Revelaciones y Dragones -XXXXIII-
Todavía podía sentirse el irradiar de terror en los hombres de la legión. La visión en la lejanía de aquellas monstruosas y legendarias criaturas, protagonistas de incontables pesadillas de la infancia; todavía descansaba en sus pupilas, viva como el mismo bosque que les rodeaba.
Ledthrin encaramado sobre la atalaya más alta de la empalizada, se esmeraba en no perderle pista a aquellos puntos distantes en lontananza y que todavía no perdían su distinguible forma: eran dragones, de ello no tenía la menor duda.
El guerrero de pronto pareció tomar una abrupta decisión, bajó raudo de la altura en que se encontraba y corrió a los establos abrochándose en su andar el cinto con dos gladios, pellejo de agua y cogiendo uno de los grandes escudos de legionario.
—¿Qué vas a hacer primo? —le increpó Isildon, interponiéndose en su camino— ¿No pensarás en irte, verdad?
—Tomaron dirección al norte, pero dos de ellos han regresado hacia el poniente. —Ledt pasó de su primo y se montó a uno de los caballos ensillados—. Tengo la sensación de que sobrevuelan los dominios de Asherdion.
—¿Y eso? —Isildon no comprendía la actitud—. ¿Vas a decirme que cabalgarás hasta allá?
—Hiddigh está allí.
—¡Ledt! Son los elfos —objetó el tribuno—. Quienes mejor que nadie conocen a esas criaturas, además Asherdion está protegida por el poder de una de las piedras ¿Sabes eso verdad? Tu noviecita estará bien, esas lagartijas no podrán atravesar el poder del sello mientras Wrym siga dormido.
—Hace una treintena que la piedra custodiada en Asherdion, desapareció —aclaró Ledthrin con voz seca.
—¿Qué?
—Una larga historia, pero no hay tiempo para explicarte más. ¿Vas a permitirme ir?
—Espera Ledt ¿Estás seguro de lo que afirmas? —A Isildon le palideció el rostro—. Quiero decir eso que toda la provincia está desprotegida ante un ataque de dragones.
—Lo está —reafirmó Ledt, sujetando con fuerza la rienda—. Y Asherdion podría ser la primera parada.
—¿Cuántos hombres necesitas?
—La legión si fuera posible. —Ledt espoleó la bestia y partió al galope
—Enviaré a tu centuria —gritó Isildon, a tiempo que ordenaba a los hombres abrir el portón a su primo —Te seguiremos de a pié el resto, por si esos malnacidos salvajes ya han abandonado estas tierras.
—No tarden entonces —se despidió el guerrero alzando la mano.
Los hombres a cargo de Ledthrin fueron ordenados montar y seguirle camino a Asherdion, tan pronto el centurión abandonó la empalizada. En el poco tiempo que el guerrero había estado al mando, logró ganarse la confianza y el respeto de sus hombros, como ningún otro centurión antes que él. Ledt a diferencia de tantos otros arrogantes, convencía a los hombres con el ejemplo, aquello provocaba que sus corazones le creyeran, y eso pesaba más que cualquier otro atributo del que pudiese jactarse un líder. Sin rechistar la tropa de ochenta hombres montaron las cabalgaduras y partieron ligera carrera al alcance de Ledt.
***
Con el corazón sobre un amasijo de desconcierto y temor, Nawey abandonó las instalaciones del baño, y corrió en compañía de Hiddigh por el corredor que llevaba hasta el salón principal. La intención era encontrar a lord Elfo con la mayor premura posible.
Magister Terion, abstraído en la música de la flauta que tocaba con despreocupación y afán, sentado al borde del corredor mientras contemplaba el verde lozano del jardín, dejó aquel menester al momento de percatarse de la presencia agita y diligente de Nawey. Dejó el instrumento y volteó la cabeza para hablarle.
—¿Cuál es la prisa, sobrina?
—¿Has visto a padre? —consultó urgente
Terion metió una mano a su bolsillo derecho, y extrajo un pequeño reloj dorado que tenía atado a su ropaje con una fina cadena de oro. Lo miró y levantando la mirada contestó:
—Es pasado el mediodía. Ha de estar preparándose para el almuerzo ya en el comedor.
—Te ves preocupada sobrina ¿Por qué la prisa? —A esas alturas Terion ya se había puesto en pie— ¿Será que puedo ayudar en algo?
—Es Lenansrha. Necesito hablar con padre. —Nawey continuó la marcha en la misma dirección, pero hacia el comedor.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Terion a Hiddigh quien seguía a la elfo con el rostro igual de preocupado.
Hiddigh se detuvo, miró a Nawey quien solo le devolvió una venia con la cabeza y volviéndose hacia el magister procedió a explicarle lo que pasaba. O más bien aquello que había logrado comprender.
Nawey desapareció tras la siguiente puerta hacia el salón principal, y fue que Hiddigh se quedó atrás a solas con Terion.
—Ella está preocupada por su hermana, teme que esté en peligro —comentó Hiddigh, entrecruzando las manos delante del regazo.
—Desde que partió de Asherdion junto a la princesa Lidias, que sabíamos que sería riesgoso —argumentó Terion, mas su semblante parecía mantenerse sereno—. Lenansrha está bien, de ello estoy seguro. Sabe cuidarse muy bien del peligro y sus capacidades la harán regresar sana y salva. Lo que me preocupa más, es el alcance global de sea lo que sea que haya ocurrido y la causa exacta que la habrá llevado a perder su arco.
—Magister Terion... —Hiddigh no sabía si sería adecuado continuar con lo que quería decir, quiso retractarse pero fue demasiado tarde.
—¿A qué le tienes miedo Hiddigh Tlen? —Terion había detectado la emoción en la muchacha.
—Hace un rato hablé con dama Nawey, sobre aquello que conversamos usted y yo en el viaje hasta aquí —Hiddigh tragó saliva y continuó—: Bueno, quizá fui un tanto ingenua o poco ducha al comprender mis propias sensaciones... no sé si usted logre entenderme. La verdad es que esto que acaba de ocurrir, con lo de la hermana de dama Nawey y el asunto del Libro, y aquella tensión entre el país vecino y el imperio; siento una presión dentro de mí, que no sé cómo explicarla, me siento angustiada...
—Tienes un presentimiento Hiddigh —le interrumpió Terion—, el sexto sentido del que todas las hembras de hombre gozan. Es un regalo, o más bien un vestigio de Himea en todas sus hijas.
—Al principio fue lo que pensé. —El rostro de la chica se crispó—. Pero esto es diferente, yo no sé como explicarlo. Es como si estuviese percibiendo sensaciones ajenas.
—Interesante... —murmuró Terion por lo bajo.
—Me ha pasado antes, pero esto es diferente, o eso creo. —Las manos de Hiddigh comenzaron a sudar de forma profusa—. Sé que usted puede saber lo que estoy pensando y le permitiré que lo haga, solo por favor ayúdeme con esto, de verdad me atormenta.
—Puedo ver que así es, Hiddigh. —Terion avanzó poniéndose frente a ella—. ¿Estás bien, muchacha?
—No lo sé, está ocurriendo ahora. —comenzó a respirar con agitación, al tiempo que intentaba mirar a los ojos del elfo—. ¿Puede usted hacer eso?¿Descifrar mis pensamientos?
Los ojos de Terion que se habían mantenido en un estado natural mientras había mantenido la conversación, se tornaron blanquecinos y exentos del iris; en su lugar una nebulosa turquesa destellaba como el fuego en medio de ellos. El alto hechicero penetró en la mente de Hiddigh sin ninguna dificultad, igual como tantas veces lo había hecho en su larga vida con tantas otras personas. Las sensaciones, los sonidos e imágenes comenzaron a bombardear su mente y él se concentró en captar aquello que la muchacha no podía explicar con sus palabras.
"Una copiosa lluvia cubrió los campos de cebada y trigo, el radiante sol que hacía un momento le encandilaba los ojos, se cubrió de oscuras y tristes nubes. Oyó voces lejanas y lo que le parecieron lamentos distantes; aquellos no le tocaban, sin embargo, le herían cual puñales en el corazón.
Siguió avanzando por aquel camino que tanto se parecía a la huella de Ismerlik y que, no obstante, difería de la realidad al no en estar surcado por amarillos girasoles. En lugar de las flores de maravilla, habían sicomoros altos como montañas; montañas que pronto emergieron de la nada rodeándolo todo. Las altas cumbres se apreciaban nevadas y el frío le congeló el alma.
Todo se tornó oscuridad de un momento a otro y luego el fuego remplazó el blanco eterno de la nieve y los glaciares. Entonces vio alzarse una cumbre entre la oscuridad y pronto comprendió que aquello era un volcán; el cráter más grande que jamás había visto—Terion bien lo reconoció. Aunque no quiso interferir en las visiones que llegaban a raudales y que le colmaban como nunca antes pensamientos lo habían hecho—. Del cráter emergieron seis sombras, se estremeció de solo percibirlas y la angustia abundó en su corazón.
Comenzó a ver imágenes de las altas cumbres desde el cielo, comenzó a sentir odio sin razón, a ver con los ojos de la más pérfida de las miradas y ser acribillado por sentimientos de lo más viles y crueles. Una descarga de pensamientos oscuros turbó su mente y se apoderó de todo lo que podía percibir. La angustia seguía allí, latente debajo de todo lo que era la muerte, la destrucción, la locura, el miedo y la perversión.
Observó desde lo que le pareció la altura y por sobre las nubes grises, las verdes montañas del Este del imperio: Asherdion apareció frente a sus ojos, visto como nunca antes lo había visto. Del mismo modo las imágenes como las chispas sobre el fuego, le sobrevinieron de forma aleatoria y fugaz; las cumbres nevadas de Ninei, allá donde estaba seguro que sus pies jamás le habían llevado y en la distancia el blanco eterno de los hielos del Norte."
Terion pareció despertar de un trance que bien parecía una tortura, a juzgar por la forma en que sudaba y como los gestos de su rostro se apretaban en evocación de un profundo dolor.
—¡Magister Terion! —escuchó la aunque dulce, desesperada voz de Hiddigh gritarle, mientras lo miraba con los ojos asustados —¿Se encuentra bien?
—Las coincidencias son cosa bastante seria —respondió Terion clavando sus nebulosos ojos sobre la pelirroja, evocando la misma frase que había soltado al conocerla—. Estoy seguro de jamás volvería a intentar indagar en su mente otra vez, Hiddigh Tlen. Solo respóndame una pregunta y quizá todo cobre un cariz; al menos para mí.
»¿Desde cuándo comenzó a sentir aquello que llama esta angustia? A mí me parece que cuando nos conocimos eso no estaba allí.
—No lo sé, creo que desde esta mañana se ha tornado más fuerte. Ahora mismo que ha ocurrido lo de Lenanshra, quizá lo haya sentido intensificado —expuso Hiddigh, luego comenzó a respirar con agitación—. Eso... eso, creo, ¡ay!.
La muchacha sintió desvanecer, la cabeza le podía y sus ojos se tornaron febriles y vidriosos. El mareo repentino la obligó a cerrar los ojos y cubrírselos con la mano. Balbuceó algunas palabras ininteligibles y de súbito perdió el conocimiento.
—¡Hiddigh! —Terion interpuso los brazos antes de que la muchacha en su desmayo cayera.
Un ruido lejano atravesó los agudos oídos del elfo, quien levantó la vista hacia el cielo de forma inmediata. Arriba las nubes cubrían el sol del mediodía y las cumbres proyectaban su sombra sobre sus vecinas, formando una especie de estrella de ocho puntas entre ellas. El ruido parecido a un pitido, era tan agudo que apenas lo percibía su adiestrado oído, mas estaba seguro de que para un ser humano aquel le sería imperceptible.
Hiddigh recuperó de forma momentánea la conciencia y lo primero que vio fue el azul y gris del cielo, y la barbilla lampiña de Terion quien la sostenía entre sus brazos. Pestañó un par de veces antes de lograr enfocar la mirada y darle forma entendible a aquello que de pronto cubrió la luz sobre cielo y que proyectó sombra bajo la ciudadela elfica. El terror que envolvió su corazón, fue tal que no fue capaz de emitir sonido alguno y solo un sordo gemido se le ahogó en los labios.
Terion reculó hacia dentro del corredor, arrastrando consigo a Hiddigh todavía semiconsciente en sus brazos. La muchacha miró en todas direcciones comprobando la trayectoria desde la que sentía un agudo sonido que la hacía estremecer. Y no fue hasta que oyó el aullido lejano de Tolkan, que evidenció para sí que no estaba volviéndose loca y aquello que oía era real.
—¿Qué está pasando magister?—balbuceo mirando a Terion.
—Todo va a estar bien. —Él le palpó la frente, sintiéndola arder. La muchacha estaba empapada en sudor y sus labios estaban enrojecidos—. Creo que los dioses que te han puesto en nuestro destino, nos ponen hoy a prueba.
Lo que sus ojos podían apreciar eran solo sombras, sombras siniestras moviéndose en direcciones erráticas, que de forma inexplicable hacían que su corazón se acelerase y su cabeza punzase como si fuera a partírsele. Oyó las voces amables de Terion y Nawey quienes la socorrían, y sintió que la guiaban hasta una fresca habitación donde la depositaron sobre el lecho. Desde allí oía como conversaban entre ellos, aunque ahora todas las palabras le resultaban inconexas y confusas. Sin distinguir entre la realidad y el sueño, sintió elevarse fuera del sitio y las voces le parecieron lejanas, tan distantes como el cielo o como la tierra que ahora miraba desde lo alto. Los aullidos de Tolkan seguían allí y los cuernos de alarma ensordecían su ya abombada cabeza.
Se vio siendo espectadora de una batalla al interior de los que parecía una fortaleza, oscura y fría. A su alrededor aquellas criaturas que antes admiraba y que hoy tanto le atemorizaban: los Bárbaros. Podía oír sus voces ásperas y guturales; hasta el hedor a su sudor y sangre, colmaba su nariz. Hiddigh no tenía control de su cuerpo, aunque por un momento estaba segura de que no estaba dentro de él. Pudo sentir el caos de la batalla librada, el acero penetrando en la carne y los gritos de espanto que atiborraban el aire. Luego aquel odio desmesurado que ardía en su cuerpo lo sintió saciado, cuando bañada en la sangre de un soldado se sintió en calma.
Las visiones cambiaban de un momento a otro y esta vez el azul del cielo fue todo lo que sus ojos pudieron ver. El aire frío le rosaba la piel y aunque el calor abrasador le quemaba por dentro. Al mirar hacia abajo descubrió una cordillera nevada y a la distancia las almenas oscuras de un fuerte encallado en la montaña.
Abrió los ojos una vez más, cuando por fin parecía haberse aliviado de aquel delirio trepidante del que había caído presa. Se halló sola en la blanca habitación en la que se alojaba por aquellos días y recordó con cierta dificultad lo que había ocurrido momentos antes. Empapándose el sudor de la frente con un pañuelo que halló sobre la pequeña mesita al lado del lecho, intentó descifrar por sí misma aquello que a priori para ella había sido un sueño. Se levantó descalza como se hallaba y caminó hacia el corredor, en donde el silencio reinante le pareció esta vez más extraño que el acostumbrado en la pacifica Asherdion que venía conociendo.
Hiddigh recibió la brisa fuera del corredor de piedra y pronto ubicó con la mirada entre el centenar de cabelleras rubias apostadas fuera del jardín, a aquella que sobre uno de los balcones más altos del otro lado, pertenecía a Terion. Descifró también a lord elfo y sus altos oficiales; todos ellos con un semblante muy serio en el rostro, el que a Hiddigh hizo estremecer.
De pronto como un chispazo el recuerdo reciente de sus delirios, azotó en su cabeza como si otra vez lograra vivirlo, al tiempo que Tolkan aparecía frente a ella. La muchacha le acarició la cabeza, mientras el lobo de ojos desiguales comenzaba a aullar y a parecer asustado. Entonces alzó la mirada al cielo, cuando un estremecedor ruido le provocó un calofrió desde la nuca a la espalda. Y tal como pensó había sido un sueño, observó aquella sombra que bloqueó por un momento la luz del medio día.
Retrocedió espantada y sintiendo su cuerpo entero bloquearse por el miedo, aunque su corazón latía desbocado inyectado de adrenalina. La imponente visión de un reptil volador, de color ambarino, larga cola y afiladas garras en cada una de sus cuatro extremidades; le sacó un gemido de horror apenas verlo en la lejanía por sobre las nubes. Ya cuando se lanzó en picada, para luego posarse sobre las salientes rocosas que encerraban la ciudadela; el juicio sobre su tamaño podía hacerse más preciso. A Hiddigh le pareció la criatura más grande jamás vista; medio estadio precisó ella dentro de su estupor—Aunque lo cierto es que la criatura medía treinta metros de cabeza a cola, con un peso de al menos cien toneladas—, el miedo quizá le provocaba exagerar lo que sus sentidos apreciaban.
La criatura dio un rugido atroz que provocó eco bajo la ciudadela abovedada por la montaña, mientras con sus terribles patas apretaba la roca despedazando gran parte de ella que rodó cuesta abajo, dañando algunas construcciones.
Lord Thereon, alzó la vista e inspiró profuso y lento. Se volteó hacia su cuñado Terion, a quien tenía a su vera y sentenció:
—No hay posibilidad alguna. —Levantó la mano mirando esta vez al grupo de cien soldados alistados bajo el balcón—. Saca a nuestra gente de aquí, mientras podamos distraerles.
—Parece que nuestros peores temores han llegado para lapidarnos —se lamentó Terion—. Si Maril viviera, no se habría perdonado este día.
—La única que hizo lo correcto aquella jornada fue tu hermana, Terion —le reprendió lord elfo, fulminándolo con la mirada—. Mi amor perdió su vida salvando muchas que en nuestro nublado juicio merecían morir. ¿Quién dice que hoy aquella acción no salve la de nuestro pueblo?
—¿De verdad lo crees? —Terion posó la mirada en la construcción de enfrente, ubicando con alguna intención aquella la altura de la habitación en dónde había recostado a Hiddigh.
—¿Acaso tú no? —Lord elfo bajó el brazo con brusquedad, movimiento que el capitán elfo captó enseguida.
El silbido de centenar de flechas surcando el aire, se encontró con el segundo rugido que dio la bestia precediendo la flema de fuego con la que consumió a la mayoría de ellas. Las que lograron elevarse la distancia a la que se encontraba y acertar en el blanco: su cuerpo. No lograron ofrecerle daño alguno, ni atravesar siquiera sus duras escamas.
Todo cambió de un momento a otro de tensa calma a la caótica tempestad, elfos artesanos, aldeanos, agricultores, tejedoras y panaderos; corrieron hacia las zonas apegadas a la montaña, con la evidente intensión de escapar del sanguinario alcance del dragón. Entre el desorden y la confusión, Hiddigh solo atinó a quedarse empotrada al grueso pilar al que se aferraba para no caer, cuando creyó que las piernas le fallarían por el miedo.
—¿Es momento? —preguntó Nawey a su padre en el balcón.
—Vete con la muchacha y nuestra gente —confirmó Thereon, con el semblante lleno de tristeza—. Asherdion tiene las horas contadas.
Nawey apretó su pecho con la mano y se marchó a toda prisa hacia la habitación, en donde creía que aún permanecía Hiddigh inconsciente. Fue entonces que la segunda aparición de otro dragón se cobró el sobresalto de la joven elfo y el espanto de toda la ciudadela. Mientras a las afueras del corredor, Hiddigh contemplaba el caos, con las palpitaciones a flor de piel, y el frío sudor resbalando desde su semblante hasta el cuello. No sabía si moverse del lugar o quedarse quieta como estaba, solo podía imaginar lo que aquellos terribles dientes le harían a su carne o aquel ardiente fuego de sus fauces, quemándola viva hasta los huesos.
La bestia tanto o más grande que la primera, refulgía de un rojo sangriento y protuberancias como cuernos salían de su frente, enroscándose alrededor de su hocico; el que al abrirlo dejó ver centenares de dientes que le surcaban en cuatro corridas. Se metió en picada dentro del corazón de la montaña, allí donde se emplazaba la ciudadela. Recibiendo como si de caricias se trataran, la andanada de virotes que los guerreros elfos descargaron sobre sus escamas.
La criatura abrió las fauces y escupió un chorro ardiente de fluido, con el que salpicó gran parte de los brotes del jardín, quemándolos de inmediato, así como varias de las casas a las que alcanzó. Lo mismo que con sus poderosas patas arrastrándose derribaba las delicadas construcciones de la ciudadela. Alzó el cuello y rugió con prepotencia, contemplado con sus terribles ojos carmesí a cada uno de los guerreros que le salieron al frente.
El grupo de cien elfos ataviados de armaduras plateadas y relucientes cascos se abrió paso hasta el dragón alzando sus armas, las que consistían en largas picas de afilada apariencia. Leonel que guiaba al grupo, no dudó un segundo en lanzarse al ataque, dando un gran salto e intentando ensartar la aguzada lanza que portaba aferrada con ambas manos. Le siguieron todo el resto de la tropa, muchos de los cuales fueron barridos por el coletazo con que se defendió el dragón.
Leonel clavó su lanza debajo de una de las escamas a la altura del bajo vientre del dragón, y de un salto logró aferrarse al hombro rugoso de aquella bestia. Sacó la reluciente espada que traía enfundada y con ella pretendió herir a la sierpe que rugía furiosa. Mas antes de lograr su cometido, el dragón ayudado de sus terribles garras se zafó de él y le arrojó contra un pilar. Antes de que la flema hirviendo alcanzara al capitán Leonel, un escudo de energía protectora se formó en torno a su cuerpo y éste absorbió todo el calor que manaba del fluido.
Hiddigh se giró para ver mejor lo que ocurría y entonces halló a magister Terion, interponiéndose entre el avance del dragón y la tropa de Leonel quien intentaba detenerlo. Terion alzando sus manos, invocó una ráfaga de gélido aire con el que combatió la llamarada que a punto estuvo de incinerar a Leonel y el resto de los soldados.
—¡Atacadle ahora! —gritó magister Terion—. No resistiré mucho tiempo.
—Son tan duros como la roca misma —gritó Leonel—. Solo logramos enfurecerlos.
—Solo resistid capitán, son pequeñas sierpes nada más —le animó Terion—. Yo le vi a usted y tropa acabar con dragones de verdad en la cima del Crisol.
—Hoy no será distinto ¿verdad magister? —Leonel escupió una flema sanguinolenta e hizo una venia a Terion.
—Mostremos de que están hechos los elfos del Este.
Leonel poniéndose de pié ordenó otra vez el ataque y una lluvia de lanzas intentó ensartar al dragón desde el vientre. Éste dando violentas sacudidas arrojó a la mitad de los soldados elfos por los aires, atrapando incluso a algunos entre sus fauces y devorándolos de un solo mordisco; al que por desgracia la protección de Terion no ofrecía resistencia alguna. En ese instante entró en picada el dragón ambarino, escupiendo una ráfaga de fuego directo hacia el balcón principal, desde el cual lord Thereon alcanzó a brincar, dando un salto de fe al vacío, zambullendo en las aguas de la laguna que brotaba desde la piedra.
Los soldados arremetieron en dos cuadrillas contra ambos dragones, pero fueron con rapidez repelidos y algunos calcinados por el poderoso contraataque de aquellas terribles bestias. Los rugidos de ambos reptiles, roncaba entre las rocas como la erupción de un volcán, sembrando desesperación y horror en la antes pacifica ciudadela de los elfos.
Lord Thereon salió de las aguas cuando estas casi bullían, la temperatura de todo el lugar había aumentado en demasía, producto de las flemas ardientes que ambos dragones expectoraban en todas direcciones.
—Eh'r abadona, e'nure —gritó Thereon, cojeando como iba de una pierna mientras esquivaba los escombros que volaban en su dirección—. Eh'r abadona, evôen enu nêsire e'nire.
Hiddigh todavía contemplando todo desde la relativa seguridad de los pilares del corredor, escuchó las tristes palabras de lord elfo, y cayó en la cuenta de que la situación escapaba de todo control. Quiso detener a Tolkan, antes de que el lobo corriera hacia el jardín, que ardía en ese momento y saltara para enfrentar junto a la tropa de soldados elfos, a las dos grandes amenazas dentro de la ciudadela.
El lobo trepó por entre las patas de una de las gigantescas sierpes e intentó con sus fauces desgarrarles la dura piel, fallando igual que las armas de hierro y terminó siendo arrojado contra un tronco que comenzaba a arder.
La misma suerte corrió Leonel, que batiéndose contra el dragón de tonos ambarinos terminó apretado contra una de sus patas y no fue hasta que con su espada logró rebanarle un dedo, que éste no le soltó. La bestia rugió furiosa y abrió sus fauces enseñando la colosal dentadura, momento justo en el que decenas de flechas y lanzas aprovecharon el instante para clavárseles dentro del hocico.
El dragón se sacudió dolorido, arrojando y derribando todo obstáculo que se le topó en el camino. La robusta y larga cola azotó el suelo terminando de destruir las construcciones derruidas por sobre las que se posaba; volvió cenizas y polvo los arcos, y pilares que embellecían el jardín. Con sus patas desgarró el terreno y volvió a rugir, mientras zarandeaba todo el cuerpo cubierto de flechas y lanzas. La descomunal fuerza de aquella masa de músculos acorazados, lanzó hacia todos lados los trozos de arma que se habían atorado a sus escamas.
Un resquicio se abrió sobre el suelo del corredor, provocado por los erráticos envistes de las extremidades de los dragones. El edificio entero se sacudió induciendo que Hiddigh perdiera el equilibrio; se rompió las rodillas y el codo al caer de bruces entre una lluvia de astillas, piedras y ceniza que salpicaba todo el lugar. Se puso de pié de inmediato, sacudiéndose los raspones al tiempo que intentaba regresar a la relativa seguridad que le prestaba la construcción. Se había mostrado hacia el jardín y tastabilló hacia atrás al sentir la eventual mirada que uno de los dragones le propinó, aunque éste no se inmutó siquiera en atraparla. La sola visión de aquellos ojos carmesí, presentaron en ella la misma sensación febril que había experimentado momentos antes y un choque de emociones, y visiones indescriptibles que no hacían otra cosa que marearla y atormentar su conciencia. Cruzó el antebrazo derecho, para evitar mirar a los ojos del dragón una vez más y se escondió de nuevo detrás de uno de los pilares.
La encarnizada batalla que ambos dragones daban contra el ya debilitado y herido ejército elfo, solo despertaba la desesperanza en la mirada de lord Thereon, quien acercándose cojeando de una pierna hasta su cuñado Terion, solo meneó la cabeza indicándole abandonar junto al resto.
—¿Abandonamos, señor? —Leonel se acercó, esquivando los escombros que volaban por doquier—. Quizá todavía halla chance de salvar la ciudadela.
—Que se replieguen los soldados —ordenó lord Thereon—. No se derramará más sangre innecesaria en este lugar.
Terion volvió a alzar las manos, evitando con su ráfaga de aire el incandescente aliento de ambos dragones, que unidos expelieron sin piedad contra el grupo.
—Lo que decidáis Thereon, hazlo ya —instó el magister, sudando y forzando sus capacidades para mantenerlos a salvo del mortal fuego de ambos dragones.
—Hazlo Leonel. —Thereon buscó en derredor, intentando encontrar a Nawey entre el caos reinante—. Sal de aquí junto a la guardia, huyan hasta Ismerlik sin detenerse, ni mirar atrás.
Leonel asintió, no sin exhibir una mueca de pesar. Reculó y llamó a los elfos a su cargo, indicando las instrucciones que acababa de recibir. Con rapidez cada uno de los supervivientes comenzó a abandonar el "campo de batalla", en que se había convertido el jardín central de la casa de lord Thereon.
Luego de buscarla con desesperación, Nawey abandonó el interior de la gran casa y salió hacia los corredores, esquivando los cascotes y restos que caían del interior de la construcción sacudida. Cuando por fin la encontró intentando levantarse del suelo y aferrándose a uno de los arcos.
Las protectoras y delicadas manos de Nawey, se posaron en los hombros de Hiddigh a tiempo que sus palabras resonaron de forma sublime en los oídos de la chica. "Tenemos que salir de aquí", le dijo a lo que Hiddigh volteando para verla, solo atinó a sujetarle con fuerza el antebrazo.
—Dama Nawey, los he visto —anunció con la voz desesperada—. He visto estos monstruos antes de que llegaran. Arrasaran con la ciudadela, los he visto. He visto un con mis ojos antes de que ocurriese —repetía sin cesar.
Nawey le puso un dedo sobre los labios y le apretó la mano con ternura y firmeza. Buscó los ojos temerosos de Hidd y le consoló hablándole en el idioma elfico, sabiendo bien que ella era capaz de entenderlo. Para cuando la muchacha se hubo calmado un poco, Nawey reculó unos pasos y le tendió otra vez la mano.
—No estábamos preparados para un ataque —admitió con pesar—. Padre ha ordenado la evacuación, Asherdion arderá esta tarde.
—¡No! —gimió Hidd—. Yo vi todo, dama Nawey pude advertiros de esto.
—Y lo hiciste, sí que lo hiciste Hiddigh. Mi tío nos advirtió de vuestras visiones cuando entró en tu mente, gracias a ellas se estuvo atentos a la inminente llegada de estas bestias.
—¿Vuestro poder no puede detener a esas cosas? —inquirió negándose a la realidad.
Nawey no respondió a la pregunta y arrastró consigo a la muchacha hacia la única salida de Asherdion: el túnel bajo la montaña. Por allí ya salían en tropel la mayoría de habitantes que tenía la casa, mientras que un puñado de soldados; lord Thereon entre ellos, se esmeraban por distraer a las dos terribles bestias.
Terion alzó la vista y advirtió en la enorme saliente rocosa en lo alto del socavón formado por las cumbres que rodeaban Asherdion, por un momento dejó de manifestar la ráfaga furiosa de aire con la que evitaba el terrible aliento de los dragones. Llamó para ser oído por todos y que se replegaran hacia los corredores interiores. Cuando el dragón de cuernos retorcidos se arrastró sobre su vientre y patas, para seguir a los soldados que huían, Terion disparó una enorme bola de energía hacia los cielos, que estalló justo bajo la saliente rocosa que había elegido como objetivo.
Lord Thereon, captando la intención de su cuñado alarmó al resto de guerreros y retrocedió junto a ellos cerca de la salida. Todo ocurrió, mientras la descomunal roca resbalaba montaña abajo bloqueando la luz del sol sobre ellos e imposibilitando el escape de ambos dragones hacia arriba.
Cuando por fin el coloso de roca se desplomó sobre el jardín, aplastó bajo él al dragón de colores ambarinos, quien expiró entre un espantoso chillido de dolor. Mientras que el de cuernos retorcidos, desapareció entre la nube de polvo, rocas y humo que se levantó en el corazón de la montaña, mientras su rugido furioso y aliento de fuego era expelido desde lo alto: había logrado evadir la roca y ahora contraatacaba con peor cólera.
Tolkan que había logrado salvar, regresó cojeando de una de sus patas y a huyó mientras corría para alcanzar a Hidd y Nawey el camino hacia el pasillo de salida. La gruta que atravesaba la montaña, estaba atiborrada de refugiados intentando escapar y desde dentro se oía el eco del dragón rugiendo a sus espaldas. Pero a pesar del horrendo eco y la desesperación de los refugiados; en la distancia el trote de un rocín parecía acercarse, corriendo a gran velocidad en la dirección opuesta al tropel que con afán quería abandonar las cuevas lo antes posible. Un nombre fue clamado por el jinete que se acercaba y cuya voz encendió el corazón de Hiddigh.
Tal como si un torrente de ansiedad le sacudiera el pecho, sintió las entrañas oprimirle por dentro con tal sutileza que no pretendía que dicha sensación cesara jamás. Así fue como corrió al encuentro de la voz de Ledt que gritaba su nombre entre la multitud de rubias cabelleras avanzando como un río de doradas aguas en la dirección opuesta. El guerrero la vio desde lejos, amainó el galope y desmontó de un brinco; corriendo contra el mar de elfos que huía, mientras el corazón amenazaba con huir de su pecho.
Fue un ambicionado beso, el que selló ambos labios al encontrarse y una andanada de balbuceos inconexos e incomprensibles; aquellos que entre improvisadas caricias en el rostro, se ofrecieron.
—Ya estoy aquí Hidd —le dijo. Mientras caía presa de los brazos jubilosos de ella, que se enredaron temblorosos y tiernos en su cuello.
—Semptus sea bendito, Ledt. —Hiddigh se apretó contra el pecho del guerrero, mientras en la garganta se le atoraba un llanto de emoción y miedo, mezclados—. Estás bien, tuve tanto miedo... Ledt, es horrible —de pronto pareció caer en la cuenta de la realidad y separándose de él gimió—: Dragones. Dos dragones están atacando la morada de lord Thereon.
—Lo sé mi amor —contestó Ledthrin, apartándose por un momento de lado de ella y buscando a Nawey con la mirada—. Temía no alcanzar a llegar y advertiros, mas puedo darme cuenta que los habéis evadido como han podido.
—Padre ordenó la evacuación apenas los vimos circundando Asherdion —explicó la elfo—. Pero ha sido de algún modo gracias a Hiddigh que tomamos la alerta.
Ledthrin tornó el rostro con cierta curiosidad, apretando con calidez la mano de su amada. Miró atrás y buscó otra vez en Nawey. Hacia la morada, todo era una nube mezcla de humo y polvo; se oía el rugir azaroso y algo distante de un dragón, en el aire sofocado y viciado de azufre.
—¿Dónde está lord Thereon ahora?
—Aún no ha dejado la ciudadela, junto a tío Terion y los hombres de Leonel intentan detener al dragón —señaló Nawey—. Creo que han logrado deshacerse de uno de ellos.
Ledt se quedó con lo que estaba por decir en los labios, en el momento en que la anaranjada luz de las llamas iluminó la pared montañosa de la entrada a la cueva. Empujó a Hidd al suelo, a tiempo que se interponía entre ella y el inminente peligro (que habría puesto punto final a sus vidas).La intervención de Nawey y la ráfaga de aire que brotó de su cayado contra la implacable llamarada, salvó de perecer calcinados al grupo.
Una vez el calor y el fuego en retroceso cedió, las amenazantes fauces del dragón aparecieron entre la nube de polvo que todavía estaba suspendida en el aire. Las figuras de tres elfos haciéndole frente, se desveló entre el humo a la altura de las patas traseras del dragón. Ledthrin reconoció a lord Thereon en el suelo, mientras el dragón daba un raudo giro y abría su pestilente hocico dispuesto a engullirlo; desenvainó el gran espadón a su espalda y corrió a su encuentro como si la vida se le fuera en ello.
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