Capítulo 14
El peso de las últimas semanas recae sobre mí en la oscuridad.
Lloro en silencio, ahogando mis sollozos con mis propias rodillas. Mi vida, mi familia, mi futura carrera, mi casa... Nada es real, nunca lo fue. Estoy sola en un lugar que desconozco, lleno de peligros para los que no estoy preparada.
¡Yo no fuí criada para esto!
Me educaron para ser amable, bondadosa, para ayudar. Para ser justa, para cuidar de mi hermano, para ser libre. No para vivir escapando de un grupo de personas que pretende matarme.
—Laurie. —La voz de Ariel llama mi atención, al parecer él tampoco puede dormir. Puedo apreciar una sonrisa en la oscuridad.
—Realmente nunca haces nada de lo que te digo. —Me encojo de hombros.
—¿Qué deberías haber hecho cuando oíste a ese hombre gritar? —Sé lo que debo decir.
—Huir. —Asiente.
—¿Qué deberías haber hecho cuando me llevaron?
—Huir más rápido. —Ríe.
—¿Y qué hiciste? —Ahora llega la parte donde me regaña por no haber hecho lo que siempre me dice.
—Acudí en su ayuda. Fuí a buscarte. Tenía que hacerlo, Ariel. —Suspira y me mira de una manera más intensa, como si no estuviera a punto de regañarme. Como si ya estuviera harto de repetirlo.
—Las personas normales corren del fuego. Tú corres hacia él.
—No sé como debería sentirme con respecto a sus palabras así que sólo muestro una sonrisa triste.
—Lo hago lo mejor que puedo.
—Alzo las manos.
—Eres peligrosa, pequeña. —Y eso es lo último que me dice antes de volver a dormir.
Cuando la mañana cae, nos ponemos en marcha.
—¿A dónde se supone que vamos? —cuestiono.
—No tenemos comida ni agua así que a buscar a tu guardaespaldas o a encontrar algo con lo que negociar en el mercado. —Bufo y miro de un lado a otro, buscando con mis ojos al chico.
A quien vemos en ese momento es al hombre con el que el rubio tenía una deuda. Cuando sus ojos se cruzan con los míos, los abre como platos igual que si hubiera visto al mismísimo satanás
en persona.
—Estás viva y le salvaste... no puedo creer lo que mis ojos ven. —Sonrío, sin saber que decir.—Te metiste en la boca del lobo y en lugar de dejarte comer, le arrancaste la lengua. Quédate cerca de ella, Ariel. Es mucho más fuerte que tú. —Aprieto los labios para no reír.
—¿Está enfermo o qué le pasa? La última vez que me vio, trató de matarme. —Recuerda el rubio cuando volvemos a quedarnos solos.Entonces yo recuerdo las palabras que el hombre me dijo.
—¡No intentaba matarte! sólo cobrar una deuda. —Matizo.
—¿Y ya estoy en paz con él?
—Asiento con energía.
—Le pagué y él me ayudó a encontrarte. —Después de eso, volvemos a la búsqueda del guardia.
Es alto y su traje resalta de los ropajes habituales de la población de a pie así que si estuviera cerca le vería. Pero sin embargo, a quien veo es a la anciana que me envenenó. De mi cintura saco la daga, oigo como Ariel exclama mi nombre pero yo le ignoro.
—¡Usted! —Apunto con mi mano temblorosa a su cuello.
—Intentó matarme... —musito.
Pero algo tira de mi cintura hacia atrás y me susurra al oído;
—Para. Quieta, Laurie.
—La mujer me sonríe con calma, como si estuviera segura de que no la dañaré.
Supongo que algo en mis ojos llorosos, mi rostro pálido o mi mano sacudiéndose es lo que hace que lo crea.
—No lo hagas, Laurie. —Ariel me sostiene, evita que haga algo estúpido. —Vamos, pequeña...
Bajo el arma blanca, es obvio que soy incapaz de hacer algo así. Doy media vuelta hasta el muchacho y éste me mira con tranquilidad.
—No todas las personas que hay aquí son malvadas, Laurie. Hacen lo que hiciste tú al matar a ese hombre. Lo que hago yo cada día. Sobreviven, eso es todo lo que hacen. En este mundo hay dos tipos de personas; cazadores o cazados. —Cierro los párpados y tomo una larga inhalación por la boca.
Entonces veo movimiento a nuestro alrededor y el rubio también se percata de que algo sucede; intentamos huir pero es muy tarde. Estamos acorralados.
—No les toquéis. Marchaos, yo me encargo. —Es la mujer quien les da la orden y para mi sorpresa, todos obedecen sin rechistar.
—¿Qué quiere de nosotros?
—Suelto en voz alta mi duda.
Ariel se lleva la mano a la espalda, donde se encuentra la pistola.
—¿Sabes, hija? No veo muy bien pero conservo el oído y tu chico aquí presente tiene razón; en este mundo sólo hay cazadores y cazados. Dime, Laurie Riley. ¿Qué quieres ser tú? —Ariel y yo compartimos una mirada y sus ojos me hacen saber que está tan confundido como yo.
—¿Qué quiere decir? —El chico es el que lanza hacia fuera su confusión en forma de pregunta.
—¿Alguna vez has oído la expresión «si no puedes con tu
enemigo, únete a él»? —Y entonces, lo comprendo.
—¿Quiere que seamos cazadores? —Ariel se me adelanta. La mujer comienza a caminar a mi alrededor.
—He oído por ahí que entraste en mi guarida y asesinaste a cuatro hombres. Normalmente, la gente que entra en mi guarida no suele salir con vida pero tú eres especial, Laurie. ¿No es así, Ariel? Me recuerdas mucho a... -
—No pronuncie su nombre, no se atreva. —El muchacho la corta. Le dedico una mirada y sus ojos están llenos de un odio que aunque no es dirigido a mí, se me clava en el pecho.
—Jamás trabajaría para usted
—aseguro. Ella larga una carcajada asquerosa.
—Dime, niña, ¿dónde está tu escolta? —Busca al joven con sus ojos.
—No tengo ningún escolta. —No digo la verdad pero tampoco miento.
—Por favor... Anna te quiere demasiado, jamás te dejaría sola. —¿Qué ha dicho?
—¿Quién es Anna? —Mi curiosidad es genuina.
—Sabes perfectamente de quien hablo... La mujer del muro. Y no has respondido a mi pregunta
—me recuerda.
—No seré su maldita asesina y no tengo ni idea de que habla
—escupo.
De nuevo, ríe. Me mira a los ojos, tratando de adivinar lo que ocurre dentro de mi cerebro, si estoy diciendo la verdad o miento. Entonces me sonríe y añade; —Me gustaría que vivieras para descubrir la verdad.
—Ser guardia es mucho más que matar, Laurie. Es tener protección, comida, un refugio, seguridad,... —Enumera después, cambiando de conversación. Yo ignoro la primera parte se su respuesta, me centro en la que me interesa ahora mismo.
—¡Ni por un billete al mismísimo paraíso! —exclamo pero mi mano es atrapada por la del rubio, que permanece impasivo mientras escucha.
—Creo que no lo has entendido.
No voy a arriesgarme a dejarte con vida; o te unes a mí o te mato aquí y ahora. —Trago seco. Sé que va muy en serio, sus ojos me lo dicen. Para algunas personas, la muerte es un trámite, una orden, algo que ocurre a veces. Y la anciana es una de esas personas.
El corazón se me encoge cuando entiendo que no tengo más que dos opciones. Entonces, oigo el sonido de un arma y la presión de ésta sobre mi cabeza. Y la voz de Ariel se cuela dentro de mí, pronunciando las palabras justas que necesito oír.
Sobrevivir, Laurie.
—Acepto.
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