Capítulo 16
Mis manos están detrás de mi cabeza, a la vista de todos.
En mi cintura ya no hay armas, estoy indefensa mientras camino directa al infierno. A mi lado y en silencio caminan las dos mujeres pelirrojas a las que intenté ayudar. Pero de vez en cuando noto sus miradas venenosas clavándose en mí.
Sé que Ariel tenía razón cuando me dijo que debía dejar de meterme en problemas pero no podía hacerlo. Prefiero morir antes que llevar a dos personas a que sean asesinadas. Y si por haberlas salvado -o intentado- tengo que morir, entonces que así sea.
Noto una patada en la espalda que me hace caer al suelo. Mis manos amortiguan la caída.
—De rodillas, manos en la cabeza —me ordenan. Hago caso, me incorporo sobre mis piernas.
—Ellas no tienen nada que ver, deja que se marchen. —Quiero mediar por las mujeres y aunque la voz me tiembla, consigo hablar.
El que me ha golpeado ríe, se pone frente a mí mientras los otros dos cazadores vigilan a las chicas.
—Estás a punto de morir y sigues diciendo estupideces... ¿No te cansas, defectata? —En su cinturón observo mi daga y dios, como desería tenerla ahora mismo.
Parece que no nos hemos parado en cualquier punto del bosque si no en uno concreto. Uno de los hombres rebusca en un árbol y saca algo envuelto en una tela manchada por tierra. La despliega en el suelo y dentro hay un par de cuchillos y un afilador.
—No soy tan malo como crees, normalmente suelo matarlos con un corte limpio y rápido. Después, les despedazo. Utilizo mi mejor cuchillo, uno bien afilado para que no sientan tanto. Pero tú, Laurie Riley, mereces que haga algo mejor.
Mucho mejor. —De la tela agarra ambos cuchillos y me los muestra.
Mientras que la hoja de uno de ellos es perfectamente lisa y tiene el grosor del papel, la otra no sólo tiene imperfecciones sino que su grosor supera los dos centímetros a simple vista.
—Trabajar con éste no es fácil, no me malinterpretes. Pero merece la pena... —Su dedo índice toca mi barbilla, la aparto con brusquedad.
—Hágalo ya. —No soy yo quien pronuncia esas palabras si no la mujer a mi lado. Quiere que termine conmigo para que empiece con ellas y todo acabe cuanto antes. No planea luchar, se ha rendido.
El cazador le sonríe, pone un dedo sobre su barbilla indicándole silencio. Da un par de pasos y estira su mano para que sus dedos se mezclen con el pelo de la pequeña. La sangre me hierve y voy a ponerme en pie pero me tiran del pelo para mantenerme en mi postura de sometimiento absoluto.
—Si la tocas otra vez, voy a...
—No acabo la frase. Sobre mi garganta se cierne un cuchillo que sale de detrás.
—¿Sabes lo que es el dolor, Laurie? —me pregunta y la punta de su arma blanca apunta a la chica.
—¿Sabes lo que se siente cuando te separan el hueso de la carne? Yo no lo sé pero he oído que arde, quema. —Me habla a mí mientras el cuchillo se desliza amenazante por el rostro de la chica. Las lágrimas de ella lo vuelven más resbaladizo.
Entonces, su piel se abre. Es un corte de apenas unos pocos centímetros y sin profundidad pero es el impulso que necesito para que mi vista se nuble y pierda la razón sobre mis actos.
Pero antes de que pueda actuar, oigo una voz.
—¿Sabes lo que se siente cuando te pegan un buen puñetazo?
—Mis ojos buscan la voz y un brillo de esperanza ilumina mis ojos. Le veo a unos metros de nosotros pero no es él quien da ese puñetazo. El guardia que siempre me sigue se abalanza sobre el hombre en mi espalda, liberándome.
Levanta una de sus piernas en el aire y con la otra, le golpea. Es un golpe seco a su mentón, le deja inconsciente al instante. Ariel corre en nuestra dirección y de su arma sale la bala que mata al segundo hombre. El tercero va a responder al fuego con más fuego pero yo soy más pequeña y por consecuente, más rápida.
Ya estoy de pie y mi cuerpo emana el calor de la furia acumulada en mi corazón.
Desde atrás, le doy una fuerte patada en el punto de apoyo de su pierna y cae, en la misma posición en la que me encontraba yo. Muevo mi mano por su pantalón hasta recuperar mi arma y la pongo sobre su cuello, tal y como ellos han hecho.
—¿Sabes lo que es el dolor, maldito desgraciado? —En mi voz hay mucho más que veneno, hay un tipo de rabia que desconocía que podía llegar a sentir. Y quiero rajarle la garganta despacio, hacerle pagar. Pero eso me convertiría en él.
—Laurie —Ariel pronuncia mi nombre, me lanza una cuerda que divido en dos con la daga.
Le ato primero las manos y luego los pies y vuelvo a ponerla sobre su cuello.
—¿A qué esperas, defectata?
Mátame de una vez. —Estoy apretando la empuñadura tan fuerte que mi mano ha cambiado de color y las lágrimas de furia recorren mis mejillas.
Estoy temblando, por muchas razones y por primera vez, el miedo no es una de ellas. Le doy una mirada al rubio y sus ojos tienen una calma y paz que no tarda en transmitirme.
—Están a salvo, vámonos pequeña. —Madre e hija me miran con impaciencia, esperando a que tome una decisión.
Sobre mi mano se posa otra, la del guardia, que me quita la daga sin que oponga resistencia y me la entrega más tarde. Pero antes de irme, levanto la pierna y le doy al cazador una patada en la espalda, haciéndole caer a un lado.
—Ahora estamos en paz.
Cuando me junto con los otros cuatro, llevo mis orbes a Ariel y una sonrisa se dibuja en mis labios porque que esté aquí, sólo significa una cosa; no lo ha hecho, no ha entregado a nadie a los cazadores.
—¿Por qué sonríes así, pequeña? Soy un condenado hijo de perra, no un asesino. —Asiento.
Caminamos en silencio, regresando a una zona poblada.
Entonces nos despedimos de las mujeres. La hija me da una mirada llena de vergüenza y una sonrisa tímida después. Pero la madre se detiene junto a mí y agarra mis manos de forma inesperada.
Pego un respingo pero la miro a los ojos.
—Lo lamento mucho, gracias.
—Agacho la cabeza, algo avergonzada. Pero ella insiste.
—Me gustaría vivir en un lugar donde más personas fueran como tú. —Vuelvo a mirarla.
—Entonces le gustaría Binhtown. —Intento aligerar la carga en el ambiente. Aprieta los labios, sonríe y se marcha después.
—A veces olvido que no todos han estado en Binhtown y están acostumbrados a esto —musito, andando en dirección contraria, junto con los chicos.
—Usted lleva un par de meses por aquí, esa mujer lleva treinta años. Y ha sobrevivido, eso sí es impresionante. —El guardia habla.
—¿Y qué hay de ti? ¿Vas a volver a desaparecer o vas a decirme tu nombre? —Se encoge de hombros.
—¿Vas a volver a meterte en problemas o a pegarme?
—Chasqueo la lengua pero no soy yo quien responde.
—La respuesta a ambas preguntas está clara y es sí.
—Ariel me hace reír.
Pero mi momento de risa es cortado de inmediato cuando mis ojos ven a la anciana frente a nosotros.
Oh, dios. Otra vez no.
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