo azul y se queda parada mirándome durante un rato. No sabría descifrar su expresión pero creo que podría rozar la... ¿ternura?
Aparta su vista con brusquedad, como si se estuviera castigando a sí misma.
Todo estaba ahí, todo estuvo ahí desde la primera vez que sus ojos se encontraron con los míos.
¿Cómo he podido no verlo?
¿Cómo he estado tan ciega?
—Siempre estoy cerca, Laurie.
Si ese joven no hubiera actuado, lo habría hecho yo.
—Lo hice por amor, Laurie. —Y ella sin embargo, habla.
—¿Amor? ¿Qué clase de amor es ese? —Sonríe.
—El más fuerte de todos.
Ella misma me lo dijo aquella vez, la anciana también lo hizo.
Todas las malditas señales han estado enviándome hacia un camino que no he sabido ver.
—Laurie Riley es la responsable directa de que cada defectato esté en la situación que está. Sé que estás furioso y crees que Anna es la responsable. Pero la responsable está justo a tu lado...
—¡Pequeña! —Ariel se lanza junto a mí, sus manos tocan mi espalda y como si me hubiera acalambrado, me aparto con brusquedad.
—¿Laurie qué ocurre? —le oigo pero no le escucho, no puedo responder a sus palabras.
—Dime, niña, ¿dónde está tu escolta?—Busca al joven con
sus ojos.
—No tengo ningún escolta.
—No digo la verdad pero tampoco miento.
—Por favor... Anna te quiere demasiado, jamás te dejaría sola.
—Me gustaría que vivieras para descubrir la verdad.
—¡Ella tenía razón, Ariel! ¡Yo soy la responsable! —exclamo.
Niega, agarra mi barbilla y trata de que le escuche.
—Laurie, calm-
—¡No! ¿Quieres hacerle un favor a los demás y a ti mismo? ¡Mátame, Ariel! ¡Es lo que deberías hacer! —Le entrego mi daga, chocandola con su pecho.
Pero me la devuelve, toma mi mano y la posa sobre ésta. Los recuerdos no paran de impactar dentro de mi cerebro y el corazón golpea con fuerza en mi caja torácica.
—¿Seguro que lo perdiste por aquí, cariño? —Asiento, enérgica. Me detengo cuando noto que mis piernas están muy cansadas para continuar.
—Mamá, no puedo. —Apoyo las palmas de mis manos sobre mis rodillas y doblo mi cuerpo en el proceso.
—Hija mía, respira profundo. Te cogeré, tranquila. —Sus brazos se cierran a mi alrededor y en pocos segundos, ya no estoy tocando el suelo. Me giro hacia mi progenitora y durante un momento, mi visión se vuelve borrosa. Pestañeo, cierro los párpados con mucha fuerza y vuelvo a abrirlos. Su rostro se aclara para mí.
—Mamá, Bonnie tiene que estar por aquí. —Ella acerca sus labios a mi cara, los posa sobre mi mejilla y sonríe.
Me aferro, al arma con firmeza y me la pongo en el cuello.
—¡Si no lo haces tú, lo haré yo!
—Pero en cuanto pronuncio esas palabras, el rubio coge con cada una de sus manos una de las mías, retrocedemos hasta chocar con un árbol y lleva mis manos a cada lado de éste.
—Sueltala. —Me ordena.
—¡Hazlo, Ariel! No seas estúpido, todo es culpa mía. ¡Merezco morir! —Su mano aprieta un poco mi muñeca, instándome a tirar el arma.
—No me obligues a hacerte daño, pequeña. Sueltala. —Cuando vuelvo a negarme, me aprieta con más fuerza.
Al final acaba apretando tan fuerte que no tengo más remedio que dejarla caer. Con su pie la pisa y la desliza hacia atrás, lejos de nosotros. Miro con tristeza como el arma toma distancia con respecto a nosotros y queda algo enterrada en la tierra.
—¡Eres un maldito imbécil, Ariel! ¡Eres un idiota! —Tira de mis manos más hacia atrás y se acerca a mí hasta que sus ojos están clavados en los míos.
—Dime que narices te pasa y deja de insultarme o matarte será lo más dulce que te haga, Riley.
—Las lágrimas que por fin habían cedido, vuelven a llenar las cuencas de mis ojos.
—Estúpido, idiota, capullo, malnacido, desgraciado, hijo de perra... —Suelto todo el veneno por mi boca mientras me remuevo, intentando liberarme.
Sin querer le golpeo en las zonas bajas, consiguiendo zafarme al instante pero no llego muy lejos.
Se recupera con mucha rapidez para atacarme de nuevo e impedir que me marche. Sus manos tiran de mi cintura y caigo al suelo con él, encima de su cuerpo. Ruedo para deshacerme de esa postura.
Intento ponerme de pie pero su pierna se pone sobre las mías, impidiendo que me mueva y luego va el resto de su cuerpo se pone encima del mío. Aprisiona mis muñecas otra vez con sus dedos aunque sin ejercer mucha presión y con sus piernas, las mías.
—Dime que te pasa, Riley. —Su voz ha pasado de ser amable a ser seria, contundente. Parece cansado de esta «pelea» que le estoy presentando y sé que él no es culpable de nada, no quiero hacer nada que le haga daño.
Lloro, sollozo y la garganta me quema mientras el sabor a sal se cuela por las grietas de mis labios. Jadeo y mi cuerpo se sacude con dolorosos temblores a causa del llanto. Ariel no dice nada, me mantiene sujeta con firmeza mientras yo suelto mis sentimientos a través de mi piel.
Tomo una bocanada profunda de aire, me doy cuenta de que he cerrado los párpados de forma involuntaria y los abro. Vuelvo a respirar hondo y entonces, lo suelto. Lo digo rápido, como una tirita pegada al vello que te quitas de una sola vez para que no duela tanto. Como cuando vas a caer al suelo y pones las manos para amortiguar el golpe.
—Es ella, Ariel. Es Anna. Anna es mi madre.
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